—Luci, no puedes acusarme de eso. —Alejandro caminó sin prisa, se detuvo frente a ella y se acuclilló para quedar a su altura—. No te enojes. Tú y yo seguimos casados. Si vengo a la casa de mi esposa, ¿cómo va a ser allanamiento?—¿Ah, sí? —Luciana estaba claramente molesta—. ¿Entonces a qué demonios vienes?Él, sin perder la calma, se irguió y le acarició el cabello con sutileza.—No has descansado lo suficiente. Tómate unos días de reposo con goce de sueldo. Ya estás en la última etapa del embarazo, y quiero que no te sobreesfuerces; quiero verte a ti y al bebé a salvo.Al oír esas palabras, Luciana sintió un escalofrío. Era como si le recorriera la piel de gallina. Lo miró con los ojos muy abiertos.—¿Qué pretendes, cambiar de estrategia? ¿Crees que con un tono suave voy a aceptar donar mi hígado?—¿De verdad soy esa clase de persona para ti? —replicó Alejandro con un matiz de hastío.—¿No es obvio? —respondió Luciana con una mueca sarcástica—. Señor Guzmán, ¿ya olvidó que hace nada
Había varios platos, todos en porciones pequeñas, lo justo para que pudiera probar cada uno sin sentirse demasiado llena.Con solo probar el primer bocado, supo que era la sazón de Amy. Hacía un tiempo que no comía su comida y la había extrañado bastante, así que disfrutó cada bocado con evidente placer. Aunque estaba disgustada con Alejandro, jamás se privaba de comer bien. No veía la necesidad de castigarse a sí misma por un enojo pasajero.Alejandro le sonrió casi imperceptiblemente; admiraba ese rasgo en Luciana.Al terminar, ella se limpió la boca y él le alcanzó un vaso de agua.—¿Quedaste satisfecha?—Sí.Luciana bebió un par de sorbos y entonces lo miró de frente, con gesto serio.—Con respecto a lo que me dijiste hace un rato... no te creo ni una sola palabra.—Luciana…—No importa si lo haces por Mónica o no… —dijo con frialdad—. Esta noche, cuando salgas de aquí, no vuelvas. Ahora vete, necesito darme un baño y dormir. Cuando te marches, hazme el favor de asegurar la puerta.
Luciana se quedó sin habla, con la boca entreabierta.—¿Me estás amenazando por leer un par de libros? ¿No es una exageración?—Luciana… —él pronunció su nombre con los dientes apretados. Mientras terminaba de acomodarle la manta, se detuvo un segundo, como tratando de serenarse—. ¿Qué edad tienes? ¿De verdad no entiendes? Te faltan menos de tres meses para dar a luz.Frunciendo el entrecejo, ella comprendió la raíz de su preocupación.—¿Estás tan pendiente de mi embarazo? ¿Te asusta que pase algo con… el bebé?—¿Y qué tiene de malo preocuparme?—Ja… —Luciana se rió con desdén—. Lo curioso es que “ese bebé” no tiene nada que ver contigo, ¿no? ¿Para qué tanto drama? Qué actuación tan ridícula.—¡Luciana Herrera! —le espetó él, conteniendo su frustración. Parecía a punto de estallar, pero luego se contuvo sin saber dónde descargar su enfado. Finalmente, le soltó los hombros y respiró hondo.—Ven a desayunar.Luciana parpadeó. “¿De verdad no se enoja?”, pensó. De cualquier modo, lo siguió
Luciana se encogió de hombros con un gesto elocuente.—Seguramente. El señor Guzmán siempre se cree capaz de todo.Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga. No tenía la menor intención de ceder. Por Pedro, no pensaba retroceder ni un paso.Esa noche, Alejandro no dio señales de vida. Luciana no sabía (ni le importaba) si no había regresado a Muonio o si simplemente había preferido no pasar por su apartamento.-Al día siguiente por la mañana, Luciana fue al hospital universitario para dejar en orden algunos asuntos. Debido a su licencia repentina, había papeleo pendiente y quería entregar los documentos guardados en su casillero a quien tomaría su lugar. Después de terminar con ese trámite, salió del hospital para irse, pero en el vestíbulo se topó con Ricardo sentado en la sala de espera.La imagen de Ricardo se veía distinta: su última crisis lo había dejado visiblemente más delgado y con una expresión de agotamiento. Luciana se detuvo y, tras unos segundos de vacilación, se apro
