El zumbido del avión era un eco constante en los oídos de Margaret mientras observaba cómo las nubes se deslizaban bajo las alas. Regresaba a casa después de años en el extranjero, un retorno que debería haber sido motivo de alegría, pero en cambio dejaba un sabor amargo en su boca. ¿Por qué ahora? Se preguntó, mientras el paisaje cambiaba de azul a un océano de nubes y finalmente a la tierra que conocía tan bien.
Margaret nunca había sido la favorita en su familia. Siempre había sido la que se quedaba atrás, la que no encajaba en el molde que sus padres y hermanos habían creado para ella. La decisión de enviarla al extranjero, lejos de todo lo que conocía, había sido solo una confirmación más de su insignificancia en el esquema familiar.
Pero ahora, de repente, la invitaban de vuelta. Una invitación para la boda de su hermana, un gesto que le había dejado perpleja. ¿Por qué ahora, después de todo este tiempo?
El avión aterrizó con un suave golpe, trayéndola de vuelta a la realidad. Margaret recogió su equipaje y se dirigió hacia la salida, donde una ráfaga de aire fresco la recibió. El familiar olor a hogar la envolvió mientras tomaba un taxi hacia la casa familiar.
Al llegar, Margaret se encontró con una bienvenida fría. Sus padres apenas la miraron cuando entró por la puerta, ocupados con los preparativos de la boda. Sus hermanos la saludaron con indiferencia antes de volver a sus quehaceres.
Se sentía como una extraña en su propio hogar, una sensación que la había acompañado durante toda su vida. Pero lo peor estaba por llegar.
Esa noche, después de la cena, Margaret y su hermana, Emily, se encontraron a solas en la sala de estar. Margaret había estado esperando este momento, esperando que Emily finalmente le explicara por qué la habían invitado de vuelta.
— Es bueno que hayas venido — dijo con una voz fina y maliciosa.
— ¿Me dirás por qué? — preguntó la joven Margaret, cohibida por la mirada que le daba su hermana mayor.
Emily suspiró.
— Margaret, necesito hablarte de algo — comenzó Emily, su voz odiosa y mandona.
Margaret la miró expectante, preguntándose qué podría ser tan importante.
— Me estoy casando — anunció Emily, jugueteando nerviosa con el anillo en su dedo.
Margaret contuvo el aliento, sorprendida por la noticia.
— ¿Y por qué debería importarme? — preguntó, incapaz de ocultar su amargura.
— No me interesa que te importe — admitió Emily, bajando la mirada —, pero necesito tu ayuda, lamentablemente.
Margaret se sintió como si hubiera sido golpeada en el estómago. ¿Ayuda? ¿De ella? Después de años de ser ignorada, ahora su hermana la necesitaba. Era irónico.
— ¿Qué tipo de ayuda? — preguntó con cautela, sintiendo que ya sabía la respuesta.
Emily levantó la mirada, sus ojos llenos de angustia falsa. Habían pasado los años, y seguía siendo igual.
— Necesito que seas mi sustituta — dijo con voz temblorosa —. Necesito que tengas un hijo por mí.
El mundo de Margaret se detuvo en ese momento. ¿Cómo podía su propia hermana pedirle algo así? ¿Cómo podía esperar que sacrificara su propia vida por ella?
Pero mientras miraba a los ojos suplicantes de Emily, Margaret sintió una mezcla de dolor y compasión. A pesar de todo, seguía siendo su hermana, y no podía ignorar su sufrimiento.
— No puedo aceptar algo así, Emily. Eso es demasiado… demasiado vil — gimió.
Entre todas las cosas, esto era lo más descabellado que su hermana le había pedido. Era… ni siquiera tenía palabras.
— Por favor, Margaret — dijo, intentando parecer dolida ante mis palabras —. Ni siquiera tienes novio para que pueda impedirte darle un hijo a mi futuro esposo.
— Pero será también mi hijo, Emily. Lo siento, busca a otra persona para este juego maquiavélico.
— Pero…
Antes de que Margaret pudiera responder, la puerta se abrió de golpe y su madre entró en la habitación, su rostro pálido y marcado por la preocupación.
— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó su madre, su voz temblorosa con emoción reprimida.
Pero era falso, pues aquella mujer que fingía estar cansada, era más malvada que el mismo diablo.
El pedido de Emily golpeó a Margaret como un puñetazo en el estómago, dejándola sin aliento y tambaleándose en el umbral de la sala de estar. No podía aceptarlo. La idea de llevar un hijo para su propia hermana la llenaba de repulsión y horror.— ¿Cómo que no vas a ayudarme? — gritó Emily, ignorando a su madre que acaba de ingresar y hacer una pregunta.— Madre, Emily pidió que sea su sustituta y yo…, yo la verdad no puedo acceder a algo como eso. — Miró a su hermana —. Lo siento, Emily, pero simplemente no puedo hacerlo.Su voz salió temblorosa, tratando de mantener la compostura mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.La mirada de Emily se volvió fría y calculadora, sus labios curvándose en una sonrisa que enviaba escalofríos por la espalda de Margaret.— Oh, claro, ¿por qué deberías hacer algo por tu propia familia, verdad, Margaret? — espetó con veneno en cada palabra —. Siempre has sido egoísta y egocéntrica.Margaret se estremeció ante el ton
La boda de Emiliano se desvaneció en una bruma de vino y deberes. La presión del evento, mezclada con el peso de las expectativas familiares, lo empujó hacia una espiral de incertidumbre y desesperación. Aún no podía comprender por qué había aceptado unirse a la hija de los Torres y someterse a los deseos de su abuelo, incluso cuando la enfermedad de este último se había convertido en una espada pendiendo sobre su cabeza.— Odio toda esta situación — susurró para sí mismo —. Lo odio tanto.La noche caía pesadamente sobre sus hombros mientras se retiraba a su habitación, sus pasos pesados resonando en el silencio cargado. Allí, en la penumbra, apareció ella: su recién esposa, enmascarada, una figura etérea que parecía pertenecer a un sueño.Emiliano apenas alzó la mirada, agradecido por la máscara que ocultaba los rasgos de su compañera. La distancia proporcionada por el disfraz le permitió mantenerse alejado de la dolorosa realidad de su situación.Ella se acercó con gracia, llevando
El sol apenas comenzaba a filtrarse tímidamente por las cortinas cuando Margaret se despertó, sintiendo un dolor punzante en la parte inferior de su cuerpo. Un escalofrío recorrió su espalda cuando recordó los eventos de la noche anterior, y un rubor caliente subió por sus mejillas al darse cuenta de la intimidad compartida con su cuñado.Miró hacia su lado y vio a Emiliano, profundamente dormido. Era innegablemente apuesto, y el recuerdo de la pasión compartida solo intensificó la timidez que la invadía.Con cuidado, se deslizó de la cama, tratando de no despertarlo. La vergüenza pesaba en su corazón mientras vestía su ropa, consciente de la mirada de desaprobación que seguramente su hermana le lanzaría si la encontraba allí.Con un suspiro, abrió la puerta de la habitación y se encontró cara a cara con su Emily. El silencio entre ellas era ensordecedor, lleno de reproches no pronunciados y desaprobación contenida. Margaret bajó la mirada, incapaz de soportar el peso de la mirada de
Margaret se encontraba atrapada en un torbellino de emociones desde el momento en se entregó a ese hombre. Cada día, sometiéndose a la prueba de embarazo, esperaba ansiosamente el veredicto que confirmara lo que ya sabía en su corazón. Dos semanas después de aquella noche con su cuñado, el pequeño dispositivo mostró las dos líneas que anunciaban su maternidad. Un tumulto de emociones la inundó: la alegría de dar vida, pero también el peso abrumador de un compromiso que no esperaba. Con manos temblorosas, tomó su teléfono celular y marcó el número de Emily, su hermana. Justo cuando estaba a punto de revelarle la noticia, la puerta se abrió de par en par y Emily entró en la casa, seguida de cerca por su cuñado. Los ojos de Margaret se encontraron con los de Emiliano, llenos de una complicidad incómoda, e ignorante de la verdad. Se sentía mal por convertirlo en una víctima de las mentiras de su familia. Sabía que debía contarle a su hermana, pero temía la reacción que tendría. Al fin
