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Capitulo 5: "Las reglas del juego "

Capítulo 5: Las reglas del juego

La tensión en la casa se vuelve palpable con cada día que pasa. Los empleados caminan con pasos silenciosos, cuidando de no estar en el mismo lugar que Alejandro y Sofía al mismo tiempo. Saben que cualquier palabra fuera de lugar puede encender la chispa de un conflicto entre ellos. Alejandro apenas aparece por la mansión, siempre con alguna excusa laboral o reunión de negocios. Sofía, por su parte, ha comenzado a sentirse como un fantasma en su propia vida, moviéndose entre los pasillos en silencio, cuidando las plantas en el invernadero, leyendo los libros que Fernando alguna vez disfrutaba.

Una noche, Alejandro llega más tarde de lo habitual. El sonido de la puerta principal abriéndose resuena por toda la casa, y Sofía, que está en la cocina sirviéndose una taza de té, siente su cuerpo tensarse. No lo ha visto en todo el día, y aunque se esfuerza por evitarlo, cada encuentro con él es inevitablemente doloroso.

Escucha sus pasos acercarse. No tiene intención de salir huyendo, pero su corazón late con fuerza cuando Alejandro entra en la cocina. Está vestido con su traje habitual, pero su rostro luce más cansado de lo normal, como si la carga de sus responsabilidades lo estuviera desgastando poco a poco.

—¿Tarde? —pregunta Sofía, intentando sonar casual, aunque sus ojos lo estudian con cuidado.

Alejandro no responde de inmediato. Va directamente al refrigerador y saca una botella de agua. La tensión en su mandíbula es evidente mientras bebe, sus movimientos calculados, como si intentara ignorarla por completo.

—Trabajo —murmura finalmente, sin mirarla.

Sofía asiente, manteniendo la vista fija en su taza de té. No espera una conversación, mucho menos una explicación. Después de todo, Alejandro siempre ha dejado claro que sus vidas, aunque legalmente unidas, permanecen completamente separadas.

—Me imagino que es difícil llevar todo solo —dice, más por romper el silencio que por otra cosa.

Alejandro deja la botella sobre la encimera con un golpe seco. Sus ojos finalmente se encuentran con los de Sofía, y la intensidad de su mirada la obliga a enderezarse un poco más. La rabia que normalmente lo acompaña ha sido sustituida por una especie de agotamiento.

—No necesito tu compasión, Sofía —responde con un tono áspero, aunque hay algo diferente esta vez—. Todo esto, la empresa, las decisiones… es mi responsabilidad. Mi padre me lo dejó porque confiaba en mí. No en ti. Así que ahórrate tus comentarios.

El desprecio en sus palabras la golpea como una ráfaga de aire frío, pero Sofía se ha acostumbrado a esta clase de respuesta. Casi lo espera.

—No era compasión —dice ella, manteniendo su voz calmada—. Solo intentaba ser amable.

Alejandro suelta una risa corta y sin humor. Se apoya en la encimera, cruzando los brazos frente a él, su postura dominante y desafiante.

—Amable —repite—. Eso es nuevo en ti. Todo lo que has hecho desde que llegaste a esta casa ha sido con un objetivo. Incluso casarte con mi padre fue un movimiento calculado, y ahora esto… todo lo que haces está planeado.

Sofía lo mira con los ojos entrecerrados, cada palabra que sale de la boca de Alejandro cargada de veneno. Durante semanas ha intentado razonar con él, ha tratado de no caer en su juego de insultos y acusaciones, pero esta vez algo en su interior se rompe. Se endereza completamente, dejando la taza de té sobre la mesa con más fuerza de la que pretendía.

—¿De verdad crees que lo planeé todo? —pregunta con una voz más baja, pero llena de ira contenida—. ¿De verdad crees que casarme con Fernando fue una decisión fría y calculada? ¿Qué clase de persona piensas que soy, Alejandro?

Él se acerca, sus ojos negros clavados en los de ella, y el espacio entre ambos se acorta de manera peligrosa. La tensión es palpable, y la cercanía de Alejandro la hace sentir atrapada.

—La misma clase de persona que se casaría con un hombre que le doblaba la edad por dinero —responde con frialdad—. No eres más que una oportunista, y lo sabes.

Sofía siente que la rabia le hierve en las venas, y antes de poder detenerse, da un paso hacia él, plantándose firme frente a su pecho. Sus ojos lo desafían a continuar, pero esta vez no va a retroceder.

—¡No tienes idea de lo que fue mi relación con Fernando! —exclama, con una mezcla de dolor y enojo en su voz—. Yo lo amaba, y no por su dinero, ni por lo que pudiera darme. Lo amaba porque me hizo sentir viva cuando más lo necesitaba. Me dio un hogar cuando yo no tenía nada, y tú, Alejandro… —Lo mira con una mezcla de frustración y tristeza—. Tú no puedes ver más allá de tu odio. No puedes ver lo que él fue para mí porque estás demasiado cegado por tu rencor.

Alejandro aprieta los puños, su mandíbula tensa, pero no dice nada. Por primera vez, parece no tener una respuesta lista, como si las palabras de Sofía lo hubieran descolocado. El silencio entre ellos es espeso, y el pulso de Sofía resuena en sus oídos mientras lo observa, esperando que él reaccione.

Finalmente, Alejandro se aparta, rompiendo el contacto visual. Da un paso atrás, sus ojos oscurecidos, y respira profundamente antes de hablar.

—Esto no cambia nada —dice con una voz más controlada, pero aún cargada de tensión—. No importa lo que digas o lo que intentes hacer, Sofía. No confío en ti. Y jamás lo haré.

Sofía siente que un nudo se forma en su garganta, pero se niega a dejar que él vea cuánto la afectan sus palabras. Asiente lentamente, sin bajar la mirada.

—No te estoy pidiendo que confíes en mí —responde, con una calma que apenas logra mantener—. Solo te pido que, por una vez, intentes ver la verdad. Pero claro… supongo que eso es pedir demasiado.

Alejandro la mira por un instante más, como si quisiera decir algo, pero en lugar de eso se da la vuelta y sale de la cocina sin decir una palabra más. Sus pasos se desvanecen por los pasillos de la mansión, dejando a Sofía sola, con el eco de sus propias palabras resonando en el aire.

Se sienta lentamente en una de las sillas, su cuerpo aún temblando por la intensidad del enfrentamiento. Se pregunta si alguna vez Alejandro podrá ver más allá de su odio, si algún día será capaz de comprender que lo que sentía por Fernando era real.

Pero mientras contempla el vapor que se escapa de su taza de té, no puede evitar preguntarse si esta guerra silenciosa entre ellos acabará por destruirlos a ambos antes de que llegue ese momento.

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