Una notificación llega a su celular y lo toma con pereza, abriendo muchos sus ojos y tensándose cuando lo desbloquea. Me siento para ver qué sucede, porque parece que está en shock.—Son las notas del examen —habla y me mira—. ¡Saqué diecinueve!— ¡Sabía que ibas a sacar buenas notas, pinche mocosa! —le recuerdo, despeinando su cabello con mi mano—. ¿Ves? No tienes por qué tener los pies en la tierra, tu lugar está siempre en la cima.Ella me abraza con ojos aguados y yo la estrecho con fuerza entre mis brazos. Tocan el timbre y mi hermana se limpia el rostro antes de levantarse y abrir la puerta, dejando ver a mi hermano con una sonrisa en el rostro y los brazos extendidos.Montse lo abraza y él se ve orgulloso de su hermana mientras le devuelve el gesto, estrechándola con fuerza y cerrando sus ojos, sonriendo.—Eres increíble, hermanita. Fuiste una de las mejores —la felicita y entra al departamento, mirándome—. Iremos a cenar los tres, para celebrar.Montse me mira y no puedo negar
Amanezco con las energías renovadas y unas inmensas ganas de verle la cara a Sebastián. Quisiera verle otras cosas por supuesto, pero supongo que no se podrá por ahora.Él entra al lugar, todo vestido de negro y con gafas de sol. Me paralizo al verlo, sintiendo que mi corazón se acelera cuando nuestras miradas se cruzan al quitarse los lentes. Me regala un guiño y sonríe de lado, haciéndome suspirar por lo que me giro para que no lo note.Arrogante, pienso y ruedo los ojos.¿Ahora cómo pretendo que no lo he visto como Dios lo trajo al mundo? ¿Cómo finjo que no quiero verlo así, pero en persona y muy de cerca?Recojo mi cabello en una trenza y acomodo mi filipina, alisando las arrugas con mis manos.—Buenos días, sol radiante de la mañana —lo saludo cuando pasa por mi lado—. ¿Amaneciste de buen humor?—De excelente humor, la verdad. Un poco frustrado, pero ya resolveré eso pronto —lanza la indirecta, haciéndome reír un poco.—No lo dudo. Contigo, mismo seguramente —murmuro en respuesta
Llegamos al primer café abierto que vemos y Fede toma mi mano para adentrarme al lugar, tomamos asiento en una mesa para dos cerca del ventanal y de inmediato llega una mesera.—Buenas noches, ¿ya saben qué desean pedir? —nos pregunta con amabilidad.—Dos waffles con topping de chocolate y fresas —pido y la chica me sonríe, asintiendo con timidez.—Yo quiero un café con leche, por favor —habla Federica luego de carraspear, obteniendo nuestra atención—. ¿Y tú, niño bonito?—Lo mismo, gracias —respondo, sonriéndole a la mesera.La chica nos dice que en unos minutos nos trae nuestro pedido y yo acaricio mi barbilla, observando a Federica.— ¿Qué fue eso? —pregunto.— ¿De qué hablas? —pregunta, frunciendo el ceño.—No sé, sentí que te cayó mal la mesera —comento en tono burlón.—Pff —bufa, rodando los ojos—. ¿Por qué me tendría que caer mal si no la conozco?—No sé, tal vez porque se puso nerviosa por mi atractivo —bromeo y ella me mira, alzando una ceja como si no pudiera creer lo que aca
Luego de convencerla de que, al menos, comiera conmigo y bebiera una copa de champán, salimos de la habitación para acompañarla hasta su casa. Nos sentamos juntos el uno al lado del otro y busco su mano para entrelazarla con la mía, capturando así su atención.Ella me sonríe un poco y, con su mano libre, acaricia mi mejilla antes de darme un beso allí. El carro se detiene al rato y yo suspiro, sin querer que se vaya.Ella abre la puerta y salimos del carro, ya que quiero acompañarla hasta la entrada de su casa. Nos miramos por unos segundos sin saber qué decir y llevo mi mano a su cuello para quitar el cabello de su hombro. Noto que traga saliva con dificultad cuando me acerco y rozo nuestras narices, sin dejar de mirarle antes de juntar nuestros labios en un beso lento, suave y… diferente.Puedo escucharla suspirar en medio del ósculo y cuando nos separamos, ella abre los ojos parpadeando con lentitud.—Nos vemos mañana, caramelo de jengibre —le digo y rueda los ojos, riéndose—. Que
