104| El libro de los hechizos.

A pesar de su pequeño tamaño, Analía podía correr tan rápido como su loba grande, y en menos de 15 minutos llegó a la ciudad. Taranta no era como Agnaquela, con un enorme muro que la rodeaba. Seguramente, aquella ciudad tan al norte del mundo era imposible de invadir; por eso, sus medidas de seguridad eran nulas.

La ciudad se extendía por varios kilómetros y terminaba abruptamente en casas hechas de cuadros de hielo para conservar el calor en el interior. Cuando Analía cruzó por la enorme puerta principal, sintió que atravesaba algo, como una fina capa de agua. Cuando lo hizo, notó que la temperatura dentro de la ciudad era más alta. Seguramente sobre la ciudad tenían un domo que proporcionaba calor mágico, así como el domo que tenían en su granja.

En cuanto más se acercaba al centro, más notaba las imponentes construcciones hechas en piedra que tenían los Maiasauras, hechas de ladrillos diminutos, cortados seguramente a mano. Miles y miles, por no decir millones, de ladrillos conform
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