El sol apenas comenzaba a filtrarse tímidamente por las cortinas cuando Margaret se despertó, sintiendo un dolor punzante en la parte inferior de su cuerpo. Un escalofrío recorrió su espalda cuando recordó los eventos de la noche anterior, y un rubor caliente subió por sus mejillas al darse cuenta de la intimidad compartida con su cuñado.
Miró hacia su lado y vio a Emiliano, profundamente dormido. Era innegablemente apuesto, y el recuerdo de la pasión compartida solo intensificó la timidez que la invadía.
Con cuidado, se deslizó de la cama, tratando de no despertarlo. La vergüenza pesaba en su corazón mientras vestía su ropa, consciente de la mirada de desaprobación que seguramente su hermana le lanzaría si la encontraba allí.
Con un suspiro, abrió la puerta de la habitación y se encontró cara a cara con su Emily. El silencio entre ellas era ensordecedor, lleno de reproches no pronunciados y desaprobación contenida. Margaret bajó la mirada, incapaz de soportar el peso de la mirada de su hermana.
Su hermana simplemente la observó con condescendencia, sin decir una palabra. Margaret notó que llevaba el mismo pijama que ella, y su corazón se hundió aún más al verla acostada junto a Emiliano.
Sin palabras, Margaret se alejó, encontrándose con su madre en el pasillo. La mirada de su madre era un eco de la de su hermana, llena de expectativas y desdén contenido.
— Has hecho un buen trabajo — dijo su madre, con una sonrisa forzada —. Ahora solo queda esperar que estés embarazada.
El horror se apoderó de Margaret ante la idea de tener que volver a estar con el esposo de su hermana, incluso si lo había disfrutado. La injusticia de la situación la golpeó como un puñetazo en el estómago, y luchó por contener las lágrimas que amenazaban con caer.
— Pero mamá, no es justo. Sigo creyendo que no es justo que haga esto. Se siente horrible — protestó Margaret, con la voz temblorosa de emoción —. No quiero hacerlo de nuevo.
Su madre la miró con dureza, sus palabras cortantes como cuchillas afiladas.
— Lo injusto sería que nos quedáramos en la calle — respondió fríamente.
— Pero eso no es culpa ni de Emily ni nuestra — susurró.
Su madre, contenida por la ira, levantó la mano y la abofeteó con tanta fuerza que el sonido del impacto pudo despertar a toda la mansión.
— Emily tenía razón al decir que eras una insensible. Es hora de que hagas algo por tu familia, como hija. Y no quiero queja alguna — reprendió.
— ¿Padre lo sabe?
— No tiene por qué, así que no digas ni una sola palabra, de lo contrario, podría darle un infarto — respondió —. Está enfermo. Te lo dije cuando llegaste, que está muy enfermo, y ni se te ocurra decirle nada.
Margaret se sintió impotente ante las palabras de su madre, atrapada en un mundo donde su propia felicidad parecía estar en segundo plano frente a las necesidades de los demás. Con un nudo en la garganta, esperó con desesperación poder quedar embarazada esa noche, rezando para no tener que volver a experimentar nunca más tanta vergüenza y humillación.
Mientras Margaret luchaba con sus propios demonios internos, su madre observaba en silencio, ocultando sus pensamientos detrás de una máscara de serenidad. En su mente maquinadora, se deleitaba con la idea de conseguir lo que quería: su hija casada con el hombre más rico, y todo sin dañar su cuerpo. Sus planes retorcidos se tejían en las sombras, listos para desplegarse en el momento adecuado.
No permitiría que su hija sufriera los dolores del parto solo por conveniencia. Estaban a punto de perderlo todo, pero no iba a arriesgar la figura de su niña por un escuincle, aunque eso le diera la ventaja de obtenerlo todo. Con casarse era suficiente.
