Boda

—Los declaro marido y mujer.

Estas palabras finales del padre me emocionaron profundamente, marcando la concreción de nuestra unión. Me ruboricé como un tomate cuando Benjamín levantó mi velo y me dio un suave beso en los labios, nuestro primer beso como esposos.

Un cosquilleo recorrió mi cuerpo cuando se apartó para encontrarse con mis ojos, sus orbes dorados parecían ensombrecidos y su mandíbula tensa. Aunque no comprendía la razón, no le di importancia, solo deseaba estar a su lado.

Recibimos las felicitaciones de los invitados, entre ellos familiares de Benjamín sentados en una fila, fácilmente distinguibles por el peculiar color de sus ojos y su cabello negro. Habían sido amables conmigo desde que él me llevó al castillo por primera vez, todo parecía perfecto, mi vida junto a él era perfecta.

Benjamín tomó mi mano y juntos caminamos por la alfombra roja que nos conducía fuera de la iglesia, mientras los invitados aplaudían sin cesar, algunos murmurando comentarios sobre mí. Benjamín resultó ser un hombre importante en el mundo empresarial, poderosamente rico y constantemente en los medios de comunicación. No todos me querían, pero yo fui la mujer que conquistó su corazón, la que él eligió como esposa. Aunque algunos me odiaran, nada de eso importaba, él era mi mundo.

—Estoy muy feliz —expresé, llamando la atención de Benjamín —¿Tú lo estás? Ahora somos esposos.

Me miró detenidamente sin decir nada. Yo solo sonreía, mi corazón saltando por la felicidad que sentía, hasta que mi esposo me dio un leve asentimiento con la cabeza.

Eso fue todo. No lo dijo con palabras. No me volvió a mirar mientras nos tomaban fotos fuera de la iglesia. No sonreía, como si esto lo estuviera haciendo forzadamente. Aún así seguí sonriendo y lo pasé por alto. Tal vez se sentía abrumado por tantas personas a su alrededor. Soy consciente de que él es un hombre solitario, no muy abierto, por lo que seguramente esto le resultaba difícil y estresante.

Poco después, un auto lujoso llegó por nosotros. Me resultó extraño, porque creía que habría una celebración luego de la ceremonia. Había escuchado en la ciudad que cuando una mujer se casaba, hacían una celebración aparte con los invitados donde los novios bailaban, partían un pastel y la novia lanzaba el ramo. Pero no hubo nada.

Benjamín se sentó a mi lado en el auto, su mirada fría perdida en la ventanilla mientras este se ponía en marcha. Fue un poco incómodo porque no dijo ni una sola palabra, no expresó lo feliz que estaba de habernos casado recientemente, no me dijo lo linda que me veía con mi vestido de novia, ni un beso, ni una muestra de cariño. Todo parecía haberse esfumado.

Para mi mayor descontento, aquel auto se aparcó frente al castillo Worsley. ¿Qué era todo esto? ¿No habría luna de miel? Me pregunté mientras bajaba del auto, Benjamín abriendo la puerta del mismo. Solo había sido una ceremonia, firmar el documento, colocarnos los anillos y un beso. ¿Eso era todo? Pensé que este día sería perfecto, pero estábamos de vuelta al castillo tan pronto.

—Benjamín —lo tomé de la mano y lo detuve antes de que entrara —¿Qué significa esto? Nosotros no...

Me miró con ojos fríos, deshaciéndose de mi agarre como si le quemara.

—No hay necesidad de tantas cursilerías —escupió con un tono de voz que me dejó helada —. Entremos, tengo cosas que hacer.

Me dejó afuera mientras él entraba. Me miré a mí misma en el vestido de novia y me sentí patética y humillada. Sus palabras me hicieron sentir como una tonta ilusionada, como si lo estuviera presionando de alguna manera. ¿Soy yo el problema?.

—Señora, vamos adentro, hay que prepararla para su primera noche —me dijo Adeline, mi sirvienta personal, con una ligera reverencia.

Me fui con ella con un atisbo de esperanza floreciendo dentro de mí. Quizás Benjamín estaba estresado por tanto preparativo, seguramente también por su trabajo y por eso estaba actuando así. Era verdad, no era necesario una luna de miel, una celebración extra cuando ya hemos hecho la ceremonia. Traté de ponerme en su lugar, de comprenderlo. Además, todavía faltaba pasar la primera noche juntos, que era obligatorio. Quizás después de eso, Benjamín vuelva a ser el mismo de antes, cariñoso y dulce.

