—Entonces te encargo que se lo comentes. Después de todo, son esposos. Para ti es más sencillo que para nosotros.Delio daba por hecho que, tras el incidente de la acusación falsa, la relación de la pareja estaba mejor que nunca. Luciana no tenía cómo explicarle la realidad, así que tragó saliva y aceptó a regañadientes.—De acuerdo, puedo preguntarle. Aunque, siendo franco, él anda muy ocupado; no sé si podrá asistir.—Si su agenda no se lo permite, Ignacio y yo lo entenderemos perfectamente —concedió Delio.Luciana asintió y se retiró, preocupada. Hacía solo unos días Alejandro la había ayudado de manera increíble, y ahora tendría que llamarlo para pedirle otro favor. ¿No sonaría a que lo estaba buscando con cualquier excusa?Sopesó el asunto todo el día; cada vez que tomaba el teléfono para marcar su número, terminaba dejándolo. Al llegar la noche, ya en su departamento, con la calma de las horas tardías, finalmente se armó de valor y marcó. El tono de llamada sonó una, dos veces… y
—Alex, ¿no crees que esto es demasiado? Dejarías casi sin tiempo ni para dormir.—No importa —respondió Alejandro, moviendo la cabeza—. Déjalo así. Si necesito descansar, puedo tomar una siesta en los huecos libres. Mientras más rápido terminemos, antes podremos regresar.—¿Tienes tanta prisa por volver?Alejandro hizo una pausa y asintió:—Sí. Mi abuelo está solo en el hospital. Llevo demasiados días fuera de Muonio y me inquieta dejarlo así.Sergio pensó que aquello no sonaba muy convincente, pues el abuelo de Alejandro estaba bien atendido por médicos y enfermeras. Además, aunque Alejandro estuviera en Muonio, tampoco podría pasar cada minuto con él. Pero no dijo nada más.***Mientras tanto, llegó el día de la fiesta de celebración. Todo el personal del área, desde médicos y enfermeras hasta internos y personal de apoyo, iban a asistir. Antes de partir, se reunieron en el departamento para organizarse.—¡Luciana! —Rosa se acercó y la tomó del brazo—. ¿Te parece si vamos juntas?—Cl
“¿Abajo? ¿Dónde abajo…?”De pronto lo entendió y casi se atragantó. Se puso de pie de inmediato. ¿Alejandro estaba en la planta baja del restaurante? ¿En serio había venido?Pasaron unos segundos sin que ella respondiera, y él continuó con un leve tono de desilusión:—Si no bajas, subiré yo solo. ¿En qué salón están?—¡No, espera! —replicó Luciana, reaccionando al fin—. Yo… ya bajo.—De acuerdo, aquí te espero.Sin avisar a nadie, Luciana salió del privado apresuradamente. Bajó las escaleras y, en la recepción, vio esa silueta inconfundible: alto, con porte elegante, y un aire de cansancio que no lograba opacar su atractivo.—Luci… —la llamó él, esbozando una pequeña sonrisa que revelaba el desgaste del viaje.—¿Por qué viniste? —preguntó ella, apurada y sorprendida, más que contenta.Alejandro se sintió algo incómodo.—¿No fuiste tú quien me invitó? ¿No debería estar aquí? ¿No te alegra?—Yo no dije eso —contestó Luciana, aunque lo pensara—. Fuiste tú quien comentó que no podrías veni
La frialdad de Luciana lo hizo sentir un pinchazo de decepción. Ya lo sospechaba; ella no parecía nada feliz de verlo. Aun así, había supuesto que tal vez, en el fondo, se alegraría de su llegada.“Bueno, ¿y ahora qué?”, pensó. Con un brillo en los ojos, de pronto recordó algo. Se acercó al oído de Luciana y le murmuró en voz suave:—¿Te quedaste con ganas de las costillas asadas que estabas comiendo hace un rato?—¿Eh? —Luciana se quedó atónita. ¿Por qué sacaba ese tema de pronto? Sin embargo, su mirada y su gesto de tragar saliva lo delataron todo, confirmando que él había dado en el clavo.—Ya veo —Alejandro sonrió con complicidad—. Deja que te pida otra orden.Se incorporó para hablar con el mesero y, mientras se alejaba, murmuró con un cierto aire divertido:—Eres como una niña. No puedes quedarte sin tu trozo de carne sin enfadarte.—¡Oye! —murmuró Luciana indignada, mirando cómo se alejaba—. ¿Cómo que “como una niña”? ¿Qué le pasa hoy?Comenzaba a sentir algo extraño en él, como
