Los motores del jet privado rugían suavemente mientras cortaban el cielo azul, llevando a Layla hacia un destino que no había elegido. Miraba por la ventana, deseando que las nubes que veía abajo pudieran detener el tiempo, que el océano que brillaba al sol pudiera lavar la decisión de su familia y darle la libertad que tanto anhelaba.
—¿Por qué tengo que hacerlo, papá? ¿Por qué yo? —La voz de Layla temblaba mientras buscaba en los ojos de su padre una respuesta que pudiera calmar esa sensación de angustia en su pecho.Su padre, un hombre de rostro serio y marcado por los años, suspiró. Sus ojos, que solían estar llenos de calidez cuando miraba a su hija, ahora reflejaban la resolución de una promesa hecha años atrás.—Layla, yo... nosotros te debemos mucho a la familia de Hassan. Cuando estábamos al borde del abismo, nos extendieron la mano y nos salvaron de la ruina. Hicimos una promesa y ahora debemos cumplirla. Es cuestión de honor.—Pero papá, no tiene sentido. Fui criada aquí, en América. Tengo mis propias creencias, mis sueños, mis amigos... No puedo simplemente abandonar todo eso para casarme con un hombre que ni siquiera conozco. ¿Qué pasa con mi felicidad?Layla sintió cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos, haciendo que las luces del jet brillaran como estrellas distantes. Su padre, con un pesado suspiro, se acercó y tomó su mano con delicadeza.—Lo siento, hija. Sé que es difícil, pero nuestra palabra es nuestra vida. Te prometo, Hassan es un buen hombre, y su hijo Amir es un joven honorable y respetuoso. Te tratarán bien.Pero las palabras de su padre no lograron consolar el corazón roto de Layla. Se sentía atrapada en una red de tradiciones y promesas que no eran suyas, llevada hacia un futuro incierto en el que su voz, su elección, parecían haber sido silenciadas.El jet continuó su vuelo hacia Arabia Saudí, hacia el cumplimiento de una promesa, hacia el entrelazado de dos vidas en un lazo que Layla no había escogido, y mientras las millas pasaban, un sentimiento de pérdida y resignación se asentaba en el alma de la joven, mezclado con la débil esperanza de encontrar un resquicio de luz en la sombra del deber.El jet aterrizó en el aeropuerto de Riyadh, la capital de Arabia Saudí. El sol se reflejaba en las extensas pistas de aterrizaje y los edificios de cristal del aeropuerto brillaban como joyas en el desierto. Layla, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, observó el nuevo mundo que la rodeaba mientras descendían del avión.Al bajar, una figura imponente los esperaba. Era Hassan Al-Farsi, el hombre que había salvado a su familia de la ruina y que ahora reclamaba el cumplimiento de la promesa hecha hace tantos años. Vestía una túnica blanca tradicional, y su semblante serio contrastaba con la sonrisa cordial que ofreció al padre de Layla al saludarlo.—¡Sun! Bienvenido, hermano —dijo Hassan, extendiendo la mano para estrechar la del padre de Layla.Sun devolvió el saludo con un apretón de manos, mientras Layla observaba la interacción con cautela.—Gracias, Hassan. Te presento a mi hija, Layla —dijo Sun, señalando hacia ella con una mano temblorosa.Hassan se volvió hacia Layla y, guardando las distancias, inclinó la cabeza en señal de respeto. Layla, aún nerviosa y confundida, hizo una pequeña reverencia en respuesta, tal como había visto hacer en las películas.—Es un placer conocerte, Layla —dijo Hassan con una voz calmada y autoritaria.—El placer es mío —respondió Layla con voz titubeante, sin saber muy bien cómo manejar la situación.Hassan les indicó un coche negro, una limusina que los estaba esperando. Todos subieron al vehículo, que se deslizó silenciosamente por las calles de la ciudad hacia la lujosa residencia de la familia Al-Farsi.Durante el trayecto, Layla no pudo evitar sentir un miedo creciente en su interior. Todo esto era nuevo para ella: la cultura, el idioma, las expectativas. Su padre, Sun, parecía igualmente nervioso, como si también él dudara de la decisión que había tomado. Había pensado que Hassan nunca reclamaría la promesa, que su hija viviría su vida en América, lejos de las complicaciones de las tradiciones árabes.