«Todo estará bien, Nevaeh», me repetí en silencio.

Llegamos a mi habitación, un espacio excepcionalmente amplio que me dejó sin aliento. Los ventanales, que se extendían desde el techo hasta el suelo, estaban adornados con largas cortinas blancas que conferían una sensación de elegancia y luminosidad. La cama, monumental y majestuosa, era exclusivamente para mí, ya que Benjamín nunca había pasado una sola noche a mi lado. Los muebles, finamente tallados con un diseño que despertaba mi admiración, parecían sacados de otra época, imbuidos de una opulencia que nunca antes había experimentado.

Una peinadora espaciosa ocupaba un rincón, adornada con perfumes exquisitos, joyas relucientes y todos los accesorios propios de una mujer de alta sociedad. A su lado, un armario imponente se extendía de pared a pared, rebosante de preciosos vestidos y prendas, con dos estantes enormes repletos de zapatos y tacones deslumbrantes. Era un sueño hecho realidad.

Al llegar por primera vez a este lugar, me quedé sin palabras. Era un castillo enorme donde fácilmente podía perderme. Benjamín me aseguró que sería mi hogar, pues pronto sería su esposa. Con cuatro jardines amplios, cinco fuentes y un bosque de pinos circundante, aún quedaban rincones por explorar. Este lugar parecía no tener límites ni fin. Era como vivir en un sueño; no solo tenía al hombre que amaba a mi lado, sino que también disponía de todo lo que alguna vez había anhelado: una vida de comodidades. Ya no habitaba una cabaña, ahora residía en un majestuoso castillo, como una princesa de cuentos de hadas.

Mi habitación, tan espaciosa, lujosa y acogedora como ninguna otra, me encantaba. Aunque no igualaba la sencillez y calidez de mi cabaña, aquí encontraba todo lo que necesitaba. Desde mi ventana, disfrutaba de una vista maravillosa del paisaje exterior, observando cada mañana el ir y venir de Benjamín por los jardines del castillo.

Adeline me ayudó a quitarme el vestido frente al espejo, un gesto que aprecié enormemente. El vestido era simplemente precioso, algo que nunca había imaginado tener. Fue Benjamin quien insistió en que escogiera cualquier vestido que me gustara, sin preocuparme por el precio, ya que él se encargaría de conseguirlo para mí. Y así lo hizo. El vestido blanco estilo princesa era aparentemente sencillo, pero elegantemente adornado con pequeños detalles de diamantes que realzaban la tela. El escote en forma de corazón, el largo velo y el ramo completaban el conjunto. Incluso yo misma me sorprendí al verme en el espejo, lucía realmente hermosa. Sin embargo, no puedo evitar sentirme insegura ante Benjamin, ya que no mencionó lo bien que me veía ni expresó si le gustaba o si me consideraba la novia más hermosa.

—Está lista, señora —me anunció Adeline, dando por finalizada mi preparación.

Quedé atónita al contemplar mi reflejo en el espejo. Llevaba puesta una lencería nupcial de encaje blanco, con un delicado cuello en V que realzaba mi escote. La tela de la camisola era satén, suave y brillante al tacto. Adeline me cubrió con un albornoz corto del mismo tejido y color blanco. Mi cabello, de un tono chocolate, caía suavemente sobre mis hombros, mientras mis intensos ojos azules realzaban mi belleza de una manera que ni siquiera sabía que poseía. Estoy segura de que a Benjamin le encantará verme así, aunque sea la primera vez que me muestro tan provocativa.

Adeline dejó la habitación y me senté en la cama, esperando la llegada de Benjamin. Aunque no había flores ni velas, ni ningún aroma embriagador para adornar nuestra primera noche juntos, sentía una emoción intensa. Estaría en sus brazos, me haría suya como siempre había deseado; eso era todo lo que mi corazón anhelaba.

Sin embargo, una nueva grieta se formó en mi corazón cuando me encontré sola en la habitación, esperándolo en vano. Me sentía tonta, incluso me cubrí con la sábana avergonzada de mí misma. Lo esperé, y seguí esperando, pero incluso en las primeras horas de la madrugada, Benjamin nunca apareció. Me dejó sola en nuestra primera noche, humillándome una vez más aunque no dijera una palabra. Tenía un don perfecto para hacerme sentir patética y sin valor. Había imaginado que él estaría feliz, que esta noche me tomaría y que todo sería diferente, sobre todo si lograba quedar embarazada y darle un hijo para construir la familia feliz que tanto nos habíamos prometido.

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