Ella lo miró con una chispa de picardía en la mirada:—Oye, me invitaste a venir, ¿verdad? Tú pagas, ¿no?—Claro, ¿por qué lo preguntas?—Por confirmar… —respondió Luciana en broma. Después, bajó un poco la voz, puesto que el mesero seguía cerca—. En adelante, no podré darme estos lujos tan seguido. Hoy pienso dejar mi estómago feliz.Alejandro se tensó ligeramente. Su mirada quedó atrapada en la sonrisa de Luciana.—Eso no tiene por qué ser así. Si quieres venir, puedo traerte cada vez que te apetezca.—Tal vez lo digas solo por decir. Igual, gracias —respondió ella sin tomárselo muy en serio—. Pero mejor cuida que Mónica no se entere; no vaya a ser que se ponga celosa y te meta en un lío.El nombre de Mónica salió de nuevo a la luz. Alejandro respiró hondo y trató de contener el malestar.—Luciana, lo que pase entre nosotros no tiene que ver con… nadie más.—¿Ah? —Ella se quedó pensando un instante y creyó comprender—. ¿La estás defendiendo, verdad? O sea, que no la culpemos de que t
—¿Luciana? —preguntó él con preocupación, y se levantó de inmediato para sostenerla con cuidado—. ¿Te sientes mal?Luciana no respondió; tenía el ceño fruncido, como si sufriera un mareo repentino que le hacía perder la noción de dónde estaba.—¿Luciana? Dime algo —insistió él, visiblemente asustado.—Dame… un minuto… se me pasará —musitó ella, aún con los ojos cerrados.—¿Un minuto? —repitió Alejandro—. ¡No pienso quedarme esperando a ver cómo sigues!Sin más, pasó un brazo bajo sus piernas y la alzó en vilo.—Nos vamos al hospital.Luciana estaba demasiado aturdida para objetar, y Alejandro no quiso escucharla de todas formas. Condujo directamente a la clínica privada de maternidad. No tenían cita previa, pero por suerte la doctora Alondra estaba de guardia nocturna.Mientras Luciana se recostaba en la camilla de la sala de exámenes, la doctora recibió a Alejandro con una mirada de reproche.—Vaya, señor Guzmán, qué sorprendente que hoy tenga tiempo de venir.La actitud de Alondra er
“¿Tan grave puede ser?”, pensó Alejandro, sintiendo que el pecho se le oprimía. ¿Cómo habían llegado a este punto? Su mandíbula se tensó al máximo, y apretó los puños de pura frustración. Estaba claro: no la había cuidado bien.—Antes, le recomendé a la señora Guzmán que pidiera una licencia y descansara sin más distracciones —prosiguió Alondra—, tal vez así habría un margen para evitar complicaciones, pero ella no aceptó…Justo en ese momento se oyó un movimiento dentro de la sala de reconocimiento. Alondra reaccionó rápidamente:—Señor Guzmán, su esposa ha terminado. Venga.Alejandro se recompuso como pudo y, con aparente normalidad, se acercó a Luciana.—Listo. La doctora Alondra dice que no es nada serio.Luciana frunció un poco el ceño, hablando con voz baja:—Te lo dije, no era necesario venir al hospital…En el fondo, no podía negar que se sentía aliviada: aunque no lo expresaba, un mareo así siempre le preocupaba.—Vale más prevenir —dijo Alejandro con un tono amable—. Vámonos
La puerta de la sala estaba abierta. Médicos y enfermeras entraban y salían, mientras Clara y Mónica esperaban afuera, visiblemente alteradas. Un segundo después, cerraron la puerta para iniciar la reanimación de Ricardo.—¡Alex! —sollozó Mónica al verlo llegar, lanzándose a sus brazos—. Los doctores ya lo están atendiendo, pero tengo tanto miedo…—Calma… —Alejandro le dio unas palmaditas en el hombro—. Esperemos a ver qué dicen.—Pero… —Mónica hundió el rostro contra su pecho, con la voz quebrada—. ¡Tengo terror de que mi papá se vaya y no despierte…!Alejandro alzó la mirada, topándose con Luciana. Quiso apartar a Mónica, pero su mano se quedó a medias, sin atreverse. Luciana se percató de ese gesto y, con total serenidad, desvió la vista. Ya estaba acostumbrada.—¡Luciana! —La voz de Clara irrumpió en el corredor al reconocerla. Se lanzó hasta ella y le aferró la mano—. ¿Qué tenemos que hacer para que salves a tu papá? ¿Quieres dinero? Dinos cuánto, y si está en nuestras posibilidad
