El tiempo parecía correr a gran velocidad en la vida de Margaret. Su embarazo avanzaba rápidamente, y su barriguita ya era notoria. Pronto, estaría dando a luz. En la oficina, Armando, su hermano, estaba sentado en el sofá, observándola mientras ella revisaba unos documentos detrás del escritorio.— ¿Exactamente de cuánto estás? — preguntó Armando, rompiendo el silencio.— Treinta y cinco semanas — respondió Margaret sin levantar la vista de los papeles. En su mente rondaba la extraña forma en que la empresa de Emiliano seguía funcionando sin él. No es que le molestara, pero hasta ahora, no había conocido al nuevo director.— Explícame... — pidió su hermano, trayéndola de nuevo a la realidad.Finalmente, Margaret levantó la cabeza y lo miró.— Si todo sale bien, en cuatro semanas estará con nosotros — respondió.— ¿Y si no sale bien? — cuestionó Armando, con una mirada preocupada.— Se darán cuenta — respondió ella, dejando los documentos y recostándose en la silla —. Estoy bien, Arman
Margaret se encontraba en su habitación, preparándose para ir a la oficina. La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, creando un ambiente cálido y acogedor. Se miró en el espejo, alisando su blusa con las manos mientras pensaba en la reunión importante que tenía ese día. De repente, un dolor agudo bajo el vientre la hizo doblarse de dolor.— ¡Mierda! — masculló entre dientes. Habían pasado tres semanas y media, casi cuatro, lo que significaba que su bebé ya quería estar en el mundo —. ¡Armando! — llamó, esperando que apareciera rápidamente —. ¡Armando!Su hermano apareció en la puerta, con una expresión de preocupación en su rostro.— ¿Qué sucede que gritas tan temprano? — preguntó, pero guardó silencio cuando vio a su hermana encorvada, sosteniéndose de la pared —. ¿Sucede algo?— Ya viene... — gimió Margaret, con el rostro contorsionado por el dolor —. Ya viene el bebé.Armando se alarmó y rápidamente se acercó a ella, guiándola hacia la salida de la casa. Su corazón
La nochebuena estaba en su apogeo en el acogedor departamento de Margaret. La mesa estaba bellamente adornada con velas y adornos navideños, y estaba repleta de deliciosos platillos tradicionales. Margaret, sentada en la cabecera de la mesa, miraba a su alrededor con una sonrisa nostálgica. A su lado estaban sus amigos más cercanos, Lily y Sofía, y su hermano Armando. Aunque algunos familiares habían decidido pasar las fiestas fuera de la ciudad, el cálido ambiente en su hogar era innegable.— Es una noche estupenda, Marge. Estoy feliz de pasarla con ustedes — dijo Lily, rompiendo el silencio con una sonrisa.Margaret la miró con cariño y recordó un momento del pasado.— ¿Recuerdas cuando tropecé con el pastel? — preguntó Margaret con una sonrisa traviesa.Lily rio, recordando claramente aquel día.— ¡Ese fue uno de los días más vergonzosos y felices desde que te conocí! — dijo Lily entre risas —. Su cara estaba repleta de masa con chantillí.Armando, fingiendo estar ofendido, intervi
El zumbido del avión era un eco constante en los oídos de Margaret mientras observaba cómo las nubes se deslizaban bajo las alas. Regresaba a casa después de años en el extranjero, un retorno que debería haber sido motivo de alegría, pero en cambio dejaba un sabor amargo en su boca. ¿Por qué ahora? Se preguntó, mientras el paisaje cambiaba de azul a un océano de nubes y finalmente a la tierra que conocía tan bien.Margaret nunca había sido la favorita en su familia. Siempre había sido la que se quedaba atrás, la que no encajaba en el molde que sus padres y hermanos habían creado para ella. La decisión de enviarla al extranjero, lejos de todo lo que conocía, había sido solo una confirmación más de su insignificancia en el esquema familiar.Pero ahora, de repente, la invitaban de vuelta. Una invitación para la boda de su hermana, un gesto que le había dejado perpleja. ¿Por qué ahora, después de todo este tiempo?El avión aterrizó con un suave golpe, trayéndola de vuelta a la realidad. M
