10.

El día termina y estoy agotado. A pesar de que las batidoras de pedestal nos quitan mucho esfuerzo físico, los movimientos envolventes que requieren algunos postres me han dejado los músculos de los hombros tensos y adoloridos.

Todos están despidiéndose de Federica, quien aún viste el uniforme de la pastelería. Ella les sonríe, pero se nota el cansancio en sus ojos.

Yo abro mi casillero para buscar mi ropa y me quito la filipina sin pudor alguno, dejando al descubierto la parte superior de mi cuerpo. Escucho un suspiro tras de mí y luego el motor de una batidora al encender.

Frunzo el ceño y volteo para ver a Federica apoyada sobre la mesa con los ojos cerrados. Su cabeza está apoyada sobre la mano y pierde el equilibrio, abriendo los ojos de repente.

—Mm, ¿qué haces todavía aquí? —pregunta, enderezándose en su puesto mientras vigila la mezcla que está haciendo.

—Lo mismo te pregunto —respondo, acercándome a la mesa de trabajo, cruzándome de brazos.

— ¿Al menos puedes ponerte la camis
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