Margaret se encontraba atrapada en un torbellino de emociones desde el momento en se entregó a ese hombre. Cada día, sometiéndose a la prueba de embarazo, esperaba ansiosamente el veredicto que confirmara lo que ya sabía en su corazón. Dos semanas después de aquella noche con su cuñado, el pequeño dispositivo mostró las dos líneas que anunciaban su maternidad. Un tumulto de emociones la inundó: la alegría de dar vida, pero también el peso abrumador de un compromiso que no esperaba.
Con manos temblorosas, tomó su teléfono celular y marcó el número de Emily, su hermana. Justo cuando estaba a punto de revelarle la noticia, la puerta se abrió de par en par y Emily entró en la casa, seguida de cerca por su cuñado.
Los ojos de Margaret se encontraron con los de Emiliano, llenos de una complicidad incómoda, e ignorante de la verdad. Se sentía mal por convertirlo en una víctima de las mentiras de su familia. Sabía que debía contarle a su hermana, pero temía la reacción que tendría.
Al fin de cuentas era su esposo, y aunque todo fue planeado por ella, no significaba que no le molestara.
Con un gesto nervioso, Margaret llevó a Emily a un lado y le confesó entre susurros la verdad.
— Emily, necesito hablar contigo — dijo Margaret con voz temblorosa.
La expresión de su hermana se iluminó con una sonrisa radiante, pero había algo en su mirada que Margaret no pudo ignorar: una chispa de malicia que la hizo estremecer.
— ¿Qué pasa, Maggie? Pareces nerviosa — respondió Emily con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
— Es importante — susurró, quitando la prueba de su bolsillo —. Es sobre... el bebé.
— ¿Qué?
— Estoy em…, embarazada — tartamudeó Margaret, luchando por encontrar las palabras adecuadas.
Antes de que Margaret pudiera continuar, Emily se adelantó, interrumpiéndola con una expresión triunfante en el rostro. Tomó el test de las manos de su hermana menor.
— Buen trabajo, hermanita — dijo, y salió —. Cariño, estoy embarazada.
Le mostró el test a su esposo, y se lanzó a su brazo, pero Emiliano no la abrazo; al contrario, la alejó de él y se puso de pie.
— Bien — es lo único que respondió, mientras Emily gritaba que estaba esperando un bebé.
Margaret observaba la escena con un nudo en la garganta, sintiéndose más incómoda que nunca. Sabía que todo terminaría cuando entregara al niño a su hermana, pero esa certeza no disminuía el peso de la situación.
Emiliano, por alguna razón inexplicable, mientras todos celebraban la buena noticia que su esposa dio, se sentía incómodo con lo que pasaba, especialmente con la hermana menor de su esposa.
Mientras tanto, Emily había comenzado a prepararse para disimular su barriga de embarazada. Prótesis de diferentes tamaños y ropas holgadas se convirtieron en sus aliados para mantener el secreto.
A medida que los días pasaban, Margaret se sumía en un mar de conflicto interno. Cada patada, cada movimiento del bebé dentro de ella, fortalecía el vínculo que había creado con su hijo. Se encontraba cada vez más reacia a la idea de separarse del niño que llevaba en su vientre.
El corazón de Emiliano también estaba lleno de conflictos. No se sentía cómodo con su esposa, no habían vuelto a intimar, no había una conexión con ella y su embarazo. Y eso es lo que quería. Y pronto tendría un heredero.
En medio de secretos, mentiras y emociones encontradas, el momento crucial se aproximaba. Margaret se encontraba en una encrucijada, donde las decisiones que tomara definirían el curso de sus vidas para siempre. La sombra de la traición y la malicia se cernía sobre ellos, amenazando con desgarrar los lazos familiares y desatar un torrente de consecuencias imprevistas.
— No quiero dejarte bebé, pero tengo que hacerlo — Una lágrima rodó por su mejilla, mientras acariciaba su vientre —. Creo que serás el niño o niña más fuerte. ¿Saldrás igual a mí o igual a tu padre? Espero que seas igual a él, apuesto y galante; y si eres niña, fuerte y decidida. Tendrás buena vida.
El dolor en su pecho la agobiaba. No quería perder a su bebé.
Finalmente, los nueve meses se cumplieron en un abrir y cerrar de ojos. Margaret literalmente había pasado el embarazo solo, encerrada en un departamento que su hermana y su madre habían alquilado para ella, para que nadie la viera en ese estado.
Cuando estaba en el hospital y tuvo a su bebé en brazos, lloró amargamente en las penumbras de su habitación, deseando no soltarlo nunca, pero debía hacerlo, de lo contrario el vínculo solo se fortalecería, y sería mucho más difícil dejarlo ir. Era un bebé hermoso y olía delicioso. Mientras sostenía a su recién nacido en brazos, una sensación de amor abrumador la invadió, pero al mismo tiempo, una sombra de preocupación se cernía sobre ella.
