Mañana PELIGROSA SUERTE. Gracias por leer y seguir Compláceme y Destrúyeme.
Todo se hizo cómo el señor Demián había ordenado; apenas entramos a la casa, Mad le ordenó a Madame Mariel dejar la casa inmediatamente, y luego de algunas cortas llamadas, llegaron varios autos negros. De ellos bajaron un puñado de hombres, se apostaron con discreción en torno y fuera de la casa. Yo permanecí en la sala, sentada en el suelo. Mirando cómo un hombre de traje colocaba diminutas cámaras por doquier. No sabía qué sucedía allí, pero no me gustaba. De hecho, me inquietaba más que la extraña actitud del señor Demián. —¿Él cree que intentaré escapar? —le pregunté a Mad. Él se alejó del hombre que cambiaba la cerradura común de la puerta por una inteligente, y vino hacia mí. —Él sabe que no irás a ningún lado. Suspiré y apoyé el mentón en las rodillas. —Creo que estuve a punto de hacerlo. Le confesé fijando la vista en la calle, luego alguien vino y cerró las persianas, dejándonos casi en penumbras. —Cuando me dijo todas esas cosas, cuando me trató de esa form
Deslizó sus labios a lo largo de mi cuello, besando cada punto sensible a su paso, haciéndome apretar los muslos y cerrar fuertemente los dientes. —N-no podemos... —mascullé arqueando la espalda, sintiendo cómo mordía ligeramente mi clavícula—. Ahora no... Sin dejar de besarme, apoyó una palma en la parte más baja de mi espalda. Me pegó a su cuerpo. —¿Crees que es tan estúpido para venir aquí estando yo? —habló contra mi piel. No, no lo creía. Pero ese no era el problema. —Todos esos hombres... —hice una pausa y jadeé. Sentí sus dedos juguetear con el cierre del vestido —. Ellos están fuera... Nos escucharan... —Eso no me importa. Te deseo, Lizbeth. Te quiero para mí ahora. De un movimiento bajó el cierre y la prenda cayó a mis pies. Y sin darme la oportunidad de avergonzarme, me tomó en brazos y me arrojó en el sofá. El impacto me dejó sin aire, pero solté una risita. Aturdida, solo pude mirarlo trepar sobre mí, sacarme las bragas y separarme bien las piernas. Durante
Con una pequeña sonrisa en la cara, alargué una mano y tanteé el espacio a mi lado. Pero al no tocar nada más que las frías sabanas, abrí un ojo. Me encontraba sola en la cama, Demián no estaba. Disgustada fruncí los labios al tiempo que me sentaba con las piernas cruzadas y estiraba los brazos sobre la cabeza. No puedo creer que se haya ido, pensé mirando la salida del sol. Después de todo lo que dijo ayer... Después de todo lo que sucedió... Sin embargo, mi enojo duró poco, pues de repente escuché fuertes ruidos venir del piso inferior, también olisqueé el delicioso aroma del pan recién tostado. Rápidamente salí de la cama y me puse la bata. Salí corriendo de la habitación y bajé deprisa las escaleras, más emocionada y feliz que nunca. —Creí que te habías ido —dije apenas lo vi, parado en medio de la sala. Esperé la misma efusividad que la mía, o al menos algo de alegría, pero no pasó. Él se encontraba de espaldas a mí y no respondió a mi saludo. —¿Demián? Continuó
Exactamente 15 minutos más tarde, el timbre de la puerta comenzó a sonar. Rápidamente me levanté del suelo de la cocina, dispuesta a ir a abrir y preguntarle a Liliana porqué estaba allí. Pero antes de que yo siquiera diera un par de pasos, Demián apareció e ignorándome por completo, fue a recibirla. —Señor, ¿ha sucedido algo? —inquirió apenas entró a la casa. —Eso es exactamente lo que tú me explicarás —replicó él. Con evidente inquietud, la mirada de Liliana recorrió la oscura casa, hasta fijarse en mí. —Livy. No respondí, pero hice ademán de querer acercarme. Entonces Demián le hizo un rápido gesto a su invitada. —Hablemos arriba. Es urgente. Comenzó a alejarse, y a ella no le quedó más que seguirlo. Ambos subieron hasta el estudio. Y yo permanecí en la cocina, pensando y debatiéndome, cómo siempre lo hacía. Pero finalmente me dije que debía saber a qué había ido Liliana, así que subí silenciosamente hasta la tercera planta. Y lo hice justo a tiempo. Un segundo
