—Profe —lo saludó ella, suponiendo que se trataba de alguna tarea pendiente.—Toma asiento —indicó Delio, mientras la observaba detenidamente—. ¿No estabas en reposo? ¿Por qué regresaste al trabajo tan pronto?—Ya me siento bien —respondió Luciana con una sonrisa despreocupada—. Solo fue un resfriado ligero.—Ajá… —Delio guardó silencio unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas—. Estás en la última etapa del embarazo. Quizá sea mejor que te tomes una pausa del trabajo y pidas la licencia. Cuando nazca tu bebé, ya veremos.—¿Cómo? —Luciana se quedó perpleja. Delio siempre la había apoyado para seguir con su labor médica. Además, veía normal que las doctoras trabajaran hasta poco antes del parto—. Profe, de verdad no creo que haga falta…—Sí hace falta —insistió Delio con firmeza—. Tu vientre ya está bastante grande. Es mejor que vuelvas a casa y descanses.A Luciana le pareció raro.—¿Está pasando algo que yo ignore, profesor?Delio vaciló un instante y finalmente se sinceró
Un escalofrío le recorrió el cuerpo; sentía la sangre helada en las venas.—Alejandro, ¿en serio harías esto por Mónica? ¿La vida de Ricardo te importa más que la mía y la de tu hijo? —sus ojos se llenaron de lágrimas. Se le quebró la voz—. Me prometiste que no me forzarías nunca más…Recordó aquella vez que él juró no presionarla para quedarse a su lado. Y, sin embargo, aquí estaba una nueva muestra de poder en su contra.—Luciana —dijo Alejandro, percibiendo su respiración temblorosa—. ¿Estás… temblando? ¿Tienes frío, o te sientes mal?Pero ella parecía no querer escucharlo, pues ya tenía su propia interpretación de las cosas. Dejó escapar una risa tenue y cargada de ironía.—El señor Alejandro Guzmán de Muonio, el gran heredero de una familia poderosa, haciendo lo que se le antoja.—Luciana, no es… —intentó explicarse.—¿No es qué? —replicó ella, alzando la voz—. A ver, dime por qué me presionas de esta forma.Alejandro guardó silencio. No sabía cómo contestarle. Según las indicacio
—… —Martina parpadeó, un poco incómoda—. Tal vez he estado estudiando demasiado para mis exámenes…—Lo suponía —asintió Vicente, frunciendo el ceño—. Pues aprovecha la comida que pedimos y come bien…En ese momento, sonó el timbre.—¡Ha llegado el servicio de comida! Voy a recogerlo —dijo él, yendo hacia la puerta.—Puf… —Martina soltó un largo suspiro de alivio, como si por fin pudiera deshacerse de un gran peso.Luciana, que observaba todo con aire cómplice, se rió bajito.—Tranquila, no te sonrojaste, así que no sospecha nada.—¿Ah? —Martina alzó la cabeza y frunció los labios—. ¿Cómo lo notaste? ¿Se me nota mucho?—No, casi nada —Luciana negó con una sonrisa—. Pero, a diferencia de Vicente, yo no soy tan despistada.—Luciana… —Martina la tomó del brazo—. Por favor, no le digas nada. Te lo ruego.—Descuida, si hubiera querido decírselo, ya lo habría hecho. Pero, Marti, llevas tiempo sintiendo esto. ¿Y si él sigue sin darse cuenta?Martina se mordió el labio, con un dejo de resignaci
—Uff… —al colocarla, Vicente tambaleó un poco—. Me está entrando el sueño a mí también. Debe ser el efecto del alcohol, mejor me acuesto un rato.Luciana levantó la ceja al verlo recostarse al lado de Martina, como si nada. “¿Y qué pasó con la distancia o la ‘prudencia’?”, pensó divertida.—Vicente… —lo llamó con intención de molestarlo un poco.—Ajá…—Hace rato que no te oigo hablar de novias. ¿Es que terminaste la última y ahora nada?—Pfff… —soltó Vicente, negando con la cabeza—. Desde aquella vez que corté, no he buscado a nadie más.—¿Por qué no retomas el tema de salir con alguien? —insistió Luciana.Él se encogió de hombros con cierto aire de cansancio.—No me interesa… Siento que en cuanto trato de profundizar en una relación, me aburro o no me llena. Creo que no me he topado con alguien que de verdad me mueva el piso.—Hmm… —murmuró Luciana.En ese momento, Martina dejó escapar un leve gemido. Se había acurrucado con las piernas flexionadas, como si tuviera frío.—¿Tienes frío
