—Uff… —al colocarla, Vicente tambaleó un poco—. Me está entrando el sueño a mí también. Debe ser el efecto del alcohol, mejor me acuesto un rato.Luciana levantó la ceja al verlo recostarse al lado de Martina, como si nada. “¿Y qué pasó con la distancia o la ‘prudencia’?”, pensó divertida.—Vicente… —lo llamó con intención de molestarlo un poco.—Ajá…—Hace rato que no te oigo hablar de novias. ¿Es que terminaste la última y ahora nada?—Pfff… —soltó Vicente, negando con la cabeza—. Desde aquella vez que corté, no he buscado a nadie más.—¿Por qué no retomas el tema de salir con alguien? —insistió Luciana.Él se encogió de hombros con cierto aire de cansancio.—No me interesa… Siento que en cuanto trato de profundizar en una relación, me aburro o no me llena. Creo que no me he topado con alguien que de verdad me mueva el piso.—Hmm… —murmuró Luciana.En ese momento, Martina dejó escapar un leve gemido. Se había acurrucado con las piernas flexionadas, como si tuviera frío.—¿Tienes frío
—¿Vieron un fantasma o qué? —ironizó él, con el rostro serio.—N-no… —Sergio negó con la cabeza, pero su expresión era la de quien ha visto algo impactante—. Es Luciana… está dormida.¿Dormida? ¿Acaso era tan grave? ¿Por qué ponían esa cara?—Pues iré a ver —decidió Alejandro.—¡Alex! —Sergio lo detuvo sujetándolo del brazo—. Es que… Luciana no está dormida sola.En ese instante, Alejandro miró con un rabillo del ojo a Salvador, temiendo que la sospecha se confirmara.—¿Con quién está?—Con Pedro, Martina y… —Sergio se detuvo a medias, pero el mensaje era claro.Bastó ese dato para que a Alejandro se le encendiera la sangre. Dio un paso al frente y entró como un rayo en la casa.Mientras tanto, Salvador se quedó a un lado, con una sonrisa burlona en los labios. Aunque fuera su mejor amigo, no dejaba de disfrutar el drama.—Señor… señor Morán… —tartamudeó Simón, volviendo la mirada hacia él—. ¿No quiere pasar a ver qué ocurre?—Claro que sí —aceptó Salvador, sin poder contener la risa m
Era la primera vez que Martina besaba a alguien. Con los ojos muy abiertos, olvidó por completo cómo respirar, como si el cerebro se le hubiera puesto en blanco.Salvador terminó el beso rápido, pero conservó las manos firmes, apoyando su frente contra la de ella. Respiraba con fuerza, sonando agitado y molesto.—¿Dormiste con él? —soltó entre dientes.—¿Eh? —Martina entendió las palabras, pero su cerebro no podía procesarlas tras la conmoción. No supo responder.—Te estoy preguntando —repitió Salvador, apretando un poco más su mandíbula, mirándola con furia—. ¿Acaso dormiste con Vicente? ¿Fue anoche… o llevan tiempo durmiendo juntos?Solo entonces Martina recobró la consciencia. Sentía una mezcla de vergüenza infinita y una ira incontenible. Con un impulso irrefrenable, alzó la mano y le propinó a Salvador una bofetada sonora.—¡¿Quién demonios te crees…?! —exclamó con los ojos llenos de lágrimas, que rodaban como pequeñas perlas—. ¡Eres un maldito pervertido!Trastornada, comenzó a f
Ella no contestó; pensaba que aquella “comprensión” solo era una trampa. Tenía enfrente a un hombre demasiado poderoso y no sabía cómo evitar que la abrumara.—Alejandro… —musitó Luciana, con voz más temblorosa de lo que habría querido. Extendió la mano para aferrarse a la solapa de su chaqueta—. Te lo ruego, no lastimes a Pedro. Él no sabe que Ricardo es su padre; no lo sabe… siempre creyó que sus papás, mi esposo y yo, no existían desde hace tiempo.Las lágrimas se agolparon en su garganta, y aunque intentó contenerse, rompió a llorar con un suave sollozo:—Te lo suplico…Casi en el mismo instante en que ella se acercó, Alejandro la envolvió en un abrazo.Luego ordenó con determinación:—Vamos al apartamento de Luciana.Si a ella no le apetecía, él no pensaba forzarla.—Sí, señor —respondió el hombre que conducía.El auto se detuvo frente al edificio de Luciana.Alejandro no subió. Era de día y todavía tenía pendientes que atender. Se inclinó para ayudarla a abotonarse el abrigo:—Su
