De estatura alta, cuerpo esbelto —pero firme—, de esos que casi con seguridad mantienen un régimen constante de ejercicio. Tenía rasgos ligeramente mestizos: facciones profundas y, sobre todo, unos ojos grandes de tipo europeo, con un color café matizado de azul. Su piel lucía muy cuidada, sin arrugas visibles, y trasmitía una presencia elegante que dejaba ver que ya había entrado en la madurez.Luciana lo escuchó murmurar en voz baja y captó que hablaba en francés.—Bonjour —lo saludó con cautela, dirigiéndose a él en el mismo idioma—. ¿Desea pedir algo?El hombre se sobresaltó.—¿Hablas francés?—Un poco. —Luciana asintió con sencillez, aunque en realidad dominaba bastante bien el idioma; había trabajado un tiempo como traductora.—Excelente. —El hombre señaló las opciones del menú sobre la pantalla—. Quiero… esto.—Perfecto. —Luciana se volvió hacia la empleada—. Él desea una limonada con hielo reducido.—Muy bien —respondió la chica con alivio, pues no comprendía nada de francés—.
—Gracias.El mesero se acercó, ofreciéndoles el menú. Ricardo pidió varios platos que sabía que a Luciana le gustaban.—¿Te parece suficiente?—Sí, con eso basta.Para Ricardo, que su hija lo hubiera invitado a comer era toda una sorpresa y lo entusiasmaba. Mientras tanto, él no dejaba de hacerle preguntas:—¿Cómo has estado? ¿Y el bebé?—Bien. —Luciana respondía con monosílabos, sin demasiada intención de hablar sobre el tema.Entre los comentarios y preguntas de Ricardo, ella empezaba a perder la paciencia. De pronto, se decidió a ir al grano:—Sobre la donación de hígado, hablaré con Pedro.—¿Qué…? —Ricardo abrió los ojos con asombro, y su expresión parecía a punto de romperse en mil pedazos—. ¿Qué dijiste?Luciana no repitió sus palabras porque sabía que él había escuchado perfectamente.—Pero quiero que prometas una cosa.—Luciana…Ella se apresuró a continuar, temiendo que si dudaba un segundo, se arrepentiría. Lo miró con determinación.—No le diré a Pedro quién eres en realidad
Alejandro frunció levemente el ceño y, por un instante, en su mirada apareció un destello de inquietud.—¿Acaso no te gustan las flores?—Je. —Luciana soltó un par de risitas, sin responder directamente. De forma repentina, soltó—: Hoy me encontré con Ricardo.—¿Ricardo? —El semblante de Alejandro se tensó de golpe, y la observó con gravedad.—Le dije que hablaré con Pedro sobre la donación de hígado. —Luciana esbozó una sonrisa fugaz—. Aquellas palabras que me dijiste el otro día, por duras que fueran, tenían algo de razón.—Luciana, yo…—Termina de escuchar —lo interrumpió ella, manteniendo una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pero le dejé muy claro que no puede reconocer a Pedro. Y eso mismo vengo a decirte: tú y tu familia tampoco deben contar nada.—Para Pedro, él no es más que su “tío”, igual que siempre.Al terminar, Luciana ladeó ligeramente el cuerpo, adoptando una postura de “hasta aquí llegamos”.—Eso era todo. Te agradezco las molestias… ya conseguiste lo que querías. Pu
Si los resultados eran favorables, entonces Luciana se encargaría de hablar con él sobre el trasplante de hígado. De lo contrario, no habría nada que decir.Ella creía llegar antes que nadie, pero, para su sorpresa, Ricardo ya estaba allí cuando apareció. No solo él: Clara y Mónica también se encontraban en el lugar. Fue inesperado, aunque tal vez no tanto.—Luciana… —Ricardo se puso de pie en cuanto la vio acercarse. Clara lo imitó enseguida.Mónica, sentada en la silla de ruedas, no se movió, pero igual la miró con una mezcla de incomodidad y ansiedad.Luciana, por su parte, entendía de sobra lo que ocurría: no se trataba de que ellos quisieran quedar bien con ella, sino de que estaban ansiosos por el hígado de Pedro.—Luciana —se atrevió a decir Clara con una sonrisa forzada—, gracias por esto.—Ajá… —Luciana asintió con frialdad, pero mantuvo cierta cortesía.Mónica, por su parte, también dio las gracias:—Gracias… ¿Qué debemos hacer ahora?—Solo recuerden lo que les pedí: no menci