Margaret se encontraba atrapada en un torbellino de emociones desde el momento en se entregó a ese hombre. Cada día, sometiéndose a la prueba de embarazo, esperaba ansiosamente el veredicto que confirmara lo que ya sabía en su corazón. Dos semanas después de aquella noche con su cuñado, el pequeño dispositivo mostró las dos líneas que anunciaban su maternidad. Un tumulto de emociones la inundó: la alegría de dar vida, pero también el peso abrumador de un compromiso que no esperaba. Con manos temblorosas, tomó su teléfono celular y marcó el número de Emily, su hermana. Justo cuando estaba a punto de revelarle la noticia, la puerta se abrió de par en par y Emily entró en la casa, seguida de cerca por su cuñado. Los ojos de Margaret se encontraron con los de Emiliano, llenos de una complicidad incómoda, e ignorante de la verdad. Se sentía mal por convertirlo en una víctima de las mentiras de su familia. Sabía que debía contarle a su hermana, pero temía la reacción que tendría. Al fin
— Amor, ¿qué haces aquí? — preguntó la joven, fingiendo dolor. Supuestamente había tenido un parto por cesárea, pues eso era una excusa más creíble. Tanto Emiliano como Margaret fruncieron el ceño ante una pregunta tan tonta. Obvio que él estaría allí presente. — Con mi hijo, Emily. — Sí, cierto. Lo siento. Es que aún estoy un poco débil. Necesito descansar, pero me encantaría ir a casa, amor. Emiliano solo asintió. Margaret sabía que su hermana, Emily, había estado ansiosa por llevarse al bebé consigo desde el momento en que descubrieron el embarazo. — Debes prepararte para quedarte conmigo — dijo Emily con una sonrisa forzada mientras se ponía la bata. Su madre le había dicho que necesitaría a su hermana durante el primer mes —. Sé que puede ser abrumador para ti, pero realmente… no me importa. Debes darle leche a este niño. Margaret asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una expresión tranquila. También la molestia por la forma en que ignoraba a su bebé. Aún e
La salud de Margaret cada vez más iba en decadencia. La falta de vitaminas, el trabajo constante pese a que había empleadas en la mansión, la llevaron a sobrecargar su cuerpo al extremo; pues todos cuidaban de su hermana, inclusive ella; pero a Margaret nadie atendía por órdenes de su propia hermana.Una tarde, mientras intentaba calmar al bebé en la guardería, el agotamiento la alcanzó y se desplomó en el suelo. Fue entonces cuando Emiliano la encontró inconsciente y la llevó de vuelta a su habitación. Preocupado por su estado, llamó de inmediato a un médico para que la examinara.Emiliano se había hecho de tiempo para pasar a ver a su hijo en la guardería, pero no pensó que se encontraría con semejante escena.Aguardaba con impaciencia en la puerta de la guardería, emocionado por la oportunidad de ver a su hijo. La expectativa llenaba sus pensamientos, pero de repente se vieron interrumpidos por una escena alarmante. Margaret, yacía inconsciente en el suelo, pálida y frágil como una
Margaret despertó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas contra su piel y el cálido resplandor de la luz del sol filtrándose por las cortinas. Parpadeó varias veces, tratando de orientarse en la habitación, cuando de repente su corazón dio un vuelco al ver a Emiliano de pie junto a su cama.Un sentimiento indescriptible se apoderó de ella en ese momento. Siempre había sentido una atracción secreta hacia el hombre, pero nunca se lo había permitido a sí misma. Él era mayor, más experimentado, y estaba ahora estaba casado con su hermana. Nunca había habido espacio para fantasías prohibidas en su vida.Emiliano la miró con intensidad, su mirada penetrante parecía buscar algo en lo profundo de su ser.— Margaret, ¿tienes un hijo? — preguntó con voz firme pero suave.El corazón de Margaret comenzó a latir con fuerza y rapidez, sintió un nudo en la garganta y se sintió acorralada. No sabía cómo responder a esa pregunta directa, pero tampoco podía mentirle a Emiliano. Así que, con u
