—¡Esto es grave! —exclamó Felipe, tanteando la pared hasta encontrar el interruptor. Al encender la luz, se llevaron otra sorpresa: la habitación parecía un desastre. Daba la impresión de que Alejandro se había dedicado a destrozar todo, a punto de arrancar las paredes.—Es un caos… —murmuró Amy, corriendo hacia la ventana—. Voy a abrir para que circule algo de aire.—Yo buscaré al señor Alejandro —dijo Felipe, avanzando con cuidado entre los restos.Lo encontró dormido en el sofá, completamente vestido.—Señor Alejandro, despiértese —le susurró, pero no obtuvo respuesta. El olor a alcohol y tabaco en su ropa era insoportable. Felipe pensó: «¿Cuánto bebió para caer así?». Además, Alejandro llevaba mucho tiempo sin fumar dentro de la casa, incluso cuando Luciana no estaba. «Esta vez, la pelea debe haber sido realmente grave», concluyó.—Señor Alejandro… —repitió, intentando sacudirlo un poco. Sin embargo, ni bien lo tocó, Alejandro dio un respingo y corrió al baño.—¡Ugh! —se escuchó de
La rabia lo invadió de golpe. Alzó el brazo y, con un movimiento brusco, estrelló el teléfono contra la pared. ¡El aparato se deshizo en pedazos!¡No quería saber nada de ella, ni de su nombre ni de su persona! ¡No anhelaba llamadas ni noticias suyas! ¡Quería arrancarla de su vida!***Por la tarde, durante la reunión, todos percibieron el mal humor de su gran jefe, Alejandro. Aunque en el día a día solía mostrarse distante, mantenía un trato educado. Sin embargo, aquel día entró con un gesto sombrío y parecía imposible evitar su enojo. Cada ejecutivo que tomaba la palabra recibía comentarios mordaces; a algunos los interrumpía con frialdad y a otros les espetaba preguntas incómodas.—Señor Guzmán —dijo el gerente de Proyectos, muerto de miedo al entregarle el plan para el siguiente mes—. Este es el documento con la programación de lo que haríamos el próximo periodo. Por favor, revíselo.Alejandro no contestó de inmediato. Tomó la carpeta, le dio una ojeada… y su expresión se agrió aún
Luciana, al otro lado, esperó la respuesta y, sin recibirla, envió otro mensaje:[¿En serio no vas a responder? ¿No puedes decir nada al respecto?]Al presionar “enviar”, el chat le mostró un ícono de exclamación en rojo. Se dio cuenta, atónita, de que la habían bloqueado.—¿En serio…? —resopló, molesta—. Está enojado, me odia, pero ¿ni siquiera se preocupa por el abuelo?«Los hombres…», se dijo, apretando la mandíbula. «Son tan egoístas y rencorosos.»Aun así, decidió que cumpliría la invitación de Miguel esa noche. Y, si por casualidad Alejandro también asistía, aprovecharía para dejarle claro si quería o no seguir fingiendo ante el abuelo.***—Abuelo… —Luciana tocó suavemente la puerta antes de entrar.—¡Luciana, hija! —saludó Miguel, que esa mañana lucía con muy buen semblante. Estaba sentado, entretenido con una maceta de orquídeas—. Justo estoy cuidando de esta belleza.—Está hermosísima —comentó Luciana con sinceridad—. Es la primera vez que veo una orquídea florecer.—Preciosa
—¿De qué se trata? —preguntó Sergio, tomando el archivo. Al revisarlo, vio que era de la sección de Delio en el hospital universitario.Tiempo atrás, debido a Luciana, Alejandro había prometido una ayuda económica para ellos. De hecho, el proyecto del equipo de Delio había salido adelante gracias al patrocinio de Grupo Guzmán. El financiamiento no se entregaba todo de una vez, y tampoco se descartaba ampliar más presupuesto en el futuro. Ya había pasado un trimestre, así que tocaba autorizar la segunda parte de la suma acordada.Pero las cosas habían cambiado.—Lo intentaré —suspiró Sergio, consciente de lo complicado que resultaba.Entró a la oficina y puso la carpeta sobre el escritorio de Alejandro.—¿Qué es? —inquirió él, hojeando de reojo—. Explícamelo rápido.Alejandro tenía demasiados asuntos pendientes y no revisaba cada uno de forma personal; para eso estaba Sergio, que evaluaba primero y luego le pasaba lo esencial. Así funcionaban normalmente.—Es… sobre Luciana y la promesa