En ese momento, en que ella ya se encontraba vestida, meciendo a su bebé, Emiliano ingresó para ver a su hijo. Le pareció extraño que su esposa no estuviera presenta, sino su hermana, quien tenía un semblante bastante cansado.
— Hola, Margaret — saludó con voz profunda —. ¿Y Emily?
— Señor De Lucca… Em… dijo que saldría un instante. No me dijo dónde — respondió con nerviosismo. El hombre era demasiado apuesto y la intimidaba —. ¿Necesita algo?
Negó.
— Solo quiero verlo — susurró, acercándose.
Margaret se puso de pie de inmediato y se acercó al hombre para entregarle a su hijo. Era tan pequeño y él tan grande.
— Eso… ahí va la cabecita — explicó la joven Margaret.
— Es tan… pequeño — susurró Emiliano, sintiendo una emoción inexplicable por su niño, que era imposible que no sonriera. Levantó la vista y miró a su cuñada con una sonrisa —. Gracias por estar con él.
Margaret sintió una oleada de felicidad al ser apreciada por ese hombre, y ser testigo de su sonrisa por primera vez le dio un vuelco al corazón. Emiliano quería a su hijo, y eso la calmaba más.
En ese momento se abre la puerta y su hermana ingresa. Margaret se aparta de su cuñado y su hijo disimuladamente, para que no pensara más, pero de igual forma, Emily la fulminó con la mirada.
— Amor, ¿qué haces aquí? …
— Amor, ¿qué haces aquí? — preguntó la joven, fingiendo dolor. Supuestamente había tenido un parto por cesárea, pues eso era una excusa más creíble. Tanto Emiliano como Margaret fruncieron el ceño ante una pregunta tan tonta. Obvio que él estaría allí presente. — Con mi hijo, Emily. — Sí, cierto. Lo siento. Es que aún estoy un poco débil. Necesito descansar, pero me encantaría ir a casa, amor. Emiliano solo asintió. Margaret sabía que su hermana, Emily, había estado ansiosa por llevarse al bebé consigo desde el momento en que descubrieron el embarazo. — Debes prepararte para quedarte conmigo — dijo Emily con una sonrisa forzada mientras se ponía la bata. Su madre le había dicho que necesitaría a su hermana durante el primer mes —. Sé que puede ser abrumador para ti, pero realmente… no me importa. Debes darle leche a este niño. Margaret asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una expresión tranquila. También la molestia por la forma en que ignoraba a su bebé. Aún e
La salud de Margaret cada vez más iba en decadencia. La falta de vitaminas, el trabajo constante pese a que había empleadas en la mansión, la llevaron a sobrecargar su cuerpo al extremo; pues todos cuidaban de su hermana, inclusive ella; pero a Margaret nadie atendía por órdenes de su propia hermana.Una tarde, mientras intentaba calmar al bebé en la guardería, el agotamiento la alcanzó y se desplomó en el suelo. Fue entonces cuando Emiliano la encontró inconsciente y la llevó de vuelta a su habitación. Preocupado por su estado, llamó de inmediato a un médico para que la examinara.Emiliano se había hecho de tiempo para pasar a ver a su hijo en la guardería, pero no pensó que se encontraría con semejante escena.Aguardaba con impaciencia en la puerta de la guardería, emocionado por la oportunidad de ver a su hijo. La expectativa llenaba sus pensamientos, pero de repente se vieron interrumpidos por una escena alarmante. Margaret, yacía inconsciente en el suelo, pálida y frágil como una
Margaret despertó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas contra su piel y el cálido resplandor de la luz del sol filtrándose por las cortinas. Parpadeó varias veces, tratando de orientarse en la habitación, cuando de repente su corazón dio un vuelco al ver a Emiliano de pie junto a su cama.Un sentimiento indescriptible se apoderó de ella en ese momento. Siempre había sentido una atracción secreta hacia el hombre, pero nunca se lo había permitido a sí misma. Él era mayor, más experimentado, y estaba ahora estaba casado con su hermana. Nunca había habido espacio para fantasías prohibidas en su vida.Emiliano la miró con intensidad, su mirada penetrante parecía buscar algo en lo profundo de su ser.— Margaret, ¿tienes un hijo? — preguntó con voz firme pero suave.El corazón de Margaret comenzó a latir con fuerza y rapidez, sintió un nudo en la garganta y se sintió acorralada. No sabía cómo responder a esa pregunta directa, pero tampoco podía mentirle a Emiliano. Así que, con u