—Necesito saber por qué viniste hoy. ¿Fue para cumplir con Ignacio y Delio como inversionista del proyecto… o fue por mí?La pregunta directa tomó por sorpresa a Alejandro, cuyo rostro se tensó por un segundo antes de responder con otra pregunta:—¿Tú qué crees?—No lo sé —admitió ella—. Pero me gustaría que fuera solo por el proyecto.—Por supuesto, es por eso —Alejandro rió con un matiz irónico—. ¿Acaso creíste que venía únicamente por ti?Luciana se quedó callada, un poco avergonzada, porque sí lo había pensado.—Vaya… —soltó él, con una sonrisa un tanto sarcástica—. ¿De dónde sacaste esa idea de que me aferraría a una mujer que ni siquiera está interesada en mí? ¿Crees que no hay más mujeres en el mundo? ¿O que yo no valgo nada?Ella se quedó helada, pero también sintió un gran alivio interno. Se puso en pie de inmediato.—Disculpa. Parece que malinterpreté la situación. Es que no quiero volver a esa relación insana que teníamos antes…¿Una “relación insana”? Sentir esas palabras l
Luciana ya se encontraba en el último trimestre de embarazo y no le era posible viajar en avión, así que optó por el tren de alta velocidad para llegar a Reeton. Como estaría fuera una semana, llevaba bastante equipaje; por suerte, Delio había considerado su condición y le reservó un boleto en clase ejecutiva.Una vez a bordo, mientras buscaba su asiento, se quedó mirando la maleta con cara de apuro. Necesitaba a alguien que la ayudara a acomodarla.—Luciana… —una voz a sus espaldas le dio un ligero toque en el hombro.Al voltear, vio a Fernando sonriéndole con amabilidad.—Fer… —respondió ella, también sonriente.—¿Esta maleta es tuya?—Sí.—Déjamela a mí.Fernando enseguida se ofreció a levantarla y colocarla en el compartimento de equipaje.—Gracias.—No es nada.Por casualidad, habían quedado en asientos contiguos, así que ambos se rieron de la coincidencia.—Voy a Reeton a un congreso médico —explicó Luciana—. ¿Tú viajas por trabajo?—Sí —Fernando asintió—. Sigo con mi tratamiento
Como suele pasar, lo que temes acaba sucediendo: esa misma noche, tras la última sesión del congreso, Luciana regresó al hotel sintiéndose mal. No paraba de estornudar, le goteaba la nariz y, al tocarse la frente, notó un leve calor.—¿Fiebre? Vaya… —susurró, preocupada.Siendo una mujer embarazada, no podía medicarse a la ligera. Preparó agua caliente, bebió todo lo que pudo y se cubrió con una manta, con la esperanza de que le bajara la fiebre sudando un poco. Poco a poco, se quedó dormida.El teléfono estuvo vibrando un buen rato sin que ella se enterara…***Eran casi las seis de la tarde cuando Alejandro salió de la empresa, con intenciones de pasar por Serenity Haven. En la calle, ya caían suaves copos de nieve. Al subir al auto, recibió una llamada de Estancia Bosque del Verano.—¿Sí? —contestó.—Señor Guzmán, disculpe. En dos días tenemos el chequeo médico de Pedro. Recién llegó con nosotros y necesitamos la contraseña de su cuenta digital para agendar la cita.Aquello era algo
“Así que vino en serio”, pensó Alejandro, sintiendo una oleada de celos y amargura. ¿Acaso Luciana habría llamado a Fernando en vez de llamarlo a él? Esa sola idea le calaba hondo.—Señor Domínguez —dijo con desdén—. A esta hora, afuera de la habitación de mi esposa… ¿te parece apropiado?Fernando soltó una risa burlona. Notaba la tensión entre Luciana y Alejandro. Estaba claro que si su relación marchara bien, ella jamás habría recurrido a él.—No sé si sea “apropiado” —contestó con un deje de desafío—. Pero Luciana me llamó. Está enferma y me pidió que la cuidara.Alejandro lo miró con un brillo helado en los ojos. Se confirmó su peor sospecha: ella sí lo había buscado. El veneno del resentimiento le ardía en la sangre. Sin pensarlo, alzó las manos y agarró la solapa de Fernando.—Fernando, ¿vienes a buscar la muerte? ¡Lárgate de aquí antes de que te mande a volar! ¡Lárgate ya!Alejandro no iba a tolerar que otro hombre se hiciera cargo de su esposa.—Ah… —Fernando soltó un bufido—.