Al día siguiente fue igual. Emiliano tenía otra cita, y luego otra cita y otra cita…, hasta qué las citas comenzaban a venir en la casa, y aquello incomodaba más a la Margaret. Las risas de todas esas mujeres, que siempre la trataban como empleada.Obvio que, para los ojos de Emiliano, ella era la niñera de su hijo, pero eso no les daba derecho a sus amantes de turnos faltarles el respeto. La imagen que comenzó a tener de él, como padre ejemplar y esas cosas cursis, comenzó a deteriorarse. Ella no quería que su bebé viviera en un ambiente así, por lo que, se plantó frente a su despacho y golpeó la puerta.La misma fue abierta por una mujer demasiado hermosa, que hizo sentirla tan pequeña y fea, y de repente se olvidó de lo que iba a decir.— ¿Necesitas algo, Marge? — preguntó.— Nada, señor De Lucca. Volveré cuando… — Miró a la mujer con el ceño fruncido y luego a su jefe —, esté libre.Margaret salió de ese lugar y se encerró en su habitación, mientras se secaba las lágrimas. Odiaba
Una sensación de incomodidad y molesto pareció acentuarse en el organismo del hombre. Su cuerpo se puso lo bastante rígido para advertir a Margaret que se pasó con el pedido e incluso con el tono de su voz.— ¿Me estás dando una orden, Margaret? — cuestionó con la voz lo suficientemente tensa para saber que estaba molesto.— Solo es una sugerencia, pensando… pensando en el bebé — respondió con la mandíbula tensa y aunque fuera peligroso, mantuvo la cabeza en alto y desafiante —. No deberías hacerlo cuando él es prioridad.Emiliano asintió de mala gana sin dejar de mirarla con un rostro sin emociones. Le pareció interesante su comportamiento seguro, pero, aun así, no se dejaría intimidar.— No olvides de tu lugar, Margaret. Eres la niñera y eres reemplazable.Esas palabras fueron un golpe de realidad para la joven. Emiliano era un monstruo con sus palabras y herirla se le hacía fácil.Era fin de semana y no trabajaba, cuando oyó a su ex cuñada bajar con el niño. Se acercó a él y le son
Cuando finalmente llegaron a la casa, Emiliano se encerró directamente en su despacho y no volvió a salir de allí ni siquiera para la cena. Margaret se sintió cabizbaja, pero cuando miró a su hijo, se le pasó de inmediato.Emiliano por su parte, no podía creer que ella había vuelto, y ahora la había invitado a su casa para hablar. No sabía por qué lo hizo, pero ahora estaba esperándola con ansias. Era raro, pero no sentía aquel cosquilleo en el pecho como cuando estaban juntos en el pasado; sin embargo, podía perdonarla.Salió del despacho, chocó con Margaret cuando iba a subir por las escaleras, pues su oficina lindaba en ese sector. La sostuvo de la cintura con fuerza para evitar que se cayera, entonces miró sus ojos profundos, dilatados y le gustó, especialmente la forma en que sus mejillas se volvían rosada.— Quince. Tienes quince lunares esparcidos en tu rostro — dijo.— ¿Qué? — cuestionó Margaret con el ceño fruncido y antes de que pueda oler a decir algo, Emiliano pegó sus lab
El suave tintineo del despertador rompió el silencio de la habitación de Emiliano. Eran las cuatro de la mañana, una hora en la que la oscuridad aún reinaba y el mundo parecía dormido. Sin embargo, para Emiliano, este era el momento de comenzar su día, un día que siempre empezaba mucho antes de que el sol iluminara el horizonte.Con movimientos mecánicos, Emiliano se levantó de la cama y se vistió en la penumbra de su habitación. Las luces aún apagadas, las sombras danzaban alrededor de él mientras se ajustaba la corbata y se calzaba los zapatos. El café, siempre preparado la noche anterior, le esperaba en la cocina, un pequeño consuelo en medio de la oscuridad de la madrugada.Bajó las escaleras con paso firme, atravesando el silencio de su casa con la determinación de un hombre acostumbrado a la rutina. La ciudad todavía dormía cuando Emiliano salió a la calle, las luces de las farolas parpadeaban débilmente, como si también estuvieran luchando contra el sueño.El camino hasta la em
