CUÑADO: Soy la Madre de tu Hijo.
CUÑADO: Soy la Madre de tu Hijo.
Por: Lgamarra
01 - Regreso a casa.

El zumbido del avión era un eco constante en los oídos de Margaret mientras observaba cómo las nubes se deslizaban bajo las alas. Regresaba a casa después de años en el extranjero, un retorno que debería haber sido motivo de alegría, pero en cambio dejaba un sabor amargo en su boca. ¿Por qué ahora? Se preguntó, mientras el paisaje cambiaba de azul a un océano de nubes y finalmente a la tierra que conocía tan bien.

Margaret nunca había sido la favorita en su familia. Siempre había sido la que se quedaba atrás, la que no encajaba en el molde que sus padres y hermanos habían creado para ella. La decisión de enviarla al extranjero, lejos de todo lo que conocía, había sido solo una confirmación más de su insignificancia en el esquema familiar.

Pero ahora, de repente, la invitaban de vuelta. Una invitación para la boda de su hermana, un gesto que le había dejado perpleja. ¿Por qué ahora, después de todo este tiempo?

El avión aterrizó con un suave golpe, trayéndola de vuelta a la realidad. Margaret recogió su equipaje y se dirigió hacia la salida, donde una ráfaga de aire fresco la recibió. El familiar olor a hogar la envolvió mientras tomaba un taxi hacia la casa familiar.

Al llegar, Margaret se encontró con una bienvenida fría. Sus padres apenas la miraron cuando entró por la puerta, ocupados con los preparativos de la boda. Sus hermanos la saludaron con indiferencia antes de volver a sus quehaceres.

Se sentía como una extraña en su propio hogar, una sensación que la había acompañado durante toda su vida. Pero lo peor estaba por llegar.

Esa noche, después de la cena, Margaret y su hermana, Emily, se encontraron a solas en la sala de estar. Margaret había estado esperando este momento, esperando que Emily finalmente le explicara por qué la habían invitado de vuelta.

— Es bueno que hayas venido — dijo con una voz fina y maliciosa.

— ¿Me dirás por qué? — preguntó la joven Margaret, cohibida por la mirada que le daba su hermana mayor.

Emily suspiró.

— Margaret, necesito hablarte de algo — comenzó Emily, su voz odiosa y mandona.

Margaret la miró expectante, preguntándose qué podría ser tan importante.

— Me estoy casando — anunció Emily, jugueteando nerviosa con el anillo en su dedo.

Margaret contuvo el aliento, sorprendida por la noticia.

— ¿Y por qué debería importarme? — preguntó, incapaz de ocultar su amargura.

— No me interesa que te importe — admitió Emily, bajando la mirada —, pero necesito tu ayuda, lamentablemente.

Margaret se sintió como si hubiera sido golpeada en el estómago. ¿Ayuda? ¿De ella? Después de años de ser ignorada, ahora su hermana la necesitaba. Era irónico.

— ¿Qué tipo de ayuda? — preguntó con cautela, sintiendo que ya sabía la respuesta.

Emily levantó la mirada, sus ojos llenos de angustia falsa. Habían pasado los años, y seguía siendo igual.

— Necesito que seas mi sustituta — dijo con voz temblorosa —. Necesito que tengas un hijo por mí.

El mundo de Margaret se detuvo en ese momento. ¿Cómo podía su propia hermana pedirle algo así? ¿Cómo podía esperar que sacrificara su propia vida por ella?

Pero mientras miraba a los ojos suplicantes de Emily, Margaret sintió una mezcla de dolor y compasión. A pesar de todo, seguía siendo su hermana, y no podía ignorar su sufrimiento.

— No puedo aceptar algo así, Emily. Eso es demasiado… demasiado vil — gimió.

Entre todas las cosas, esto era lo más descabellado que su hermana le había pedido. Era… ni siquiera tenía palabras.

— Por favor, Margaret — dijo, intentando parecer dolida ante mis palabras —. Ni siquiera tienes novio para que pueda impedirte darle un hijo a mi futuro esposo.

— Pero será también mi hijo, Emily. Lo siento, busca a otra persona para este juego maquiavélico.

— Pero…

Antes de que Margaret pudiera responder, la puerta se abrió de golpe y su madre entró en la habitación, su rostro pálido y marcado por la preocupación.

— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó su madre, su voz temblorosa con emoción reprimida.

Pero era falso, pues aquella mujer que fingía estar cansada, era más malvada que el mismo diablo.

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