— Amor, ¿qué haces aquí? — preguntó la joven, fingiendo dolor.
Supuestamente había tenido un parto por cesárea, pues eso era una excusa más creíble. Tanto Emiliano como Margaret fruncieron el ceño ante una pregunta tan tonta. Obvio que él estaría allí presente.
— Con mi hijo, Emily.
— Sí, cierto. Lo siento. Es que aún estoy un poco débil. Necesito descansar, pero me encantaría ir a casa, amor.
Emiliano solo asintió.
Margaret sabía que su hermana, Emily, había estado ansiosa por llevarse al bebé consigo desde el momento en que descubrieron el embarazo.
— Debes prepararte para quedarte conmigo — dijo Emily con una sonrisa forzada mientras se ponía la bata. Su madre le había dicho que necesitaría a su hermana durante el primer mes —. Sé que puede ser abrumador para ti, pero realmente… no me importa. Debes darle leche a este niño.
Margaret asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una expresión tranquila. También la molestia por la forma en que ignoraba a su bebé. Aún estaba adolorida por el trabajo, y con mucho sueño, pero no tenía opción.
— Claro, Emily. Estoy feliz de poder ayudarte en lo que necesites — respondió con sarcasmo, aunque en el fondo sabía que la idea de separarse de su hijo le resultaba dolorosa.
— Tienes una muy buena hermana, Emily. Debes estar muy feliz — dijo su esposo, intentando entregar al bebé, pero su esposa se opuso.
— Pásale a Margaret. Yo estoy exhausta — gruñó, mientras se ponía de pie disimulando mucho dolor en su bajo vientre.
La sorpresa llegó cuando Emily le propuso a Margaret que se mudara a su casa por un tiempo para cuidar al bebé y seguir amamantándolo. Margaret, sintiéndose incapaz de separarse de su hijo, aceptó la oferta sin dudarlo. La excusa de cuidar a Emily mientras fingía haber dado a luz se convirtió en el pretexto perfecto para su mudanza a la casa de Emiliano.
Los días pasaban y Margaret se encontraba cada vez más inmersa en la dinámica caótica de la familia de su hermana. Las constantes peleas entre Emily y Emiliano se volvían el telón de fondo de su vida cotidiana, pero para Margaret, la presencia constante de su hijo era suficiente para mantenerla anclada en aquel lugar.
— Podrías dejar de ignorarme, Emiliano. Somos esposos — gritó, pero el hombre simplemente hizo eso que la molestaba. Ignorarla.
No le importaba en absoluto lo que ella pensaba.
Margaret se puso de pie, y caminó con su bebé, cubriendo su oreja para que no oyera los gritos de su falsa madre, y sí podía, también le cubriría sus ojos para que no viera la frialdad de su padre. En ese momento sintió lástima por su hermana, y el temor de dejar solo a su bebé con un hombre que parecía el mismo diablo.
Sus ojos inyectados de fuego, capaces de quemarte viva si te interponías en su camino. Margaret no deseaba eso para su hijo.
— Todo estará bien pequeño — susurraba, cuando estaba en la mecedora con el niño, hasta que sintió una presencia peligrosa —. Señor, De Lucca, yo…
— No es necesario que te levantes — dice, sin moverse, y observando la escena. Había visto a su cuñada más pegada a su hijo que su propia esposa —. El niño se ha encariñado mucho con usted.
— Emanuel. Su nombre es Emanuel — respondió Margaret, dejando un beso en su cabecita —. Lo siento, no quise responder de esa forma, señor.
— Quería disculparme por el comportamiento de su hermana, y por el mío. No debió presenciar eso.
Sin embargo, conforme el tiempo avanzaba, los efectos del parto y el estrés comenzaron a pasar factura en el cuerpo de Margaret. La falta de descanso y la carga de cuidar de su hermana, quien fingía estar recuperándose del parto, la dejaban exhausta y débil. Su cuerpo clamaba por atención y cuidados, pero Margaret apenas encontraba tiempo para sí misma entre las demandas de la familia.
Esa madrugada, Margaret bajó hasta la cocina para beber un vaso de leche, y pensar que hacer para continuar cerca de su bebé; sin embargo, mientras estaba sentada bebiendo en la oscuridad, Emiliano apareció detrás de ella, asustándola.
Margaret se puso de pie, y puso sus manos en su pecho por el susto; sin embargo, Emiliano se quedó embobado por la belleza que irradiaba y el cuerpo que poseía. Aquel pijama le traía recuerdos vagos de su noche de boda.
— Lo siento. No quise asustarte. ¿Qué haces aquí? — preguntó, al darse cuenta que se había quedado callado mucho tiempo y luego vio la taza, y asintió.
— No puedo dormir, entonces bajé por eso — respondió, señalando la taza. Tenía las mejillas sonrosadas, y aquello pareció encender al hombre.
— ¿Dónde estabas? No te vi ni en la boda — recordó.
