Emiliano iba entrando a la casa; sin embargo, Valeria se percató de su entrada, por lo que se puso a llorar exageradamente.— Yo no le hice nada, te lo juro, Margaret — dijo entre sollozos.Margaret por su parte, la miró atónica, pues ni siquiera estaba diciendo nada, ni un solo reclamo pese a ser la única quien estaba con su bebé.— Pero…— ¿Qué está sucediendo aquí? — preguntó Emiliano ingresando con aquel típico semblante frío.— Margaret me ha culpado de que lastimé a Emanuelcito. Te juro que yo no le hice nada. Sería incapaz de hacerlo — seguía diciendo.— Pero si yo ni siquiera hablé — respondió Margaret —, solo pregunté cómo se hizo, ya que el señor De Lucca no estaba, solo tú.Valeria se acercó amenazante hacia ella, pero fue detenida por Emiliano.— No mientas. Dile la verdad — gritó Valeria —. Dile que me gritaste.— ¿Es verdad eso, Margaret? — La joven miró sorprendida a Emiliano, conteniendo las lágrimas que querían salirse —. Responde.— Acabo de llegar, señor. Pregunté c
El reloj marcaba las horas más oscuras de la noche cuando Margaret, con el corazón pesado y el alma cargada de tristeza, se dirigió hacia la habitación de Emiliano en busca del bebé. La necesidad urgente de encontrar al pequeño para alimentarlo era solo una parte de la tormenta de emociones que la envolvía en aquel momento.Con un leve golpe en la puerta, Margaret esperó, sintiendo cómo el nudo en su garganta se apretaba con cada segundo que pasaba. Cuando Emiliano abrió la puerta, revelando su figura en la penumbra de la habitación, Margaret luchó por mantener la compostura, ocultando el dolor que la consumía por dentro.— ¿Qué necesitas, Margaret? — preguntó Emiliano, su voz suave pero cargada de curiosidad.— Solo estoy buscando al niño — respondió Margaret con calma, aunque su voz temblaba ligeramente —. Es hora de alimentarlo.Emiliano asintió con comprensión, abriéndole paso hacia la habitación para que pudiera entrar. Sin decir una palabra más, se dirigió hacia la cama donde el
El sol de la tarde se filtraba entre las ramas de los árboles del frondoso jardín de la mansión, pintando de dorado el césped y las flores que bailaban con la suave brisa primaveral. Margaret se mecía suavemente en la mecedora de mimbre, sosteniendo en sus brazos al pequeño Emanuel. La tranquilidad del momento era absoluta, solo interrumpida por el suave murmullo de los pájaros y el risueño gorjeo del bebé.Disfrutaba de aquel momento de paz y serenidad, observando con ternura el rostro dormido del pequeño, cuando una sombra interrumpió la luz del sol. Levantó la vista para encontrarse con Valeria, una mujer que se creía dueña de la casa, parada frente a ella con gesto autoritario y una mirada fría como el hielo.— Margaret — espetó Valeria con voz cortante —, ¿qué demonios estás haciendo aquí afuera con el bebé? Deberías estar dentro cumpliendo tus obligaciones como sirvienta.Margaret frunció el ceño, confundida por la interrupción en su momento de paz.— Lo siento, señora Valeria,
Valeria, con una sonrisa forzada en los labios y una postura de fingida inocencia, se adelantó con gesto teatral.— Emiliano, querido, es terrible. Estábamos simplemente tomando con mis amigas cuando esta sirvienta loca entró y comenzó a romper todo a su paso. ¡Fue horrible! — mintió Valeria con desparpajo, su voz teñida de falsedad.Las amigas de Valeria asintieron en apoyo a su versión, añadiendo sus propios comentarios para respaldar la mentira. Emiliano frunció el ceño, desconcertado por la situación, pero dispuesto a escuchar la versión de Margaret.Antes de que Margaret pudiera abrir la boca para defenderse, Valeria le lanzó una mirada asesina y continuó con su farsa.— ¿No es así, Margaret? ¿No tienes nada que decir por tu comportamiento vergonzoso? — espetó con un tono de superioridad mal disimulada.Margaret, a pesar del dolor y la debilidad, se incorporó con determinación, su mirada firme y desafiante. Ella haría lo que fuera para seguir cerca de su hijo, pero no permitiría q
