La pregunta de Alejandro la tomó por sorpresa, dejándola momentáneamente sin respuesta.—Te he dicho que no necesitas hacer nada por Mónica…—¡No es por ella! —exclamó él, visiblemente alterado—. No la nombres más. Estoy aquí contigo, pero siempre la sacas a colación. ¿Quieres que me dé por vencido?“¿Darse por vencido?” Luciana repitió esas palabras en su mente, aún más inquieta que antes. Su corazón empezó a palpitar con fuerza. Al fin, musitó:—No sigas. No quiero escuchar nada más.Buscó con la mano las llaves en su bolsillo para poder entrar.—Terminemos esta conversación adentro.Antes de que pudiera girarse, Alejandro la sujetó de la muñeca con suavidad, pero con determinación. Su voz se tornó grave, con un matiz de autoridad.—¿De veras no entiendes, o lo haces a propósito para castigarme? ¿No te das cuenta de lo que en realidad siento?—¿Qué se supone que debo saber? —inquirió Luciana, con el corazón martillándole en el pecho.—Que me gustas.Soltó aquellas palabras y en ese i
—¡Luciana! —Alejandro frunció el ceño y le apretó la mano sin darse cuenta de que usaba más fuerza de la debida—. Ahora mismo estoy hablando de ti.—Bien, hablemos de mí —replicó Luciana, alzando las cejas con sarcasmo—. ¿De verdad piensas que soy una niña ingenua a la que puedes deslumbrar con unas cuantas palabras bonitas para que corra a tus brazos?—No, nunca lo pensé así. —Con un nudo en el pecho, Alejandro negó con la cabeza—. Estoy dispuesto a esforzarme… a conquistarte de verdad.—¡Basta! —exclamó Luciana sin titubear, con la mirada firme—. ¡No lo acepto!El ambiente quedó en silencio y sus miradas chocaron. Por un momento, Alejandro solo la contempló con sus ojos oscuros, hasta que soltó una risa breve.—Me lo imaginaba… pero debes entender algo, Luciana: que yo sienta algo por ti no lo decides tú… ni siquiera yo puedo evitarlo.Acercó el ramo de rosas hasta casi rozar el rostro de ella.—Las enviaron en vuelo especial desde Bulgaria. ¿Te gustan?Luciana ni siquiera las miró.
Cuando apenas despuntaba el alba, Luciana ya se había levantado. Martina, aún medio dormida, entreabrió los ojos.—¿Qué hora es?—Todavía es muy temprano. —Luciana acarició su mejilla, suave y redondita—. Voy a desayunar con Pedro. Tú sigue descansando.—Ah… —murmuró Martina, cerrando de nuevo los ojos con docilidad.Luciana se vistió en silencio, salió de casa y tomó un auto rumbo a la Estancia Bosque del Verano. Al llegar, fue Balma quien le abrió la puerta.—El joven Pedro está terminando de arreglarse —comentó Balma con una sonrisa—. Ni siquiera tuve que despertarlo; se levantó solito porque sabía que usted venía.Mientras la conducía al interior, Balma añadió:—Siéntese, por favor. Ya preparé el desayuno, enseguida se lo traigo.—Gracias.—No hay de qué, señora. Es un gusto atenderla.Pedro apareció justo cuando Balma terminaba de acomodar la mesa.—¡Hermana! —exclamó el chico, muy contento de verla. Sus ojos brillaban de entusiasmo cuando corrió a sentarse a su lado.—Con cuidado
—Gracias —contestó Luciana.—A sus órdenes.Pedro miró las diferentes secciones del frutero y señaló una en particular.—Esa mandarina es muy dulce.—¿Sí? —Luciana le sonrió—. ¿Ya la probaste?—Ajá. —Él asintió—. Me la trajo mi tío.La sonrisa de Luciana se congeló al instante. El “tío” de Pedro solo podía ser Ricardo.—¿Vino a verte?—Sí —confirmó Pedro—. Ayer por la tarde.Así que había estado allí apenas al salir del hospital… ¿Lo hizo por mera apariencia, o de verdad le importaba Pedro? Luciana sintió un nudo de emociones contradictorias.—Hermana —dijo Pedro, con un dejo de timidez—. ¿Está mejor mi tío?El corazón de Luciana latió con fuerza.—¿Por qué lo preguntas?—Él mismo lo mencionó —explicó el chico—. Me dijo que no había podido visitarme en un buen tiempo porque estaba enfermo.El pulso de Luciana se aceleró aún más. ¿Para qué le contaría eso a Pedro?—¿Te dijo de qué estaba enfermo?—Sí. —Pedro asintió.—¿En serio? —La voz de Luciana tembló—. ¿Qué enfermedad le contó que t