Es verdad. Margaret no asistió a la boda de su hermana porque debía prepararse mentalmente para estar con… con el hombre parado frente a él. Emiliano, esperando la respuesta, sacó una jarra de agua y se acercó a ella, que estaba cerca de la encimera para sacar un vaso.
— En el extranjero — respondió.
Emiliano inhaló su olor, y una familiaridad única lo invadió. El recuerdo de la noche de bodas llegó a su mente nuevamente como un torbellino, pero era imposible que ella hubiese estado allí, porque simplemente no era su esposa. La tensión era palpable entre los dos, que se podía escuchar el corazón de ambos latiendo a gran velocidad. Poco a poco sus cuerpos se acercaron más, y por pura inercia, como un reflejo que no pudo evitar, Emiliano acercó sus dedos a su mejilla para dejar una sutil caricia.
Margaret parecía entrar en un colapso. Su respiración se volvía irregular, y se movía mal, sus labios podrían unirse en un beso. ¿Qué hacía ese hombre tan cerca de ella?
Margaret fue la que rompió el hechizo, carraspeando y apartando la mirada de él. ¡Dios! Ese hombre robaba el aliento. Por su parte, Emiliano bajó la mano de inmediato y se alejó.
— Cierto. He oído a tu padre hablar de ti las pocas veces que me he cruzado — Margaret lo miró de repente —. Al parecer te aprecia mucho.
Soltó una risa irónica.
— Seguro que sí. Me mando a un internado y he venido aquí por mi hermana. Tengo veintiún años, señor De Lucca — respondió, dándole una respuesta con eso.
Emiliano se quedó pensativo ante aquello, pero, sobre todo, necesitaba alejarse de ella por un momento, porque sentía quemarse con su cercanía.
La salud de Margaret cada vez más iba en decadencia. La falta de vitaminas, el trabajo constante pese a que había empleadas en la mansión, la llevaron a sobrecargar su cuerpo al extremo; pues todos cuidaban de su hermana, inclusive ella; pero a Margaret nadie atendía por órdenes de su propia hermana.Una tarde, mientras intentaba calmar al bebé en la guardería, el agotamiento la alcanzó y se desplomó en el suelo. Fue entonces cuando Emiliano la encontró inconsciente y la llevó de vuelta a su habitación. Preocupado por su estado, llamó de inmediato a un médico para que la examinara.Emiliano se había hecho de tiempo para pasar a ver a su hijo en la guardería, pero no pensó que se encontraría con semejante escena.Aguardaba con impaciencia en la puerta de la guardería, emocionado por la oportunidad de ver a su hijo. La expectativa llenaba sus pensamientos, pero de repente se vieron interrumpidos por una escena alarmante. Margaret, yacía inconsciente en el suelo, pálida y frágil como una
Margaret despertó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas contra su piel y el cálido resplandor de la luz del sol filtrándose por las cortinas. Parpadeó varias veces, tratando de orientarse en la habitación, cuando de repente su corazón dio un vuelco al ver a Emiliano de pie junto a su cama.Un sentimiento indescriptible se apoderó de ella en ese momento. Siempre había sentido una atracción secreta hacia el hombre, pero nunca se lo había permitido a sí misma. Él era mayor, más experimentado, y estaba ahora estaba casado con su hermana. Nunca había habido espacio para fantasías prohibidas en su vida.Emiliano la miró con intensidad, su mirada penetrante parecía buscar algo en lo profundo de su ser.— Margaret, ¿tienes un hijo? — preguntó con voz firme pero suave.El corazón de Margaret comenzó a latir con fuerza y rapidez, sintió un nudo en la garganta y se sintió acorralada. No sabía cómo responder a esa pregunta directa, pero tampoco podía mentirle a Emiliano. Así que, con u
Emiliano irrumpió en la sala de estar con una expresión de determinación tallada en su rostro. Emily y sus padres lo miraron con ansiedad, anticipando lo que estaba por venir.— Cariño… esa mujer… — Emily tartamudeaba. Se sentía temerosa y pequeña ante la mirada de su esposo.Aún estaba frustrada por las fotos que se filtraron, porque eso implicaba no solo el hecho de que perdiera la ayuda económica, sino su estatus como la señora De Lucca en la sociedad.— Quiero el divorcio — anunció Emiliano sin rodeos, enviando una ola de conmoción a través de la habitación.Emily contuvo el aliento, luchando por mantener la compostura mientras las palabras de su esposo resonaban en el aire. Los padres de Emily intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de las implicaciones de esta declaración.— Emiliano, hijo. Creo que estás llevando muy lejos la situación — susurró la madre de Emily, intentando persuadir.El padre de la familia Torres, observaba la escena. Se sentía afligido por la situaci
