CAPÍTULO VEINTITRÉS Y con pasos lentos, Gertrudis se acercó a Humberto. Un hombre fuerte y hasta cierto punto, grotesco. Con esa sonrisa lasciva que a mucho incomodaba pero que recompensaba con el cuerpo que tenía.—Un placer, mi señora.Y poco a poco fue como Gertrudis comenzó a pasear su mano por el pecho del hombre. Nunca antes lo había hecho pero ahora que estaba frente a él, se daba cuenta de lo que estaba perdiendo.—Excelente —, dijo ella tocándolo. —Recuerda que aún te falta la investigación sobre aquel niño, ¿en verdad murió?Y de un momento a otro, Gertrudis lo besó como nunca antes había hecho. Humberto no pudo evitar sonreír entre el beso. Incluso si tenía la información con él no se la iba a dar, quizá más adelante iban a ser más eficiente de lo que él esperaba en ese momento. Un viaje por hacerse, un ángel negro que llegaba para informar sobre la llegada de las dos personas que se iban a cobrar todo el daño de la peor manera. Manuel se había quedado como la persona
CAPÍTULO VEINTICUATRO UNA SEMANA DESPUES Tres autos color negro que paraban detrás del auto color blanco. Y si aquella gente pensó que ella jamás iba a volver, estaban completamente equivocados, ahora era Salomé quien no iba a descansar hasta que los viera de rodillas. Con un vestido color azul largo y que más parecía ser de noche que aquel con el que debía de presentarse a aquella junta, Salomé bajó del auto siendo ayudada por su esposo. Un hombre que no podía creer que ya se encontraran ahí, en el mismo lugar que habían arrebatado de sus manos. Con una mirada digna, Salomé bajó apoyándose del brazo de su esposo. El gran Maximiliano Montenegro. —Adelante, señora de Montenegro —, dijo uno de los hombres que ya la esperaban. Y sin siquiera saber hacer un gesto de agradecimiento, Salomé continuó su camino. La mirada altiva, el aura pesada y las palabras que no salían pero en cuanto lo hicieran solo iban a terminar de declarar la guerra que ellos mismos habían pasado. Mientr
CAPÍTULO VEINTICINCO Con una taza de café en la mesa en medio del jardín y en la que desayunaban Maximiliano, Manuel y Salomé. La sonrisa en el rostro de Salomé había cambiado un poco y eso lo podía ver Maximiliano ya que él había sido quien la había visto sonreír siendo Paula y no Salomé. La sonrisa había cambiado, ahora era una sonrisa llena de seducción.Maximiliano sabía que esa mujer podía hacer a que su hermano cayera por ella una vez más.Finalmente Salomé bajó los cubiertos en sus manos y tomó su celular a su lado. A Maximiliano le daba miedo que ella hubiera cambiado.— ¿Disfrutaste el desayuno? —Preguntó Maximiliano al ver que ella no decía nada más, estaba cambiando muy rápido y él solo parecía enamorarse cada segundo más mientras extrañaba a la Paula que él nunca pudo ver como tal.—Sí, solo arreglo un par de cosas.Manuel y Maximiliano se miraron. El ambiente había cambiado completamente.—Manuel, ¿será que puedes acompañarme a recibir los vestidos que llegaran en u
A lado de Salomé, Maximiliano supo de qué se trataba todo ese momento. Salomé no jugó cuando dijo que iba a tomar su venganza por el camino corto. Ella quería vengarse de todos de una vez por todas.—Me complace ser yo, Maximiliano Montenegro quien presente a Salomé como mi esposa —dijo él al darse cuenta de la mirada de Alejandro sobre su esposa. Era como si sus celos hubieran despertado muy de pronto, celos que no podía sentir por ella.—Emma de Vital, mucho gusto —se presentó.—El gusto es mío, señora.—Gertrudis de la Garza, mucho gusto.Y mientras todo mundo se presentaba ante Maximiliano, Alejandro no había perdido la oportunidad de observar a Salomé como solo un descarado lo haría. Si tan solo él supiera que ella era la mujer de la que él se olvidó tan pronto.Salomé ya no era la misma Paula, esta vez sabía cómo actuar ante la mirada de un hombre como él. Sin ser una descarada, le sonrió con elegancia. En menos de dos minutos ella ya se le había metido por los ojos y a s