—¿Vieron un fantasma o qué? —ironizó él, con el rostro serio.—N-no… —Sergio negó con la cabeza, pero su expresión era la de quien ha visto algo impactante—. Es Luciana… está dormida.¿Dormida? ¿Acaso era tan grave? ¿Por qué ponían esa cara?—Pues iré a ver —decidió Alejandro.—¡Alex! —Sergio lo detuvo sujetándolo del brazo—. Es que… Luciana no está dormida sola.En ese instante, Alejandro miró con un rabillo del ojo a Salvador, temiendo que la sospecha se confirmara.—¿Con quién está?—Con Pedro, Martina y… —Sergio se detuvo a medias, pero el mensaje era claro.Bastó ese dato para que a Alejandro se le encendiera la sangre. Dio un paso al frente y entró como un rayo en la casa.Mientras tanto, Salvador se quedó a un lado, con una sonrisa burlona en los labios. Aunque fuera su mejor amigo, no dejaba de disfrutar el drama.—Señor… señor Morán… —tartamudeó Simón, volviendo la mirada hacia él—. ¿No quiere pasar a ver qué ocurre?—Claro que sí —aceptó Salvador, sin poder contener la risa m
Era la primera vez que Martina besaba a alguien. Con los ojos muy abiertos, olvidó por completo cómo respirar, como si el cerebro se le hubiera puesto en blanco.Salvador terminó el beso rápido, pero conservó las manos firmes, apoyando su frente contra la de ella. Respiraba con fuerza, sonando agitado y molesto.—¿Dormiste con él? —soltó entre dientes.—¿Eh? —Martina entendió las palabras, pero su cerebro no podía procesarlas tras la conmoción. No supo responder.—Te estoy preguntando —repitió Salvador, apretando un poco más su mandíbula, mirándola con furia—. ¿Acaso dormiste con Vicente? ¿Fue anoche… o llevan tiempo durmiendo juntos?Solo entonces Martina recobró la consciencia. Sentía una mezcla de vergüenza infinita y una ira incontenible. Con un impulso irrefrenable, alzó la mano y le propinó a Salvador una bofetada sonora.—¡¿Quién demonios te crees…?! —exclamó con los ojos llenos de lágrimas, que rodaban como pequeñas perlas—. ¡Eres un maldito pervertido!Trastornada, comenzó a f
Ella no contestó; pensaba que aquella “comprensión” solo era una trampa. Tenía enfrente a un hombre demasiado poderoso y no sabía cómo evitar que la abrumara.—Alejandro… —musitó Luciana, con voz más temblorosa de lo que habría querido. Extendió la mano para aferrarse a la solapa de su chaqueta—. Te lo ruego, no lastimes a Pedro. Él no sabe que Ricardo es su padre; no lo sabe… siempre creyó que sus papás, mi esposo y yo, no existían desde hace tiempo.Las lágrimas se agolparon en su garganta, y aunque intentó contenerse, rompió a llorar con un suave sollozo:—Te lo suplico…Casi en el mismo instante en que ella se acercó, Alejandro la envolvió en un abrazo.Luego ordenó con determinación:—Vamos al apartamento de Luciana.Si a ella no le apetecía, él no pensaba forzarla.—Sí, señor —respondió el hombre que conducía.El auto se detuvo frente al edificio de Luciana.Alejandro no subió. Era de día y todavía tenía pendientes que atender. Se inclinó para ayudarla a abotonarse el abrigo:—Su
—Luci, no puedes acusarme de eso. —Alejandro caminó sin prisa, se detuvo frente a ella y se acuclilló para quedar a su altura—. No te enojes. Tú y yo seguimos casados. Si vengo a la casa de mi esposa, ¿cómo va a ser allanamiento?—¿Ah, sí? —Luciana estaba claramente molesta—. ¿Entonces a qué demonios vienes?Él, sin perder la calma, se irguió y le acarició el cabello con sutileza.—No has descansado lo suficiente. Tómate unos días de reposo con goce de sueldo. Ya estás en la última etapa del embarazo, y quiero que no te sobreesfuerces; quiero verte a ti y al bebé a salvo.Al oír esas palabras, Luciana sintió un escalofrío. Era como si le recorriera la piel de gallina. Lo miró con los ojos muy abiertos.—¿Qué pretendes, cambiar de estrategia? ¿Crees que con un tono suave voy a aceptar donar mi hígado?—¿De verdad soy esa clase de persona para ti? —replicó Alejandro con un matiz de hastío.—¿No es obvio? —respondió Luciana con una mueca sarcástica—. Señor Guzmán, ¿ya olvidó que hace nada