Los días fueron pasando, y la cercanía entre ambos creció más. Una noche, mientras Emiliano llegaba a la casa, escuchó risas provenientes de la cocina. Le parecía extraño, pues normalmente la casa era demasiado silenciosa, pero cuando se asomó, vio como Margaret reía con Lola, la ama de llaves, mientras tenía a su en brazos.Era una imagen muy hermosa, y aquel pensamiento lo desconcertó bastante. Cuando quiso retroceder, ya su ama de llaves lo ha visto, y la seriedad en los rostros de ambos se hizo presente, sintiendo una sensación de incomodidad.¿Por qué guardaron silencio?¿Quería seguir viendo la hermosa sonrisa de Margaret?— Continúen en lo suyo — susurró, mientras se acercaba al bebé, para tomarlo en brazos y dejar un beso en su frente —. Hola hombrecito. Cada vez estás más grande.Para Margaret era escena más dulce, mientras lo veía irse con su hijo. Más tarde, ayudó a la ama de llave a preparar la mesa, para después subir por las escaleras para avisar que la cena está servida
Al día siguiente fue igual. Emiliano tenía otra cita, y luego otra cita y otra cita…, hasta qué las citas comenzaban a venir en la casa, y aquello incomodaba más a la Margaret. Las risas de todas esas mujeres, que siempre la trataban como empleada.Obvio que, para los ojos de Emiliano, ella era la niñera de su hijo, pero eso no les daba derecho a sus amantes de turnos faltarles el respeto. La imagen que comenzó a tener de él, como padre ejemplar y esas cosas cursis, comenzó a deteriorarse. Ella no quería que su bebé viviera en un ambiente así, por lo que, se plantó frente a su despacho y golpeó la puerta.La misma fue abierta por una mujer demasiado hermosa, que hizo sentirla tan pequeña y fea, y de repente se olvidó de lo que iba a decir.— ¿Necesitas algo, Marge? — preguntó.— Nada, señor De Lucca. Volveré cuando… — Miró a la mujer con el ceño fruncido y luego a su jefe —, esté libre.Margaret salió de ese lugar y se encerró en su habitación, mientras se secaba las lágrimas. Odiaba
Una sensación de incomodidad y molesto pareció acentuarse en el organismo del hombre. Su cuerpo se puso lo bastante rígido para advertir a Margaret que se pasó con el pedido e incluso con el tono de su voz.— ¿Me estás dando una orden, Margaret? — cuestionó con la voz lo suficientemente tensa para saber que estaba molesto.— Solo es una sugerencia, pensando… pensando en el bebé — respondió con la mandíbula tensa y aunque fuera peligroso, mantuvo la cabeza en alto y desafiante —. No deberías hacerlo cuando él es prioridad.Emiliano asintió de mala gana sin dejar de mirarla con un rostro sin emociones. Le pareció interesante su comportamiento seguro, pero, aun así, no se dejaría intimidar.— No olvides de tu lugar, Margaret. Eres la niñera y eres reemplazable.Esas palabras fueron un golpe de realidad para la joven. Emiliano era un monstruo con sus palabras y herirla se le hacía fácil.Era fin de semana y no trabajaba, cuando oyó a su ex cuñada bajar con el niño. Se acercó a él y le son
Cuando finalmente llegaron a la casa, Emiliano se encerró directamente en su despacho y no volvió a salir de allí ni siquiera para la cena. Margaret se sintió cabizbaja, pero cuando miró a su hijo, se le pasó de inmediato.Emiliano por su parte, no podía creer que ella había vuelto, y ahora la había invitado a su casa para hablar. No sabía por qué lo hizo, pero ahora estaba esperándola con ansias. Era raro, pero no sentía aquel cosquilleo en el pecho como cuando estaban juntos en el pasado; sin embargo, podía perdonarla.Salió del despacho, chocó con Margaret cuando iba a subir por las escaleras, pues su oficina lindaba en ese sector. La sostuvo de la cintura con fuerza para evitar que se cayera, entonces miró sus ojos profundos, dilatados y le gustó, especialmente la forma en que sus mejillas se volvían rosada.— Quince. Tienes quince lunares esparcidos en tu rostro — dijo.— ¿Qué? — cuestionó Margaret con el ceño fruncido y antes de que pueda oler a decir algo, Emiliano pegó sus lab
El suave tintineo del despertador rompió el silencio de la habitación de Emiliano. Eran las cuatro de la mañana, una hora en la que la oscuridad aún reinaba y el mundo parecía dormido. Sin embargo, para Emiliano, este era el momento de comenzar su día, un día que siempre empezaba mucho antes de que el sol iluminara el horizonte.Con movimientos mecánicos, Emiliano se levantó de la cama y se vistió en la penumbra de su habitación. Las luces aún apagadas, las sombras danzaban alrededor de él mientras se ajustaba la corbata y se calzaba los zapatos. El café, siempre preparado la noche anterior, le esperaba en la cocina, un pequeño consuelo en medio de la oscuridad de la madrugada.Bajó las escaleras con paso firme, atravesando el silencio de su casa con la determinación de un hombre acostumbrado a la rutina. La ciudad todavía dormía cuando Emiliano salió a la calle, las luces de las farolas parpadeaban débilmente, como si también estuvieran luchando contra el sueño.El camino hasta la em