La boda de Emiliano se desvaneció en una bruma de vino y deberes. La presión del evento, mezclada con el peso de las expectativas familiares, lo empujó hacia una espiral de incertidumbre y desesperación. Aún no podía comprender por qué había aceptado unirse a la hija de los Torres y someterse a los deseos de su abuelo, incluso cuando la enfermedad de este último se había convertido en una espada pendiendo sobre su cabeza.
— Odio toda esta situación — susurró para sí mismo —. Lo odio tanto.
La noche caía pesadamente sobre sus hombros mientras se retiraba a su habitación, sus pasos pesados resonando en el silencio cargado. Allí, en la penumbra, apareció ella: su recién esposa, enmascarada, una figura etérea que parecía pertenecer a un sueño.
Emiliano apenas alzó la mirada, agradecido por la máscara que ocultaba los rasgos de su compañera. La distancia proporcionada por el disfraz le permitió mantenerse alejado de la dolorosa realidad de su situación.
Ella se acercó con gracia, llevando consigo un vaso de agua. Emiliano lo aceptó con una mano temblorosa, sin detenerse a considerar las implicaciones. Estaba sumido en su propia desesperación, incapaz de ver más allá del túnel oscuro en el que se encontraba atrapado.
— ¿Quieres hacerlo? — Margaret asintió. No tenía intenciones de hablar y que la descubran —. Igual, no tienes opción. Las reglas ya están hechas.
El agua fresca tocó sus labios, y Emiliano sintió un hormigueo en la piel. La excitación comenzó a arder en su pecho, avivada por la droga que se deslizaba sin que él lo supiera por su garganta.
Un susurro escapó de sus labios mientras se inclinaba hacia ella, su aliento mezclándose con el aire cargado de la habitación.
— Tienes un olor dulce — murmuró, sus palabras cargadas de una pasión nacida de la confusión y el deseo reprimido.
Emiliano observaba a la mujer frente a él, con una mezcla de deseo y cautela. Aunque sabía que algo en ella parecía diferente, la atracción que sentía hacia ella seguía siendo poderosa e irresistible.
Los labios de ella respondieron a los suyos con un fervor igualmente ardiente, y en ese momento la habitación se llenó con la electricidad de una conexión inesperada y Emiliano se vio inundado por una oleada de emociones abrumadoras. El roce de sus labios contra los suyos era suave y tentador, provocando un cosquilleo que recorría su cuerpo y hacía que su piel se erizara de placer.
— ¡Ah! — gimió Margaret, cuando el hombre la embistió con dureza.
Parecía una muñeca frágil bajo sus brazos.
Cada movimiento de la mujer contra él, cada susurro y gemido que escapaba de sus labios, enviaba una corriente eléctrica directamente a su núcleo, encendiendo un fuego que amenazaba con consumirlo por completo. Emiliano se sintió perdido en el momento, completamente entregado a la pasión que los envolvía.
El aroma embriagador de la mujer llenaba sus sentidos, y el hombre se vio envuelto en una neblina de deseo y lujuria. Sus manos exploraban cada centímetro de su piel, deseando descubrir todos los secretos que ella guardaba en su interior.
— Eres exquisita — susurró sobre su boca Emiliano, jadeante.
Los sonidos bajos que ella emitía con cada movimiento alimentaban aún más su deseo, incitándolo a perderse aún más en el éxtasis del momento. Emiliano se dejó llevar por la intensidad del momento, entregándose por completo a la mujer que creía que era su esposa.
Pero entre los besos y caricias, Margaret se sentía abrumada por la timidez y la incertidumbre. Era su primera vez con un hombre, y era el esposo de su hermana, y la responsabilidad de quedar embarazada pesaba sobre ella como una losa. A pesar de su determinación, la timidez la envolvía como una fina capa de niebla, haciendo que cada movimiento fuera torpe y vacilante.
Emiliano, sin embargo, parecía ajeno a sus dudas, consumido por el deseo y la pasión del momento. Sus manos exploraban el cuerpo de Margaret con una urgencia feroz, mientras sus labios buscaban los suyos con avidez.
En la quietud de la noche, dos almas perdidas se encontraron, buscando consuelo en los brazos del otro. A pesar de las circunstancias desfavorables que los rodeaban, encontraron un momento de paz en medio del caos de sus vidas entrelazadas.
— Espero con esto quedes embarazada — susurró el hombre, acomodándose a su lado con los ojos cerrados —. Y todo se acabe.
Es como si recobrara el sentido de repente, y se olvidara de todo lo que pasó minutos antes. Por una fracción de segundos, Margaret se sintió vulgar, pero luego ese sentimiento fue reemplazado por el dolor de saber que, si quedaba embarazada, su bebé estaría en manos de un hombre frío, y de una mujer que no lo querría.
