18.

Amanezco con las energías renovadas y unas inmensas ganas de verle la cara a Sebastián. Quisiera verle otras cosas por supuesto, pero supongo que no se podrá por ahora.

Él entra al lugar, todo vestido de negro y con gafas de sol. Me paralizo al verlo, sintiendo que mi corazón se acelera cuando nuestras miradas se cruzan al quitarse los lentes. Me regala un guiño y sonríe de lado, haciéndome suspirar por lo que me giro para que no lo note.

Arrogante, pienso y ruedo los ojos.

¿Ahora cómo pretendo que no lo he visto como Dios lo trajo al mundo? ¿Cómo finjo que no quiero verlo así, pero en persona y muy de cerca?

Recojo mi cabello en una trenza y acomodo mi filipina, alisando las arrugas con mis manos.

—Buenos días, sol radiante de la mañana —lo saludo cuando pasa por mi lado—. ¿Amaneciste de buen humor?

—De excelente humor, la verdad. Un poco frustrado, pero ya resolveré eso pronto —lanza la indirecta, haciéndome reír un poco.

—No lo dudo. Contigo, mismo seguramente —murmuro en respuesta
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