Emiliano estaba sentado en su oficina, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. El día había sido normal, con la rutina de siempre y las obligaciones que lo mantenían ocupado, pero su corazón latía desbocado por algo que había visto la noche anterior. Margaret, la mujer que había cuidado de su hijo con una devoción que él nunca había esperado, no salía de su mente y menos cuando tenía un golpe en la cara.El golpe, un moretón oscuro y amoratado que contrastaba con su piel pálida, lo había dejado paralizado. Margaret había intentado restarle importancia, diciendo que se había caído, pero Emiliano no estaba convencido. No podía soportar la idea de que alguien la hubiera lastimado. La preocupación lo invadía, una sensación que nunca antes había sentido con tanta intensidad por otra persona. Se dio cuenta, con un escalofrío, de lo mucho que ella significaba para él y para su hijo. El hecho de que Margaret se encargara de su heredero como si fuera su propio hijo lo conmovía profunda
Esa noche, después de acostar a su hijo, Emiliano se quedó en la sala de estar, pensando en todo lo que había sucedido. Margaret se retiró a su habitación, y él aprovechó la quietud de la casa para ordenar sus pensamientos. Rubén le había prometido investigar, pero la espera lo mataba. Necesitaba respuestas y las necesitaba pronto.Valeria había estado dando vueltas en su habitación durante lo que parecían horas. La idea de enfrentarse a Emiliano la llenaba de nerviosismo y expectación. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que habían hablado realmente, y aunque había intentado mantener la compostura, la verdad era que seguía sintiendo una conexión muy profunda con él. Pero esta vez, estaba decidida a no ser rechazada.Con manos temblorosas, se acercó a la cómoda y tomó el frasco de perfume que había pertenecido a Margaret. Era un gesto impulsivo, pero necesitaba todo el coraje que pudiera reunir. Inhaló profundamente el aroma, tratando de imbuirse con la misma presencia tranq
Tenía la intención de ir y enfrentarla, pero no sabía cómo. Le parecía extraño que esto estuviera pasando. Le parecía extraño, que ella, entre tantas mujeres, le haya mentido. Le haya ocultado una verdad como esa, la cual no merece perdón.No debió esperar demasiado, al final de cuentas, Valeria tenía razón y es una Torres y los Torres solo tienen en su cabeza el maldito dinero.Salió de su cuarto, molesto hasta las médulas, con la poca intensión de controlarse y, sin detenerse a pensar en nada, abrió la puerta de un solo tirón, para encontrarla dormida en la habitación que él mismo le había entregado, pensando en su comodidad.Emiliano tomó asiento en el sillón que se encontraba en una esquina y comenzó a observarla, como si fuera un demente, hasta que, Margaret se removió en su lugar y entonces, se sentó de golpe.— Señor de Lucca… ¿qué haces aquí?— Torres — musitó, pero aquella palabra se sintió helada, teniendo en cuenta que el hombre odiaba ese apellido —. Torres, Torres, Torres
El corazón de Margaret latía con fuerza, casi como si quisiera escapar de su pecho. Aferró a su hijo con fuerza, sintiendo su pequeño cuerpo temblar contra el suyo, y salió apresuradamente de aquel cementerio. La mañana era fría, pero no tenía tiempo para pensar en ello. El miedo la impulsaba a moverse, a correr, a huir.En la esquina, levantó la mano y, casi de inmediato, un taxi se detuvo frente a ella. El conductor, un hombre de mediana edad con rostro cansado, la miró con curiosidad, pero no hizo preguntas. Margaret agradeció en silencio esa pequeña muestra de discreción.— A la estación del tren — dijo, su voz apenas un susurro.El taxi arrancó y Margaret se permitió un breve momento para mirar a su hijo. El niño, de apenas meses, casi a punto de cumplir su primer año, la miraba con ojos grandes y sonriente. Ella acarició su cabello con ternura, tratando de transmitirle una calma que ni ella misma sentía.Al llegar a la estación, pagó al conductor con manos temblorosas y salió de
