5. Perdona mi atrevimiento.

Rachid sintió que el timbre de voz de Layla era como un regalo para sus oídos, delicado y dulce, capaz de hipnotizarlo como si de una sirena se tratara. Cada palabra que salía de sus labios parecía envolverlo en un encanto que no podía, ni quería, resistir.

Tomó con delicadeza su mano, sintiendo una extraña electricidad que le atravesó en el contacto de sus dedos. La ayudó a bajar los dos escalones que separaban el pequeño patio de la habitación y el jardín. Y, en un impulso que ni él mismo entendió, llevó su otra mano al mentón de Layla, alzando su rostro para que sus ojos se encontraran. Se quedaron así, muy cerca el uno del otro, el aire entre ellos parecía cargarse de una energía especial, tuvo que resistirse a besarla recordando que ella era la prometida de su hermano.

Observó el sonrojo en el rostro de Layla y pensó que, en ese momento, ella era la definición misma de perfección. Sus ojos brillaban como dos hermosas esmeraldas verdes en medio de la noche, y él sintió el impulso de acercarse aún más pero logró resistirlo y soltarla.

—Perdona mi atrevimiento —dijo con voz suave, tratando de recuperar su compostura—. No sé qué me ha impulsado a hacer eso, pero... eres realmente hermosa, Layla, creo que seré un hombre muy afortunado tras nuestro matrimonio.

Rachid comenzó a caminar por el jardín, colocando sus manos en la espalda, como en un esfuerzo consciente por resistirse a tocar a Layla de nuevo.

Ella no pudo emitir palabra alguna ante la declaración de su prometido, no solo era su imponente presencia la que la cautivaban, también el timbre de su voz, la profundidad de su mirada, todo en él provocaba y despertaba en Layla sensaciones y emociones que jamás había experimentado en su vida, mucho menos con otro hombre.

—Por favor, acompáñame, Layla. Quiero mostrarte algo muy especial que tenemos en el jardín —dijo, invitándola con una sonrisa suave.

—Si, por favor me gustaría mucho ver eso tan especial que hay en el jardín — ella se sintió aliviada que su voz saliera normal y jovial y no hubiera tartamudeado como solía ocurrir siempre que se encontraba nerviosa y aunque Amir la pusiera nerviosa, no eran de ese tipo de nervios lo que él le provocaba.

Ambos llegaron a la parte más recóndita del jardín, donde un rosal se destacaba por su peculiaridad. Era un rosal con rosas negras, sus pétalos eran de un negro tan profundo que parecían absorber la luz de la luna.

—¿Has visto alguna vez un rosal como este? —preguntó Rachid con un tono de orgullo y admiración en su voz— Son rosas negras, unas flores muy excepcionales y difíciles de encontrar. Solo crecen de forma natural en una pequeña parte de Turquía.

Por supuesto, Layla no había visto jamás un rosal de rosas negras. No creía que un color tan sombrío pudiera otorgar tanta belleza a unas rosas.

—No, jamás había visto rosas negras — mencionó ella, hipnotizada por las flores, llevándola a tocar con las yemas de su mano izquierda los pétalos de una de ellas.

Las rosas negras eran tan hermosas como la mirada de quien ella creía que era Amir, tanto que no pudo evitar buscar la mirada de su futuro esposo.

—Son tan hermosas. Nunca creí que un color tan sobrio y triste pudiera ser tan bello — tuvo que morder su labio inferior para no añadir que las rosas eran tan hermosas como la mirada del hombre a su lado. Sin embargo, no pudo evitar cuestionar el significado de las rosas negras. —Me gustaría saber el significado de las rosas negras. Sé que las rojas son para externar amor, las amarillas, dependiendo del día y la relación, pueden significar amistad o un amor fraternal. Por lo tanto, tengo curiosidad sobre el significado de las rosas negras.

Su acompañante, observándola con una sonrisa cálida, asintió suavemente ante su pregunta, parecía complacido por su interés en las rosas.

—Las rosas negras tienen varios significados. Pueden simbolizar el final de algo, pero también un nuevo comienzo, un renacer. También se asocian a menudo con la muerte, el misterio y la fuerza — explicó él, mirando las rosas negras y luego fijando su mirada en los ojos de Layla —. Aunque para algunos puedan parecer un símbolo de tristeza, para otros son un recordatorio de que incluso en la oscuridad, hay belleza y fortaleza.

Rachid no tardó en sacar una pequeña navaja que llevaba consigo siempre. Aunque pequeña, su diseño era lujoso y refinado. Con destreza, cortó una de esas rosas negras, quitándole cuidadosamente las espinas antes de entregársela a Layla. Sus ojos seguían la danza de sus manos con la flor, maravillado por la delicadeza y la gracilidad de sus movimientos.

—Me gusta pensar — comenzó él mientras le entregaba la rosa — que el significado más bello de las rosas negras es el de la eternidad. Simbolizan un amor eterno, pero no esos amores de cuentos de hadas. Más bien, representan aquellos amores que jamás pudieron realizarse. En mi opinión, los únicos amores eternos que existen son los que no llegan a poder ser.

Los dedos de Rachid acariciaron levemente la mano de Layla al entregarle la rosa. Sintió nuevamente cómo lo recorría aquella electricidad placentera y ya no pudo contenerse más. De forma impulsiva, agarró su mano y la atrajo contra él. Sus corazones palpitaban al unísono, y en un arrebato de deseo incontrolable, rompió la distancia entre sus bocas para besarla. Fue un beso fugaz pero intenso, cargado de un deseo ardiente y una conexión profunda que los dejó a ambos anhelando más.

Al separar sus labios, Rachid sintió un fuego interno que iluminaba cada parte de su ser, un calor que no recordaba haber sentido antes. No era un simple deseo físico; una fuerza invisible que hacía que su corazón latiera al ritmo del de Layla, un sentimiento profundo que lo dejó sin palabras.

Aunque su corazón clamaba por ella, sabía que debía dejarla ir, por respeto a las tradiciones, por respeto a su hermano, por respeto a sí mismo.

Layla se vio superada por las emociones que brotaban en su interior. La conexión con Amir era inesperada, rebasaba cualquier comprensión. El eco de aquel beso resonaba en cada fibra de su ser, uniéndola inexplicablemente a ese hombre que ahora la miraba con ojos llenos de un deseo contenido.

La sensación era atemorizante y embriagadora al mismo tiempo, creando un vaivén de emociones que la hacían sentir viva y, sin embargo, perdida en el vasto universo de sus propios sentimientos. Sentía como si su esencia se hubiera fusionado con la de él, como si hubiera dejado de ser suya para pertenecerle por completo. Frente a esa revelación, Layla reaccionó instintivamente.

Como impulsada por una fuerza invisible, huyó del jardín, del rosal negro y de la mirada de Amir. Corría con el corazón golpeando su pecho, latiendo al ritmo frenético de su huída, mientras la rosa negra descansaba en su mano derecha, un recordatorio tangible de ese momento inesperado.

"Estoy perdida", murmuró para sí misma mientras el viento jugaba con sus cabellos. Aunque parecía un sueño, era consciente de la profunda verdad que esas palabras encerraban. A pesar de la lógica, a pesar de las circunstancias, a pesar de todo, se había enamorado irremediablemente de Amir, el hombre al que pronto llamaría esposo.

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