—Ustedes… —Mónica, sin darle tiempo a Luciana de contestar, intervino de nuevo. Sus ojos denotaban una mezcla de nervios y emoción—. ¿Estaban hablando de… un acuerdo de divorcio?La mirada de Mónica pasó alternativamente entre Alejandro y Luciana, como si no pudiera creer lo que oía.—¿Se van a divorciar?Luciana la observó y soltó una pequeña risa antes de asentir con la cabeza.—Sí, así es.—Esto… —La expresión de Mónica se iluminó, aunque intentaba disimularlo—. ¿Pero cómo va a ser posible? ¿No se casaron por insistencia del abuelo? ¿Él les dejará divorciarse?Claramente, con esas preguntas buscaba recalcar que aquel matrimonio no había sido idea de Alejandro, sino una imposición familiar.—¡Mónica! Tú no te metas en esto —gruñó Alejandro, con los ojos oscurecidos por el enojo.Aun así, no podía estallar abiertamente, y Mónica, con los ojos enrojecidos, se quedó temblando:—¿Por qué me gritas? ¿Estás enojado? ¿Dije algo que no debía?Alejandro se quedó en silencio, sin saber qué res
Luciana continúa con voz suave, casi en un susurro:—Fernando fue mi primer amor. Guapo, con buenos valores, provenía de una gran familia. Me amaba… solo a mí. Era leal y apasionado. Y yo también lo amaba…—¡Basta! —exclama Alejandro, con el rostro lívido y los ojos fuertemente cerrados—. No me interesa tu historial amoroso. Lo único que quiero es tu presente y tu futuro.—Tranquilo, que ya casi termino. —Luciana ignora el ceño fruncido de Alejandro y prosigue—. Lo quise con toda mi alma; cuando terminamos, sentí que me moría. Pensé que no volvería a ser la misma…Alejandro siente que algo se enciende en su interior: un fuego oscuro y creciente en su mirada. Si no fuera ilegal, Fernando ya estaría en pedazos. Lo odia. Odia que haya conocido antes a Luciana y que encima haya sido su primer amor.Pero Luciana no sigue hurgando en aquel recuerdo doloroso. Adopta un tono distante:—Sin embargo, no solo sobreviví, sino que ahora vivo muy bien. Ya no lo amo. Para mí, Fernando se quedó en el
Al día siguiente, muy temprano, Alejandro llegó puntual, tal como solía hacerlo. Martina fue quien le abrió la puerta.—Señor Guzmán —lo saludó con cortesía.Él frunció ligeramente el ceño, aunque no parecía sorprendido. Echó un vistazo hacia el interior.—¿Dónde está Luciana?—Eh… —Martina señaló la habitación—. Sigue dormida, aún no se despierta.Alejandro asintió, entendiendo la situación. Como siempre, le tendió el desayuno.—No la dejes dormir demasiado. Si esto se enfría y luego lo calientas, no sabe igual. Además, no es bueno para su salud dormir con el estómago vacío.—Entendido.Martina recibió la comida y, como era habitual, le ofreció la posibilidad de pasar:—Señor Guzmán, ¿le gustaría entrar? Puede que Luciana despierte en cualquier momento.—No, gracias —respondió Alejandro, esbozando una ligera sonrisa y negando con la cabeza—. Mientras me quede aquí, ella no va a levantarse.Sabía de sobra que Luciana había llamado a Martina justo para evitar tener que recibirlo en pers
—Hace frío, Pedro. Súbete rápido.—¡Sí!Enseguida los tres partieron rumbo al hospital anexo. Esa mañana había muchísima gente en el área de chequeos, pero como Luciana tenía cita y además trabajaba ahí, pudo entrar con Pedro por la sección para el personal. Antes de ingresar, ella le advirtió a Alejandro:—No hace falta que entres. Con Balma me las arreglo.—De acuerdo —él asintió—. Los espero afuera.Y dirigiéndose a Balma, agregó:—Si surge algo, llámame de inmediato.—Descuide, señor Guzmán —respondió Balma.En la sala, el bullicio era ensordecedor, suficiente para darle dolor de cabeza a cualquiera. Alejandro se quedó ahí, pensando que solo por Luciana aguantaba semejante caos.—Alex…Se giró al escuchar su nombre. Era Mónica, que se acercaba en silla de ruedas, acompañada por su cuidadora. Él frunció el ceño.—¿Qué haces aquí?Luciana había pedido que ni Mónica ni su madre aparecieran frente a Pedro, para no alterarlo. Mónica captó la molestia y se apresuró a explicar:—Vi que Pe