Capitulo 4: "El comienzo de una farsa "

Capítulo 4: El comienzo de una farsa

La mañana siguiente llega con una sensación de inquietud que pesa sobre los hombros de Sofía. El día anterior cambió el rumbo de su vida y ahora, mientras se viste frente al espejo, siente que su realidad ha dado un vuelco irreversible. El vestido que elige es sencillo, de un tono crema que resalta la palidez de su piel. Hoy no es un día para celebraciones, pero tampoco para descuidarse. No sabe cuándo volverá a sentirse segura en su propia piel, pero está decidida a afrontar lo que viene con la mayor dignidad posible.

Alejandro llega puntual al despacho del abogado, como si fuera un día más en su rutinaria vida empresarial. Él, en cambio, viste con una elegancia imponente, un traje gris oscuro hecho a medida que acentúa su figura. Al entrar al despacho, sus ojos la encuentran, fríos y calculadores. Durante un instante, Sofía siente un escalofrío recorrer su columna. El aire entre ellos sigue cargado de tensión, como si el odio latente se hubiera instalado entre ambos de manera permanente.

—Espero que estés lista para esto —dice Alejandro con su tono habitual de desprecio, mientras se acomoda en la silla frente al escritorio del abogado.

Sofía asiente sin decir una palabra. No confía en su voz para responder con calma, y las miradas que Alejandro le lanza solo aumentan su nerviosismo. Sin embargo, no es el momento de demostrar debilidad.

—Bien —interviene el abogado, rompiendo la tensión con la eficiencia fría de un hombre acostumbrado a lidiar con disputas familiares—. Como saben, están aquí para formalizar su matrimonio. Legalmente, será válido por un año, conforme a las cláusulas del testamento de Fernando. Después de ese tiempo, podrán solicitar la anulación, si así lo desean.

El abogado saca una pila de documentos del maletín que tiene sobre la mesa. Las hojas parecen interminables, llenas de términos legales que para Sofía solo suenan como cadenas invisibles. Alejandro las firma sin vacilar, como si estuviera firmando un contrato rutinario, mientras Sofía toma la pluma con una ligera temblor en los dedos. Este simple acto, el trazo de su firma sobre el papel, marca el inicio de algo que nunca pensó vivir.

Cuando finalmente el último papel está firmado, el abogado se levanta y los observa con una sonrisa cortés, pero vacía de verdadera emoción.

—Mis felicitaciones. Ahora son legalmente marido y mujer.

La frase le retumba en la cabeza. Marido y mujer. Nada podría estar más lejos de la realidad. Alejandro ni siquiera la mira al salir del despacho, dejándola atrás como si acabaran de cerrar un simple negocio. Sofía lo sigue en silencio, sintiendo el peso de la frialdad con la que él la trata. Ambos suben al coche que los llevará a la mansión, pero el viaje transcurre en un silencio incómodo que ninguno de los dos parece estar dispuesto a romper.

Al llegar a la imponente mansión que alguna vez fue su refugio junto a Fernando, Sofía se siente fuera de lugar. La casa, que solía ser un hogar cálido, ahora se siente más como una prisión. Alejandro entra primero, sus pasos resonando en el mármol pulido del vestíbulo. Sofía lo sigue, pero no puede evitar sentirse como una extraña en su propia vida.

—Espero que no estés esperando una bienvenida matrimonial —dice Alejandro, mientras deja su maletín sobre una de las mesas cercanas—. Esto no es más que una formalidad. Dormirás en la habitación de invitados y, durante este año, no habrá más interacción entre nosotros que la estrictamente necesaria. No me interesa tenerte cerca.

Sofía lo mira en silencio, intentando que sus palabras no la afecten. Ha aprendido a lidiar con su desprecio, pero en el fondo, duele más de lo que quiere admitir. No puede entender cómo una persona puede ser tan cruel, tan implacable en su odio.

—No esperaba menos de ti —responde ella con calma—. No quiero fingir algo que no es. Solo quiero cumplir con lo que Fernando dejó estipulado y luego seguir con mi vida. No te preocupes, no voy a interferir en la tuya.

Alejandro la mira por un momento, sus ojos oscuros llenos de desconfianza. Parece estar buscando algo en su expresión, alguna señal de engaño, pero finalmente aparta la mirada con una mueca de desprecio.

—Bien. —Su voz es cortante, casi despectiva—. Entonces, nos entendemos.

Sofía asiente y se dirige hacia las escaleras que llevan a las habitaciones. Sus pasos son lentos, como si el peso de la situación la estuviera hundiendo con cada paso que da. Cuando llega a la habitación de invitados, cierra la puerta detrás de ella y se deja caer en la cama. El lugar es frío, impersonal, a pesar de ser una de las habitaciones más lujosas de la casa.

Recorre la habitación con la mirada, notando los detalles que Fernando había diseñado con tanto esmero. Cada rincón de esta casa tenía su toque, su estilo. Ahora todo parece vacío, despojado de cualquier calidez. Sofía se recuesta en la cama, mirando al techo, sintiendo una profunda soledad apoderarse de ella.

Los días pasan lentamente. Alejandro apenas está en la mansión; pasa la mayor parte del tiempo en su oficina o viajando. Cuando está en casa, ignora a Sofía por completo. Mantienen las apariencias cuando es necesario, como en las reuniones con el abogado o frente a los empleados de la casa, pero por lo demás, es como si vivieran en mundos separados.

El único lugar donde Sofía encuentra algo de paz es en el jardín trasero de la mansión, donde Fernando había construido un invernadero. Allí pasa horas, cuidando las plantas que su esposo tanto amaba, perdiéndose en el aroma de las flores y la tranquilidad que le brinda la naturaleza.

Una tarde, mientras está en el invernadero, Alejandro aparece sin previo aviso. Sus ojos la observan con una intensidad que la descoloca. Se ve tenso, como si algo lo estuviera carcomiendo por dentro.

—¿Qué haces aquí? —pregunta él con frialdad.

Sofía lo mira, sorprendida por su tono acusador.

—Solo estoy cuidando las plantas. Fernando solía pasar mucho tiempo aquí, es... relajante.

Alejandro frunce el ceño, como si las palabras "Fernando" y "relajante" no pudieran estar en la misma frase.

—No puedes seguir viviendo en el pasado, Sofía. Mi padre ya no está. Esto es solo un jardín.

Sofía siente un nudo formarse en su garganta. Para ella, este lugar es mucho más que un jardín. Es uno de los últimos recuerdos tangibles de su vida con Fernando, pero sabe que intentar explicarlo a Alejandro sería inútil. Él nunca entenderá lo que significó Fernando para ella, y lo que significaba este lugar.

—No estoy viviendo en el pasado —responde ella con suavidad—. Solo trato de sobrellevar esto de la mejor manera que puedo.

Alejandro la mira por unos segundos más, como si estuviera evaluando sus palabras, y luego se da la vuelta, dispuesto a marcharse. Pero antes de irse, dice algo que la deja helada.

—Esto no es más que una farsa, Sofía. No olvides que cuando todo termine, tú y yo seguiremos siendo enemigos.

Las palabras cuelgan en el aire mucho después de que él se haya ido. Sofía se queda en el invernadero, mirando las flores con una sensación de tristeza profunda. No sabe cuánto tiempo podrá soportar esta situación, pero está segura de una cosa: no va a permitir que Alejandro la destruya.

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