Se inclinó para rodear con un brazo los hombros de Salvador.—¿Ves a esa de allá? Aposté a que se llevaría el título de “Reina del Baile” esta noche. ¿Qué opinas? ¿Baila bien o no?Salvador pensó: «Vaya, sí que está afectado».—Eh… sí, muy bien —contestó con cortesía.—¿Qué decías? —volvió a preguntar Salvador, intentando retomar el tema de Luciana.—¡Excelente! —exclamó de pronto Alejandro, estallando en aplausos y vítores hacia la artista—. ¡Lo hace increíble!La música terminó, la bailarina se inclinó, y el público prorrumpió en aplausos.—Vámonos a tomar algo —soltó Alejandro, volviéndose hacia la mesa donde estaban los demás.No habían reservado una sala privada, sino que se sentaron en la zona general, en medio del bullicio. Jael ya tenía las copas servidas para ellos. Alejandro se dejó caer en la silla y bebió de golpe, sin darle tiempo a nadie de decir nada. Jacobo miró a Salvador con una expresión de «¿y, hablaste con él?». Salvador apenas se encogió de hombros, como diciendo
—Señor Guzmán —respondió con timidez, mordisqueándose el labio—, me llamo Luciana…El ambiente se congeló de golpe. Alrededor seguía el bullicio de la música y la gente, pero el espacio donde se encontraban pareció caer en un silencio sepulcral.—Luciana… Luciana… —repitió Alejandro con un deje de ironía, sin que se supiera si estaba complacido o indignado.La joven se sonrojó aún más.—Sí, señor Guzmán…El gerente, tratando de que no hubiera más demoras, le recordó su tarea:—¿Olvidaste a qué viniste? ¿Qué haces ahí parada? ¡Ve a ofrecerle el trago al señor Guzmán!—Sí… —La bailarina dio un par de pasos, algo incómoda—. Señor Guzmán, muchas gracias por confiar en mí esta noche. Quiero proponerle un brindis en su honor…Se inclinó para servirle vino en la copa. Luego, en un gesto cargado de insinuación, preguntó:—Señor Guzmán, ¿cuál es su copa?Está claro lo que pretende: compartir un solo vaso con él. Salvador y los demás intercambiaron miradas, sin saber qué comentar y esperando a v
—Déjalo; no está de humor. Que se marche si quiere.***Dentro del auto, Sergio le preguntó:—Alejandro, ¿a dónde vamos?Reclinado contra la puerta, Alejandro soltó con desgana:—¿A dónde más? Vamos a casa.—Entendido, Alejandro —respondió Sergio, pensando que, al final, Alejandro no podía desligarse de Luciana, pese a la supuesta “infidelidad”.Pero al llegar a Rinconada, se toparon con una sorpresa.Luciana no estaba.Alejandro, sin querer creerlo, revisó dormitorio y estudio, rebuscando por todas partes… nada.Bajó corriendo las escaleras y llamó a Amy y Felipe, quien se había quedado esa noche precisamente para ver qué sucedía.—¿Dónde está? —exclamó, con el ceño fruncido y tironeando de su corbata, sumido en un arranque de furia.—Pues… —Felipe estaba desconcertado—. Señor Alejandro, Luciana se fue… ¿no fue usted quien le dio a entender que podía irse?—¿Qué tontería dices? —bufó él, indignado—. ¡Jamás le dije que se fuera!—Lo hizo, señor —intervino Amy, quien claramente se incli
Aquella noche, en el departamento de la Calle del Nopal…Martina llegó y se encontró con varias cajas y maletas. No daba crédito.—¿De verdad te fuiste de la mansión?Luciana soltó una sonrisa triste.—¿Parece broma?Martina la miró con incredulidad.—Ustedes han amagado con separarse un par de veces, pero nunca fue en serio…—Esta vez sí lo es —contestó Luciana con un gesto de impotencia, relatándole lo ocurrido con Fernando—.—¿Cómo que te encontraron en la misma cama con Fer? ¿Estás segura? —replicó Martina, frunciendo el ceño—. Él estaba inconsciente, así que no pudo haberte cargado. ¿Te metiste tú solita? ¿Ahora resultó que tienes amnesia?—¿Amnesia? —Luciana le lanzó una mirada entre fastidio y burla—. Martina, de verdad que lees demasiadas novelas rosa.—Tienes razón —concedió Martina. Después de todo, conocía bien a Luciana. Si ella decía que Fernando ya no le interesaba de esa manera, era absolutamente cierto. E incluso si sintiera algo, jamás se atrevería a hacer algo tan abs
