“Así que vino en serio”, pensó Alejandro, sintiendo una oleada de celos y amargura. ¿Acaso Luciana habría llamado a Fernando en vez de llamarlo a él? Esa sola idea le calaba hondo.—Señor Domínguez —dijo con desdén—. A esta hora, afuera de la habitación de mi esposa… ¿te parece apropiado?Fernando soltó una risa burlona. Notaba la tensión entre Luciana y Alejandro. Estaba claro que si su relación marchara bien, ella jamás habría recurrido a él.—No sé si sea “apropiado” —contestó con un deje de desafío—. Pero Luciana me llamó. Está enferma y me pidió que la cuidara.Alejandro lo miró con un brillo helado en los ojos. Se confirmó su peor sospecha: ella sí lo había buscado. El veneno del resentimiento le ardía en la sangre. Sin pensarlo, alzó las manos y agarró la solapa de Fernando.—Fernando, ¿vienes a buscar la muerte? ¡Lárgate de aquí antes de que te mande a volar! ¡Lárgate ya!Alejandro no iba a tolerar que otro hombre se hiciera cargo de su esposa.—Ah… —Fernando soltó un bufido—.
—Me los quité cuando me acosté… no me puse otros nuevos.Antes de que terminara la frase, Alejandro posó una mano fría sobre su frente caliente, provocándole un leve cosquilleo que le hizo entrecerrar los ojos de alivio. Él percibió ese gesto y sintió como si algo le encendiera el pecho. Tragó saliva y habló con más suavidad:—El doctor ya está aquí. Déjame que te examine, ¿sí?Se volvió hacia el médico y dijo con firmeza:—Adelante, por favor.—Claro, señor Guzmán —respondió el doctor, acercándose para tomar los signos vitales de Luciana. Tras auscultarla un momento, dio su veredicto—. Es un resfriado común, pero la fiebre no es muy alta. Como está embarazada, conviene evitar medicamentos fuertes.Sacó una botella de alcohol del botiquín y la mostró a Alejandro.—Podemos aplicar compresas frías y usar alcohol para bajar la temperatura, sobre todo en puntos como las axilas, el cuello y detrás de las rodillas. También podrían colocar una bolsa de hielo en la frente y otra en las axilas.
Una vez tras la puerta, se inclinó contra el lavabo, empapado en sudor y con las venas latiendo furiosas. Solo pensar en Luciana tan vulnerable en sus brazos le hacía hervir la sangre.—Alejandro… ¡qué animal eres! —se reprochó, golpeando el espejo con la mirada—. Ella está enferma y aún así…Después de media hora, regresó. Para entonces el hotel ya había llevado los paquetes de hielo y la miel que solicitó. Alejandro colocó cuidadosamente una bolsa de hielo en la frente de Luciana y, con una cuchara, empezó a darle la bebida caliente sorbo a sorbo.Enferma, Luciana se mostraba más dócil de lo normal. Bebía sin protestar, colaboraba para las compresas de alcohol… Lo que la hacía mejorar, sin embargo, agotaba a Alejandro. Pero su dedicación surtía efecto. Hacia la mitad de la noche, Luciana ya no se sentía tan mal y se quedó dormida, recostada contra las almohadas. Sus pestañas, húmedas por algunas lágrimas de fiebre, le daban un aire frágil.Alejandro, por fin, pudo respirar hondo y se
—No exageres —sonrió Luciana, sin poder evitarlo—. Es cierto que estoy un poco débil, pero nada grave…—Luciana —la interrumpió Alejandro con tono severo, muy distinto al suyo habitual—. No estoy bromeando, ni es una sugerencia.Desvió la mirada hacia su vientre.—¿De verdad no piensas en ti y tampoco en el bebé?Aquello la hizo vacilar. Se mordió los labios.—Es que… no quiero fallarle a mi trabajo.Alejandro soltó un suspiro de resignación y, alzando una mano, le acarició la cabeza.—Descuida, buscaré una solución.Sacó su celular y marcó el número de Delio, explicándole en pocas palabras la situación.—Delio, discúlpame. No la he cuidado bien y Luciana está realmente indispuesta. Disculpa las molestias que pueda ocasionar… Entiendo, gracias… —colgó la llamada y se volvió hacia ella—. Delio mandará a alguien para cubrirte. Me dijo que te quedes tranquila. Tenemos tiempo, el congreso empieza a las nueve y media.Luciana miró sus manos entrelazadas sobre el vientre. Otra vez se sentía
