Luciana ya se encontraba en el último trimestre de embarazo y no le era posible viajar en avión, así que optó por el tren de alta velocidad para llegar a Reeton. Como estaría fuera una semana, llevaba bastante equipaje; por suerte, Delio había considerado su condición y le reservó un boleto en clase ejecutiva.Una vez a bordo, mientras buscaba su asiento, se quedó mirando la maleta con cara de apuro. Necesitaba a alguien que la ayudara a acomodarla.—Luciana… —una voz a sus espaldas le dio un ligero toque en el hombro.Al voltear, vio a Fernando sonriéndole con amabilidad.—Fer… —respondió ella, también sonriente.—¿Esta maleta es tuya?—Sí.—Déjamela a mí.Fernando enseguida se ofreció a levantarla y colocarla en el compartimento de equipaje.—Gracias.—No es nada.Por casualidad, habían quedado en asientos contiguos, así que ambos se rieron de la coincidencia.—Voy a Reeton a un congreso médico —explicó Luciana—. ¿Tú viajas por trabajo?—Sí —Fernando asintió—. Sigo con mi tratamiento
Como suele pasar, lo que temes acaba sucediendo: esa misma noche, tras la última sesión del congreso, Luciana regresó al hotel sintiéndose mal. No paraba de estornudar, le goteaba la nariz y, al tocarse la frente, notó un leve calor.—¿Fiebre? Vaya… —susurró, preocupada.Siendo una mujer embarazada, no podía medicarse a la ligera. Preparó agua caliente, bebió todo lo que pudo y se cubrió con una manta, con la esperanza de que le bajara la fiebre sudando un poco. Poco a poco, se quedó dormida.El teléfono estuvo vibrando un buen rato sin que ella se enterara…***Eran casi las seis de la tarde cuando Alejandro salió de la empresa, con intenciones de pasar por Serenity Haven. En la calle, ya caían suaves copos de nieve. Al subir al auto, recibió una llamada de Estancia Bosque del Verano.—¿Sí? —contestó.—Señor Guzmán, disculpe. En dos días tenemos el chequeo médico de Pedro. Recién llegó con nosotros y necesitamos la contraseña de su cuenta digital para agendar la cita.Aquello era algo
“Así que vino en serio”, pensó Alejandro, sintiendo una oleada de celos y amargura. ¿Acaso Luciana habría llamado a Fernando en vez de llamarlo a él? Esa sola idea le calaba hondo.—Señor Domínguez —dijo con desdén—. A esta hora, afuera de la habitación de mi esposa… ¿te parece apropiado?Fernando soltó una risa burlona. Notaba la tensión entre Luciana y Alejandro. Estaba claro que si su relación marchara bien, ella jamás habría recurrido a él.—No sé si sea “apropiado” —contestó con un deje de desafío—. Pero Luciana me llamó. Está enferma y me pidió que la cuidara.Alejandro lo miró con un brillo helado en los ojos. Se confirmó su peor sospecha: ella sí lo había buscado. El veneno del resentimiento le ardía en la sangre. Sin pensarlo, alzó las manos y agarró la solapa de Fernando.—Fernando, ¿vienes a buscar la muerte? ¡Lárgate de aquí antes de que te mande a volar! ¡Lárgate ya!Alejandro no iba a tolerar que otro hombre se hiciera cargo de su esposa.—Ah… —Fernando soltó un bufido—.
—Me los quité cuando me acosté… no me puse otros nuevos.Antes de que terminara la frase, Alejandro posó una mano fría sobre su frente caliente, provocándole un leve cosquilleo que le hizo entrecerrar los ojos de alivio. Él percibió ese gesto y sintió como si algo le encendiera el pecho. Tragó saliva y habló con más suavidad:—El doctor ya está aquí. Déjame que te examine, ¿sí?Se volvió hacia el médico y dijo con firmeza:—Adelante, por favor.—Claro, señor Guzmán —respondió el doctor, acercándose para tomar los signos vitales de Luciana. Tras auscultarla un momento, dio su veredicto—. Es un resfriado común, pero la fiebre no es muy alta. Como está embarazada, conviene evitar medicamentos fuertes.Sacó una botella de alcohol del botiquín y la mostró a Alejandro.—Podemos aplicar compresas frías y usar alcohol para bajar la temperatura, sobre todo en puntos como las axilas, el cuello y detrás de las rodillas. También podrían colocar una bolsa de hielo en la frente y otra en las axilas.