Nos reímos y besamos, caminando por la casa a tropezones. Demián abrió la puerta de la habitación con una patada y, entre risas, nos dirigimos hasta la cama. En ella me dejé caer de espaldas y con los labios entreabiertos y las mejillas sonrojadas, lo miré erguirse sobre mí y quitarse lentamente la ropa. Cuando estuvo totalmente desnudo, nos miramos a los ojos. Ambos exhalamos con fuerza. —No creí que llegaría a enamorarme de ti, Lizbeth —musitó inclinándose hacia mí. Me besó muy despacio, atrapando mis labios con los suyos, jugando con mi lengua. Al mismo tiempo, sus manos acariciaron mis piernas y subieron poco a poco, hasta alcanzar la zona sensible entre mis muslos. Jadeé en su boca y elevé la pelvis hacia él, deseosa de llegar más lejos. Mi impaciencia le hizo sonreír. —Prometo ser amable. Presionó mi clítoris con el dedo pulgar, yo tensé las piernas alrededor de sus caderas y me abracé a él tanto cómo pude. —Te amo, Lizbeth Ricci. Sentí su mano dejar mi sexo y sub
Al verme aparecer en su consultorio acompañada por Demián, las cejas de la doctora se elevaron un poco en señal de sorpresa. Nos invitó a entrar y después de que ella y él conversaran un poco sobre mi estado de salud y el progreso del embarazo, finalmente la doctora se volvió hacia mí. —Estás en la semana 9, ¿no es así? Fruncí el entrecejo. Mi vientre seguía tan plano como siempre y, de no tener constantes mareos y nauseas, bien podría haber pensado que todo era un error. —Si, acabó de cumplir tres meses. La doctora sonrió, percatándose de mi preocupación. —Cómo te dije antes, hay algunos embarazos primerizos que no son visibles hasta los 3 o incluso 4 meses. No hay de qué preocuparse. Pero eso no me tranquilizó, ni a Demián. Su ceño se profundizó tanto cómo el mío; a fin de cuentas, ni él ni yo sabíamos nada de bebés. Ante esto, la doctora nos hizo un gesto amable. —Ya que parecen inquietos. ¿Les parece sí practicamos un ultrasonido? En esta fase del embarazo, seguro q
No me había equivocado al pensar que todo se sentía cómo un raro Deja Vu. Pues después ser una prostituta en Odisea, el primer lugar al que el señor Demián me había llevado, había sido esa majestuosa mansión en las afueras de la ciudad. Y nuevamente, luego de haber vuelto a Odisea días atrás, me encontraba frente a esa enorme y sombría mansión. E igual que la última vez, cuando bajamos del Rolls Royce, nos encontramos con una fila de lujosos autos bloqueando el jardín y la entrada de la mansión. En las enormes puertas de roble, nos esperaban Isabel y Roland. La expresión inquieta de ella se suavizó al verme llegar ilesa. —Daniels, ¿no tuviste ningún problema en el camino? —inquirió Roland, echando una inquisitiva mirada a los alrededores. —En absoluto. Un informante me comunicó que se le ha visto en el sur de la ciudad. Está preparándose para huir. Dentro y fuera de la casa, hombres armados hasta los dientes recorrían la propiedad. No creí que nadie se atreviera a ir allí. —
Me miré al espejo una vez antes de bajar; sin duda la ajustada tela pegándose a mi cuerpo y estilizando mi delgada figura, hacía imposible a cualquiera pensar en un embarazo. Lo volvía una posibilidad nula. Nunca me había visto más guapa que en ese momento, era elegante y distinguida, tanto como sensual y atrevida, pero sin llegar a lo vulgar. Me gusto ver que ya no era la sombra de Katerin, ni tampoco una versión torpe e inexperta de ella. Por fin comenzaba a conocerme a mí misma, a encontrarme. Dos pequeños toques en la puerta me hicieron despertar. Suspiré retocándome en rubor en las mejillas. —¿Lista? —inquirió al entrar. Musité un sí, volviéndome hacia él. Vi claramente sus oscuras pupilas dilatarse al verme de pie en medio de la habitación. —Te ves más que preciosa. Al decirlo, se acercó a mí en unas cuantas zancadas largas. Me tomó por las caderas y me metió la lengua en la boca, apenas permitiéndome tomar aliento. Luego de alejarse, tomó mi mano y juntos bajamos a l