—¿Qué…? —Alejandro quedó atónito, como si de pronto se quedara sin aire—. Abuelo, ¿de qué estás hablando?—¿No lo entiendes? —inquirió Miguel, con una mueca de disgusto.—Abuelo… —intentó insistir Alejandro.—Alex —prosiguió el anciano con un tono más severo—, el hecho de que yo esté enfermo no quiere decir que esté muerto.Miguel lo miró con reprobación.—Has vuelto a ver a esa “estrella”, ¿o me equivoco?—Abuelo, yo… —Alejandro quiso aclarar algo—. Mónica está…—No hace falta que lo expliques —lo interrumpió Miguel con un ademán impaciente—. Ya sé de sobra lo que vas a decir. ¿Creíste que podías ocultarme que vives separado de Luciana? ¿Y todo por culpa de esa actriz? Incluso llegaste a difamar a Luciana y acusarla de infidelidad.Mientras hablaba, el hombre mayor dirigió la mirada a la joven, con una mezcla de cariño y remordimiento.—Luci, lamento tanto haberte involucrado.—No diga eso, abuelo —respondió ella, aguantando un nudo en la garganta—. Por favor…—Abuelo sabe muy bien qu
—Cuídese, abuelo. Vendré a visitarlo luego.—De acuerdo, buena niña —respondió Miguel con afecto.Luciana se volvió para salir sin mirar a Alejandro.—¡Luciana…! —intentó llamarla él.—¡Detente! —interrumpió Miguel, alzando la voz—. ¿Con qué derecho vas a perseguirla?—Abuelo… —Alejandro estaba aturdido. No sabía qué hacer ni qué decir; el abuelo había movido todas sus fichas de pronto.—No la sigas —repitió Miguel en un tono más suave, pero con cansancio—. Piensa en ti mismo… ¿Acaso quieres que tu hijo crezca guardándote el mismo rencor que tú guardas contra tu padre?Esa frase caló hondo en Alejandro. Sintió un nudo que le oprimía el corazón. El abuelo sabía que aquellas palabras eran un golpe letal para él, pero consideraba necesario advertirle.—Solo te pido algo —continuó Miguel—: si tanto insistes en esa actriz, haz lo que quieras, pero mientras yo esté vivo, nunca la traigas ante mis ojos, ni la dejes pisar la casa de los Guzmán.Con eso, soltó un suspiro.—Vete, quiero descansa
Con la licencia médica justificada, Luciana decidió descansar en casa. Ya en el último trimestre de embarazo, debía cuidarse mucho; así que dormir era su mejor remedio. Desde que llegó a su apartamento, comía algo ligero y se dormía otra vez. Incluso al día siguiente estuvo la mayor parte del tiempo descansando, hasta que llegó la tarde y despertó por fin sintiéndose mejor.Al correr las cortinas, vio que la nevada había parado, pero el paisaje seguía gris, frío y desolado. Sintió un vacío en el estómago y, de pronto, se le antojó un ramen instantáneo. “Por una vez, no pasa nada”, pensó, revisando su refrigerador. Había huevos y vegetales que podía añadirle, así que se dispuso a cocinarlos.En pleno proceso de preparación, su teléfono sonó. Miró la pantalla: era Alejandro.—¿Hola?—¿Estás en el departamento?—Sí, ¿por qué?—Estoy aquí abajo. Subo en un momento.—Ah, está bien —aceptó Luciana. Suponía que venía a hablar de los trámites del divorcio.Pocos minutos después, sonó el timbre
Ella lo miró con una chispa de picardía en la mirada:—Oye, me invitaste a venir, ¿verdad? Tú pagas, ¿no?—Claro, ¿por qué lo preguntas?—Por confirmar… —respondió Luciana en broma. Después, bajó un poco la voz, puesto que el mesero seguía cerca—. En adelante, no podré darme estos lujos tan seguido. Hoy pienso dejar mi estómago feliz.Alejandro se tensó ligeramente. Su mirada quedó atrapada en la sonrisa de Luciana.—Eso no tiene por qué ser así. Si quieres venir, puedo traerte cada vez que te apetezca.—Tal vez lo digas solo por decir. Igual, gracias —respondió ella sin tomárselo muy en serio—. Pero mejor cuida que Mónica no se entere; no vaya a ser que se ponga celosa y te meta en un lío.El nombre de Mónica salió de nuevo a la luz. Alejandro respiró hondo y trató de contener el malestar.—Luciana, lo que pase entre nosotros no tiene que ver con… nadie más.—¿Ah? —Ella se quedó pensando un instante y creyó comprender—. ¿La estás defendiendo, verdad? O sea, que no la culpemos de que t