— Amor, ¿qué haces aquí? — preguntó la joven, fingiendo dolor. Supuestamente había tenido un parto por cesárea, pues eso era una excusa más creíble. Tanto Emiliano como Margaret fruncieron el ceño ante una pregunta tan tonta. Obvio que él estaría allí presente. — Con mi hijo, Emily. — Sí, cierto. Lo siento. Es que aún estoy un poco débil. Necesito descansar, pero me encantaría ir a casa, amor. Emiliano solo asintió. Margaret sabía que su hermana, Emily, había estado ansiosa por llevarse al bebé consigo desde el momento en que descubrieron el embarazo. — Debes prepararte para quedarte conmigo — dijo Emily con una sonrisa forzada mientras se ponía la bata. Su madre le había dicho que necesitaría a su hermana durante el primer mes —. Sé que puede ser abrumador para ti, pero realmente… no me importa. Debes darle leche a este niño. Margaret asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una expresión tranquila. También la molestia por la forma en que ignoraba a su bebé. Aún e
La salud de Margaret cada vez más iba en decadencia. La falta de vitaminas, el trabajo constante pese a que había empleadas en la mansión, la llevaron a sobrecargar su cuerpo al extremo; pues todos cuidaban de su hermana, inclusive ella; pero a Margaret nadie atendía por órdenes de su propia hermana.Una tarde, mientras intentaba calmar al bebé en la guardería, el agotamiento la alcanzó y se desplomó en el suelo. Fue entonces cuando Emiliano la encontró inconsciente y la llevó de vuelta a su habitación. Preocupado por su estado, llamó de inmediato a un médico para que la examinara.Emiliano se había hecho de tiempo para pasar a ver a su hijo en la guardería, pero no pensó que se encontraría con semejante escena.Aguardaba con impaciencia en la puerta de la guardería, emocionado por la oportunidad de ver a su hijo. La expectativa llenaba sus pensamientos, pero de repente se vieron interrumpidos por una escena alarmante. Margaret, yacía inconsciente en el suelo, pálida y frágil como una
Margaret despertó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas contra su piel y el cálido resplandor de la luz del sol filtrándose por las cortinas. Parpadeó varias veces, tratando de orientarse en la habitación, cuando de repente su corazón dio un vuelco al ver a Emiliano de pie junto a su cama.Un sentimiento indescriptible se apoderó de ella en ese momento. Siempre había sentido una atracción secreta hacia el hombre, pero nunca se lo había permitido a sí misma. Él era mayor, más experimentado, y estaba ahora estaba casado con su hermana. Nunca había habido espacio para fantasías prohibidas en su vida.Emiliano la miró con intensidad, su mirada penetrante parecía buscar algo en lo profundo de su ser.— Margaret, ¿tienes un hijo? — preguntó con voz firme pero suave.El corazón de Margaret comenzó a latir con fuerza y rapidez, sintió un nudo en la garganta y se sintió acorralada. No sabía cómo responder a esa pregunta directa, pero tampoco podía mentirle a Emiliano. Así que, con u
Emiliano irrumpió en la sala de estar con una expresión de determinación tallada en su rostro. Emily y sus padres lo miraron con ansiedad, anticipando lo que estaba por venir.— Cariño… esa mujer… — Emily tartamudeaba. Se sentía temerosa y pequeña ante la mirada de su esposo.Aún estaba frustrada por las fotos que se filtraron, porque eso implicaba no solo el hecho de que perdiera la ayuda económica, sino su estatus como la señora De Lucca en la sociedad.— Quiero el divorcio — anunció Emiliano sin rodeos, enviando una ola de conmoción a través de la habitación.Emily contuvo el aliento, luchando por mantener la compostura mientras las palabras de su esposo resonaban en el aire. Los padres de Emily intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de las implicaciones de esta declaración.— Emiliano, hijo. Creo que estás llevando muy lejos la situación — susurró la madre de Emily, intentando persuadir.El padre de la familia Torres, observaba la escena. Se sentía afligido por la situaci