La oscuridad de la noche había envuelto la mansión, y Rachid caminaba por los pasillos, sumergido en los recuerdos de sus momentos con Layla. Cada pensamiento era un recordatorio de lo que había sido y lo que nunca podría volver a ser. Armándose de valor, sabía que no podía seguir evitando el inevitable encuentro. La cena familiar lo esperaba, y con ella, la necesidad de mantener las apariencias.Al entrar al comedor, Rachid vio a sus padres, tíos y Amir ya sentados. Había un lugar vacío que, supuso, sería para Layla. Saludó con una cortesía distante, evitando cualquier muestra de emoción.—Buenas noches a todos —dijo, con un tono controlado.—Rachid, hijo, ven, siéntate —indicó su padre, Hassan, señalando la silla junto a Amir.Rachid asintió y tomó asiento al lado de su hermano, manteniendo su mirada fija en la mesa.—¿Cómo ha sido tu día? —preguntó Amir en voz baja, consciente de la tensión que su hermano debía estar sintiendo.—Igual que cualquier otro —respondió Rachid secamente,
Layla y Amir se encontraban con el doctor nuevamente había llegado a la casa a revisarla. Ambos estaban llenos de emoción por descubrir más sobre sus bebés. Mientras el doctor preparaba el equipo, Amir tomó la mano de Layla, brindándole un apoyo silencioso y reconfortante que sabía que ella necesitaba en ese instante.—Estás nerviosa —dijo Amir, esbozando una sonrisa tranquilizadora.—Un poco —admitió Layla, devolviéndole la sonrisa—. Pero más que nada, estoy emocionada.El doctor se acercó con una sonrisa amable.—Bien, vamos a ver cómo están esos pequeños —dijo, aplicando el gel en el vientre de Layla y encendiendo el monitor de ultrasonido.Mientras el doctor movía el transductor sobre el vientre de Layla, la pantalla cobró vida, mostrando las primeras imágenes borrosas de los gemelos.—Aquí podemos ver a uno de los bebés —explicó el doctor, señalando una pequeña forma en la pantalla—. Todo parece estar en perfecto estado.Layla y Amir observaban fascinados, sus corazones latian al
Los motores del jet privado rugían suavemente mientras cortaban el cielo azul, llevando a Layla hacia un destino que no había elegido. Miraba por la ventana, deseando que las nubes que veía abajo pudieran detener el tiempo, que el océano que brillaba al sol pudiera lavar la decisión de su familia y darle la libertad que tanto anhelaba.—¿Por qué tengo que hacerlo, papá? ¿Por qué yo? —La voz de Layla temblaba mientras buscaba en los ojos de su padre una respuesta que pudiera calmar esa sensación de angustia en su pecho.Su padre, un hombre de rostro serio y marcado por los años, suspiró. Sus ojos, que solían estar llenos de calidez cuando miraba a su hija, ahora reflejaban la resolución de una promesa hecha años atrás.—Layla, yo... nosotros te debemos mucho a la familia de Hassan. Cuando estábamos al borde del abismo, nos extendieron la mano y nos salvaron de la ruina. Hicimos una promesa y ahora debemos cumplirla. Es cuestión de honor.—Pero papá, no tiene sentido. Fui criada aquí,
Mientras Layla y su padre llegaban a la imponente residencia Al-Farsi bajo el brillante sol del día, en otro ala de la vasta mansión, Amir se encontraba en su estudio personal, absorto en sus pensamientos. La luz del día inundaba la habitación a través de las grandes ventanas, arrojando patrones de luz y sombra sobre el elegante mobiliario.La puerta de su estudio se abrió suavemente, y su hermano, a quien todos llamaban Rashid, entró con una expresión de preocupación en su rostro.—Hermano, necesitamos hablar —dijo Rashid, cerrando la puerta tras de sí y acercándose a Amir.Amir se giró para enfrentar a su hermano, su gemelo, nacido apenas minutos después de él. Los dos compartían la misma apariencia apuesta, pero mientras Amir había sido educado para llevar la carga de ser el heredero, Rashid gozaba de una libertad que a Amir a veces envidiaba —Lo sé, Rashid. Lo sé —murmuró Amir reflejando la angustia en su voz.Rashid se sentó junto a él, intentando apoyarlo y prestarle su compren