— Esa arpía se está adueñando de la mansión sin proponérselo — murmuró Valeria para sí misma, mientras caminaba de un lado a otro dentro de su habitación —. Debo deshacerme de esa maldita entrometido y del niño, sea como sea.Tenía en su mano un vaso de whisky que estaba a punto de lanzarlo a la pared, pero se contuvo. Respiró hondo y poco a poco se calmó, mientras escuchaba su celular sonar. Se acercó a él y contestó.— Belleza de mi vida, tanto tiempo — susurró la voz masculina al otro lado.— Hola Pablo. Eres rápido — respondió ella con una sonrisa —. Tengo otro trabajo para ti.Pablo al otro lado sonrió, aunque ciertamente se estaba cansando de ser utilizado por ella. El juego de seducir mujeres vulnerables y despechadas ya no era un juego para él. Quería algo más.— Vale, Vale, Vale… lamento decirte que no estoy interesado en jugar — susurró —, porque eso es lo que deseas pedirme ¿verdad?— Pero estoy segura que a ésta sí la querrás. Es una de las hermanas Torres. — Pablo frunció
— No, no lo pensarás. Quiero conocerla y me la traerás mañana mismo — sentenció el anciano.— No puedes obligarme a hacer algo que no deseo.— Puedo. Tendrás que actuar con responsabilidad de lo contrario, tendré que sacarte de la presidencia — amenazó.Emiliano se puso rígido en su cama, sintiendo una oleada de ira y resentimiento hacia su abuelo. Ese anciano era un hijo de puta cuando se lo proponía— No puedes obligarme a hacer algo que no creo correcto, abuelo. Mi hijo no es un peón en tu juego de poder — respondió Emiliano, su voz temblorosa de emoción contenida.Su abuelo suspiró, como si estuviera resignado a la obstinación de Emiliano.— No se trata solo de ti, Emiliano. Se trata del legado de nuestra familia, de mantener nuestras tradiciones y valores intactos. Y eso significa hacer sacrificios por el bien mayor — explicó su abuelo, su tono suavizándose ligeramente.Emiliano apretó los puños con furia, sintiendo una mezcla de desesperación y determinación ardiendo dentro de é
Estaban en el vestíbulo, rectos como una tabla. Margaret estaba con el niño, y de vez en cuando le hacía naricitas para calmarlo, pues también sentía la tensión. Es que, su padre realmente se veía incómodo de estar aquí.Ella se preguntaba por qué. Emiliano no era un hombre que hiciera lo que otros lo ordenaban, pero al parecer, su abuelo era la excepción.— ¿Se encuentra bien, señor? — preguntó con suavidad la joven Margaret, tocando el hombro de Emiliano.Éste último, se apartó de ella con brusquedad, como si fuese algún tipo de mugre que pudiera infectarlo. Se sintió pequeña y fuera de lugar; pero no podía permitirse sentir mal, porque por su hijo aguantaría lo que sea.— No es de tu incumbencia, Torres — escupió con desdén.Claro que no era de su incumbencia, y ella lo sabía perfectamente, pues siempre que tenía la oportunidad le recordaba cuál era su lugar, pese a ser supuestamente la tía. Quizás tenía un estatuto social menos privilegiada que la de él, pero los Torres eran conoci
Después del tenso encuentro en el vestíbulo, Emiliano había desistido de su intento por ir a la empresa. Su abuelo había asegurado que quería pasar tiempo de calidad con su nieto, aunque Emiliano sabía que detrás de esa fachada de cariño se escondían motivos más oscuros. Margaret, por su parte, se mantenía al margen de todo, observando la situación con una mezcla de reserva y precaución.Finalmente, el grupo se trasladó al comedor para desayunar. La atmósfera era tensa, con el abuelo de Lucca observando a Emiliano con ojos que parecían buscar cualquier oportunidad para criticar.Emiliano, sintiendo la presión de la mirada de su abuelo, decidió romper el silencio.— Margaret, ¿puedes cambiar al bebé, por favor? — preguntó con voz tensa.Margaret rápidamente asintió, tomando al bebé en brazos y dirigiéndose hacia la vieja habitación de Emiliano, que una de las sirvientas de la mansión le indicó.El abuelo De Lucca presionó el pecho de Emiliano con su bastón, su voz llena de acusación.—