Dudas

No recuerdo cuándo me quedé dormida, pero ahora me encuentro sentada en el suelo, con mi espalda apoyada en el larguero de la cama. El dolor es agudo, como si estuviera ardiendo en llamas.

La habitación está sumida en la oscuridad de la noche, apenas iluminada por la luz que se cuela por las ventanas abiertas. A un lado yace el vestido que arranqué con rabia y lágrimas después de la discusión con Benjamin esta mañana. No he probado bocado desde entonces, y carezco de la fuerza necesaria para enfrentarlo después de su cruel declaración de que no me ama.

Las incógnitas danzan en mi mente, pero una nube negra las oscurece todas. ¿Qué hice mal? ¿Por qué me trata así? ¿Por qué me engañó cuando todo lo que hice fue amarlo?.

—Señora —una voz desconocida, ni Adeline ni nadie que reconozca, llama a mi puerta—. ¿Está despierta?.

—Un momento —me levanto y busco una bata en el armario antes de abrir la puerta, con el rostro confuso al encontrarme con una mujer de mediana edad frente a mí. Lleva gafas y su vestimenta demuestra pulcritud y recato, como si acabara de salir de un convento.

—Soy Calista, señora —se presenta con una leve reverencia—. Seré su nueva sirvienta personal asignada por el señor Worsley.

—¿Y Adeline? ¿Qué pasó con mi otra sirvienta? —expreso mi disgusto claramente.

—Ella... ya no estará a su servicio. Ha sido expulsada del castillo —responde, y parpadeo confundida—. No cumplió con sus deberes y fue castigada.

—¿Deberes? Adeline siempre ha hecho bien su trabajo —replico, visiblemente molesta.

Sé que no debería estar buscando explicaciones sobre la mujer que habló mal a mis espaldas y juzgó mis orígenes, pero al menos con ella me sentía un poco más segura. Ahora, nadie me inspira confianza, y cualquier cosa relacionada con Benjamin me resulta incómoda. Específicamente, quiero saber por qué despidieron a Adeline; seguramente está relacionado con lo que ocurrió hoy en el estudio cuando se la llevaron a rastras. Debe de haber sucedido algo de lo que no estoy al tanto.

La mujer permanece en silencio ante mis preguntas, así que no me queda más opción que soltar un resoplido y abrir la puerta para dejarla entrar. Quizás viene a cumplir las funciones que solía desempeñar Adeline, y eso no me agrada del todo. Benjamin no solo me humilla con sus palabras, sino que también tiene poder de decisión en todo, sin tener en cuenta mis preferencias.

—¿Piensa cenar? Escuché a las sirvientas decir que no ha comido nada durante el día —menciona de repente. Me giro hacia ella con una expresión firme en el rostro. Después de escuchar a esas sirvientas hablando a mis espaldas, ya no confío en nadie, ni siquiera en mi propio esposo.

—No tengo hambre —respondo con calma—. Puedes retirarte, no necesito nada más.

—Su salud se verá afectada si no come adecuadamente.

—Mi salud es asunto mío —replico con acritud—. Puedes retirarte.

Me siento frente a la cómoda y observo mi rostro afligido en el espejo. A pesar de mi tono frío e indiferente, estoy segura de que hasta esa mujer ha notado lo demacrada que me veo y el brillo apagado de mis ojos enrojecidos. La veo inclinarse para recoger el vestido magenta del suelo, y nuestros ojos se encuentran por un instante.

—Quizás no esté al tanto porque acaba de llegar al castillo y es posible que el señor no le haya informado al respecto —explica, con una expresión que no logro descifrar—, pero este vestido magenta pertenecía a alguien muy importante para el señor. No sé cómo lo obtuvo la criada que la cuidaba, pero fue una falta muy grave.

—¿Qué...? —mi cuerpo se gira hacia ella bruscamente—. ¿Qué estás diciendo? Ese vestido...

—Probablemente por eso la expulsaron —prosigue—. Fue intencional, eso está claro. El señor no permitiría que nadie aparte de "esa persona" usara este vestido. Seguramente quedó desconcertado al verla con él puesto.

—Pero yo no lo sabía —replico, con un sabor amargo invadiendo mi boca—. Adeline me sugirió que me lo pusiera porque era el color favorito de Benjamin.