—¿Luciana? —preguntó él con preocupación, y se levantó de inmediato para sostenerla con cuidado—. ¿Te sientes mal?Luciana no respondió; tenía el ceño fruncido, como si sufriera un mareo repentino que le hacía perder la noción de dónde estaba.—¿Luciana? Dime algo —insistió él, visiblemente asustado.—Dame… un minuto… se me pasará —musitó ella, aún con los ojos cerrados.—¿Un minuto? —repitió Alejandro—. ¡No pienso quedarme esperando a ver cómo sigues!Sin más, pasó un brazo bajo sus piernas y la alzó en vilo.—Nos vamos al hospital.Luciana estaba demasiado aturdida para objetar, y Alejandro no quiso escucharla de todas formas. Condujo directamente a la clínica privada de maternidad. No tenían cita previa, pero por suerte la doctora Alondra estaba de guardia nocturna.Mientras Luciana se recostaba en la camilla de la sala de exámenes, la doctora recibió a Alejandro con una mirada de reproche.—Vaya, señor Guzmán, qué sorprendente que hoy tenga tiempo de venir.La actitud de Alondra er
“¿Tan grave puede ser?”, pensó Alejandro, sintiendo que el pecho se le oprimía. ¿Cómo habían llegado a este punto? Su mandíbula se tensó al máximo, y apretó los puños de pura frustración. Estaba claro: no la había cuidado bien.—Antes, le recomendé a la señora Guzmán que pidiera una licencia y descansara sin más distracciones —prosiguió Alondra—, tal vez así habría un margen para evitar complicaciones, pero ella no aceptó…Justo en ese momento se oyó un movimiento dentro de la sala de reconocimiento. Alondra reaccionó rápidamente:—Señor Guzmán, su esposa ha terminado. Venga.Alejandro se recompuso como pudo y, con aparente normalidad, se acercó a Luciana.—Listo. La doctora Alondra dice que no es nada serio.Luciana frunció un poco el ceño, hablando con voz baja:—Te lo dije, no era necesario venir al hospital…En el fondo, no podía negar que se sentía aliviada: aunque no lo expresaba, un mareo así siempre le preocupaba.—Vale más prevenir —dijo Alejandro con un tono amable—. Vámonos
La puerta de la sala estaba abierta. Médicos y enfermeras entraban y salían, mientras Clara y Mónica esperaban afuera, visiblemente alteradas. Un segundo después, cerraron la puerta para iniciar la reanimación de Ricardo.—¡Alex! —sollozó Mónica al verlo llegar, lanzándose a sus brazos—. Los doctores ya lo están atendiendo, pero tengo tanto miedo…—Calma… —Alejandro le dio unas palmaditas en el hombro—. Esperemos a ver qué dicen.—Pero… —Mónica hundió el rostro contra su pecho, con la voz quebrada—. ¡Tengo terror de que mi papá se vaya y no despierte…!Alejandro alzó la mirada, topándose con Luciana. Quiso apartar a Mónica, pero su mano se quedó a medias, sin atreverse. Luciana se percató de ese gesto y, con total serenidad, desvió la vista. Ya estaba acostumbrada.—¡Luciana! —La voz de Clara irrumpió en el corredor al reconocerla. Se lanzó hasta ella y le aferró la mano—. ¿Qué tenemos que hacer para que salves a tu papá? ¿Quieres dinero? Dinos cuánto, y si está en nuestras posibilidad
—Profe —lo saludó ella, suponiendo que se trataba de alguna tarea pendiente.—Toma asiento —indicó Delio, mientras la observaba detenidamente—. ¿No estabas en reposo? ¿Por qué regresaste al trabajo tan pronto?—Ya me siento bien —respondió Luciana con una sonrisa despreocupada—. Solo fue un resfriado ligero.—Ajá… —Delio guardó silencio unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas—. Estás en la última etapa del embarazo. Quizá sea mejor que te tomes una pausa del trabajo y pidas la licencia. Cuando nazca tu bebé, ya veremos.—¿Cómo? —Luciana se quedó perpleja. Delio siempre la había apoyado para seguir con su labor médica. Además, veía normal que las doctoras trabajaran hasta poco antes del parto—. Profe, de verdad no creo que haga falta…—Sí hace falta —insistió Delio con firmeza—. Tu vientre ya está bastante grande. Es mejor que vuelvas a casa y descanses.A Luciana le pareció raro.—¿Está pasando algo que yo ignore, profesor?Delio vaciló un instante y finalmente se sinceró