Ellos habían llegado un poco antes que Luciana; Jael y Jacobo ya estaban en el establo. Salvador, al ver que Alejandro no dejaba de mirar a Luciana, sonrió con picardía.—Ya decía yo, ¿por qué este viaje tan improvisado para montar a caballo? Resulta que la señora Guzmán está aquí.Pero Alejandro lo ignoró y dio unos pasos hacia Luciana. De repente, se detuvo. Salvador, confundido, le preguntó:—¿Qué pasa? ¿No vas a ayudar a tu esposa, que no tiene habitación?¿Ayudar? Alejandro esbozó una sonrisa sutil. ¿Realmente hacía falta?—Luciana.Era Fernando, quien acababa de estacionar el coche y se acercaba. Luciana, con un ligero puchero, le explicó rápidamente lo sucedido.—No te preocupes, es algo sencillo —dijo Fernando, mientras le entregaba a Pedro y la tranquilizaba con una sonrisa—. Yo me encargo, no te preocupes.—Está bien.Con Fernando a cargo, la situación se resolvió en un abrir y cerrar de ojos. Volvió con dos llaves de habitación en la mano y las agitó en el aire para mostrárs
En ese instante, Luciana notó un brillo que apareció en los ojos de Alejandro. Quizás fue solo una ilusión, pero aunque existiera la más mínima posibilidad, sabía que debía decirle esas palabras.Alejandro se inclinó lentamente hacia ella, acercándose.—¿Qué pasa?Su rostro apuesto estaba tan cerca que el corazón de Luciana dio un vuelco. Tardó un momento en reaccionar antes de hablar con una expresión imperturbable.—Alejandro, no sigas siendo bueno conmigo.Quizás, en algún momento, hubo algo entre ellos, un sentimiento confuso que la hizo perderse, pero la realidad la había despertado. Alejandro era el novio de Mónica. Ella no había pedido el divorcio por venganza, sino por necesidad.Si se permitía enamorarse de Alejandro, solo se lastimaría, ¡y eso sería imperdonable! No podía cometer ese error.—¿Qué? —La sonrisa de Alejandro desapareció, sus ojos se oscurecieron—. ¿Qué quieres decir?Luciana bajó la mirada, su tono era sereno.—Aquel día en la estación del metro, quería decírtel
—¿Qué?Alejandro se giró bruscamente. Luciana, con los hombros temblorosos, estaba llorando. Lanzó una mirada rápida a Simón.—Ve a ver qué pasa.—Sí, primo.«¡Maldita sea!» La furia se encendió en los ojos de Alejandro al ver las manos de Fernando posadas en los hombros de Luciana. No podía apartar la vista, y el fuego de la rabia crecía dentro de él.***—Es todo mi culpa —dijo Fernando, visiblemente preocupado—. No cuidé bien a Pedro. Ya hablé con el gerente, están buscándolo.Luciana había pedido un descanso después de tanto correr. Lo que no imaginó fue que Pedro, emocionado por el juego, se escaparía en un abrir y cerrar de ojos. En el tiempo que Fernando se tomó para beber un vaso de agua, Pedro había desaparecido.Aunque Luciana sentía angustia, sabía que no era justo culpar a Fernando. Con la voz entrecortada, dijo:—No es tu culpa, es mía. Sabía que Pedro es especial y aún así no fui lo suficientemente atenta. No he sido una buena hermana…Pedro no era como los demás niños, y
Había mantenido al bebé con la esperanza de reunirse algún día como una familia, ¿no?El celular no paraba de sonar. Alejandro contestó con tono seco:—Voy para allá.Hizo una breve pausa antes de añadir:—Avísale a Fernando.—Pero... —Simón dudó. Salvador le había dicho que era la oportunidad perfecta para que Alejandro se ganara el agradecimiento de Luciana. ¿Por qué iba a dejar pasarla?Alejandro frunció el ceño, impaciente.—¿Necesito repetirlo?—No, ya mismo lo aviso.Alejandro colgó y se dirigió a la parte trasera del campo de equitación. Mientras caminaba, se cruzó con Fernando.—Señor Guzmán —dijo Fernando, su rostro elegante reflejando una leve confusión—. ¿La llamada de hace un momento fue de su gente?—Sí —respondió Alejandro sin detenerse, manteniendo la mirada al frente.Fernando se quedó intrigado. ¿Por qué Alejandro estaba tan involucrado en la búsqueda de Pedro? ¿Acaso la relación entre Alejandro y Luciana era solo la de un paciente y su doctora? -En la parte trasera
