Una vez tras la puerta, se inclinó contra el lavabo, empapado en sudor y con las venas latiendo furiosas. Solo pensar en Luciana tan vulnerable en sus brazos le hacía hervir la sangre.—Alejandro… ¡qué animal eres! —se reprochó, golpeando el espejo con la mirada—. Ella está enferma y aún así…Después de media hora, regresó. Para entonces el hotel ya había llevado los paquetes de hielo y la miel que solicitó. Alejandro colocó cuidadosamente una bolsa de hielo en la frente de Luciana y, con una cuchara, empezó a darle la bebida caliente sorbo a sorbo.Enferma, Luciana se mostraba más dócil de lo normal. Bebía sin protestar, colaboraba para las compresas de alcohol… Lo que la hacía mejorar, sin embargo, agotaba a Alejandro. Pero su dedicación surtía efecto. Hacia la mitad de la noche, Luciana ya no se sentía tan mal y se quedó dormida, recostada contra las almohadas. Sus pestañas, húmedas por algunas lágrimas de fiebre, le daban un aire frágil.Alejandro, por fin, pudo respirar hondo y se
—No exageres —sonrió Luciana, sin poder evitarlo—. Es cierto que estoy un poco débil, pero nada grave…—Luciana —la interrumpió Alejandro con tono severo, muy distinto al suyo habitual—. No estoy bromeando, ni es una sugerencia.Desvió la mirada hacia su vientre.—¿De verdad no piensas en ti y tampoco en el bebé?Aquello la hizo vacilar. Se mordió los labios.—Es que… no quiero fallarle a mi trabajo.Alejandro soltó un suspiro de resignación y, alzando una mano, le acarició la cabeza.—Descuida, buscaré una solución.Sacó su celular y marcó el número de Delio, explicándole en pocas palabras la situación.—Delio, discúlpame. No la he cuidado bien y Luciana está realmente indispuesta. Disculpa las molestias que pueda ocasionar… Entiendo, gracias… —colgó la llamada y se volvió hacia ella—. Delio mandará a alguien para cubrirte. Me dijo que te quedes tranquila. Tenemos tiempo, el congreso empieza a las nueve y media.Luciana miró sus manos entrelazadas sobre el vientre. Otra vez se sentía
Luciana, aún asustada, se aferró a él y alzó la vista, el corazón acelerado ante la posibilidad de lo que pudo haber ocurrido.—Eso… estuve a punto de caer. —Un leve temblor recorría su voz.—¿Te asustaste mucho? —Alejandro la miró con remordimiento y preocupación. También él tenía el corazón a mil por hora. Bajó un poco la cabeza y susurró cerca de su oído—. Discúlpame. Debería haberte insistido en que te apoyaras en mí…Con aquella disculpa resonando, Alejandro no lo pensó más. Sin dar opción a réplica, la levantó en brazos.—¡Ah! —soltó ella, sorprendida. Por puro reflejo, enroscó los brazos alrededor del cuello de Alejandro, acurrucándose contra su pecho como un gatito.Él sintió que algo se le derretía dentro.—Te llevo al auto. No falta mucho.Mientras se acercaban, Sergio estaba listo junto a la puerta, la cual abrió para que Alejandro pudiera acomodar a Luciana en el asiento. Ella notó que había un cojín preparado con cuidado, algo que antes no se veía. ¿Lo habrían puesto pensa
Cuando ya estaban cerca del edificio donde vivía Luciana, ella fingió “despertar”.—¿Ya casi llegamos?—Sí, falta poco —respondió Alejandro, un poco desilusionado de que su descanso hubiera sido tan corto—. Si quieres, sigue recostada. Te aviso cuando estemos.—No, mejor no —contestó ella. Tomó su celular y llamó a alguien—. ¿Marti? Hola, soy yo. Sí, ya volví. ¿Podrías esperarme en la esquina de mi calle? Con la nieve me da miedo resbalar… Perfecto.Alejandro escuchó todo, y su semblante se ensombreció poco a poco. Luciana ya tenía resuelto quién la recogería, dejando claro que no necesitaba más ayuda de él.Al doblar en la calle, se divisaba el edificio donde vivía Luciana.—Bájame por aquí, por favor —pidió ella, volviéndose hacia Alejandro con una leve sonrisa—. Gracias por todo. Ya llegó Marti a buscarme, así que me bajo.—De acuerdo —respondió él, sintiendo un amargo nudo en la garganta.Del otro lado de la calle, Martina vestía un abrigo rojo y llegó corriendo con un aire juguetó
