Mañana FELICES MOMENTOS. Gracias por leer y seguir tan de cerca COMPLÁCEME Y DESTRÚYEME.
Nos reímos y besamos, caminando por la casa a tropezones. Demián abrió la puerta de la habitación con una patada y, entre risas, nos dirigimos hasta la cama. En ella me dejé caer de espaldas y con los labios entreabiertos y las mejillas sonrojadas, lo miré erguirse sobre mí y quitarse lentamente la ropa. Cuando estuvo totalmente desnudo, nos miramos a los ojos. Ambos exhalamos con fuerza. —No creí que llegaría a enamorarme de ti, Lizbeth —musitó inclinándose hacia mí. Me besó muy despacio, atrapando mis labios con los suyos, jugando con mi lengua. Al mismo tiempo, sus manos acariciaron mis piernas y subieron poco a poco, hasta alcanzar la zona sensible entre mis muslos. Jadeé en su boca y elevé la pelvis hacia él, deseosa de llegar más lejos. Mi impaciencia le hizo sonreír. —Prometo ser amable. Presionó mi clítoris con el dedo pulgar, yo tensé las piernas alrededor de sus caderas y me abracé a él tanto cómo pude. —Te amo, Lizbeth Ricci. Sentí su mano dejar mi sexo y sub
Al verme aparecer en su consultorio acompañada por Demián, las cejas de la doctora se elevaron un poco en señal de sorpresa. Nos invitó a entrar y después de que ella y él conversaran un poco sobre mi estado de salud y el progreso del embarazo, finalmente la doctora se volvió hacia mí. —Estás en la semana 9, ¿no es así? Fruncí el entrecejo. Mi vientre seguía tan plano como siempre y, de no tener constantes mareos y nauseas, bien podría haber pensado que todo era un error. —Si, acabó de cumplir tres meses. La doctora sonrió, percatándose de mi preocupación. —Cómo te dije antes, hay algunos embarazos primerizos que no son visibles hasta los 3 o incluso 4 meses. No hay de qué preocuparse. Pero eso no me tranquilizó, ni a Demián. Su ceño se profundizó tanto cómo el mío; a fin de cuentas, ni él ni yo sabíamos nada de bebés. Ante esto, la doctora nos hizo un gesto amable. —Ya que parecen inquietos. ¿Les parece sí practicamos un ultrasonido? En esta fase del embarazo, seguro q
No me había equivocado al pensar que todo se sentía cómo un raro Deja Vu. Pues después ser una prostituta en Odisea, el primer lugar al que el señor Demián me había llevado, había sido esa majestuosa mansión en las afueras de la ciudad. Y nuevamente, luego de haber vuelto a Odisea días atrás, me encontraba frente a esa enorme y sombría mansión. E igual que la última vez, cuando bajamos del Rolls Royce, nos encontramos con una fila de lujosos autos bloqueando el jardín y la entrada de la mansión. En las enormes puertas de roble, nos esperaban Isabel y Roland. La expresión inquieta de ella se suavizó al verme llegar ilesa. —Daniels, ¿no tuviste ningún problema en el camino? —inquirió Roland, echando una inquisitiva mirada a los alrededores. —En absoluto. Un informante me comunicó que se le ha visto en el sur de la ciudad. Está preparándose para huir. Dentro y fuera de la casa, hombres armados hasta los dientes recorrían la propiedad. No creí que nadie se atreviera a ir allí. —
Me miré al espejo una vez antes de bajar; sin duda la ajustada tela pegándose a mi cuerpo y estilizando mi delgada figura, hacía imposible a cualquiera pensar en un embarazo. Lo volvía una posibilidad nula. Nunca me había visto más guapa que en ese momento, era elegante y distinguida, tanto como sensual y atrevida, pero sin llegar a lo vulgar. Me gusto ver que ya no era la sombra de Katerin, ni tampoco una versión torpe e inexperta de ella. Por fin comenzaba a conocerme a mí misma, a encontrarme. Dos pequeños toques en la puerta me hicieron despertar. Suspiré retocándome en rubor en las mejillas. —¿Lista? —inquirió al entrar. Musité un sí, volviéndome hacia él. Vi claramente sus oscuras pupilas dilatarse al verme de pie en medio de la habitación. —Te ves más que preciosa. Al decirlo, se acercó a mí en unas cuantas zancadas largas. Me tomó por las caderas y me metió la lengua en la boca, apenas permitiéndome tomar aliento. Luego de alejarse, tomó mi mano y juntos bajamos a l
