Luciana, aún asustada, se aferró a él y alzó la vista, el corazón acelerado ante la posibilidad de lo que pudo haber ocurrido.—Eso… estuve a punto de caer. —Un leve temblor recorría su voz.—¿Te asustaste mucho? —Alejandro la miró con remordimiento y preocupación. También él tenía el corazón a mil por hora. Bajó un poco la cabeza y susurró cerca de su oído—. Discúlpame. Debería haberte insistido en que te apoyaras en mí…Con aquella disculpa resonando, Alejandro no lo pensó más. Sin dar opción a réplica, la levantó en brazos.—¡Ah! —soltó ella, sorprendida. Por puro reflejo, enroscó los brazos alrededor del cuello de Alejandro, acurrucándose contra su pecho como un gatito.Él sintió que algo se le derretía dentro.—Te llevo al auto. No falta mucho.Mientras se acercaban, Sergio estaba listo junto a la puerta, la cual abrió para que Alejandro pudiera acomodar a Luciana en el asiento. Ella notó que había un cojín preparado con cuidado, algo que antes no se veía. ¿Lo habrían puesto pensa
Cuando ya estaban cerca del edificio donde vivía Luciana, ella fingió “despertar”.—¿Ya casi llegamos?—Sí, falta poco —respondió Alejandro, un poco desilusionado de que su descanso hubiera sido tan corto—. Si quieres, sigue recostada. Te aviso cuando estemos.—No, mejor no —contestó ella. Tomó su celular y llamó a alguien—. ¿Marti? Hola, soy yo. Sí, ya volví. ¿Podrías esperarme en la esquina de mi calle? Con la nieve me da miedo resbalar… Perfecto.Alejandro escuchó todo, y su semblante se ensombreció poco a poco. Luciana ya tenía resuelto quién la recogería, dejando claro que no necesitaba más ayuda de él.Al doblar en la calle, se divisaba el edificio donde vivía Luciana.—Bájame por aquí, por favor —pidió ella, volviéndose hacia Alejandro con una leve sonrisa—. Gracias por todo. Ya llegó Marti a buscarme, así que me bajo.—De acuerdo —respondió él, sintiendo un amargo nudo en la garganta.Del otro lado de la calle, Martina vestía un abrigo rojo y llegó corriendo con un aire juguetó
—¿Qué…? —Alejandro quedó atónito, como si de pronto se quedara sin aire—. Abuelo, ¿de qué estás hablando?—¿No lo entiendes? —inquirió Miguel, con una mueca de disgusto.—Abuelo… —intentó insistir Alejandro.—Alex —prosiguió el anciano con un tono más severo—, el hecho de que yo esté enfermo no quiere decir que esté muerto.Miguel lo miró con reprobación.—Has vuelto a ver a esa “estrella”, ¿o me equivoco?—Abuelo, yo… —Alejandro quiso aclarar algo—. Mónica está…—No hace falta que lo expliques —lo interrumpió Miguel con un ademán impaciente—. Ya sé de sobra lo que vas a decir. ¿Creíste que podías ocultarme que vives separado de Luciana? ¿Y todo por culpa de esa actriz? Incluso llegaste a difamar a Luciana y acusarla de infidelidad.Mientras hablaba, el hombre mayor dirigió la mirada a la joven, con una mezcla de cariño y remordimiento.—Luci, lamento tanto haberte involucrado.—No diga eso, abuelo —respondió ella, aguantando un nudo en la garganta—. Por favor…—Abuelo sabe muy bien qu
—Cuídese, abuelo. Vendré a visitarlo luego.—De acuerdo, buena niña —respondió Miguel con afecto.Luciana se volvió para salir sin mirar a Alejandro.—¡Luciana…! —intentó llamarla él.—¡Detente! —interrumpió Miguel, alzando la voz—. ¿Con qué derecho vas a perseguirla?—Abuelo… —Alejandro estaba aturdido. No sabía qué hacer ni qué decir; el abuelo había movido todas sus fichas de pronto.—No la sigas —repitió Miguel en un tono más suave, pero con cansancio—. Piensa en ti mismo… ¿Acaso quieres que tu hijo crezca guardándote el mismo rencor que tú guardas contra tu padre?Esa frase caló hondo en Alejandro. Sintió un nudo que le oprimía el corazón. El abuelo sabía que aquellas palabras eran un golpe letal para él, pero consideraba necesario advertirle.—Solo te pido algo —continuó Miguel—: si tanto insistes en esa actriz, haz lo que quieras, pero mientras yo esté vivo, nunca la traigas ante mis ojos, ni la dejes pisar la casa de los Guzmán.Con eso, soltó un suspiro.—Vete, quiero descansa