Para su sorpresa, no estaba solo. Lo acompañaba una mujer muy bonita, y por lo que veía, Salvador era todo gentileza con ella: le cargaba el bolso, las bolsas de compras…—Vaya, con que tiene novia —murmuró Martina—. Y, caray, ¡qué guapa se ve!Se le ocurrió tomarles una foto para, llegado el caso, fastidiar a Salvador con ese “descubrimiento”. Sacó el teléfono, amplió la imagen y…—Nada mal, es realmente guapa. —Y con un “click”, guardó la evidencia.Después, guardó el celular en el bolsillo y frunció el ceño, ladeando la cabeza.«¿Por qué me parece conocida? ¿La habré visto antes en algún otro lado?»***Mientras tanto, Luciana despertó en su departamento, calentó el desayuno que Martina le había dejado y se dispuso a comerlo tranquilamente, hasta que su teléfono sonó. Era Victoria.—¡Luciana, Fernando despertó!—¿En serio? —se alegró genuinamente—. ¡Eso es fantástico! ¿Cómo se siente?—Bien, muy bien. El doctor dice que ha mejorado mucho de ánimo.Luciana dejó escapar un suspiro de
Luciana frunció ligeramente el ceño.—¿Eso te lo dijo alguien? ¿O cómo llegaste a esa conclusión?—El médico… —aclaró Victoria, ansiosa—. El doctor Lorenzo Manzano, el mismo que ve a Pedro. Él me dijo que solo tú podrías mejorar a Fernando.—Ah —asintió Luciana, liberando su mano de la de Victoria—. Entonces el doctor Manzano sugirió que, si estoy dispuesta, puedo contribuir a que Fernando mejore. Pero… no significa que sea algo “imprescindible”. Estoy segura de que hay otras formas de tratarlo.Victoria se quedó pasmada. Sí, Lorenzo lo había insinuado, pero ella, tras ver a su hijo intentando suicidarse, deseaba cubrir todas las posibilidades. Era consciente de que no podía obligar a Luciana, pero tampoco quería arriesgarse a que Fernando volviera a intentarlo.—Luciana, tú y Fernando estuvieron juntos. ¿De verdad vas a quedarte de brazos cruzados y dejarlo morir?Era su forma de poner a Luciana contra la pared, apelando a su conciencia. Sin embargo, Luciana mantenía la cabeza fría.—
—¿Cómo puede ser? —Victoria se negó a aceptar lo que escuchaba—. ¡Si te importaba tanto que pasaste la noche en vela cuidándolo!—Eso fue lo máximo que pude hacer por él.—Es que… —Victoria seguía sin creérselo—. ¿Te molesta lo que hice? ¿Me odias? Puedo prometerte que, si tú y Fer regresan, te trataré bien. Incluso podría desaparecer de sus vidas si no te agrada…—¡Señora Domínguez! —soltó Luciana, preocupada por hasta dónde llegaría—. ¡Basta! No amo a Fernando. Ese capítulo terminó.Victoria negó con la cabeza una y otra vez, como si quisiera borrar la realidad.—¡No puede ser! ¡Ustedes se amaban profundamente!—Era antes. Ya quedó atrás —aseguró Luciana, su voz más serena que nunca.Victoria se quedó en blanco. Luciana prosiguió:—Supongamos que por un momento cedo y acepto tu propuesta. Lo ayudo como “amiga” y paso un tiempo a su lado durante la terapia. ¿Qué va a suceder luego, cuando me vaya? ¿No crees que su depresión podría recrudecer otra vez?El silencio de Victoria fue la re
—¡Esto es grave! —exclamó Felipe, tanteando la pared hasta encontrar el interruptor. Al encender la luz, se llevaron otra sorpresa: la habitación parecía un desastre. Daba la impresión de que Alejandro se había dedicado a destrozar todo, a punto de arrancar las paredes.—Es un caos… —murmuró Amy, corriendo hacia la ventana—. Voy a abrir para que circule algo de aire.—Yo buscaré al señor Alejandro —dijo Felipe, avanzando con cuidado entre los restos.Lo encontró dormido en el sofá, completamente vestido.—Señor Alejandro, despiértese —le susurró, pero no obtuvo respuesta. El olor a alcohol y tabaco en su ropa era insoportable. Felipe pensó: «¿Cuánto bebió para caer así?». Además, Alejandro llevaba mucho tiempo sin fumar dentro de la casa, incluso cuando Luciana no estaba. «Esta vez, la pelea debe haber sido realmente grave», concluyó.—Señor Alejandro… —repitió, intentando sacudirlo un poco. Sin embargo, ni bien lo tocó, Alejandro dio un respingo y corrió al baño.—¡Ugh! —se escuchó de