Luciana, aún asustada, se aferró a él y alzó la vista, el corazón acelerado ante la posibilidad de lo que pudo haber ocurrido.—Eso… estuve a punto de caer. —Un leve temblor recorría su voz.—¿Te asustaste mucho? —Alejandro la miró con remordimiento y preocupación. También él tenía el corazón a mil por hora. Bajó un poco la cabeza y susurró cerca de su oído—. Discúlpame. Debería haberte insistido en que te apoyaras en mí…Con aquella disculpa resonando, Alejandro no lo pensó más. Sin dar opción a réplica, la levantó en brazos.—¡Ah! —soltó ella, sorprendida. Por puro reflejo, enroscó los brazos alrededor del cuello de Alejandro, acurrucándose contra su pecho como un gatito.Él sintió que algo se le derretía dentro.—Te llevo al auto. No falta mucho.Mientras se acercaban, Sergio estaba listo junto a la puerta, la cual abrió para que Alejandro pudiera acomodar a Luciana en el asiento. Ella notó que había un cojín preparado con cuidado, algo que antes no se veía. ¿Lo habrían puesto pensa
Cuando ya estaban cerca del edificio donde vivía Luciana, ella fingió “despertar”.—¿Ya casi llegamos?—Sí, falta poco —respondió Alejandro, un poco desilusionado de que su descanso hubiera sido tan corto—. Si quieres, sigue recostada. Te aviso cuando estemos.—No, mejor no —contestó ella. Tomó su celular y llamó a alguien—. ¿Marti? Hola, soy yo. Sí, ya volví. ¿Podrías esperarme en la esquina de mi calle? Con la nieve me da miedo resbalar… Perfecto.Alejandro escuchó todo, y su semblante se ensombreció poco a poco. Luciana ya tenía resuelto quién la recogería, dejando claro que no necesitaba más ayuda de él.Al doblar en la calle, se divisaba el edificio donde vivía Luciana.—Bájame por aquí, por favor —pidió ella, volviéndose hacia Alejandro con una leve sonrisa—. Gracias por todo. Ya llegó Marti a buscarme, así que me bajo.—De acuerdo —respondió él, sintiendo un amargo nudo en la garganta.Del otro lado de la calle, Martina vestía un abrigo rojo y llegó corriendo con un aire juguetó
—¿Qué…? —Alejandro quedó atónito, como si de pronto se quedara sin aire—. Abuelo, ¿de qué estás hablando?—¿No lo entiendes? —inquirió Miguel, con una mueca de disgusto.—Abuelo… —intentó insistir Alejandro.—Alex —prosiguió el anciano con un tono más severo—, el hecho de que yo esté enfermo no quiere decir que esté muerto.Miguel lo miró con reprobación.—Has vuelto a ver a esa “estrella”, ¿o me equivoco?—Abuelo, yo… —Alejandro quiso aclarar algo—. Mónica está…—No hace falta que lo expliques —lo interrumpió Miguel con un ademán impaciente—. Ya sé de sobra lo que vas a decir. ¿Creíste que podías ocultarme que vives separado de Luciana? ¿Y todo por culpa de esa actriz? Incluso llegaste a difamar a Luciana y acusarla de infidelidad.Mientras hablaba, el hombre mayor dirigió la mirada a la joven, con una mezcla de cariño y remordimiento.—Luci, lamento tanto haberte involucrado.—No diga eso, abuelo —respondió ella, aguantando un nudo en la garganta—. Por favor…—Abuelo sabe muy bien qu
—Cuídese, abuelo. Vendré a visitarlo luego.—De acuerdo, buena niña —respondió Miguel con afecto.Luciana se volvió para salir sin mirar a Alejandro.—¡Luciana…! —intentó llamarla él.—¡Detente! —interrumpió Miguel, alzando la voz—. ¿Con qué derecho vas a perseguirla?—Abuelo… —Alejandro estaba aturdido. No sabía qué hacer ni qué decir; el abuelo había movido todas sus fichas de pronto.—No la sigas —repitió Miguel en un tono más suave, pero con cansancio—. Piensa en ti mismo… ¿Acaso quieres que tu hijo crezca guardándote el mismo rencor que tú guardas contra tu padre?Esa frase caló hondo en Alejandro. Sintió un nudo que le oprimía el corazón. El abuelo sabía que aquellas palabras eran un golpe letal para él, pero consideraba necesario advertirle.—Solo te pido algo —continuó Miguel—: si tanto insistes en esa actriz, haz lo que quieras, pero mientras yo esté vivo, nunca la traigas ante mis ojos, ni la dejes pisar la casa de los Guzmán.Con eso, soltó un suspiro.—Vete, quiero descansa