— ¿Quién te crees que eres? ¡¿Qué te pasa, Maximiliano?! ¡Ni siquiera se te ocurra volver a hacer lo que hiciste afuera de la casa porque a la otra no voy a responder! —Gritó Salomé una y otra vez mientras entraban en la gran casa que habían comprado. Y detrás de ellos caminaba Manuel sin poder dejar de sonreír de manera discreta.— ¡Ya te lo dije, Salomé! ¡Te tuve que besar porque Alejandro nos estaba viendo desde atrás!— ¡Bonita excusa tuviste para hacerlo!— ¡Piensa lo que quieras, no me interesa!— ¡Ya te dije que no vuelvas a hacer algo que no te he dado permiso hacer! —Dicho eso, Salomé subió las escaleras yendo directo a su habitación.Estaba furiosa, estaba harta de que los hombres quisieran hacer lo que sea con ella. Salomé ya no era la misma. Paula había muerto, Salomé no iba a permitir que ningún hombre le pusiera la mano encima.Al llegar a su habitación Salomé cerró las puertas mientras su pecho subía y bajaba con total dificultad.No podía quitarse de la mente
El mundo a su alrededor podía desaparecer en ese mismo momento porque no era contra ellos con quienes tenía ese sentimiento de venganza, era contra solo esa persona que no estaba ahí para recibirla.—Buen día, señora de Montenegro.—Salomé Sorín —corrigió ella.Todo mundo a su alrededor no supo hacer otra cosa más que mirarse entre sí.—Puedo hacer valer mi nombre por mí misma, no necesito del apellido de mi esposo. ¿Y dónde se encuentra el señor de Vital? ¿Me equivoqué de fecha y no era hoy la junta más importante que tendríamos? —Señora Sorín, sucede que el seor de Vital no ha llamado incluso para decir que va a cancelar la junta, le hemos intentado marcar una y mil veces.— ¿Un desaire? No me gusta ser desairada.—No, por supuesto que no. Seguiré intentando comunicarme con él.Salomé suspiró. Solo eso le faltaba.Veía a su alrededor al mundo correr pues todos ahí sabían lo que el poder de los Sorín podía significar en un país que hasta el momento tenía el gusto de convivir con
Emma no era la única que había visto a aquella joven pareja que se abrazaba como si fueran el uno para el otro, y se apoyaran en los momentos buenos y malos, Gertrudis también los había visto desde el segundo piso que era donde hablaba con Humberto sobre algún asunto que había surgido, nada importante.— ¿Es ella la mujer que estuvo ayer en la celebración? —Preguntó para si misma.Por supuesto Humberto no pudo entender pues él no había estado la noche anterior.— ¿De qué habla, mi señora?—Esa mujer, ¿quién se cree para estar abrazando así a mi yerno?Humberto sonrió. —No, no entiendo.—Ayer, esa mujer que ves ahí, estaba en la celebración, es una mujer muy poderosa, está casada con un hombre importante también, ¿qué pretende, ah?—No lo sé, mi señora pero pídame lo que sea y yo me encargo de lo demás.Gertrudis negó con la cabeza. —No, por supuesto que no quiero que hagas nada ahora. Solo quiero saber por qué está aquí, parece muy interesada en todo lo que hacemos y lo que
Firmando el último documento que Humberto le había dado en aquel sobre amarillo, Gertrudis sonrió en el momento en que le entregaba los documentos. Solo esa firma iba a ser válida la decisión que había tomado.Gertrudis estaba cansada de ser solo la viuda de un hombre que la había dejado con una fortuna pero una fortuna que ella no había querido usar hasta ese momento.— ¿Estás segura de lo que va a hacer, mi señor? —Preguntó Humberto.—Por supuesto que estoy segura. Mi hija sigue siendo una inepta que se conforma con solo ser una novela cuando perfectamente sabe que puede ser la competencia de su propio esposo. —Por eso es que usted debería ser la patrona de todo este país.— ¿Te digo algo?—Lo que usted quiera, mi señora. Ya sabe que esto para escucharla.—Hay algo de la mujer esa, esposa del tal Montenegro que no me gusta, si tan solo hubieras estado ahí la noche de la celebración, te habrías dado cuenta de muchas cosas. Es por eso que me veo en la necesidad de hacer esto. Se di