—¿Dejarte en paz? —repitió él con una leve risa, sus pestañas largas ocultando la expresión en su mirada—. ¿Llamas “no dejarte en paz” a mi intención de conquistarte?—¿Conquistarme? —replicó Luciana, cansada—. ¿Otra vez con lo mismo? No lo entiendo.—¿Qué es lo que no entiendes?Luciana soltó un suspiro leve, casi imperceptible, y habló con la voz algo amortiguada por la bufanda que casi le cubría la cara.—Tú sabes muy bien que nunca te he querido. ¿O ya se te olvidó?Alejandro la contempló con una ligera sonrisa.—Claro que lo sé, no lo he olvidado.—¿Entonces qué pretendes? —soltó Luciana con un deje de ironía—. ¿No fue precisamente eso lo que nos separó?Después de todo, habían estado en una especie de guerra fría, con la separación prácticamente aceptada. Solo faltaba la aprobación formal del abuelo de Alejandro. ¿Y ahora que él estaba de acuerdo, Alejandro se echaba para atrás?—Recuerdo que dijiste que jamás te quedarías al lado de una mujer que no sintiera nada por ti. Que hab
—¡Alejandro Guzmán!—Está bien, ya entendí. —Él alzó ambas manos en señal de rendición—. Te prometo que me voy cuando termines de ducharte y te acuestes. El baño está resbaloso y prefiero quedarme para asegurarme de que no te pase nada.¡Qué atento!Luciana, molesta, se giró con un movimiento brusco y se metió a la habitación.No pasó mucho tiempo antes de que, al salir de la ducha, se encontrara a Alejandro esperando con una toalla limpia. Sin darle oportunidad de replicar, él se adelantó:—Deja que te seque el cabello y me voy. Si mantienes los brazos arriba tanto rato, te agotas.—Tch. —Luciana lo miró con frialdad—. ¿Sabes qué? Pareces un chicle.Se refería a que se le estaba pegando demasiado, imposible de sacudir.—Ajá. —Alejandro no se dio por ofendido, esbozó una sonrisa—. Me encanta esa clase de elogios.Luciana arqueó las cejas con expresión incrédula.—¿Elogio?—Anda, ven. Te seco el pelo y así puedes dormir.Luciana cerró los ojos y optó por ignorarlo, resignándose a que hi
De estatura alta, cuerpo esbelto —pero firme—, de esos que casi con seguridad mantienen un régimen constante de ejercicio. Tenía rasgos ligeramente mestizos: facciones profundas y, sobre todo, unos ojos grandes de tipo europeo, con un color café matizado de azul. Su piel lucía muy cuidada, sin arrugas visibles, y trasmitía una presencia elegante que dejaba ver que ya había entrado en la madurez.Luciana lo escuchó murmurar en voz baja y captó que hablaba en francés.—Bonjour —lo saludó con cautela, dirigiéndose a él en el mismo idioma—. ¿Desea pedir algo?El hombre se sobresaltó.—¿Hablas francés?—Un poco. —Luciana asintió con sencillez, aunque en realidad dominaba bastante bien el idioma; había trabajado un tiempo como traductora.—Excelente. —El hombre señaló las opciones del menú sobre la pantalla—. Quiero… esto.—Perfecto. —Luciana se volvió hacia la empleada—. Él desea una limonada con hielo reducido.—Muy bien —respondió la chica con alivio, pues no comprendía nada de francés—.
—Gracias.El mesero se acercó, ofreciéndoles el menú. Ricardo pidió varios platos que sabía que a Luciana le gustaban.—¿Te parece suficiente?—Sí, con eso basta.Para Ricardo, que su hija lo hubiera invitado a comer era toda una sorpresa y lo entusiasmaba. Mientras tanto, él no dejaba de hacerle preguntas:—¿Cómo has estado? ¿Y el bebé?—Bien. —Luciana respondía con monosílabos, sin demasiada intención de hablar sobre el tema.Entre los comentarios y preguntas de Ricardo, ella empezaba a perder la paciencia. De pronto, se decidió a ir al grano:—Sobre la donación de hígado, hablaré con Pedro.—¿Qué…? —Ricardo abrió los ojos con asombro, y su expresión parecía a punto de romperse en mil pedazos—. ¿Qué dijiste?Luciana no repitió sus palabras porque sabía que él había escuchado perfectamente.—Pero quiero que prometas una cosa.—Luciana…Ella se apresuró a continuar, temiendo que si dudaba un segundo, se arrepentiría. Lo miró con determinación.—No le diré a Pedro quién eres en realidad