Una vez tras la puerta, se inclinó contra el lavabo, empapado en sudor y con las venas latiendo furiosas. Solo pensar en Luciana tan vulnerable en sus brazos le hacía hervir la sangre.—Alejandro… ¡qué animal eres! —se reprochó, golpeando el espejo con la mirada—. Ella está enferma y aún así…Después de media hora, regresó. Para entonces el hotel ya había llevado los paquetes de hielo y la miel que solicitó. Alejandro colocó cuidadosamente una bolsa de hielo en la frente de Luciana y, con una cuchara, empezó a darle la bebida caliente sorbo a sorbo.Enferma, Luciana se mostraba más dócil de lo normal. Bebía sin protestar, colaboraba para las compresas de alcohol… Lo que la hacía mejorar, sin embargo, agotaba a Alejandro. Pero su dedicación surtía efecto. Hacia la mitad de la noche, Luciana ya no se sentía tan mal y se quedó dormida, recostada contra las almohadas. Sus pestañas, húmedas por algunas lágrimas de fiebre, le daban un aire frágil.Alejandro, por fin, pudo respirar hondo y se
—No exageres —sonrió Luciana, sin poder evitarlo—. Es cierto que estoy un poco débil, pero nada grave…—Luciana —la interrumpió Alejandro con tono severo, muy distinto al suyo habitual—. No estoy bromeando, ni es una sugerencia.Desvió la mirada hacia su vientre.—¿De verdad no piensas en ti y tampoco en el bebé?Aquello la hizo vacilar. Se mordió los labios.—Es que… no quiero fallarle a mi trabajo.Alejandro soltó un suspiro de resignación y, alzando una mano, le acarició la cabeza.—Descuida, buscaré una solución.Sacó su celular y marcó el número de Delio, explicándole en pocas palabras la situación.—Delio, discúlpame. No la he cuidado bien y Luciana está realmente indispuesta. Disculpa las molestias que pueda ocasionar… Entiendo, gracias… —colgó la llamada y se volvió hacia ella—. Delio mandará a alguien para cubrirte. Me dijo que te quedes tranquila. Tenemos tiempo, el congreso empieza a las nueve y media.Luciana miró sus manos entrelazadas sobre el vientre. Otra vez se sentía
Luciana, aún asustada, se aferró a él y alzó la vista, el corazón acelerado ante la posibilidad de lo que pudo haber ocurrido.—Eso… estuve a punto de caer. —Un leve temblor recorría su voz.—¿Te asustaste mucho? —Alejandro la miró con remordimiento y preocupación. También él tenía el corazón a mil por hora. Bajó un poco la cabeza y susurró cerca de su oído—. Discúlpame. Debería haberte insistido en que te apoyaras en mí…Con aquella disculpa resonando, Alejandro no lo pensó más. Sin dar opción a réplica, la levantó en brazos.—¡Ah! —soltó ella, sorprendida. Por puro reflejo, enroscó los brazos alrededor del cuello de Alejandro, acurrucándose contra su pecho como un gatito.Él sintió que algo se le derretía dentro.—Te llevo al auto. No falta mucho.Mientras se acercaban, Sergio estaba listo junto a la puerta, la cual abrió para que Alejandro pudiera acomodar a Luciana en el asiento. Ella notó que había un cojín preparado con cuidado, algo que antes no se veía. ¿Lo habrían puesto pensa
Cuando ya estaban cerca del edificio donde vivía Luciana, ella fingió “despertar”.—¿Ya casi llegamos?—Sí, falta poco —respondió Alejandro, un poco desilusionado de que su descanso hubiera sido tan corto—. Si quieres, sigue recostada. Te aviso cuando estemos.—No, mejor no —contestó ella. Tomó su celular y llamó a alguien—. ¿Marti? Hola, soy yo. Sí, ya volví. ¿Podrías esperarme en la esquina de mi calle? Con la nieve me da miedo resbalar… Perfecto.Alejandro escuchó todo, y su semblante se ensombreció poco a poco. Luciana ya tenía resuelto quién la recogería, dejando claro que no necesitaba más ayuda de él.Al doblar en la calle, se divisaba el edificio donde vivía Luciana.—Bájame por aquí, por favor —pidió ella, volviéndose hacia Alejandro con una leve sonrisa—. Gracias por todo. Ya llegó Marti a buscarme, así que me bajo.—De acuerdo —respondió él, sintiendo un amargo nudo en la garganta.Del otro lado de la calle, Martina vestía un abrigo rojo y llegó corriendo con un aire juguetó