—Sun, dejemos que tu hija descanse. Una de las sirvientas la llevará a su nueva habitación.El padre de Layla asintió a su amigo acercándose a su hija.—Hassan tiene razón, debes ir a descansar un poco antes de la cena —le dijo a su hija, acariciando de manera fraternal su rostro.No había nada que ella pudiera decir o hacer más que asentir a las palabras dichas por su padre.—Es lo que haré. Señor Hassan, padre — se despidió Layla de ambos, justo en el momento que una de las sirvientas se acercaba a ella para indicar que la siguiera.—Por aquí por favor, señorita.Layla había experimentado un cambio radical en su vida, uno que no podía atribuir únicamente a la voluntad de su padre. Había disfrutado de una vida de lujos gracias a la ayuda del padre de su futuro esposo, y ahora se encontraba en una situación que no había imaginado. La palabra "esposo" resonaba en su mente, causando un estremecimiento en su cuerpo. Sin embargo, en este momento, no era por esa en especial que temblaba, s
Rachid no había dejado de pensar en la mujer que había visto desde el balcón. La futura esposa de su hermano representaba una belleza radiante, y en su mente, se concebía como un trágico desperdicio que tal esplendor se marchitara al lado de un hombre que no la apreciaría como debía. Él, que había conocido a muchas mujeres y que solía cambiar de compañía con frecuencia por su tendencia a aburrirse rápidamente, no recordaba haber quedado jamás tan impresionado por la belleza de una mujer. Aquella visión lo perseguía, marcando un contraste sombrío con la realidad que enfrentarían tanto ella como su hermano en un matrimonio sin amor ni pasión.Mientras su hermano, su padre y el futuro suegro debatían las condiciones del matrimonio, sellando el compromiso, Rachid prefirió escabullirse hacia los jardines. Absorto en sus pensamientos y sin darse cuenta, se encontró en la parte del jardín destinada a las mujeres. Observó la ventana de su futura cuñada iluminada y se acercó, atraído por las v
Rachid sintió que el timbre de voz de Layla era como un regalo para sus oídos, delicado y dulce, capaz de hipnotizarlo como si de una sirena se tratara. Cada palabra que salía de sus labios parecía envolverlo en un encanto que no podía, ni quería, resistir.Tomó con delicadeza su mano, sintiendo una extraña electricidad que le atravesó en el contacto de sus dedos. La ayudó a bajar los dos escalones que separaban el pequeño patio de la habitación y el jardín. Y, en un impulso que ni él mismo entendió, llevó su otra mano al mentón de Layla, alzando su rostro para que sus ojos se encontraran. Se quedaron así, muy cerca el uno del otro, el aire entre ellos parecía cargarse de una energía especial, tuvo que resistirse a besarla recordando que ella era la prometida de su hermano.Observó el sonrojo en el rostro de Layla y pensó que, en ese momento, ella era la definición misma de perfección. Sus ojos brillaban como dos hermosas esmeraldas verdes en medio de la noche, y él sintió el impulso
Amir contemplaba su reflejo en el espejo, percibiendo un inusitado temblor en sus manos. Los nervios se le anudaban en el estómago, en unos minutos se encontraría cara a cara con Layla, su futura esposa. El aire de la habitación parecía más denso, ahogando ligeramente su respiración mientras se intentaba preparar emocionalmente para el encuentro.La puerta de la habitación se abrió suavemente y Rachid, su hermano gemelo, entró en la habitación con una expresión contemplativa. Se acercó, percibiendo la tensión que empapaba cada poro del ser de Amir.—Te ves nervioso, hermano —murmuró Rachid con un tono suave y amigable, apoyando una mano tranquilizadora sobre el hombro de Amir.Amir dejó escapar un suspiro, girándose para enfrentar a su hermano, sus ojos denotando la turbulencia interna que lo asolaba.—Lo estoy, Rachid —admitió con honestidad—. Hoy conoceré a Layla y siento que mi mundo está a punto de cambiar por completo.Amir pausó por un momento, sus ojos buscando la familiaridad