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2. No puedes casarte con esa mujer.

Mientras Layla y su padre llegaban a la imponente residencia Al-Farsi bajo el brillante sol del día, en otro ala de la vasta mansión, Amir se encontraba en su estudio personal, absorto en sus pensamientos. La luz del día inundaba la habitación a través de las grandes ventanas, arrojando patrones de luz y sombra sobre el elegante mobiliario.

La puerta de su estudio se abrió suavemente, y su hermano, a quien todos llamaban Rashid, entró con una expresión de preocupación en su rostro.

—Hermano, necesitamos hablar —dijo Rashid, cerrando la puerta tras de sí y acercándose a Amir.

Amir se giró para enfrentar a su hermano, su gemelo, nacido apenas minutos después de él. Los dos compartían la misma apariencia apuesta, pero mientras Amir había sido educado para llevar la carga de ser el heredero, Rashid gozaba de una libertad que a Amir a veces envidiaba

—Lo sé, Rashid. Lo sé —murmuró Amir reflejando la angustia en su voz.

Rashid se sentó junto a él, intentando apoyarlo y prestarle su comprensión.

—Amir, no puedes seguir con esto. No puedes casarte con esa mujer. No es justo para ti, ni para ella.

Amir bajó la cabeza, sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas. Sabía que su hermano tenía razón, pero las tradiciones, las expectativas, el honor de su familia pesaban sobre él como una montaña.

—No tengo elección, Rashid. Debo hacerlo por papá, por nuestra familia. Pero tú sabes que... —Amir no pudo terminar la frase, el dolor en su pecho era demasiado agudo.

—Lo sé, hermano. Sé que eres gay, y está bien. Pero esto... esto no está bien. Debes ser honesto contigo mismo y con Layla. No puedes construir una vida feliz sobre una mentira, lárgate de aquí o administra los negocios de la familia desde otro país, hay tantas cosas que podrías hacer para que esto no te condene por el resto de tu vida.

Amir se secó una lágrima rebelde que había escapado de su ojo.

—Temo las consecuencias, Rashid. Temo lo que pueda hacer papá, lo que la gente dirá, lo que me harán... —su voz temblaba — Pueden condenarme a muerte por esto.

Rashid tomó la mano de su hermano entre las suyas, dándole un apretón reconfortante.

—Estoy aquí para ti, hermano. Siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase. Juntos enfrentaremos cualquier tempestad. Pero por favor, piensa en ti, en tu felicidad. No puedes sacrificarte de esta manera.

Amir miró a su hermano a los ojos, tenía una idea que no le gustaría, Rachid lo sabía solo por el brillo en su mirada.

—Rashid, tengo un plan. Solo necesito tener un heredero. Luego simplemente seré un buen esposo que le dará a Layla lo que ella quiera y no la tocaré más. Ella me servirá de tapadera, aunque suene cruel, y yo le proporcionaré cualquier comodidad que ella necesite simplemente por criar a mi hijo. Pero también necesito tu ayuda...

Rashid frunció el ceño, sin entender a qué se refería Amir.

—¿Mi ayuda? ¿Para qué?

Amir respiró hondo antes de continuar.

—Quiero que tú... que tú la embaraces. Tú puedes hacerlo. Tú puedes darle un hijo, y nadie tiene por qué saberlo. Tú y yo somos idénticos, Rashid. Nadie sabrá la diferencia. Nadie, excepto nosotros.

Rashid retrocedió sin saber del todo si se sentía confundido o más bien enojado por la propuesta, era cierto que solía cambiar de parejas, amantes, amigas con derechos varios pero acostarse con alguien que no sabía que era él rayaba en cierto modo en abuso.

Un abuso que no estaba dispuesto a cometer.

—Amir, no. Eso no está bien. No puedo hacer eso. No puedo traicionar a Layla de esa manera, ni a ti, ni a mí mismo. Eso es... eso es inimaginable, hermano. No puedes pedirme que haga eso.

Amir bajó la mirada, su expresión de derrota. Sabía que era una petición descabellada, pero estaba desesperado.

—Lo siento, Rashid. Estoy desesperado. No sé qué hacer. No puedo vivir una mentira toda mi vida, pero tampoco puedo deshonrar a nuestra familia.

Rashid se acercó a su hermano, poniendo una mano en su hombro con compasión.

—Lo entiendo, Amir. Pero esa no es la solución. Juntos encontraremos otra manera, una manera que no cause dolor y traición. Te prometo que te ayudaré en todo lo que pueda, pero eso... eso no puedo hacerlo.

Amir, con una expresión angustiada, agarró las manos de Rashid, mirándolo directamente a los ojos, como buscando la solución en su reflejo.

—Rashid, por favor, entiende... si descubren lo mío, me matarán. Lo sabes tan bien como yo. Nuestra cultura, nuestra familia, nunca lo aceptarán. Temo por mi vida todos los días, y esta parece ser la única solución que garantizaría la seguridad tanto para mí como para Layla y el niño.

Las palabras de Amir pesaban como plomo en el ambiente, su desesperación era palpable, haciendo que Rashid se sintiera atrapado en una encrucijada de emociones y lealtades.

—Amir... —Rashid comenzó, buscando las palabras correctas, pero la verdad era que no las había. La propuesta de su hermano lo había puesto en una posición imposible. Sabía que Amir enfrentaba un peligro real.

Rashid salió al balcón. Sentía su corazón pesado por la conversación con Amir, su mente girando mientras buscaba alguna solución que pudiera salvar a su hermano sin causar más dolor a los demás.

La lujosa limusina negra que había llegado un momento antes, estaba ahora detenida frente a la entrada principal. Rashid, sumido en sus pensamientos, no notó inicialmente la figura que emergía del vehículo. Fue solo cuando Layla bajó del coche y alzó la mirada hacia el balcón que Rashid sintió una extraña conexión. Sus ojos se encontraron y, en ese instante, el mundo pareció detenerse.

Layla, con su cabello oscuro fluyendo suavemente con el viento, parecía una aparición, hermosa y etérea. Sus ojos llenos de curiosidad y un toque de rebeldía, se clavaron en los de Rashid, y en ese momento, el corazón de él, latió con una fuerza sorprendente.

Ambos se quedaron inmóviles, observándose mutuamente, mientras el ruido de fondo de los criados que se apresuraban por recoger el equipaje y las voces de sus padres se desvanecía en un murmullo indistinto.

Rashid se perdió en la mirada de Layla, un hilo invisible los unía a través del espacio que los separaba. Sintió un tirón en su corazón, una sensación que no era capaz de explicar con palabras, como si ambos compartieran un secreto silencioso en ese breve encuentro de miradas.

El momento se rompió cuando Layla fue conducida hacia el interior de la mansión por su padre, y Rashid se quedó allí, todavía en el balcón, el corazón todavía le latía descontroladamente en el pecho, tan fuerte que tuvo que apretar las manos alrededor de la barandilla y centrarse para intentar volver a la realidad.

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