Me adentro en la oficina de mi hermano y me siento frente a él. Está hablando por teléfono y me hace una seña para que espere, luego corta.—Necesito tu ayuda —hablo. Él alza las cejas, seguro sorprendido ante mis palabras—. Bueno, no soy yo quien la necesita exactamente. El punto es que necesito al abogado de la familia.—Sebas, ¿pasó algo? —inquiere, enderezándose en su puesto. Me mira con preocupación y yo niego con la cabeza—. ¿Por qué necesitas a Juárez?—Tengo una amiga que lo necesita, ella es de la pastelería. Queremos llevar a juicio su caso, para que así atestigüe —le comento.— ¿Cuál es su situación? —inquiere, recargándose de nuevo del espaldar.—Violencia doméstica —respondo y él suspira, acariciando su sien.—Hablaré con Juárez y me encargaré de todo —afirma, mirándome—. ¿Se encuentra bien?—Si bien es estar con un ojo morado e hinchado al punto de que no puede abrirlo y un embarazo causa de una violación… —respondo, bajando la mirada.—Joder, Sebas. ¿Tú estás bien? —pre
Han sido unos días de mierda. Federica pasa de mí y solo me trata cuando es estrictamente necesario, todos lo notan en la pastelería. Por otro lado, Mauricio está mucho peor que yo en cuanto a actitud. Algo lo tiene cabreado o frustrado, pero no sé qué es exactamente.Aunque creo que su problemilla tiene nombre y apellido.—A ver, carnal. ¿Yo qué iba a saber que te gustaba tu jefa? —pregunta Daniel, trayéndome de vuelta a tierra.—No me gusta —respondo, mirándolo.—Entonces ¿por qué te molestó que quisiera salir con ella? —pregunta y yo ruedo los ojos.—Porque el postre no se comparte, cabrón —mascullo, desviando la mirada—. Estamos… estábamos cogiendo.— ¿Y qué tal? —pregunta, sonriendo de lado y trata de hacerme cosquillas.—Pues es increíble, no lo voy a negar. Nuestros cuerpos se entienden a la perfección. Es la forma de alzar la banderita blanca entre nosotros, de resto nos repelemos.—Suena a que te endulzó demasiado, compadre —se burla, palmeando mi hombro—. Mira, tu jefa es mu
En un abrir y cerrar de ojos, la semana ya está acabando. Federica y yo nos llevamos bien de nuevo, solo que… es un trato distinto. Me habla con un buen tono, me sonríe si digo algo gracioso, pero no está allí la tensión de antes.Está presente, pero la siento distante y eso me tiene cabreado.El día termina y me encamino a mi casillero para cambiarme. Federica se coloca a mi lado y me mira, regalándome una sonrisa tan pequeña como fugaz y yo suspiro. Revisa su celular y frunce el ceño antes de volverlo a guardar.—Eh, ¿Sebas? —pregunta y yo le observo. Ella mira a su alrededor y se acerca un poco más—. ¿Crees que puedas darme el aventón a mi casa hoy? Gabriela me pidió que no la fuera a buscar hoy.—Sabes que no tengo ningún problema —le digo, sonriendo y ella afirma, desviando la mirada.—Gracias —responde.Todos empiezan a irse de a poco hasta dejarnos solos. Federica está terminando de arreglar unas cosas y se pone de puntas para tratar de alcanzar el último eslabón del estante do
NARRA FEDEEstos días han sido terribles para mí. ¡Maldita sea! ¿Por qué dejé que siquiera me besara? Ahora menos puedo sacarme a Sebastián de la cabeza, ni del cuerpo… ni del corazón.No sé en qué estaba pensando cuando me adentré en este estúpido juego, si sabía que tenía que alejarme o terminaría con el corazón hecho trizas. ¿A quién engaño? Claro que sé en qué pensaba, en que tal vez no sería tan malo como pensaba, en darle una oportunidad y que, tal vez, con el tiempo sentiría lo mismo que yo.Gabriela sale del baño con cara de pocos amigos y se recuesta en la cama, suspirando. Lleva días con un humor de perros, no sé muy bien por qué. A veces la miro y siento que, así como yo le estoy ocultando cosas, ella me las está escondiendo a mí también y no me gusta. Somos uña y mugre, detesto el abismo que ha surgido entre nosotras y estoy segura de que tiene, al menos, el mismo apellido: Díaz.¿Qué pudo haberle hecho Mauricio para que ella no pudiera ni verlo? Porque sí, tiene una perso