Las conversaciones frenaron en seco, las bolas dejaron de rodar sobre la mesa de billar. Incluso escuché a Isabel proferir una maldición entre dientes. El silencio que siguió a su pregunta fue tal que podría escucharse caer un alfiler. Creí que usar un ajustado vestido eliminaría cualquier suposición sobre mi embarazo, pero no había contado con la presencia de alguien como Dianna, una chica tan aguda y de ágil pensamiento. —Sí espera un hijo, debo felicitarlo. —¿De dónde sacaste eso? —preguntó Demian en cambio, sonando tan sereno y frio como siempre. Excepto porque me clavó los dedos en las costillas. Dianna se encogió de hombros. —¿Estoy equivocada? Ese es el rumor más fuerte que ronda en Odisea. No me fue difícil suponer cómo se había enterado. De Odisea, solo Liliana sabía sobre mi bebé. ¿Se lo había contado a Dianna por accidente o con toda la intención? Ya no importaba. —Escucha, Dianna... —comenzó Demián. Pero yo lo interrumpí a media frase. —Es verdad. Estoy e
Al amanecer, desperté de golpe, luego de haber soñado con una Katerin de 18 años. La soñé volviendo a casa después de haber obtenido al fin un “buen empleo”, pero no lucía feliz; sus ojos estaban rojos y su maquillaje totalmente corrido. Y yo, de tan solo 12 años, me pregunté por qué mi hermana parecía tan desdichada. Con ese sueño mitad recuerdo, aun vivo en mi mente, salí de la cama y me puse un ligero y corto vestido rosa de olanes; cómo siempre, Demián ya no estaba. Unos minutos más tarde, bajé a la estancia. O eso intenté. En lo alto de las escaleras, me encontré con Liliana. Al verme, de inmediato se apresuró a abrazarme. —Perdóname, Livy. No fue mi intención hablar con Dianna sobre... Le palmeé la espalda, tratando de ver quiénes estaba en la sala. Se veía cómo otra reunión, todos los socios estaban allí, y parecían discutir. —Está bien. Mejor dime qué pasa... Ella me liberó y dio un paso atrás. Puso un dedo en sus labios. —Hace un par de horas me informaron que el
A mediodía, Roland vino en busca de Isabel. Y poco después, Noe apareció y Dianna corrió hacia él. Todo en la mansión fue tornándose un poco agitado; hombres entraban y salían llevando grandes mochilas negras; los autos de los socios se encendían y abandonaban el estacionamiento uno a uno; había charlas animadas, risas y uno que otro improperio. Se estaba preparando para irse. Cuando Dianna volvió, se sentó a mi lado y apoyó el mentón en las manos. —La cacería ha comenzado —dijo con satisfacción, mirando los preparativos—. Van a ir tras el dueño. Seguro morirá. No dije nada, solo me limité a juguetear con mis dedos. No podía dejar de pensar en Gisel, en Katerin, y en Demián. ¿Qué haría? ¿Cómo lograría salir de la mansión y reunirme con esa mujer? —Livy, debes ir con Gisel y averiguar sobre tu hermana —agregó con decisión. Le había contado sobre la llamada de Gisel—. Aprovecha este día, tendrás tiempo suficiente. Seguro ellos volverán a la mansión mañana por la madrugada, es
Con el corazón golpeándome el pecho por la adrenalina, corí a la parte trasera de la mansión. En un estacionamiento de gravilla, se encontraba el Rolls Royce. No lo pensé demasiado, abrí la puerta del conductor y entré al auto antes de ser vista por algún vigilante. Nunca me había sentido más nerviosa que en ese momento, cuando inserté la llave y escuché el suave sonido del motor entre mis piernas. Cuidadosamente metí la primera velocidad. —Lo siento mucho, Demián —musité apretando el volante—. Pero necesito encontrar a mi hermana. No tardaré. Por el espejo retrovisor, alcancé a ver a un hombre armado deteniéndose a pocos metros del estacionamiento, miró con curiosidad el auto encendido. Después comenzó a correr hacia mí al percatarse de mi presencia. —¡Espere, señorita! ¡No puede salir! Exhalé profundo y presioné suavemente el pedal. El motor rugió y el Rolls Royce salió disparado del estacionamiento. Muy por detrás mío, oí la voz del hombre al gritar: —¡Avisen a la puer