—Luci, no puedes acusarme de eso. —Alejandro caminó sin prisa, se detuvo frente a ella y se acuclilló para quedar a su altura—. No te enojes. Tú y yo seguimos casados. Si vengo a la casa de mi esposa, ¿cómo va a ser allanamiento?—¿Ah, sí? —Luciana estaba claramente molesta—. ¿Entonces a qué demonios vienes?Él, sin perder la calma, se irguió y le acarició el cabello con sutileza.—No has descansado lo suficiente. Tómate unos días de reposo con goce de sueldo. Ya estás en la última etapa del embarazo, y quiero que no te sobreesfuerces; quiero verte a ti y al bebé a salvo.Al oír esas palabras, Luciana sintió un escalofrío. Era como si le recorriera la piel de gallina. Lo miró con los ojos muy abiertos.—¿Qué pretendes, cambiar de estrategia? ¿Crees que con un tono suave voy a aceptar donar mi hígado?—¿De verdad soy esa clase de persona para ti? —replicó Alejandro con un matiz de hastío.—¿No es obvio? —respondió Luciana con una mueca sarcástica—. Señor Guzmán, ¿ya olvidó que hace nada
Había varios platos, todos en porciones pequeñas, lo justo para que pudiera probar cada uno sin sentirse demasiado llena.Con solo probar el primer bocado, supo que era la sazón de Amy. Hacía un tiempo que no comía su comida y la había extrañado bastante, así que disfrutó cada bocado con evidente placer. Aunque estaba disgustada con Alejandro, jamás se privaba de comer bien. No veía la necesidad de castigarse a sí misma por un enojo pasajero.Alejandro le sonrió casi imperceptiblemente; admiraba ese rasgo en Luciana.Al terminar, ella se limpió la boca y él le alcanzó un vaso de agua.—¿Quedaste satisfecha?—Sí.Luciana bebió un par de sorbos y entonces lo miró de frente, con gesto serio.—Con respecto a lo que me dijiste hace un rato... no te creo ni una sola palabra.—Luciana…—No importa si lo haces por Mónica o no… —dijo con frialdad—. Esta noche, cuando salgas de aquí, no vuelvas. Ahora vete, necesito darme un baño y dormir. Cuando te marches, hazme el favor de asegurar la puerta.
Luciana se quedó sin habla, con la boca entreabierta.—¿Me estás amenazando por leer un par de libros? ¿No es una exageración?—Luciana… —él pronunció su nombre con los dientes apretados. Mientras terminaba de acomodarle la manta, se detuvo un segundo, como tratando de serenarse—. ¿Qué edad tienes? ¿De verdad no entiendes? Te faltan menos de tres meses para dar a luz.Frunciendo el entrecejo, ella comprendió la raíz de su preocupación.—¿Estás tan pendiente de mi embarazo? ¿Te asusta que pase algo con… el bebé?—¿Y qué tiene de malo preocuparme?—Ja… —Luciana se rió con desdén—. Lo curioso es que “ese bebé” no tiene nada que ver contigo, ¿no? ¿Para qué tanto drama? Qué actuación tan ridícula.—¡Luciana Herrera! —le espetó él, conteniendo su frustración. Parecía a punto de estallar, pero luego se contuvo sin saber dónde descargar su enfado. Finalmente, le soltó los hombros y respiró hondo.—Ven a desayunar.Luciana parpadeó. “¿De verdad no se enoja?”, pensó. De cualquier modo, lo siguió
Luciana se encogió de hombros con un gesto elocuente.—Seguramente. El señor Guzmán siempre se cree capaz de todo.Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga. No tenía la menor intención de ceder. Por Pedro, no pensaba retroceder ni un paso.Esa noche, Alejandro no dio señales de vida. Luciana no sabía (ni le importaba) si no había regresado a Muonio o si simplemente había preferido no pasar por su apartamento.-Al día siguiente por la mañana, Luciana fue al hospital universitario para dejar en orden algunos asuntos. Debido a su licencia repentina, había papeleo pendiente y quería entregar los documentos guardados en su casillero a quien tomaría su lugar. Después de terminar con ese trámite, salió del hospital para irse, pero en el vestíbulo se topó con Ricardo sentado en la sala de espera.La imagen de Ricardo se veía distinta: su última crisis lo había dejado visiblemente más delgado y con una expresión de agotamiento. Luciana se detuvo y, tras unos segundos de vacilación, se apro