—Pagó por su imprudencia —la mujer dobla el vestido y lo sostiene en su antebrazo. Antes de que pudiera salir de la habitación, la detengo, incapaz de soportar esta duda persistente en mi mente.

—¿Quién es la dueña de ese vestido? —pregunto, y ella se detiene—. ¿Podrías decírmelo? Es importante para mí saberlo, para aclarar esto con él.

—No es necesario que lo averigüe —me mira por encima del hombro—. Traeré su cena dentro de poco si prefiere comer aquí. Hágalo por su salud.

Así, sin más, se marcha, dejándome con la mente llena de preguntas sin respuesta. No quiero ni siquiera considerar la posibilidad de que Benjamin ame a otra mujer y por eso me trate así, o que esté conmigo porque le recuerde a ella. ¿Será por eso que las sirvientas dijeron eso? Mi mente está atormentada por muchas cosas que me duelen, no solo el corazón, sino todo el alma, un dolor silencioso que se extiende por mi cuerpo como un cáncer y me consume lentamente sin que yo lo sepa.

Ni siquiera me atrevo a preguntarle directamente porque ha dejado claro que no soporta ni verme.

***

Calista trajo la cena con la intención de quedarse a asegurarse de que comiera algo, pero le pedí que se marchara. Al final, apenas pude saborear una ensalada y un postre de durazno. No logré digerir más comida, especialmente cuando mi mente estaba obsesionada con Benjamin. No puedo evitar pensar que nuestra relación ya no será la misma, que no podremos compartir momentos juntos como antes. Me consume la incertidumbre y la inseguridad, tanto sobre él como sobre mí misma. ¿Y si tiene a otra mujer? ¿Es esa la razón de su actitud distante hacia mí? ¿Por qué se molestaría en engañar a alguien como yo de manera tan despiadada? La cobardía siempre ha sido el refugio de los desalmados, y Benjamin no es la excepción.

Después de apenas tocar la cena, me retiré a la cama en un intento de encontrar algo de paz. Las lágrimas volvieron a brotar, inevitablemente. Me sentía desolada y patética. Aún no puedo creer que Benjamin haya jugado con mis sentimientos después de que le confié mi corazón. Es un acto despreciable que nunca le perdonaré.

Me sumergí en el sueño entre lágrimas, aunque luché contra ellas. Siempre he sido fuerte, después de la pérdida de mis padres, viviendo sola y defendiéndome por mí misma. Pero con Benjamin, es diferente. Siento que no soy yo misma, que hay una barrera invisible que me ata a él, a su crueldad, a este amor que no deseo. ¿Por qué? Esa no es la pregunta adecuada, sino ¿Para qué?.

Despierto en medio de la madrugada al escuchar un ruido proveniente de algún rincón de esta amplia habitación. Aunque sí, es espaciosa, a veces parece sombría y demasiado grande para mí. Mis ojos se pierden en la oscuridad, y un escalofrío recorre mi espalda, erizando los vellos de mi nuca. Me apresuro a encender la lámpara de noche, pero no hay nada; todo está vacío y sumido en un espantoso silencio.

Sin embargo, mi olfato detecta algo en el aire. Un aroma que reconozco al instante. Es la loción cítrica, rústica, mezclada con el aroma del tabaco, un olor ahumado y dulce al mismo tiempo. Es el olor de Benjamin. Conozco su fragancia perfectamente. A veces olía a madera, un aroma agradable; otras veces a tabaco. Su esencia sigue impregnada, imposible de olvidar aunque esté lejos o durmamos separados.

Me envuelvo en un chal sobre mi bata y salgo de la cama para abrir la puerta. El pasillo está vacío y oscuro, iluminado solo por la luz que se filtra desde afuera a través de algunas ventanas entreabiertas.

Regreso a la habitación con una nueva oleada de incertidumbre. No poseo nada que pertenezca a él para que su aroma impregne mi espacio. Y es imposible que haya estado aquí, dado que acabo de verificar que todas mis ventanas están cerradas y mi puerta sigue asegurada. Entonces, ¿cómo es posible...? O quizás sea yo, con esa viva obsesión por él que me consume.

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