—No temas, Layla —dijo Sun, notando la tensión en el rostro de su hija—. Estarás bien aquí. La familia Al-Farsi es una de las más respetadas del país.Pero las palabras de su padre hicieron poco para aliviar la ansiedad de Layla mientras la limusina se detenía frente a las imponentes puertas de la mansión Al-Farsi, un palacio en medio del desierto, y un nuevo capítulo en la vida de Layla estaba a punto de comenzar.Layla solo asintió, apretando suavemente la mano de su padre. No quería mostrarse maleducada o ingrata, pero en su interior, un mar de emociones tempestuosas la golpeaba, dejándola herida y vulnerable. Sentía que había sido entregada como una mercancía, una pieza en un tablero de ajedrez en el que no tenía voz ni voto.Cuando la limusina se detuvo frente a la entrada principal de la lujosa mansión, el chofer abrió la puerta y Layla bajó del vehículo. Una extraña sensación de ser observada la inundó, como una brisa suave pero insistente que recorrió su espalda. Levantó la vista instintivamente hacia el gran balcón que se extendía en el segundo piso de la casa.Allí, observándola desde la sombra, estaba un hombre de apariencia impresionante. Su postura era recta y segura, y sus ojos oscuros se clavaban en los de Layla como dos estrellas en la noche del desierto. Layla sintió un calor inexplicable al encontrarse con esa mirada, un magnetismo que la atrajo hacia él, haciendo que el resto del mundo desapareciera en ese instante.El susurro de su padre en su oído rompió el encantamiento.—Ese es Amir, tu futuro esposo.Layla parpadeó, desviando la mirada del hombre en el balcón. Su corazón latía rápidamente en su pecho, y una mezcla de miedo, curiosidad y un atisbo de atracción se agolpaba en su mente. ¿Sería él tan cruel y demandante como las historias que había escuchado sobre matrimonios arreglados? ¿O habría una chispa de bondad y comprensión en esos ojos profundos que la habían cautivado?—Hola, Amir —murmuró Layla, casi para sí misma, con una mezcla de temor y esperanza, mientras se adentraba en el umbral de la gran casa, hacia el desconocido futuro que la aguardaba.Mientras Layla y su padre llegaban a la imponente residencia Al-Farsi bajo el brillante sol del día, en otro ala de la vasta mansión, Amir se encontraba en su estudio personal, absorto en sus pensamientos. La luz del día inundaba la habitación a través de las grandes ventanas, arrojando patrones de luz y sombra sobre el elegante mobiliario.La puerta de su estudio se abrió suavemente, y su hermano, a quien todos llamaban Rashid, entró con una expresión de preocupación en su rostro.—Hermano, necesitamos hablar —dijo Rashid, cerrando la puerta tras de sí y acercándose a Amir.Amir se giró para enfrentar a su hermano, su gemelo, nacido apenas minutos después de él. Los dos compartían la misma apariencia apuesta, pero mientras Amir había sido educado para llevar la carga de ser el heredero, Rashid gozaba de una libertad que a Amir a veces envidiaba —Lo sé, Rashid. Lo sé —murmuró Amir reflejando la angustia en su voz.Rashid se sentó junto a él, intentando apoyarlo y prestarle su compren
—Sun, dejemos que tu hija descanse. Una de las sirvientas la llevará a su nueva habitación.El padre de Layla asintió a su amigo acercándose a su hija.—Hassan tiene razón, debes ir a descansar un poco antes de la cena —le dijo a su hija, acariciando de manera fraternal su rostro.No había nada que ella pudiera decir o hacer más que asentir a las palabras dichas por su padre.—Es lo que haré. Señor Hassan, padre — se despidió Layla de ambos, justo en el momento que una de las sirvientas se acercaba a ella para indicar que la siguiera.—Por aquí por favor, señorita.Layla había experimentado un cambio radical en su vida, uno que no podía atribuir únicamente a la voluntad de su padre. Había disfrutado de una vida de lujos gracias a la ayuda del padre de su futuro esposo, y ahora se encontraba en una situación que no había imaginado. La palabra "esposo" resonaba en su mente, causando un estremecimiento en su cuerpo. Sin embargo, en este momento, no era por esa en especial que temblaba, s
Rachid no había dejado de pensar en la mujer que había visto desde el balcón. La futura esposa de su hermano representaba una belleza radiante, y en su mente, se concebía como un trágico desperdicio que tal esplendor se marchitara al lado de un hombre que no la apreciaría como debía. Él, que había conocido a muchas mujeres y que solía cambiar de compañía con frecuencia por su tendencia a aburrirse rápidamente, no recordaba haber quedado jamás tan impresionado por la belleza de una mujer. Aquella visión lo perseguía, marcando un contraste sombrío con la realidad que enfrentarían tanto ella como su hermano en un matrimonio sin amor ni pasión.Mientras su hermano, su padre y el futuro suegro debatían las condiciones del matrimonio, sellando el compromiso, Rachid prefirió escabullirse hacia los jardines. Absorto en sus pensamientos y sin darse cuenta, se encontró en la parte del jardín destinada a las mujeres. Observó la ventana de su futura cuñada iluminada y se acercó, atraído por las v
