06 - ¿Dónde estabas?

— Amor, ¿qué haces aquí? — preguntó la joven, fingiendo dolor.

Supuestamente había tenido un parto por cesárea, pues eso era una excusa más creíble. Tanto Emiliano como Margaret fruncieron el ceño ante una pregunta tan tonta. Obvio que él estaría allí presente.

— Con mi hijo, Emily.

— Sí, cierto. Lo siento. Es que aún estoy un poco débil. Necesito descansar, pero me encantaría ir a casa, amor.

Emiliano solo asintió.

Margaret sabía que su hermana, Emily, había estado ansiosa por llevarse al bebé consigo desde el momento en que descubrieron el embarazo.

— Debes prepararte para quedarte conmigo — dijo Emily con una sonrisa forzada mientras se ponía la bata. Su madre le había dicho que necesitaría a su hermana durante el primer mes —. Sé que puede ser abrumador para ti, pero realmente… no me importa. Debes darle leche a este niño.

Margaret asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una expresión tranquila. También la molestia por la forma en que ignoraba a su bebé. Aún estaba adolorida por el trabajo, y con mucho sueño, pero no tenía opción.

— Claro, Emily. Estoy feliz de poder ayudarte en lo que necesites — respondió con sarcasmo, aunque en el fondo sabía que la idea de separarse de su hijo le resultaba dolorosa.

— Tienes una muy buena hermana, Emily. Debes estar muy feliz — dijo su esposo, intentando entregar al bebé, pero su esposa se opuso.

— Pásale a Margaret. Yo estoy exhausta — gruñó, mientras se ponía de pie disimulando mucho dolor en su bajo vientre.

La sorpresa llegó cuando Emily le propuso a Margaret que se mudara a su casa por un tiempo para cuidar al bebé y seguir amamantándolo. Margaret, sintiéndose incapaz de separarse de su hijo, aceptó la oferta sin dudarlo. La excusa de cuidar a Emily mientras fingía haber dado a luz se convirtió en el pretexto perfecto para su mudanza a la casa de Emiliano.

Los días pasaban y Margaret se encontraba cada vez más inmersa en la dinámica caótica de la familia de su hermana. Las constantes peleas entre Emily y Emiliano se volvían el telón de fondo de su vida cotidiana, pero para Margaret, la presencia constante de su hijo era suficiente para mantenerla anclada en aquel lugar.

— Podrías dejar de ignorarme, Emiliano. Somos esposos — gritó, pero el hombre simplemente hizo eso que la molestaba. Ignorarla.

No le importaba en absoluto lo que ella pensaba.

Margaret se puso de pie, y caminó con su bebé, cubriendo su oreja para que no oyera los gritos de su falsa madre, y sí podía, también le cubriría sus ojos para que no viera la frialdad de su padre. En ese momento sintió lástima por su hermana, y el temor de dejar solo a su bebé con un hombre que parecía el mismo diablo.

Sus ojos inyectados de fuego, capaces de quemarte viva si te interponías en su camino. Margaret no deseaba eso para su hijo.

— Todo estará bien pequeño — susurraba, cuando estaba en la mecedora con el niño, hasta que sintió una presencia peligrosa —. Señor, De Lucca, yo…

— No es necesario que te levantes — dice, sin moverse, y observando la escena. Había visto a su cuñada más pegada a su hijo que su propia esposa —. El niño se ha encariñado mucho con usted.

— Emanuel. Su nombre es Emanuel — respondió Margaret, dejando un beso en su cabecita —. Lo siento, no quise responder de esa forma, señor.

— Quería disculparme por el comportamiento de su hermana, y por el mío. No debió presenciar eso.

Sin embargo, conforme el tiempo avanzaba, los efectos del parto y el estrés comenzaron a pasar factura en el cuerpo de Margaret. La falta de descanso y la carga de cuidar de su hermana, quien fingía estar recuperándose del parto, la dejaban exhausta y débil. Su cuerpo clamaba por atención y cuidados, pero Margaret apenas encontraba tiempo para sí misma entre las demandas de la familia.

Esa madrugada, Margaret bajó hasta la cocina para beber un vaso de leche, y pensar que hacer para continuar cerca de su bebé; sin embargo, mientras estaba sentada bebiendo en la oscuridad, Emiliano apareció detrás de ella, asustándola.

Margaret se puso de pie, y puso sus manos en su pecho por el susto; sin embargo, Emiliano se quedó embobado por la belleza que irradiaba y el cuerpo que poseía. Aquel pijama le traía recuerdos vagos de su noche de  boda.

— Lo siento. No quise asustarte. ¿Qué haces aquí? — preguntó, al darse cuenta que se había quedado callado mucho tiempo y luego vio la taza, y asintió.

— No puedo dormir, entonces bajé por eso — respondió, señalando la taza. Tenía las mejillas sonrosadas, y aquello pareció encender al hombre.

— ¿Dónde estabas? No te vi ni en la boda — recordó.

Es verdad. Margaret no asistió a la boda de su hermana porque debía prepararse mentalmente para estar con… con el hombre parado frente a él. Emiliano, esperando la respuesta, sacó una jarra de agua y se acercó a ella, que estaba cerca de la encimera para sacar un vaso.

— En el extranjero — respondió.

Emiliano inhaló su olor, y una familiaridad única lo invadió. El recuerdo de la noche de bodas llegó a su mente nuevamente como un torbellino, pero era imposible que ella hubiese estado allí, porque simplemente no era su esposa. La tensión era palpable entre los dos, que se podía escuchar el corazón de ambos latiendo a gran velocidad. Poco a poco sus cuerpos se acercaron más, y por pura inercia, como un reflejo que no pudo evitar, Emiliano acercó sus dedos a su mejilla para dejar una sutil caricia.

Margaret parecía entrar en un colapso. Su respiración se volvía irregular, y se movía mal, sus labios podrían unirse en un beso. ¿Qué hacía ese hombre tan cerca de ella?

Margaret fue la que rompió el hechizo, carraspeando y apartando la mirada de él. ¡Dios! Ese hombre robaba el aliento. Por su parte, Emiliano bajó la mano de inmediato y se alejó.

— Cierto. He oído a tu padre hablar de ti las pocas veces que me he cruzado — Margaret lo miró de repente —. Al parecer te aprecia mucho.

Soltó una risa irónica.

— Seguro que sí. Me mando a un internado y he venido aquí por mi hermana. Tengo veintiún años, señor De Lucca — respondió, dándole una respuesta con eso.

Emiliano se quedó pensativo ante aquello, pero, sobre todo, necesitaba alejarse de ella por un momento, porque sentía quemarse con su cercanía.

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