21.

Me adentro en la oficina de mi hermano y me siento frente a él. Está hablando por teléfono y me hace una seña para que espere, luego corta.

—Necesito tu ayuda —hablo. Él alza las cejas, seguro sorprendido ante mis palabras—. Bueno, no soy yo quien la necesita exactamente. El punto es que necesito al abogado de la familia.

—Sebas, ¿pasó algo? —inquiere, enderezándose en su puesto. Me mira con preocupación y yo niego con la cabeza—. ¿Por qué necesitas a Juárez?

—Tengo una amiga que lo necesita, ella es de la pastelería. Queremos llevar a juicio su caso, para que así atestigüe —le comento.

— ¿Cuál es su situación? —inquiere, recargándose de nuevo del espaldar.

—Violencia doméstica —respondo y él suspira, acariciando su sien.

—Hablaré con Juárez y me encargaré de todo —afirma, mirándome—. ¿Se encuentra bien?

—Si bien es estar con un ojo morado e hinchado al punto de que no puede abrirlo y un embarazo causa de una violación… —respondo, bajando la mirada.

—Joder, Sebas. ¿Tú estás bien? —pre
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