Con la licencia médica justificada, Luciana decidió descansar en casa. Ya en el último trimestre de embarazo, debía cuidarse mucho; así que dormir era su mejor remedio. Desde que llegó a su apartamento, comía algo ligero y se dormía otra vez. Incluso al día siguiente estuvo la mayor parte del tiempo descansando, hasta que llegó la tarde y despertó por fin sintiéndose mejor.Al correr las cortinas, vio que la nevada había parado, pero el paisaje seguía gris, frío y desolado. Sintió un vacío en el estómago y, de pronto, se le antojó un ramen instantáneo. “Por una vez, no pasa nada”, pensó, revisando su refrigerador. Había huevos y vegetales que podía añadirle, así que se dispuso a cocinarlos.En pleno proceso de preparación, su teléfono sonó. Miró la pantalla: era Alejandro.—¿Hola?—¿Estás en el departamento?—Sí, ¿por qué?—Estoy aquí abajo. Subo en un momento.—Ah, está bien —aceptó Luciana. Suponía que venía a hablar de los trámites del divorcio.Pocos minutos después, sonó el timbre
Ella lo miró con una chispa de picardía en la mirada:—Oye, me invitaste a venir, ¿verdad? Tú pagas, ¿no?—Claro, ¿por qué lo preguntas?—Por confirmar… —respondió Luciana en broma. Después, bajó un poco la voz, puesto que el mesero seguía cerca—. En adelante, no podré darme estos lujos tan seguido. Hoy pienso dejar mi estómago feliz.Alejandro se tensó ligeramente. Su mirada quedó atrapada en la sonrisa de Luciana.—Eso no tiene por qué ser así. Si quieres venir, puedo traerte cada vez que te apetezca.—Tal vez lo digas solo por decir. Igual, gracias —respondió ella sin tomárselo muy en serio—. Pero mejor cuida que Mónica no se entere; no vaya a ser que se ponga celosa y te meta en un lío.El nombre de Mónica salió de nuevo a la luz. Alejandro respiró hondo y trató de contener el malestar.—Luciana, lo que pase entre nosotros no tiene que ver con… nadie más.—¿Ah? —Ella se quedó pensando un instante y creyó comprender—. ¿La estás defendiendo, verdad? O sea, que no la culpemos de que t
—¿Luciana? —preguntó él con preocupación, y se levantó de inmediato para sostenerla con cuidado—. ¿Te sientes mal?Luciana no respondió; tenía el ceño fruncido, como si sufriera un mareo repentino que le hacía perder la noción de dónde estaba.—¿Luciana? Dime algo —insistió él, visiblemente asustado.—Dame… un minuto… se me pasará —musitó ella, aún con los ojos cerrados.—¿Un minuto? —repitió Alejandro—. ¡No pienso quedarme esperando a ver cómo sigues!Sin más, pasó un brazo bajo sus piernas y la alzó en vilo.—Nos vamos al hospital.Luciana estaba demasiado aturdida para objetar, y Alejandro no quiso escucharla de todas formas. Condujo directamente a la clínica privada de maternidad. No tenían cita previa, pero por suerte la doctora Alondra estaba de guardia nocturna.Mientras Luciana se recostaba en la camilla de la sala de exámenes, la doctora recibió a Alejandro con una mirada de reproche.—Vaya, señor Guzmán, qué sorprendente que hoy tenga tiempo de venir.La actitud de Alondra er
“¿Tan grave puede ser?”, pensó Alejandro, sintiendo que el pecho se le oprimía. ¿Cómo habían llegado a este punto? Su mandíbula se tensó al máximo, y apretó los puños de pura frustración. Estaba claro: no la había cuidado bien.—Antes, le recomendé a la señora Guzmán que pidiera una licencia y descansara sin más distracciones —prosiguió Alondra—, tal vez así habría un margen para evitar complicaciones, pero ella no aceptó…Justo en ese momento se oyó un movimiento dentro de la sala de reconocimiento. Alondra reaccionó rápidamente:—Señor Guzmán, su esposa ha terminado. Venga.Alejandro se recompuso como pudo y, con aparente normalidad, se acercó a Luciana.—Listo. La doctora Alondra dice que no es nada serio.Luciana frunció un poco el ceño, hablando con voz baja:—Te lo dije, no era necesario venir al hospital…En el fondo, no podía negar que se sentía aliviada: aunque no lo expresaba, un mareo así siempre le preocupaba.—Vale más prevenir —dijo Alejandro con un tono amable—. Vámonos