Rachid sintió que el timbre de voz de Layla era como un regalo para sus oídos, delicado y dulce, capaz de hipnotizarlo como si de una sirena se tratara. Cada palabra que salía de sus labios parecía envolverlo en un encanto que no podía, ni quería, resistir.Tomó con delicadeza su mano, sintiendo una extraña electricidad que le atravesó en el contacto de sus dedos. La ayudó a bajar los dos escalones que separaban el pequeño patio de la habitación y el jardín. Y, en un impulso que ni él mismo entendió, llevó su otra mano al mentón de Layla, alzando su rostro para que sus ojos se encontraran. Se quedaron así, muy cerca el uno del otro, el aire entre ellos parecía cargarse de una energía especial, tuvo que resistirse a besarla recordando que ella era la prometida de su hermano.Observó el sonrojo en el rostro de Layla y pensó que, en ese momento, ella era la definición misma de perfección. Sus ojos brillaban como dos hermosas esmeraldas verdes en medio de la noche, y él sintió el impulso
Amir contemplaba su reflejo en el espejo, percibiendo un inusitado temblor en sus manos. Los nervios se le anudaban en el estómago, en unos minutos se encontraría cara a cara con Layla, su futura esposa. El aire de la habitación parecía más denso, ahogando ligeramente su respiración mientras se intentaba preparar emocionalmente para el encuentro.La puerta de la habitación se abrió suavemente y Rachid, su hermano gemelo, entró en la habitación con una expresión contemplativa. Se acercó, percibiendo la tensión que empapaba cada poro del ser de Amir.—Te ves nervioso, hermano —murmuró Rachid con un tono suave y amigable, apoyando una mano tranquilizadora sobre el hombro de Amir.Amir dejó escapar un suspiro, girándose para enfrentar a su hermano, sus ojos denotando la turbulencia interna que lo asolaba.—Lo estoy, Rachid —admitió con honestidad—. Hoy conoceré a Layla y siento que mi mundo está a punto de cambiar por completo.Amir pausó por un momento, sus ojos buscando la familiaridad
A medida que el coche avanzaba hacia el centro comercial, Amir luchaba por mantener su postura, su fachada de frialdad y control. A pesar de la corta distancia entre él y Layla, se sentía como si hubiera un abismo entre ellos. Había sido su decisión dejar a las mujeres en el asiento trasero, no solo por razones culturales sino también para poner una barrera física entre él y sus sentimientos.El miedo a ser descubierto, a que la verdad sobre su homosexualidad saliera a la luz, era una sombra que lo perseguía constantemente. Pero peor aún era el pensamiento de condenar a Layla a una vida sin amor, a una existencia vacía junto a un hombre que, por mucho que la respetara y quisiera protegerla, jamás podría amarla de la forma que ella merecía, se sentía culpable y a la vez no quería que ella pudiera ver eso en sus ojos y anular el matrimonio que le serviría de tapadera.Al llegar al centro comercial, Amir se adelantó para abrir la puerta del coche, ayudando primero a su prima y luego a La
Amir observó la tensión entre las dos mujeres. Notó el enrojecimiento de Layla y su respuesta firme, lo que le hizo admirar aún más su fortaleza y autenticidad.—La elección de una joya no siempre debe basarse en su precio, Basima —intervino Amir con voz tranquila pero firme—. A veces, el verdadero valor de una pieza radica en cómo resuena con el corazón de quien la elige. Y si Layla siente que esa joya es la indicada para ella, entonces eso es lo que importa.Aún así su obligación era proteger siempre a su esposa y en ese momento le daría una lección a Basima haciéndole saber que no permitiría que intentara desprestigiarla de ningún modo frente a él.Layla se sintió sumamente halagada y valorada por las palabras de Amir. Esto no solo hizo que su corazón latiera con más fuerza, sino que también reforzó la conexión que habían sentido la noche anterior, aunque no era tan intensa como la de esa noche.Por su parte, Basima tenía el rostro enrojecido, pero no por sentirse halagada, sino má
El atardecer caía sobre la mansión, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. Las sombras se alargaban en el jardín, y Rachid, el hermano gemelo de Amir, caminaba inquieto, tratando de despejar su mente. Siempre había sido el más impulsivo y temerario de los dos, pero este nuevo sentimiento que lo atormentaba era algo que jamás había experimentado.Aunque conocía el secreto más profundo de Amir, y sabía que Layla jamás podría llenar el vacío que existía en el corazón de su hermano, no podía evitar la corriente eléctrica que recorría su cuerpo cada vez que pensaba en ella. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo, Layla hubiese causado tal impacto en él? Cada recuerdo, cada mirada compartida, cada risa, lo atormentaba, especialmente el recuerdo de la noche anterior, cuando había sucumbido a la tentación y la había besado. "¡Maldición, Rachid!", se regañó a sí mismo. No era solo el hecho de que Layla fuera la prometida de Amir, sino que él, Rachid, nunca había creído en el amor. S