—¿Qué…? —Alejandro quedó atónito, como si de pronto se quedara sin aire—. Abuelo, ¿de qué estás hablando?—¿No lo entiendes? —inquirió Miguel, con una mueca de disgusto.—Abuelo… —intentó insistir Alejandro.—Alex —prosiguió el anciano con un tono más severo—, el hecho de que yo esté enfermo no quiere decir que esté muerto.Miguel lo miró con reprobación.—Has vuelto a ver a esa “estrella”, ¿o me equivoco?—Abuelo, yo… —Alejandro quiso aclarar algo—. Mónica está…—No hace falta que lo expliques —lo interrumpió Miguel con un ademán impaciente—. Ya sé de sobra lo que vas a decir. ¿Creíste que podías ocultarme que vives separado de Luciana? ¿Y todo por culpa de esa actriz? Incluso llegaste a difamar a Luciana y acusarla de infidelidad.Mientras hablaba, el hombre mayor dirigió la mirada a la joven, con una mezcla de cariño y remordimiento.—Luci, lamento tanto haberte involucrado.—No diga eso, abuelo —respondió ella, aguantando un nudo en la garganta—. Por favor…—Abuelo sabe muy bien qu
—Cuídese, abuelo. Vendré a visitarlo luego.—De acuerdo, buena niña —respondió Miguel con afecto.Luciana se volvió para salir sin mirar a Alejandro.—¡Luciana…! —intentó llamarla él.—¡Detente! —interrumpió Miguel, alzando la voz—. ¿Con qué derecho vas a perseguirla?—Abuelo… —Alejandro estaba aturdido. No sabía qué hacer ni qué decir; el abuelo había movido todas sus fichas de pronto.—No la sigas —repitió Miguel en un tono más suave, pero con cansancio—. Piensa en ti mismo… ¿Acaso quieres que tu hijo crezca guardándote el mismo rencor que tú guardas contra tu padre?Esa frase caló hondo en Alejandro. Sintió un nudo que le oprimía el corazón. El abuelo sabía que aquellas palabras eran un golpe letal para él, pero consideraba necesario advertirle.—Solo te pido algo —continuó Miguel—: si tanto insistes en esa actriz, haz lo que quieras, pero mientras yo esté vivo, nunca la traigas ante mis ojos, ni la dejes pisar la casa de los Guzmán.Con eso, soltó un suspiro.—Vete, quiero descansa
Con la licencia médica justificada, Luciana decidió descansar en casa. Ya en el último trimestre de embarazo, debía cuidarse mucho; así que dormir era su mejor remedio. Desde que llegó a su apartamento, comía algo ligero y se dormía otra vez. Incluso al día siguiente estuvo la mayor parte del tiempo descansando, hasta que llegó la tarde y despertó por fin sintiéndose mejor.Al correr las cortinas, vio que la nevada había parado, pero el paisaje seguía gris, frío y desolado. Sintió un vacío en el estómago y, de pronto, se le antojó un ramen instantáneo. “Por una vez, no pasa nada”, pensó, revisando su refrigerador. Había huevos y vegetales que podía añadirle, así que se dispuso a cocinarlos.En pleno proceso de preparación, su teléfono sonó. Miró la pantalla: era Alejandro.—¿Hola?—¿Estás en el departamento?—Sí, ¿por qué?—Estoy aquí abajo. Subo en un momento.—Ah, está bien —aceptó Luciana. Suponía que venía a hablar de los trámites del divorcio.Pocos minutos después, sonó el timbre
Ella lo miró con una chispa de picardía en la mirada:—Oye, me invitaste a venir, ¿verdad? Tú pagas, ¿no?—Claro, ¿por qué lo preguntas?—Por confirmar… —respondió Luciana en broma. Después, bajó un poco la voz, puesto que el mesero seguía cerca—. En adelante, no podré darme estos lujos tan seguido. Hoy pienso dejar mi estómago feliz.Alejandro se tensó ligeramente. Su mirada quedó atrapada en la sonrisa de Luciana.—Eso no tiene por qué ser así. Si quieres venir, puedo traerte cada vez que te apetezca.—Tal vez lo digas solo por decir. Igual, gracias —respondió ella sin tomárselo muy en serio—. Pero mejor cuida que Mónica no se entere; no vaya a ser que se ponga celosa y te meta en un lío.El nombre de Mónica salió de nuevo a la luz. Alejandro respiró hondo y trató de contener el malestar.—Luciana, lo que pase entre nosotros no tiene que ver con… nadie más.—¿Ah? —Ella se quedó pensando un instante y creyó comprender—. ¿La estás defendiendo, verdad? O sea, que no la culpemos de que t