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Capítulo 3. Una boda rápida sin noviazgo.

Una semana después, Isabella aceptó la propuesta de casarse con Ethan, a pesar de sus dudas iniciales. Aunque entre ellos no había nada romántico, compartían una bonita amistad que, con el carisma y el buen humor de Ethan, logró convencer a la hermosa joven de convertirse en su esposa. El matrimonio se formalizará mediante un contrato para que Ethan pueda cobrar la herencia que le dejó el magnate Dominique Walton. La ceremonia se celebrará en la más estricta clandestinidad, con solo algunos familiares y amigos cercanos presentes, para evitar que se arme un escándalo en el pueblo. El enlace fue discreto y práctico, sin brillo ni ruido, marcado por la decisión de ambos de no armar escándalo.

El juez Copper, con una mirada seria pero amable, se dirigió a los novios en la elegante, pero austera sala de la mansión.

—Isabella Thompson, Ethan Thomas, están aquí para formalizar su unión. Antes de proceder, debo hacerles algunas preguntas de rigor.

Isabella, nerviosa, apretó la mano de Ethan. El juez continuó:

—Isabella, ¿aceptas a Ethan Thomas como tu legítimo esposo, prometiendo serle fiel en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y a no separarte de él hasta que la muerte los separe?

—Sí, lo acepto —respondió Isabella, con una mezcla de emoción y nerviosismo.

El juez asintió y luego se volvió hacia Ethan.

—Ethan, ¿aceptas a Isabella Thompson como tu legítima esposa, y te comprometes a serle fiel en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y a no separarte de ella hasta que la muerte los separe?

Ethan sonrió, mostrando de nuevo su carisma, incluso en un momento tan formal.

—Sí, la acepto —dijo con firmeza.

—Perfecto. Con estas respuestas, están listos para proceder con la ceremonia. Que esta unión les traiga lo que buscan.

Con las últimas palabras del juez resonando en la sala, ambos se miraron, incrédulos e indecisos, pero una risa nerviosa les salió al reflexionar sobre la osadía de casarse por una herencia. Ethan, en su silla de ruedas, accionó el botón con gracia y extendió su brazo hacia Isabella. Ella, con una mezcla de emoción y determinación, tomó su mano y se dijo a sí misma que ya no había vuelta atrás: estaban casados.

—¿Puedes creer que hemos hecho esto? —preguntó Isabella, riendo suavemente mientras miraba a Ethan.

—Es una locura, ¿verdad? —preguntó Ethan, sonriendo con su característico carisma. —Pero, ¿quién puede resistirse a una buena aventura?

Isabella asintió, sintiendo que, a pesar de lo inusual de la situación, había algo emocionante en este nuevo capítulo de sus vidas.

—Bueno, supongo que ahora somos un equipo, ¿no?

—Así es —dijo Ethan, apretando suavemente su mano. —Y estoy seguro de que juntos podemos enfrentar cualquier cosa que venga.

Con esas palabras llenas de compromiso y fraternidad, Isabella y Ethan se sintieron listos para formar una dupla que no solo se apoyaría mutuamente, sino que también se dedicaría a ayudar a los demás. Isabella, ahora esposa de un magnate especial, se encontraba ante un nuevo mundo lleno de desafíos y oportunidades. Ethan, un joven carismático que se desplazaba en silla de ruedas, no solo debía hacer frente a retos que superaban los de la mayoría, sino que también poseía una determinación y una visión que inspiraban a quienes lo rodeaban.

La vida con Ethan prometía ser un completo desafío, pero también una aventura emocionante. Isabella sabía que estar casada con un hombre tan atractivo y talentoso, a pesar de su discapacidad, traería consigo momentos de alegría y también dificultades.

*****

Horas más tarde…

En el jardín de la majestuosa mansión, Isabella y Ethan se sentaron en un banco de madera, rodeados de flores vibrantes y del suave murmullo de una fuente cercana. La tarde era cálida y el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y anaranjados. Mientras las risas y los murmullos de las empleadas y las madres de ambos resonaban desde la cocina, Isabella miró a su alrededor, sintiendo una mezcla de asombro y nostalgia.

