03 - Entregada a él.

La boda de Emiliano se desvaneció en una bruma de vino y deberes. La presión del evento, mezclada con el peso de las expectativas familiares, lo empujó hacia una espiral de incertidumbre y desesperación. Aún no podía comprender por qué había aceptado unirse a la hija de los Torres y someterse a los deseos de su abuelo, incluso cuando la enfermedad de este último se había convertido en una espada pendiendo sobre su cabeza.

— Odio toda esta situación — susurró para sí mismo —. Lo odio tanto.

La noche caía pesadamente sobre sus hombros mientras se retiraba a su habitación, sus pasos pesados resonando en el silencio cargado. Allí, en la penumbra, apareció ella: su recién esposa, enmascarada, una figura etérea que parecía pertenecer a un sueño.

Emiliano apenas alzó la mirada, agradecido por la máscara que ocultaba los rasgos de su compañera. La distancia proporcionada por el disfraz le permitió mantenerse alejado de la dolorosa realidad de su situación.

Ella se acercó con gracia, llevando consigo un vaso de agua. Emiliano lo aceptó con una mano temblorosa, sin detenerse a considerar las implicaciones. Estaba sumido en su propia desesperación, incapaz de ver más allá del túnel oscuro en el que se encontraba atrapado.

— ¿Quieres hacerlo? — Margaret asintió. No tenía intenciones de hablar y que la descubran —. Igual, no tienes opción. Las reglas ya están hechas.

El agua fresca tocó sus labios, y Emiliano sintió un hormigueo en la piel. La excitación comenzó a arder en su pecho, avivada por la droga que se deslizaba sin que él lo supiera por su garganta.

Un susurro escapó de sus labios mientras se inclinaba hacia ella, su aliento mezclándose con el aire cargado de la habitación.

— Tienes un olor dulce — murmuró, sus palabras cargadas de una pasión nacida de la confusión y el deseo reprimido.

Emiliano observaba a la mujer frente a él, con una mezcla de deseo y cautela. Aunque sabía que algo en ella parecía diferente, la atracción que sentía hacia ella seguía siendo poderosa e irresistible.

Los labios de ella respondieron a los suyos con un fervor igualmente ardiente, y en ese momento la habitación se llenó con la electricidad de una conexión inesperada y Emiliano se vio inundado por una oleada de emociones abrumadoras. El roce de sus labios contra los suyos era suave y tentador, provocando un cosquilleo que recorría su cuerpo y hacía que su piel se erizara de placer.

— ¡Ah! — gimió Margaret, cuando el hombre la embistió con dureza.

Parecía una muñeca frágil bajo sus brazos.

Cada movimiento de la mujer contra él, cada susurro y gemido que escapaba de sus labios, enviaba una corriente eléctrica directamente a su núcleo, encendiendo un fuego que amenazaba con consumirlo por completo. Emiliano se sintió perdido en el momento, completamente entregado a la pasión que los envolvía.

El aroma embriagador de la mujer llenaba sus sentidos, y el hombre se vio envuelto en una neblina de deseo y lujuria. Sus manos exploraban cada centímetro de su piel, deseando descubrir todos los secretos que ella guardaba en su interior.

— Eres exquisita — susurró sobre su boca Emiliano, jadeante.

Los sonidos bajos que ella emitía con cada movimiento alimentaban aún más su deseo, incitándolo a perderse aún más en el éxtasis del momento. Emiliano se dejó llevar por la intensidad del momento, entregándose por completo a la mujer que creía que era su esposa.

Pero entre los besos y caricias, Margaret se sentía abrumada por la timidez y la incertidumbre. Era su primera vez con un hombre, y era el esposo de su hermana, y la responsabilidad de quedar embarazada pesaba sobre ella como una losa. A pesar de su determinación, la timidez la envolvía como una fina capa de niebla, haciendo que cada movimiento fuera torpe y vacilante.

Emiliano, sin embargo, parecía ajeno a sus dudas, consumido por el deseo y la pasión del momento. Sus manos exploraban el cuerpo de Margaret con una urgencia feroz, mientras sus labios buscaban los suyos con avidez.

En la quietud de la noche, dos almas perdidas se encontraron, buscando consuelo en los brazos del otro. A pesar de las circunstancias desfavorables que los rodeaban, encontraron un momento de paz en medio del caos de sus vidas entrelazadas.

— Espero con esto quedes embarazada — susurró el hombre, acomodándose a su lado con los ojos cerrados —. Y todo se acabe.

Es como si recobrara el sentido de repente, y se olvidara de todo lo que pasó minutos antes. Por una fracción de segundos, Margaret se sintió vulgar, pero luego ese sentimiento fue reemplazado por el dolor de saber que, si quedaba embarazada, su bebé estaría en manos de un hombre frío, y de una mujer que no lo querría.

Sin embargo, descartó cualquier posibilidad de sentirse apenada, porque lo estaba haciendo por su familia, y pensó, que su hermana también se estaba sacrificando por lo mismo al casarse con él.

Estaba equivocada.

Mientras tanto, afuera de la habitación, se encontraba Emily con su madre, discutiendo por la tardanza de su hermana.

— Yo creo que fue un error, madre. Ella ahora está con él. Revolcándose como una prostituta con mi esposo — gruñe —. Podíamos buscar una puta de cualquier agencia.

— Debes calmarte hija…

— ¿Cómo quieres que me calme? Esa zorra está ahí dentro, mientras yo estoy aquí esperando mi turno…

— Tenía que ser así. Debíamos asegurarnos de que lleve nuestro ADN familiar siquiera, por cualquier cosa que pueda pasar — le dijo su madre, tomándole con fuerza del brazo —. En unos minutos más, ella saldrá de esa habitación y entrarás tú. No pensarás en nada más.

— Pero…

— Pero nada. No me hagas enojar, niña — graznó su madre, logrando con eso, que su niña se calme.

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