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05 - Hijo del Señor De Lucca.

Margaret se encontraba atrapada en un torbellino de emociones desde el momento en se entregó a ese hombre. Cada día, sometiéndose a la prueba de embarazo, esperaba ansiosamente el veredicto que confirmara lo que ya sabía en su corazón. Dos semanas después de aquella noche con su cuñado, el pequeño dispositivo mostró las dos líneas que anunciaban su maternidad. Un tumulto de emociones la inundó: la alegría de dar vida, pero también el peso abrumador de un compromiso que no esperaba.

Con manos temblorosas, tomó su teléfono celular y marcó el número de Emily, su hermana. Justo cuando estaba a punto de revelarle la noticia, la puerta se abrió de par en par y Emily entró en la casa, seguida de cerca por su cuñado.

Los ojos de Margaret se encontraron con los de Emiliano, llenos de una complicidad incómoda, e ignorante de la verdad. Se sentía mal por convertirlo en una víctima de las mentiras de su familia. Sabía que debía contarle a su hermana, pero temía la reacción que tendría.

Al fin de cuentas era su esposo, y aunque todo fue planeado por ella, no significaba que no le molestara.

Con un gesto nervioso, Margaret llevó a Emily a un lado y le confesó entre susurros la verdad.

— Emily, necesito hablar contigo — dijo Margaret con voz temblorosa.

La expresión de su hermana se iluminó con una sonrisa radiante, pero había algo en su mirada que Margaret no pudo ignorar: una chispa de malicia que la hizo estremecer.

— ¿Qué pasa, Maggie? Pareces nerviosa — respondió Emily con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

— Es importante — susurró, quitando la prueba de su bolsillo —. Es sobre... el bebé.

— ¿Qué?

— Estoy em…, embarazada — tartamudeó Margaret, luchando por encontrar las palabras adecuadas.

Antes de que Margaret pudiera continuar, Emily se adelantó, interrumpiéndola con una expresión triunfante en el rostro. Tomó el test de las manos de su hermana menor.

— Buen trabajo, hermanita — dijo, y salió —. Cariño, estoy embarazada.

Le mostró el test a su esposo, y se lanzó a su brazo, pero Emiliano no la abrazo; al contrario, la alejó de él y se puso de pie.

— Bien — es lo único que respondió, mientras Emily gritaba que estaba esperando un bebé.

Margaret observaba la escena con un nudo en la garganta, sintiéndose más incómoda que nunca. Sabía que todo terminaría cuando entregara al niño a su hermana, pero esa certeza no disminuía el peso de la situación.

Emiliano, por alguna razón inexplicable, mientras todos celebraban la buena noticia que su esposa dio, se sentía incómodo con lo que pasaba, especialmente con la hermana menor de su esposa.

Mientras tanto, Emily había comenzado a prepararse para disimular su barriga de embarazada. Prótesis de diferentes tamaños y ropas holgadas se convirtieron en sus aliados para mantener el secreto.

A medida que los días pasaban, Margaret se sumía en un mar de conflicto interno. Cada patada, cada movimiento del bebé dentro de ella, fortalecía el vínculo que había creado con su hijo. Se encontraba cada vez más reacia a la idea de separarse del niño que llevaba en su vientre.

El corazón de Emiliano también estaba lleno de conflictos. No se sentía cómodo con su esposa, no habían vuelto a intimar, no había una conexión con ella y su embarazo. Y eso es lo que quería. Y pronto tendría un heredero.

En medio de secretos, mentiras y emociones encontradas, el momento crucial se aproximaba. Margaret se encontraba en una encrucijada, donde las decisiones que tomara definirían el curso de sus vidas para siempre. La sombra de la traición y la malicia se cernía sobre ellos, amenazando con desgarrar los lazos familiares y desatar un torrente de consecuencias imprevistas.

— No quiero dejarte bebé, pero tengo que hacerlo — Una lágrima rodó por su mejilla, mientras acariciaba su vientre —. Creo que serás el niño o niña más fuerte. ¿Saldrás igual a mí o igual a tu padre? Espero que seas igual a él, apuesto y galante; y si eres niña, fuerte y decidida. Tendrás buena vida.

El dolor en su pecho la agobiaba. No quería perder a su bebé.

Finalmente, los nueve meses se cumplieron en un abrir y cerrar de ojos. Margaret literalmente había pasado el embarazo solo, encerrada en un departamento que su hermana y su madre habían alquilado para ella, para que nadie la viera en ese estado.

Cuando estaba en el hospital y tuvo a su bebé en brazos, lloró amargamente en las penumbras de su habitación, deseando no soltarlo nunca, pero debía hacerlo, de lo contrario el vínculo solo se fortalecería, y sería mucho más difícil dejarlo ir. Era un bebé hermoso y olía delicioso. Mientras sostenía a su recién nacido en brazos, una sensación de amor abrumador la invadió, pero al mismo tiempo, una sombra de preocupación se cernía sobre ella.

En ese momento, en que ella ya se encontraba vestida, meciendo a su bebé, Emiliano ingresó para ver a su hijo. Le pareció extraño que su esposa no estuviera presenta, sino su hermana, quien tenía un semblante bastante cansado.

— Hola, Margaret — saludó con voz profunda —. ¿Y Emily?

— Señor De Lucca… Em… dijo que saldría un instante. No me dijo dónde — respondió con nerviosismo. El hombre era demasiado apuesto y la intimidaba —. ¿Necesita algo?

Negó.

— Solo quiero verlo — susurró, acercándose.

Margaret se puso de pie de inmediato y se acercó al hombre para entregarle a su hijo. Era tan pequeño y él tan grande.

— Eso… ahí va la cabecita — explicó la joven Margaret.

— Es tan… pequeño — susurró Emiliano, sintiendo una emoción inexplicable por su niño, que era imposible que no sonriera. Levantó la vista y miró a su cuñada con una sonrisa —. Gracias por estar con él.

Margaret sintió una oleada de felicidad al ser apreciada por ese hombre, y ser testigo de su sonrisa por primera vez le dio un vuelco al corazón. Emiliano quería a su hijo, y eso la calmaba más.

En ese momento se abre la puerta y su hermana ingresa. Margaret se aparta de su cuñado y su hijo disimuladamente, para que no pensara más, pero de igual forma, Emily la fulminó con la mirada.

— Amor, ¿qué haces aquí? …

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