¡Mañana DECISIVA ODISEA! Gracias por leer Compláceme y Destrúyeme.
Apenas Gisel salió de la casa y subió a su lujoso Camaro, yo corrí escaleras arriba. Me puse lo primero que encontré, y después bajé a toda prisa. En la puerta de la casa, me topé con Mad. Ambos retrocedimos un paso, sorprendidos. —¿Todo bien, Livy? Asentí, pero respiraba agitadamente. En mi cabeza, todas mis ideas se enredaban, llevándome a pensar muchas cosas, algunas escalofriantes. —Ven, te llevaré a la univer... Negué una vez. —No, llévame con el señor Demián. Por favor. Por un largo instante, me miró sin comprender, y yo le sostuve la mirada con decisión, ocultando mi ansiedad. Finalmente, Mad asintió. —Está bien. Pero a él no le gustara. Yo también era muy consiente de eso, sin embargo, aun así, pasé por su lado y salí de la casa. Sin una palabra, ambos subimos al coche, y después de vacilar brevemente, Mad se puso en marcha y salimos de la residencia. Manejó por más de una hora, hasta que entró en una amplia avenida que reconocí al instante. Posteriormente
Poco tiempo atrás, le había dicho que no deseaba alejarme de él, aunque tuviese un lugar al cual llegar, porqué era inmensamente feliz a su lado. Pero en ese preciso instante, mientras miraba esos hipnotizantes ojos carentes de cualquier sentimiento por mí, me arrepentí de mis palabras. No había nada intimo entre nosotros, ningún motivo para llamarlo por su nombre. —Señor, quiero irme... —Olvídalo. Me zafé de su agarré y me dirigí hacia la puerta. Pero antes de que siquiera pudiera poner una mano en ella, me sujetó del brazo. De un solo movimiento me estampó contra la puerta, atrapándome entre la madera y él. —¡Basta! —chillé debatiéndome—. ¡Suélteme! ¡Quiero irme! Pensé que me cubriría la boca para silenciarme, pero en lugar de eso, miró hacia una esquina de la habitación. En ella había una pequeña cámara que no había notado hasta ese momento. —Por favor... —le supliqué con los ojos llenos de lágrimas—. Déjeme ir. No hubo efecto alguno, su mirada volvió a mí, más abras
Todo se hizo cómo el señor Demián había ordenado; apenas entramos a la casa, Mad le ordenó a Madame Mariel dejar la casa inmediatamente, y luego de algunas cortas llamadas, llegaron varios autos negros. De ellos bajaron un puñado de hombres, se apostaron con discreción en torno y fuera de la casa. Yo permanecí en la sala, sentada en el suelo. Mirando cómo un hombre de traje colocaba diminutas cámaras por doquier. No sabía qué sucedía allí, pero no me gustaba. De hecho, me inquietaba más que la extraña actitud del señor Demián. —¿Él cree que intentaré escapar? —le pregunté a Mad. Él se alejó del hombre que cambiaba la cerradura común de la puerta por una inteligente, y vino hacia mí. —Él sabe que no irás a ningún lado. Suspiré y apoyé el mentón en las rodillas. —Creo que estuve a punto de hacerlo. Le confesé fijando la vista en la calle, luego alguien vino y cerró las persianas, dejándonos casi en penumbras. —Cuando me dijo todas esas cosas, cuando me trató de esa form
Deslizó sus labios a lo largo de mi cuello, besando cada punto sensible a su paso, haciéndome apretar los muslos y cerrar fuertemente los dientes. —N-no podemos... —mascullé arqueando la espalda, sintiendo cómo mordía ligeramente mi clavícula—. Ahora no... Sin dejar de besarme, apoyó una palma en la parte más baja de mi espalda. Me pegó a su cuerpo. —¿Crees que es tan estúpido para venir aquí estando yo? —habló contra mi piel. No, no lo creía. Pero ese no era el problema. —Todos esos hombres... —hice una pausa y jadeé. Sentí sus dedos juguetear con el cierre del vestido —. Ellos están fuera... Nos escucharan... —Eso no me importa. Te deseo, Lizbeth. Te quiero para mí ahora. De un movimiento bajó el cierre y la prenda cayó a mis pies. Y sin darme la oportunidad de avergonzarme, me tomó en brazos y me arrojó en el sofá. El impacto me dejó sin aire, pero solté una risita. Aturdida, solo pude mirarlo trepar sobre mí, sacarme las bragas y separarme bien las piernas. Durante
