Por favor, interactúen...
— Esa arpía se está adueñando de la mansión sin proponérselo — murmuró Valeria para sí misma, mientras caminaba de un lado a otro dentro de su habitación —. Debo deshacerme de esa maldita entrometido y del niño, sea como sea.Tenía en su mano un vaso de whisky que estaba a punto de lanzarlo a la pared, pero se contuvo. Respiró hondo y poco a poco se calmó, mientras escuchaba su celular sonar. Se acercó a él y contestó.— Belleza de mi vida, tanto tiempo — susurró la voz masculina al otro lado.— Hola Pablo. Eres rápido — respondió ella con una sonrisa —. Tengo otro trabajo para ti.Pablo al otro lado sonrió, aunque ciertamente se estaba cansando de ser utilizado por ella. El juego de seducir mujeres vulnerables y despechadas ya no era un juego para él. Quería algo más.— Vale, Vale, Vale… lamento decirte que no estoy interesado en jugar — susurró —, porque eso es lo que deseas pedirme ¿verdad?— Pero estoy segura que a ésta sí la querrás. Es una de las hermanas Torres. — Pablo frunció
— No, no lo pensarás. Quiero conocerla y me la traerás mañana mismo — sentenció el anciano.— No puedes obligarme a hacer algo que no deseo.— Puedo. Tendrás que actuar con responsabilidad de lo contrario, tendré que sacarte de la presidencia — amenazó.Emiliano se puso rígido en su cama, sintiendo una oleada de ira y resentimiento hacia su abuelo. Ese anciano era un hijo de puta cuando se lo proponía— No puedes obligarme a hacer algo que no creo correcto, abuelo. Mi hijo no es un peón en tu juego de poder — respondió Emiliano, su voz temblorosa de emoción contenida.Su abuelo suspiró, como si estuviera resignado a la obstinación de Emiliano.— No se trata solo de ti, Emiliano. Se trata del legado de nuestra familia, de mantener nuestras tradiciones y valores intactos. Y eso significa hacer sacrificios por el bien mayor — explicó su abuelo, su tono suavizándose ligeramente.Emiliano apretó los puños con furia, sintiendo una mezcla de desesperación y determinación ardiendo dentro de é
Estaban en el vestíbulo, rectos como una tabla. Margaret estaba con el niño, y de vez en cuando le hacía naricitas para calmarlo, pues también sentía la tensión. Es que, su padre realmente se veía incómodo de estar aquí.Ella se preguntaba por qué. Emiliano no era un hombre que hiciera lo que otros lo ordenaban, pero al parecer, su abuelo era la excepción.— ¿Se encuentra bien, señor? — preguntó con suavidad la joven Margaret, tocando el hombro de Emiliano.Éste último, se apartó de ella con brusquedad, como si fuese algún tipo de mugre que pudiera infectarlo. Se sintió pequeña y fuera de lugar; pero no podía permitirse sentir mal, porque por su hijo aguantaría lo que sea.— No es de tu incumbencia, Torres — escupió con desdén.Claro que no era de su incumbencia, y ella lo sabía perfectamente, pues siempre que tenía la oportunidad le recordaba cuál era su lugar, pese a ser supuestamente la tía. Quizás tenía un estatuto social menos privilegiada que la de él, pero los Torres eran conoci
Después del tenso encuentro en el vestíbulo, Emiliano había desistido de su intento por ir a la empresa. Su abuelo había asegurado que quería pasar tiempo de calidad con su nieto, aunque Emiliano sabía que detrás de esa fachada de cariño se escondían motivos más oscuros. Margaret, por su parte, se mantenía al margen de todo, observando la situación con una mezcla de reserva y precaución.Finalmente, el grupo se trasladó al comedor para desayunar. La atmósfera era tensa, con el abuelo de Lucca observando a Emiliano con ojos que parecían buscar cualquier oportunidad para criticar.Emiliano, sintiendo la presión de la mirada de su abuelo, decidió romper el silencio.— Margaret, ¿puedes cambiar al bebé, por favor? — preguntó con voz tensa.Margaret rápidamente asintió, tomando al bebé en brazos y dirigiéndose hacia la vieja habitación de Emiliano, que una de las sirvientas de la mansión le indicó.El abuelo De Lucca presionó el pecho de Emiliano con su bastón, su voz llena de acusación.—