Sin embargo, descartó cualquier posibilidad de sentirse apenada, porque lo estaba haciendo por su familia, y pensó, que su hermana también se estaba sacrificando por lo mismo al casarse con él.
Estaba equivocada.
Mientras tanto, afuera de la habitación, se encontraba Emily con su madre, discutiendo por la tardanza de su hermana.
— Yo creo que fue un error, madre. Ella ahora está con él. Revolcándose como una prostituta con mi esposo — gruñe —. Podíamos buscar una puta de cualquier agencia.
— Debes calmarte hija…
— ¿Cómo quieres que me calme? Esa zorra está ahí dentro, mientras yo estoy aquí esperando mi turno…
— Tenía que ser así. Debíamos asegurarnos de que lleve nuestro ADN familiar siquiera, por cualquier cosa que pueda pasar — le dijo su madre, tomándole con fuerza del brazo —. En unos minutos más, ella saldrá de esa habitación y entrarás tú. No pensarás en nada más.
— Pero…
— Pero nada. No me hagas enojar, niña — graznó su madre, logrando con eso, que su niña se calme.
El sol apenas comenzaba a filtrarse tímidamente por las cortinas cuando Margaret se despertó, sintiendo un dolor punzante en la parte inferior de su cuerpo. Un escalofrío recorrió su espalda cuando recordó los eventos de la noche anterior, y un rubor caliente subió por sus mejillas al darse cuenta de la intimidad compartida con su cuñado.Miró hacia su lado y vio a Emiliano, profundamente dormido. Era innegablemente apuesto, y el recuerdo de la pasión compartida solo intensificó la timidez que la invadía.Con cuidado, se deslizó de la cama, tratando de no despertarlo. La vergüenza pesaba en su corazón mientras vestía su ropa, consciente de la mirada de desaprobación que seguramente su hermana le lanzaría si la encontraba allí.Con un suspiro, abrió la puerta de la habitación y se encontró cara a cara con su Emily. El silencio entre ellas era ensordecedor, lleno de reproches no pronunciados y desaprobación contenida. Margaret bajó la mirada, incapaz de soportar el peso de la mirada de
Margaret se encontraba atrapada en un torbellino de emociones desde el momento en se entregó a ese hombre. Cada día, sometiéndose a la prueba de embarazo, esperaba ansiosamente el veredicto que confirmara lo que ya sabía en su corazón. Dos semanas después de aquella noche con su cuñado, el pequeño dispositivo mostró las dos líneas que anunciaban su maternidad. Un tumulto de emociones la inundó: la alegría de dar vida, pero también el peso abrumador de un compromiso que no esperaba. Con manos temblorosas, tomó su teléfono celular y marcó el número de Emily, su hermana. Justo cuando estaba a punto de revelarle la noticia, la puerta se abrió de par en par y Emily entró en la casa, seguida de cerca por su cuñado. Los ojos de Margaret se encontraron con los de Emiliano, llenos de una complicidad incómoda, e ignorante de la verdad. Se sentía mal por convertirlo en una víctima de las mentiras de su familia. Sabía que debía contarle a su hermana, pero temía la reacción que tendría. Al fin
— Amor, ¿qué haces aquí? — preguntó la joven, fingiendo dolor. Supuestamente había tenido un parto por cesárea, pues eso era una excusa más creíble. Tanto Emiliano como Margaret fruncieron el ceño ante una pregunta tan tonta. Obvio que él estaría allí presente. — Con mi hijo, Emily. — Sí, cierto. Lo siento. Es que aún estoy un poco débil. Necesito descansar, pero me encantaría ir a casa, amor. Emiliano solo asintió. Margaret sabía que su hermana, Emily, había estado ansiosa por llevarse al bebé consigo desde el momento en que descubrieron el embarazo. — Debes prepararte para quedarte conmigo — dijo Emily con una sonrisa forzada mientras se ponía la bata. Su madre le había dicho que necesitaría a su hermana durante el primer mes —. Sé que puede ser abrumador para ti, pero realmente… no me importa. Debes darle leche a este niño. Margaret asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una expresión tranquila. También la molestia por la forma en que ignoraba a su bebé. Aún e
La salud de Margaret cada vez más iba en decadencia. La falta de vitaminas, el trabajo constante pese a que había empleadas en la mansión, la llevaron a sobrecargar su cuerpo al extremo; pues todos cuidaban de su hermana, inclusive ella; pero a Margaret nadie atendía por órdenes de su propia hermana.Una tarde, mientras intentaba calmar al bebé en la guardería, el agotamiento la alcanzó y se desplomó en el suelo. Fue entonces cuando Emiliano la encontró inconsciente y la llevó de vuelta a su habitación. Preocupado por su estado, llamó de inmediato a un médico para que la examinara.Emiliano se había hecho de tiempo para pasar a ver a su hijo en la guardería, pero no pensó que se encontraría con semejante escena.Aguardaba con impaciencia en la puerta de la guardería, emocionado por la oportunidad de ver a su hijo. La expectativa llenaba sus pensamientos, pero de repente se vieron interrumpidos por una escena alarmante. Margaret, yacía inconsciente en el suelo, pálida y frágil como una