Margaret se encontraba frente al espejo de su habitación, cambiándose de ropa con gestos mecánicos. Cada prenda que elegía parecía no encajar con su estado de ánimo. Se pasó la mano por el cabello, intentando calmar los nervios que la invadían desde que Emiliano llegó a la casa. Había tomado libre para pasar tiempo con su hijo y su nueva y patética novia. Un nudo se formó en su garganta, una mezcla de frustración y dolor que amenazaba con hacerla estallar.Ya había ahogado varios gritos, por eso planeó salir a dar una vuelta y despejar su mente y sus pensamientos ridículos.A pesar de sus esfuerzos por reprimirlo, Margaret no podía negar que siempre había sentido algo más por él. Pero ese sentimiento quedó en el olvido cuando Emiliano decidió casarse con su hermana. Ella había guardado silencio, había ocultado sus sentimientos bajo capas de resignación y aceptación. Sin embargo, verlo ahora, con otra mujer en brazos después de haber compartido un beso con ella, despertaba una tormenta
Emiliano iba entrando a la casa; sin embargo, Valeria se percató de su entrada, por lo que se puso a llorar exageradamente.— Yo no le hice nada, te lo juro, Margaret — dijo entre sollozos.Margaret por su parte, la miró atónica, pues ni siquiera estaba diciendo nada, ni un solo reclamo pese a ser la única quien estaba con su bebé.— Pero…— ¿Qué está sucediendo aquí? — preguntó Emiliano ingresando con aquel típico semblante frío.— Margaret me ha culpado de que lastimé a Emanuelcito. Te juro que yo no le hice nada. Sería incapaz de hacerlo — seguía diciendo.— Pero si yo ni siquiera hablé — respondió Margaret —, solo pregunté cómo se hizo, ya que el señor De Lucca no estaba, solo tú.Valeria se acercó amenazante hacia ella, pero fue detenida por Emiliano.— No mientas. Dile la verdad — gritó Valeria —. Dile que me gritaste.— ¿Es verdad eso, Margaret? — La joven miró sorprendida a Emiliano, conteniendo las lágrimas que querían salirse —. Responde.— Acabo de llegar, señor. Pregunté c
El reloj marcaba las horas más oscuras de la noche cuando Margaret, con el corazón pesado y el alma cargada de tristeza, se dirigió hacia la habitación de Emiliano en busca del bebé. La necesidad urgente de encontrar al pequeño para alimentarlo era solo una parte de la tormenta de emociones que la envolvía en aquel momento.Con un leve golpe en la puerta, Margaret esperó, sintiendo cómo el nudo en su garganta se apretaba con cada segundo que pasaba. Cuando Emiliano abrió la puerta, revelando su figura en la penumbra de la habitación, Margaret luchó por mantener la compostura, ocultando el dolor que la consumía por dentro.— ¿Qué necesitas, Margaret? — preguntó Emiliano, su voz suave pero cargada de curiosidad.— Solo estoy buscando al niño — respondió Margaret con calma, aunque su voz temblaba ligeramente —. Es hora de alimentarlo.Emiliano asintió con comprensión, abriéndole paso hacia la habitación para que pudiera entrar. Sin decir una palabra más, se dirigió hacia la cama donde el
El sol de la tarde se filtraba entre las ramas de los árboles del frondoso jardín de la mansión, pintando de dorado el césped y las flores que bailaban con la suave brisa primaveral. Margaret se mecía suavemente en la mecedora de mimbre, sosteniendo en sus brazos al pequeño Emanuel. La tranquilidad del momento era absoluta, solo interrumpida por el suave murmullo de los pájaros y el risueño gorjeo del bebé.Disfrutaba de aquel momento de paz y serenidad, observando con ternura el rostro dormido del pequeño, cuando una sombra interrumpió la luz del sol. Levantó la vista para encontrarse con Valeria, una mujer que se creía dueña de la casa, parada frente a ella con gesto autoritario y una mirada fría como el hielo.— Margaret — espetó Valeria con voz cortante —, ¿qué demonios estás haciendo aquí afuera con el bebé? Deberías estar dentro cumpliendo tus obligaciones como sirvienta.Margaret frunció el ceño, confundida por la interrupción en su momento de paz.— Lo siento, señora Valeria,