Luciana no esperaba esa clase de pregunta. ¿Se preocupaba por ella ahora? Apenas podía contener una risa irónica. ¿Le habría llegado el remordimiento a Ricardo, como si fuera otra persona a punto de enfrentar su destino?—Luciana, ¿te gusta Alejandro, sí o no? —insistió él, más angustiado. Clara iba a regresar pronto con los medicamentos y no les quedaba mucho tiempo a solas.Ella respiró hondo, y luego negó con la cabeza, con lentitud y determinación:—No. No lo amo.Tal vez en el pasado sí, pero eso había quedado atrás y no pensaba decírselo a Ricardo.—¿Puedo irme ahora? —preguntó, sacudiendo con firmeza el brazo que él sujetaba.—Sí… —murmuró Ricardo, perdiendo las fuerzas en ese instante.Sin mirar atrás, Luciana se dio la vuelta y se marchó de inmediato.A poca distancia, Clara salía de la farmacia con un paquete de medicinas y se acercaba a ellos.—Había mucha gente haciendo fila —comentó Clara, levantando el paquete con un ligero gesto. Luego ayudó a Ricardo a incorporarse—. Ya
Aquel día se habían marchado sin darle muchas explicaciones, y ella sentía que le debían una disculpa. Martina, sin embargo, negó con la cabeza.—Mejor no. Hoy es día laboral, él debe de estar trabajando. No es como nosotras, que andamos de ociosas.Luciana lo pensó unos instantes y decidió no insistir. Para adaptarse a su embarazo, Martina la acompañó a la clase de yoga para futuras mamás. Más tarde, fueron al cine, pero la película resultó bastante aburrida, y al salir ambas estaban a punto de quedarse dormidas.Ese día, Muonio seguía cubierto por una intensa nevada.—¡Ay, qué frío! —Martina se frotó las manos y dio un par de pisotones para entrar en calor—. Se me antoja un buen arroz con mariscos, bien picante.—Vayamos a nuestro lugar de siempre —sugirió Luciana.—¡Claro!Coincidía que estaban cerca de la Macroplaza, así que se dirigieron hacia allí. Sin embargo, en cuanto pusieron un pie en la entrada, Martina se detuvo en seco.—¿Pasa algo? —preguntó Luciana, intrigada. Siguió la
La pregunta de Alejandro la tomó por sorpresa, dejándola momentáneamente sin respuesta.—Te he dicho que no necesitas hacer nada por Mónica…—¡No es por ella! —exclamó él, visiblemente alterado—. No la nombres más. Estoy aquí contigo, pero siempre la sacas a colación. ¿Quieres que me dé por vencido?“¿Darse por vencido?” Luciana repitió esas palabras en su mente, aún más inquieta que antes. Su corazón empezó a palpitar con fuerza. Al fin, musitó:—No sigas. No quiero escuchar nada más.Buscó con la mano las llaves en su bolsillo para poder entrar.—Terminemos esta conversación adentro.Antes de que pudiera girarse, Alejandro la sujetó de la muñeca con suavidad, pero con determinación. Su voz se tornó grave, con un matiz de autoridad.—¿De veras no entiendes, o lo haces a propósito para castigarme? ¿No te das cuenta de lo que en realidad siento?—¿Qué se supone que debo saber? —inquirió Luciana, con el corazón martillándole en el pecho.—Que me gustas.Soltó aquellas palabras y en ese i
—¡Luciana! —Alejandro frunció el ceño y le apretó la mano sin darse cuenta de que usaba más fuerza de la debida—. Ahora mismo estoy hablando de ti.—Bien, hablemos de mí —replicó Luciana, alzando las cejas con sarcasmo—. ¿De verdad piensas que soy una niña ingenua a la que puedes deslumbrar con unas cuantas palabras bonitas para que corra a tus brazos?—No, nunca lo pensé así. —Con un nudo en el pecho, Alejandro negó con la cabeza—. Estoy dispuesto a esforzarme… a conquistarte de verdad.—¡Basta! —exclamó Luciana sin titubear, con la mirada firme—. ¡No lo acepto!El ambiente quedó en silencio y sus miradas chocaron. Por un momento, Alejandro solo la contempló con sus ojos oscuros, hasta que soltó una risa breve.—Me lo imaginaba… pero debes entender algo, Luciana: que yo sienta algo por ti no lo decides tú… ni siquiera yo puedo evitarlo.Acercó el ramo de rosas hasta casi rozar el rostro de ella.—Las enviaron en vuelo especial desde Bulgaria. ¿Te gustan?Luciana ni siquiera las miró.