Emiliano irrumpió en la sala de estar con una expresión de determinación tallada en su rostro. Emily y sus padres lo miraron con ansiedad, anticipando lo que estaba por venir.— Cariño… esa mujer… — Emily tartamudeaba. Se sentía temerosa y pequeña ante la mirada de su esposo.Aún estaba frustrada por las fotos que se filtraron, porque eso implicaba no solo el hecho de que perdiera la ayuda económica, sino su estatus como la señora De Lucca en la sociedad.— Quiero el divorcio — anunció Emiliano sin rodeos, enviando una ola de conmoción a través de la habitación.Emily contuvo el aliento, luchando por mantener la compostura mientras las palabras de su esposo resonaban en el aire. Los padres de Emily intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de las implicaciones de esta declaración.— Emiliano, hijo. Creo que estás llevando muy lejos la situación — susurró la madre de Emily, intentando persuadir.El padre de la familia Torres, observaba la escena. Se sentía afligido por la situaci
Los días fueron pasando, y la cercanía entre ambos creció más. Una noche, mientras Emiliano llegaba a la casa, escuchó risas provenientes de la cocina. Le parecía extraño, pues normalmente la casa era demasiado silenciosa, pero cuando se asomó, vio como Margaret reía con Lola, la ama de llaves, mientras tenía a su en brazos.Era una imagen muy hermosa, y aquel pensamiento lo desconcertó bastante. Cuando quiso retroceder, ya su ama de llaves lo ha visto, y la seriedad en los rostros de ambos se hizo presente, sintiendo una sensación de incomodidad.¿Por qué guardaron silencio?¿Quería seguir viendo la hermosa sonrisa de Margaret?— Continúen en lo suyo — susurró, mientras se acercaba al bebé, para tomarlo en brazos y dejar un beso en su frente —. Hola hombrecito. Cada vez estás más grande.Para Margaret era escena más dulce, mientras lo veía irse con su hijo. Más tarde, ayudó a la ama de llave a preparar la mesa, para después subir por las escaleras para avisar que la cena está servida
Al día siguiente fue igual. Emiliano tenía otra cita, y luego otra cita y otra cita…, hasta qué las citas comenzaban a venir en la casa, y aquello incomodaba más a la Margaret. Las risas de todas esas mujeres, que siempre la trataban como empleada.Obvio que, para los ojos de Emiliano, ella era la niñera de su hijo, pero eso no les daba derecho a sus amantes de turnos faltarles el respeto. La imagen que comenzó a tener de él, como padre ejemplar y esas cosas cursis, comenzó a deteriorarse. Ella no quería que su bebé viviera en un ambiente así, por lo que, se plantó frente a su despacho y golpeó la puerta.La misma fue abierta por una mujer demasiado hermosa, que hizo sentirla tan pequeña y fea, y de repente se olvidó de lo que iba a decir.— ¿Necesitas algo, Marge? — preguntó.— Nada, señor De Lucca. Volveré cuando… — Miró a la mujer con el ceño fruncido y luego a su jefe —, esté libre.Margaret salió de ese lugar y se encerró en su habitación, mientras se secaba las lágrimas. Odiaba
Una sensación de incomodidad y molesto pareció acentuarse en el organismo del hombre. Su cuerpo se puso lo bastante rígido para advertir a Margaret que se pasó con el pedido e incluso con el tono de su voz.— ¿Me estás dando una orden, Margaret? — cuestionó con la voz lo suficientemente tensa para saber que estaba molesto.— Solo es una sugerencia, pensando… pensando en el bebé — respondió con la mandíbula tensa y aunque fuera peligroso, mantuvo la cabeza en alto y desafiante —. No deberías hacerlo cuando él es prioridad.Emiliano asintió de mala gana sin dejar de mirarla con un rostro sin emociones. Le pareció interesante su comportamiento seguro, pero, aun así, no se dejaría intimidar.— No olvides de tu lugar, Margaret. Eres la niñera y eres reemplazable.Esas palabras fueron un golpe de realidad para la joven. Emiliano era un monstruo con sus palabras y herirla se le hacía fácil.Era fin de semana y no trabajaba, cuando oyó a su ex cuñada bajar con el niño. Se acercó a él y le son
Cuando finalmente llegaron a la casa, Emiliano se encerró directamente en su despacho y no volvió a salir de allí ni siquiera para la cena. Margaret se sintió cabizbaja, pero cuando miró a su hijo, se le pasó de inmediato.Emiliano por su parte, no podía creer que ella había vuelto, y ahora la había invitado a su casa para hablar. No sabía por qué lo hizo, pero ahora estaba esperándola con ansias. Era raro, pero no sentía aquel cosquilleo en el pecho como cuando estaban juntos en el pasado; sin embargo, podía perdonarla.Salió del despacho, chocó con Margaret cuando iba a subir por las escaleras, pues su oficina lindaba en ese sector. La sostuvo de la cintura con fuerza para evitar que se cayera, entonces miró sus ojos profundos, dilatados y le gustó, especialmente la forma en que sus mejillas se volvían rosada.— Quince. Tienes quince lunares esparcidos en tu rostro — dijo.— ¿Qué? — cuestionó Margaret con el ceño fruncido y antes de que pueda oler a decir algo, Emiliano pegó sus lab