La tarde se tornaba en un manto dorado mientras el sol se deslizaba suavemente hacia el horizonte, derramando su luz cálida sobre la vasta basta de los De Lucca. La elegante casa brillaba en medio del paisaje, sus ventanas reflejando los últimos destellos del día. Emiliano y Margaret llegaron juntos, caminando despacio por el camino de grava que conducía a la entrada principal. La brisa primaveral jugaba con los rizos sueltos de Margaret, haciéndolos bailar alrededor de su rostro, mientras Emiliano, la ayudaba con el carro del bebé.Se mostraba bastante relajado, aunque sabía ocultarlo muy bien.Desde la ventana de su habitación en el segundo piso, Valeria observaba a la pareja con una mezcla de celos y determinación. Sus ojos seguían cada movimiento de Emiliano, cada gesto de afecto hacia Margaret, y su mente trabajaba febrilmente para trazar un plan. No podía permitir que esa joven intrusa ganara más terreno en el corazón de Emiliano. Valeria deseaba convertirse en la gran señora
El coche se detuvo con un chirrido agudo, rompiendo el silencio de la noche, las grandes puertas de hierro forjado se abrieron lentamente, y Margaret pudo ver la imponente silueta de la Mansión Torres al final del camino. Margaret bajó del vehículo, ajustando su gorro y tomando una respiración profunda. Miró a su alrededor, recordando las pocas veces que sonrió en ese lugar al que llamaba hogar. La Mansión Torres, hogar de su infancia, parecía un mundo distante ahora, después de haber pasado tanto tiempo en el extranjero. Sin embargo, una llamada urgente de su madre la había traído de regreso. La salud de su padre había empeorado, y su presencia era requerida con urgencia.Margaret sentía con una mezcla de ansiedad y determinación. Subió los escalones de mármol y, al empujar las grandes puertas de madera, fue recibida por el eco de sus propios pasos en el vasto vestíbulo. La decoración, con sus grandes retratos y muebles antiguos, parecía haberse congelado en el tiempo.La joven ava
Emiliano no podía quitarse la preocupación de la mente. Había visto salir a Margaret de la casa, ansiosa y apresurada, con una expresión en su rostro que le había dejado un nudo en el estómago. Sabía que Margaret tenía asuntos pendientes con su familia, pero algo en su comportamiento hace unas horas le había hecho temer lo peor. No podía quedarse de brazos cruzados. Margaret cuidaba a su hijo, y aunque usara esa excusa para justificarse, la verdad es que se estaba enamorando de ella.Condujo hacia la Mansión Torres, un imponente edificio que se alzaba orgullosamente en medio de amplios jardines. Emiliano no había estado allí antes, a excepción de la vez que pidió el divorcio. Dio vueltas alrededor de la mansión, indeciso sobre cómo proceder. La idea de irrumpir en una propiedad privada le resultaba descabellada, especialmente cuando odiaba a la familia, menos a ella y la imagen de Margaret, preocupada y sola, le impulsaba a seguir adelante.Finalmente, no pudo soportar más la incert
Emiliano estaba sentado en su oficina, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. El día había sido normal, con la rutina de siempre y las obligaciones que lo mantenían ocupado, pero su corazón latía desbocado por algo que había visto la noche anterior. Margaret, la mujer que había cuidado de su hijo con una devoción que él nunca había esperado, no salía de su mente y menos cuando tenía un golpe en la cara.El golpe, un moretón oscuro y amoratado que contrastaba con su piel pálida, lo había dejado paralizado. Margaret había intentado restarle importancia, diciendo que se había caído, pero Emiliano no estaba convencido. No podía soportar la idea de que alguien la hubiera lastimado. La preocupación lo invadía, una sensación que nunca antes había sentido con tanta intensidad por otra persona. Se dio cuenta, con un escalofrío, de lo mucho que ella significaba para él y para su hijo. El hecho de que Margaret se encargara de su heredero como si fuera su propio hijo lo conmovía profunda