El pedido de Emily golpeó a Margaret como un puñetazo en el estómago, dejándola sin aliento y tambaleándose en el umbral de la sala de estar. No podía aceptarlo. La idea de llevar un hijo para su propia hermana la llenaba de repulsión y horror.— ¿Cómo que no vas a ayudarme? — gritó Emily, ignorando a su madre que acaba de ingresar y hacer una pregunta.— Madre, Emily pidió que sea su sustituta y yo…, yo la verdad no puedo acceder a algo como eso. — Miró a su hermana —. Lo siento, Emily, pero simplemente no puedo hacerlo.Su voz salió temblorosa, tratando de mantener la compostura mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.La mirada de Emily se volvió fría y calculadora, sus labios curvándose en una sonrisa que enviaba escalofríos por la espalda de Margaret.— Oh, claro, ¿por qué deberías hacer algo por tu propia familia, verdad, Margaret? — espetó con veneno en cada palabra —. Siempre has sido egoísta y egocéntrica.Margaret se estremeció ante el ton
La boda de Emiliano se desvaneció en una bruma de vino y deberes. La presión del evento, mezclada con el peso de las expectativas familiares, lo empujó hacia una espiral de incertidumbre y desesperación. Aún no podía comprender por qué había aceptado unirse a la hija de los Torres y someterse a los deseos de su abuelo, incluso cuando la enfermedad de este último se había convertido en una espada pendiendo sobre su cabeza.— Odio toda esta situación — susurró para sí mismo —. Lo odio tanto.La noche caía pesadamente sobre sus hombros mientras se retiraba a su habitación, sus pasos pesados resonando en el silencio cargado. Allí, en la penumbra, apareció ella: su recién esposa, enmascarada, una figura etérea que parecía pertenecer a un sueño.Emiliano apenas alzó la mirada, agradecido por la máscara que ocultaba los rasgos de su compañera. La distancia proporcionada por el disfraz le permitió mantenerse alejado de la dolorosa realidad de su situación.Ella se acercó con gracia, llevando
El sol apenas comenzaba a filtrarse tímidamente por las cortinas cuando Margaret se despertó, sintiendo un dolor punzante en la parte inferior de su cuerpo. Un escalofrío recorrió su espalda cuando recordó los eventos de la noche anterior, y un rubor caliente subió por sus mejillas al darse cuenta de la intimidad compartida con su cuñado.Miró hacia su lado y vio a Emiliano, profundamente dormido. Era innegablemente apuesto, y el recuerdo de la pasión compartida solo intensificó la timidez que la invadía.Con cuidado, se deslizó de la cama, tratando de no despertarlo. La vergüenza pesaba en su corazón mientras vestía su ropa, consciente de la mirada de desaprobación que seguramente su hermana le lanzaría si la encontraba allí.Con un suspiro, abrió la puerta de la habitación y se encontró cara a cara con su Emily. El silencio entre ellas era ensordecedor, lleno de reproches no pronunciados y desaprobación contenida. Margaret bajó la mirada, incapaz de soportar el peso de la mirada de
Margaret se encontraba atrapada en un torbellino de emociones desde el momento en se entregó a ese hombre. Cada día, sometiéndose a la prueba de embarazo, esperaba ansiosamente el veredicto que confirmara lo que ya sabía en su corazón. Dos semanas después de aquella noche con su cuñado, el pequeño dispositivo mostró las dos líneas que anunciaban su maternidad. Un tumulto de emociones la inundó: la alegría de dar vida, pero también el peso abrumador de un compromiso que no esperaba. Con manos temblorosas, tomó su teléfono celular y marcó el número de Emily, su hermana. Justo cuando estaba a punto de revelarle la noticia, la puerta se abrió de par en par y Emily entró en la casa, seguida de cerca por su cuñado. Los ojos de Margaret se encontraron con los de Emiliano, llenos de una complicidad incómoda, e ignorante de la verdad. Se sentía mal por convertirlo en una víctima de las mentiras de su familia. Sabía que debía contarle a su hermana, pero temía la reacción que tendría. Al fin