Margaret despertó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas contra su piel y el cálido resplandor de la luz del sol filtrándose por las cortinas. Parpadeó varias veces, tratando de orientarse en la habitación, cuando de repente su corazón dio un vuelco al ver a Emiliano de pie junto a su cama.Un sentimiento indescriptible se apoderó de ella en ese momento. Siempre había sentido una atracción secreta hacia el hombre, pero nunca se lo había permitido a sí misma. Él era mayor, más experimentado, y estaba ahora estaba casado con su hermana. Nunca había habido espacio para fantasías prohibidas en su vida.Emiliano la miró con intensidad, su mirada penetrante parecía buscar algo en lo profundo de su ser.— Margaret, ¿tienes un hijo? — preguntó con voz firme pero suave.El corazón de Margaret comenzó a latir con fuerza y rapidez, sintió un nudo en la garganta y se sintió acorralada. No sabía cómo responder a esa pregunta directa, pero tampoco podía mentirle a Emiliano. Así que, con u
Emiliano irrumpió en la sala de estar con una expresión de determinación tallada en su rostro. Emily y sus padres lo miraron con ansiedad, anticipando lo que estaba por venir.— Cariño… esa mujer… — Emily tartamudeaba. Se sentía temerosa y pequeña ante la mirada de su esposo.Aún estaba frustrada por las fotos que se filtraron, porque eso implicaba no solo el hecho de que perdiera la ayuda económica, sino su estatus como la señora De Lucca en la sociedad.— Quiero el divorcio — anunció Emiliano sin rodeos, enviando una ola de conmoción a través de la habitación.Emily contuvo el aliento, luchando por mantener la compostura mientras las palabras de su esposo resonaban en el aire. Los padres de Emily intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de las implicaciones de esta declaración.— Emiliano, hijo. Creo que estás llevando muy lejos la situación — susurró la madre de Emily, intentando persuadir.El padre de la familia Torres, observaba la escena. Se sentía afligido por la situaci
Los días fueron pasando, y la cercanía entre ambos creció más. Una noche, mientras Emiliano llegaba a la casa, escuchó risas provenientes de la cocina. Le parecía extraño, pues normalmente la casa era demasiado silenciosa, pero cuando se asomó, vio como Margaret reía con Lola, la ama de llaves, mientras tenía a su en brazos.Era una imagen muy hermosa, y aquel pensamiento lo desconcertó bastante. Cuando quiso retroceder, ya su ama de llaves lo ha visto, y la seriedad en los rostros de ambos se hizo presente, sintiendo una sensación de incomodidad.¿Por qué guardaron silencio?¿Quería seguir viendo la hermosa sonrisa de Margaret?— Continúen en lo suyo — susurró, mientras se acercaba al bebé, para tomarlo en brazos y dejar un beso en su frente —. Hola hombrecito. Cada vez estás más grande.Para Margaret era escena más dulce, mientras lo veía irse con su hijo. Más tarde, ayudó a la ama de llave a preparar la mesa, para después subir por las escaleras para avisar que la cena está servida
Al día siguiente fue igual. Emiliano tenía otra cita, y luego otra cita y otra cita…, hasta qué las citas comenzaban a venir en la casa, y aquello incomodaba más a la Margaret. Las risas de todas esas mujeres, que siempre la trataban como empleada.Obvio que, para los ojos de Emiliano, ella era la niñera de su hijo, pero eso no les daba derecho a sus amantes de turnos faltarles el respeto. La imagen que comenzó a tener de él, como padre ejemplar y esas cosas cursis, comenzó a deteriorarse. Ella no quería que su bebé viviera en un ambiente así, por lo que, se plantó frente a su despacho y golpeó la puerta.La misma fue abierta por una mujer demasiado hermosa, que hizo sentirla tan pequeña y fea, y de repente se olvidó de lo que iba a decir.— ¿Necesitas algo, Marge? — preguntó.— Nada, señor De Lucca. Volveré cuando… — Miró a la mujer con el ceño fruncido y luego a su jefe —, esté libre.Margaret salió de ese lugar y se encerró en su habitación, mientras se secaba las lágrimas. Odiaba