Emiliano irrumpió en la sala de estar con una expresión de determinación tallada en su rostro. Emily y sus padres lo miraron con ansiedad, anticipando lo que estaba por venir.— Cariño… esa mujer… — Emily tartamudeaba. Se sentía temerosa y pequeña ante la mirada de su esposo.Aún estaba frustrada por las fotos que se filtraron, porque eso implicaba no solo el hecho de que perdiera la ayuda económica, sino su estatus como la señora De Lucca en la sociedad.— Quiero el divorcio — anunció Emiliano sin rodeos, enviando una ola de conmoción a través de la habitación.Emily contuvo el aliento, luchando por mantener la compostura mientras las palabras de su esposo resonaban en el aire. Los padres de Emily intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de las implicaciones de esta declaración.— Emiliano, hijo. Creo que estás llevando muy lejos la situación — susurró la madre de Emily, intentando persuadir.El padre de la familia Torres, observaba la escena. Se sentía afligido por la situaci
Los días fueron pasando, y la cercanía entre ambos creció más. Una noche, mientras Emiliano llegaba a la casa, escuchó risas provenientes de la cocina. Le parecía extraño, pues normalmente la casa era demasiado silenciosa, pero cuando se asomó, vio como Margaret reía con Lola, la ama de llaves, mientras tenía a su en brazos.Era una imagen muy hermosa, y aquel pensamiento lo desconcertó bastante. Cuando quiso retroceder, ya su ama de llaves lo ha visto, y la seriedad en los rostros de ambos se hizo presente, sintiendo una sensación de incomodidad.¿Por qué guardaron silencio?¿Quería seguir viendo la hermosa sonrisa de Margaret?— Continúen en lo suyo — susurró, mientras se acercaba al bebé, para tomarlo en brazos y dejar un beso en su frente —. Hola hombrecito. Cada vez estás más grande.Para Margaret era escena más dulce, mientras lo veía irse con su hijo. Más tarde, ayudó a la ama de llave a preparar la mesa, para después subir por las escaleras para avisar que la cena está servida
Al día siguiente fue igual. Emiliano tenía otra cita, y luego otra cita y otra cita…, hasta qué las citas comenzaban a venir en la casa, y aquello incomodaba más a la Margaret. Las risas de todas esas mujeres, que siempre la trataban como empleada.Obvio que, para los ojos de Emiliano, ella era la niñera de su hijo, pero eso no les daba derecho a sus amantes de turnos faltarles el respeto. La imagen que comenzó a tener de él, como padre ejemplar y esas cosas cursis, comenzó a deteriorarse. Ella no quería que su bebé viviera en un ambiente así, por lo que, se plantó frente a su despacho y golpeó la puerta.La misma fue abierta por una mujer demasiado hermosa, que hizo sentirla tan pequeña y fea, y de repente se olvidó de lo que iba a decir.— ¿Necesitas algo, Marge? — preguntó.— Nada, señor De Lucca. Volveré cuando… — Miró a la mujer con el ceño fruncido y luego a su jefe —, esté libre.Margaret salió de ese lugar y se encerró en su habitación, mientras se secaba las lágrimas. Odiaba
Una sensación de incomodidad y molesto pareció acentuarse en el organismo del hombre. Su cuerpo se puso lo bastante rígido para advertir a Margaret que se pasó con el pedido e incluso con el tono de su voz.— ¿Me estás dando una orden, Margaret? — cuestionó con la voz lo suficientemente tensa para saber que estaba molesto.— Solo es una sugerencia, pensando… pensando en el bebé — respondió con la mandíbula tensa y aunque fuera peligroso, mantuvo la cabeza en alto y desafiante —. No deberías hacerlo cuando él es prioridad.Emiliano asintió de mala gana sin dejar de mirarla con un rostro sin emociones. Le pareció interesante su comportamiento seguro, pero, aun así, no se dejaría intimidar.— No olvides de tu lugar, Margaret. Eres la niñera y eres reemplazable.Esas palabras fueron un golpe de realidad para la joven. Emiliano era un monstruo con sus palabras y herirla se le hacía fácil.Era fin de semana y no trabajaba, cuando oyó a su ex cuñada bajar con el niño. Se acercó a él y le son