—Es impresionante, ¿verdad? —comentó Ethan, observando la belleza del lugar. —Nunca imaginé que terminaría aquí, en esta mansión, con una vida tan... diferente.

Isabella sonrió, aunque su mirada era un poco distante.

—Sí, es increíble. Pero a veces me pregunto si realmente pertenezco a este mundo. Todo se siente tan... nuevo.

Ethan la miró con curiosidad. —¿Te arrepientes de haberte casado conmigo? Sabes que lo hice por la herencia, ¿verdad? No quiero que sientas que esto es una carga.

—No, no es eso —respondió Isabella rápidamente, sintiendo que debía aclarar sus sentimientos. —Me alegra haberte ayudado. Eres mi amigo y siempre querré lo mejor para ti. Pero... no puedo evitar sentir que esto es un paso demasiado grande.

Ethan asintió, comprendiendo su perspectiva.

—Lo sé. Para mí, esto es un nuevo comienzo. Pero también es un desafío. A veces me pregunto si alguna vez podré ser el tipo de esposo que una mujer merezca.

Isabella lo miró, sorprendida por su sinceridad.

—Ethan, no tienes que ser perfecto. Solo tienes que ser tú mismo. Y eso es suficiente para cualquier mujer.

—Gracias, Isabella. Tu apoyo significa mucho. Pero, ¿y si el amor nunca llega? —preguntó Ethan, con voz llena de incertidumbre.

—Quizás el amor se construya con el tiempo —sugirió Isabella, y Ethan sintió una chispa de esperanza y sonrió, sintiendo un alivio en su corazón.

—Tienes razón, el tiempo lo dirá…

De repente, Elvira y Lisa aparecieron en el jardín con una hermosa mesa decorada con manteles de lino blanco y una variedad de deliciosos platos que habían preparado con esmero. La suave brisa acariciaba sus rostros mientras colocaban la cena. Aunque ambas se sentían algo extrañas ante esa situación tan inusual, decidieron acatar las decisiones de sus hijos con la esperanza de que, de alguna manera, todo saliera bien.

Elvira, la madre de Isabella, miró a su hija y a Ethan con una mezcla de orgullo y preocupación. Aunque la unión de sus hijos había sido más un acuerdo que un romance, en el fondo anhelaba que el amor floreciera entre ellos. Para ella, lo más importante era la felicidad de Isabella y no podía evitar sentir que, a pesar de las circunstancias, había algo especial en la conexión que compartían.

Por su parte, Lisa, la madre de Ethan, observaba con atención a su hijo y a su nueva esposa. Había criado a Ethan sola, enfrentándose a innumerables adversidades, y había aprendido a valorar cada pequeño triunfo. La invalidez de Ethan nunca había sido un obstáculo para ella; al contrario, había sido una fuente de fortaleza y resiliencia. Agradecía profundamente que Elvira no viera a su hijo como un impedimento, sino como un hombre con un corazón noble y un espíritu indomable.

Mientras ambas madres servían la cena, intercambiaron miradas cómplices, como si compartieran un secreto silencioso. Las dos deseaban que sus hijos se enamoraran y encontraran en esa unión algo más que una simple convivencia.

—Espero que les guste lo que hemos preparado —dijo Elvira, rompiendo el silencio, mientras colocaba un plato de pasta en el centro de la mesa. —Hemos preparado tu plato favorito, Isabella.

—Y no nos olvidemos del postre —añadió Lisa con una sonrisa. —Un pastel de chocolate que Ethan siempre ha amado. Es un pequeño recordatorio de que la vida puede ser dulce, incluso en los momentos difíciles.

Isabella y Ethan se miraron y sintieron el apoyo de sus madres a su alrededor. La cena se convirtió en un momento de unión, risas y anécdotas compartidas, mientras el sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de colores cálidos. En ese instante, ambos jóvenes comenzaron a darse cuenta de que, aunque el amor aún no había llegado, había algo valioso que compartían entre ellos.

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