Después de lo que parecieron horas y que la joven no haya pegado el ojo en toda la noche; a penas el sol asomaba, un fuerte golpe en la puerta la sobresaltó. Su corazón comenzó a latir con fuerza nuevamente, pero una voz familiar la tranquilizó. — ¡Margaret, soy yo, Lily! — exclamó su amiga desde el otro lado de la puerta. Margaret corrió a abrir, y al ver la cara sonriente de Lily, sintió una oleada de alivio. Lily la abrazó con fuerza, transmitiéndole una calidez que había anhelado durante tanto tiempo. — Gracias por venir — dijo Margaret, con lágrimas en los ojos —. ¿Cómo es que llegaste tan rápido? — No necesitas agradecerme, amiga. Vamos, tenemos que salir de aquí antes de que Emiliano nos encuentre — dijo —. Te lo explicaré en el avión. — Iré por Emanuel — susurró la joven, pero Lily la detuvo. — Antes que nada, quiero conocer a mi sobrino y ahijado — dijo, corriendo hacia la habitación, para después ahogar un grito de emoción —. ¡Es… es tan hermoso! ¡Dios, Mar
Habían transcurrido varios días desde la desaparición de Margaret y su hijo, y Emiliano estaba al borde de la desesperación. Cada día que pasaba sin rastro de ellos aumentaba su frustración y su furia. Lo que más le sorprendía era que nadie de su familia había intentado comunicarse con Margaret desde que desapareció. Esto solo le demostraba lo invisible que había sido para su propia familia, incluso para su padre. Con la sangre hirviendo, Emiliano se acercó a su agente de seguridad, Marco, un hombre de confianza que siempre había demostrado ser eficiente y leal. — ¿Tienen algo? — preguntó Emiliano con una mezcla de esperanza y desesperación en su voz. Marco lo miró con una expresión seria y negó con la cabeza. — No hay nada, señor. Hemos revisado todos los posibles contactos y ubicaciones, pero no hemos encontrado ninguna pista — respondió —. Incluso buscamos en el extranjero, pero no hay rastros de que ella haya ingresado o salido del país. El grito de frustración de E
En un pintoresco pueblo costero del sur de Italia, Margaret disfrutaba de su nueva vida lejos de las ataduras y expectativas de su familia. Cada mañana se despertaba con el sonido de las olas golpeando suavemente la orilla y el aroma del café recién hecho que Lily preparaba con esmero. Era un paraíso escondido, un refugio donde podía ser ella misma sin miedo a ser juzgada.Margaret y Lily pasaban sus días explorando el mercado local, donde se perdían entre los puestos de frutas frescas, especias y artesanías. Las tardes las dedicaban a paseos en bicicleta por los senderos escénicos que rodeaban el pueblo, disfrutando de la brisa marina y la libertad que tanto anhelaban. La vida era simple, pero llena de pequeños momentos que las hacían sentir vivas y felices.Mientras tanto, en su país de origen, la familia de Margaret estaba preocupada por su desaparición. Era obvio que llamarían a Lily, para pedir información. Lily, con una habilidad innata para manejar situaciones difíciles, les as
— Quiero asegurarme de que todo esté en orden — dijo Don Alberto con voz grave, mientras firmaba los documentos—. No quiero que haya disputas cuando ya no esté.El abogado asintió, recogiendo los papeles con diligencia.— No se preocupe, señor Torres. Todo estará en su lugar.Don Alberto se quedó en silencio, mirando por la ventana. Sabía que su tiempo se agotaba, pero deseaba con todas sus fuerzas que su familia pudiera encontrar la paz y la felicidad que él nunca había podido brindarles del todo.De regreso en Italia, Margaret se levantó, decidida a seguir adelante. No permitiría que las acciones de Emiliano la detuvieran. Tenía una nueva vida, una vida que construiría con amor y dedicación para su hijo. Miró hacia el horizonte, con la esperanza de que, algún día, todo este dolor se convirtiera en solo un recuerdo lejano.Lily entró en la habitación de Margaret con rostro de preocupación, sus ojos revelaban la urgencia de la situación. Margaret, que aún sostenía a su bebé, sintió u