Juan y Simón se miraron, desconcertados. ¿Se iría así, sin esperar que Luciana lo agradeciera?—Fernando —Alejandro se detuvo de repente, su tono era frío—. No le digas a Luciana lo que pasó.Fernando lo miró, sorprendido, pero antes de que pudiera responder, Alejandro ya se había marchado.Mientras caminaba, una ligera sonrisa amarga apareció en los labios de Alejandro. Ella le había pedido que no fuera bueno con ella. Así que no necesitaba saber nada. ***Luciana encontró a Fernando a mitad del camino, con Pedro dormido sobre su espalda.—¡Pedro! —exclamó, aliviada.Rápidamente lo revisó. Todo parecía estar bien. Respiró hondo, sus hombros finalmente relajados.—Fernando, gracias. Esta vez realmente te di muchos problemas.Fernando, con el peso de la verdad en su mente, abrió la boca para decir algo. Vaciló por un instante, su mirada se oscureció. Pero finalmente, decidió guardarse el secreto. No era momento de sumar complicaciones. Alejandro era un rival que no quería enfrentar.—N
—Sí estás en la lista —le dijo Martina, pero su tono era sombrío—. La notificación fue enviada por correo, pero se firmó como recibida en tu casa… por Mónica Soler.Luciana se quedó paralizada. Una ráfaga de incredulidad la recorrió. ¿Mónica? ¿Cómo pudo?—Luci, aún tienes tiempo —dijo Martina, mirando el reloj con prisa—. La entrevista empieza a las diez.El reloj mental de Luciana se activó de golpe. No podía permitirse perder esta oportunidad. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo hacia la casa de los Herrera.—Marti, cúbreme. Pide permiso por mí.—¡Corre, yo me encargo!Llegó a la casa de los Herrera con el pulso acelerado. Fue la criada quien abrió la puerta, nerviosa.—Señorita Luciana…Luciana, con una frialdad que no solía mostrar, la interrumpió.—¿Dónde está mi notificación?La criada palideció, su nerviosismo era evidente.—Yo… no lo sé…Luciana soltó una risa amarga. Sabía que todos en esa casa estaban en el mismo juego sucio. No perdería tiempo interrogando a alguien que
—¿Qué pasa? —Ricardo entró corriendo, alarmado por los gritos. Al abrir la puerta, encontró a Clara en el suelo, fingiendo llorar de manera exagerada.—¡Amor, mira lo que ha hecho tu hija! ¡Ha destrozado todo! ¡Voy a llamar a la policía! —gritaba Clara, con lágrimas deslizándose por su rostro.Luciana, llena de furia contenida, la miró con desprecio. Sin pensarlo, escupió en su dirección.—¡Puaj!Clara, sorprendida, se llevó las manos al rostro, alterada por completo.—¡Está loca! ¡Esta desgraciada está loca! —gritó histérica.Ricardo, sin pensarlo dos veces, avanzó hacia Luciana. Su mano se movió rápida y le dio una bofetada que resonó en la habitación.—¡Pídele disculpas! ¡Esto ya es demasiado! —ordenó, su voz llena de rabia.Luciana no reaccionó. El golpe no la hizo estremecer. Su cuerpo, frío como el hielo, vibraba entre el odio y el dolor. Lo único que sintió fue ese fuego abrasador que consumía cada parte de su ser.Entonces, sin previo aviso, soltó una carcajada. Una risa vacía,
Solo si lograba algo en la vida, ¡ella y su hermano podrían tener una vida digna!—¡Suéltame! —Mónica, finalmente zafándose de su agarre, se levantó bruscamente. Una sonrisa de desprecio se dibujó en su rostro—. Claro que sé lo que significa para ti esa notificación. Y precisamente porque lo sé… ¡la rompí!—¿Qué?! —Los ojos de Luciana se agrandaron de incredulidad, su voz temblaba—. ¡Dilo de nuevo!Mónica, con frialdad calculada, se acomodó el cabello tras la oreja, su malicia se reflejaba en cada palabra—: Te lo repito, la rompí. ¡Rompí tu notificación!Y entonces estalló en carcajadas, crueles, desquiciadas.—¡Ja, ja, ja! ¿Sabes qué? Sé que eres buena estudiante, pero, ¿y qué? ¡Tu futuro se fue al demonio porque yo lo decidí! ¡Estás destinada a quedarte bajo mi pie el resto de tu vida!Luciana quedó paralizada, su boca abierta, sin poder emitir un solo sonido. Mónica, ante sus ojos, ¡se había transformado en una auténtica pesadilla! Era la personificación del caos en su vida: ¡la muj