—Profe —lo saludó ella, suponiendo que se trataba de alguna tarea pendiente.—Toma asiento —indicó Delio, mientras la observaba detenidamente—. ¿No estabas en reposo? ¿Por qué regresaste al trabajo tan pronto?—Ya me siento bien —respondió Luciana con una sonrisa despreocupada—. Solo fue un resfriado ligero.—Ajá… —Delio guardó silencio unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas—. Estás en la última etapa del embarazo. Quizá sea mejor que te tomes una pausa del trabajo y pidas la licencia. Cuando nazca tu bebé, ya veremos.—¿Cómo? —Luciana se quedó perpleja. Delio siempre la había apoyado para seguir con su labor médica. Además, veía normal que las doctoras trabajaran hasta poco antes del parto—. Profe, de verdad no creo que haga falta…—Sí hace falta —insistió Delio con firmeza—. Tu vientre ya está bastante grande. Es mejor que vuelvas a casa y descanses.A Luciana le pareció raro.—¿Está pasando algo que yo ignore, profesor?Delio vaciló un instante y finalmente se sinceró
Un escalofrío le recorrió el cuerpo; sentía la sangre helada en las venas.—Alejandro, ¿en serio harías esto por Mónica? ¿La vida de Ricardo te importa más que la mía y la de tu hijo? —sus ojos se llenaron de lágrimas. Se le quebró la voz—. Me prometiste que no me forzarías nunca más…Recordó aquella vez que él juró no presionarla para quedarse a su lado. Y, sin embargo, aquí estaba una nueva muestra de poder en su contra.—Luciana —dijo Alejandro, percibiendo su respiración temblorosa—. ¿Estás… temblando? ¿Tienes frío, o te sientes mal?Pero ella parecía no querer escucharlo, pues ya tenía su propia interpretación de las cosas. Dejó escapar una risa tenue y cargada de ironía.—El señor Alejandro Guzmán de Muonio, el gran heredero de una familia poderosa, haciendo lo que se le antoja.—Luciana, no es… —intentó explicarse.—¿No es qué? —replicó ella, alzando la voz—. A ver, dime por qué me presionas de esta forma.Alejandro guardó silencio. No sabía cómo contestarle. Según las indicacio
—… —Martina parpadeó, un poco incómoda—. Tal vez he estado estudiando demasiado para mis exámenes…—Lo suponía —asintió Vicente, frunciendo el ceño—. Pues aprovecha la comida que pedimos y come bien…En ese momento, sonó el timbre.—¡Ha llegado el servicio de comida! Voy a recogerlo —dijo él, yendo hacia la puerta.—Puf… —Martina soltó un largo suspiro de alivio, como si por fin pudiera deshacerse de un gran peso.Luciana, que observaba todo con aire cómplice, se rió bajito.—Tranquila, no te sonrojaste, así que no sospecha nada.—¿Ah? —Martina alzó la cabeza y frunció los labios—. ¿Cómo lo notaste? ¿Se me nota mucho?—No, casi nada —Luciana negó con una sonrisa—. Pero, a diferencia de Vicente, yo no soy tan despistada.—Luciana… —Martina la tomó del brazo—. Por favor, no le digas nada. Te lo ruego.—Descuida, si hubiera querido decírselo, ya lo habría hecho. Pero, Marti, llevas tiempo sintiendo esto. ¿Y si él sigue sin darse cuenta?Martina se mordió el labio, con un dejo de resignaci
—Uff… —al colocarla, Vicente tambaleó un poco—. Me está entrando el sueño a mí también. Debe ser el efecto del alcohol, mejor me acuesto un rato.Luciana levantó la ceja al verlo recostarse al lado de Martina, como si nada. “¿Y qué pasó con la distancia o la ‘prudencia’?”, pensó divertida.—Vicente… —lo llamó con intención de molestarlo un poco.—Ajá…—Hace rato que no te oigo hablar de novias. ¿Es que terminaste la última y ahora nada?—Pfff… —soltó Vicente, negando con la cabeza—. Desde aquella vez que corté, no he buscado a nadie más.—¿Por qué no retomas el tema de salir con alguien? —insistió Luciana.Él se encogió de hombros con cierto aire de cansancio.—No me interesa… Siento que en cuanto trato de profundizar en una relación, me aburro o no me llena. Creo que no me he topado con alguien que de verdad me mueva el piso.—Hmm… —murmuró Luciana.En ese momento, Martina dejó escapar un leve gemido. Se había acurrucado con las piernas flexionadas, como si tuviera frío.—¿Tienes frío