Con una pequeña sonrisa en la cara, alargué una mano y tanteé el espacio a mi lado. Pero al no tocar nada más que las frías sabanas, abrí un ojo. Me encontraba sola en la cama, Demián no estaba. Disgustada fruncí los labios al tiempo que me sentaba con las piernas cruzadas y estiraba los brazos sobre la cabeza. No puedo creer que se haya ido, pensé mirando la salida del sol. Después de todo lo que dijo ayer... Después de todo lo que sucedió... Sin embargo, mi enojo duró poco, pues de repente escuché fuertes ruidos venir del piso inferior, también olisqueé el delicioso aroma del pan recién tostado. Rápidamente salí de la cama y me puse la bata. Salí corriendo de la habitación y bajé deprisa las escaleras, más emocionada y feliz que nunca. —Creí que te habías ido —dije apenas lo vi, parado en medio de la sala. Esperé la misma efusividad que la mía, o al menos algo de alegría, pero no pasó. Él se encontraba de espaldas a mí y no respondió a mi saludo. —¿Demián? Continuó
Exactamente 15 minutos más tarde, el timbre de la puerta comenzó a sonar. Rápidamente me levanté del suelo de la cocina, dispuesta a ir a abrir y preguntarle a Liliana porqué estaba allí. Pero antes de que yo siquiera diera un par de pasos, Demián apareció e ignorándome por completo, fue a recibirla. —Señor, ¿ha sucedido algo? —inquirió apenas entró a la casa. —Eso es exactamente lo que tú me explicarás —replicó él. Con evidente inquietud, la mirada de Liliana recorrió la oscura casa, hasta fijarse en mí. —Livy. No respondí, pero hice ademán de querer acercarme. Entonces Demián le hizo un rápido gesto a su invitada. —Hablemos arriba. Es urgente. Comenzó a alejarse, y a ella no le quedó más que seguirlo. Ambos subieron hasta el estudio. Y yo permanecí en la cocina, pensando y debatiéndome, cómo siempre lo hacía. Pero finalmente me dije que debía saber a qué había ido Liliana, así que subí silenciosamente hasta la tercera planta. Y lo hice justo a tiempo. Un segundo
Nos reímos y besamos, caminando por la casa a tropezones. Demián abrió la puerta de la habitación con una patada y, entre risas, nos dirigimos hasta la cama. En ella me dejé caer de espaldas y con los labios entreabiertos y las mejillas sonrojadas, lo miré erguirse sobre mí y quitarse lentamente la ropa. Cuando estuvo totalmente desnudo, nos miramos a los ojos. Ambos exhalamos con fuerza. —No creí que llegaría a enamorarme de ti, Lizbeth —musitó inclinándose hacia mí. Me besó muy despacio, atrapando mis labios con los suyos, jugando con mi lengua. Al mismo tiempo, sus manos acariciaron mis piernas y subieron poco a poco, hasta alcanzar la zona sensible entre mis muslos. Jadeé en su boca y elevé la pelvis hacia él, deseosa de llegar más lejos. Mi impaciencia le hizo sonreír. —Prometo ser amable. Presionó mi clítoris con el dedo pulgar, yo tensé las piernas alrededor de sus caderas y me abracé a él tanto cómo pude. —Te amo, Lizbeth Ricci. Sentí su mano dejar mi sexo y sub
Al verme aparecer en su consultorio acompañada por Demián, las cejas de la doctora se elevaron un poco en señal de sorpresa. Nos invitó a entrar y después de que ella y él conversaran un poco sobre mi estado de salud y el progreso del embarazo, finalmente la doctora se volvió hacia mí. —Estás en la semana 9, ¿no es así? Fruncí el entrecejo. Mi vientre seguía tan plano como siempre y, de no tener constantes mareos y nauseas, bien podría haber pensado que todo era un error. —Si, acabó de cumplir tres meses. La doctora sonrió, percatándose de mi preocupación. —Cómo te dije antes, hay algunos embarazos primerizos que no son visibles hasta los 3 o incluso 4 meses. No hay de qué preocuparse. Pero eso no me tranquilizó, ni a Demián. Su ceño se profundizó tanto cómo el mío; a fin de cuentas, ni él ni yo sabíamos nada de bebés. Ante esto, la doctora nos hizo un gesto amable. —Ya que parecen inquietos. ¿Les parece sí practicamos un ultrasonido? En esta fase del embarazo, seguro q