Al salir de la oficina, Luciana traía el ceño fruncido. «¿Y ahora qué?» pensó, casi obligada a pedirle un favor a Alejandro que, claramente, no la quería ni ver.—Luciana —dijo Rosa, que seguía esperando—. Cuidado con tu barriga, me parece que ha crecido más.—Gracias —contestó Luciana con una mueca de cansancio.—No hay de qué —agregó Rosa con amabilidad. Estaba cumpliendo su promesa de vigilar que Luciana no tuviera sobresaltos, tal como se lo pidió el señor Guzmán. Aun así, captó la preocupación en su rostro—. Oye, Luciana, ¿de verdad es cierto que tú y el señor Guzmán… discutieron?Luciana se quedó un instante en silencio, antes de responder de manera ambigua:—No exactamente.Porque, más que una pelea, lo suyo había sido una ruptura total.—No me lo ocultes —insistió Rosa, con el ceño fruncido—. ¿Es por Mónica? Al final, ella no deja de dar lata, sabiendo que él es un hombre casado…—No es por ella —terció Luciana, cortando la perorata de Rosa—. Créeme, los problemas entre él y yo
—Sí, claro, aunque no deberías irte tan tarde…—No te preocupes, Amy. Prefiero no quedarme —insistió Luciana.Amy, que no la veía muy convencida, dispuso que el chofer de la casa la llevara para que llegara a salvo a la Calle del Nopal. Luciana aceptó el gesto, aunque, al estar de vuelta en su departamento, le costó conciliar el sueño.No lo vio esa noche, y según Amy, él tampoco había dormido recientemente en la Casa Guzmán. «¿Dónde podría encontrarlo?», se preguntó Luciana. «Tal vez si voy a su oficina…» Al fin y al cabo, por muy ocupado que estuviera en la noche, durante el día tenía que asistir a la empresa.Tomó una decisión: al día siguiente, en lugar de descansar, se presentaría en Grupo Guzmán con la esperanza de hablar con él en persona.Con ese plan en mente, llegó alrededor de las once de la mañana, suponiendo que Alejandro habría terminado la reunión matutina.En recepción, la reconocieron de inmediato.—¡Señora Guzmán! —exclamó la recepcionista con cortesía—. ¡Qué bueno ve
No fue una sorpresa que Alejandro no quisiera recibirla. Luciana ya lo había previsto antes de venir: no sería fácil verlo. «¿Qué sigue?», se preguntó, contemplando la posibilidad de marcharse sin más.Tras un breve instante de reflexión, señaló el área de espera en el vestíbulo:—¿Me permiten sentarme ahí a esperarlo?—Claro —asintió la recepcionista—. Esa zona está para eso, señora; si gusta, adelante.—Gracias —respondió Luciana, tomando asiento en un sofá y dejando su mochila a un lado.Poco después, la misma recepcionista se acercó con un vaso de agua caliente:—Señora, por favor, si necesita algo, solo dígame.—Muchas gracias —contestó Luciana, intentando sonreír. «Esperaré», pensó, porque no tenía otro plan. Quizá al mediodía, Alejandro saliera a comer.Alrededor del mediodía, la recepcionista, notando que Luciana seguía ahí sin moverse, llamó en silencio a la oficina de la secretaría del CEO para hablar con Sergio:—Señor Sergio, la señora Guzmán todavía está aquí, y ya casi es
«Debió irse tras esperar tanto», pensó, algo desilusionado.Justo en ese instante, Luciana salía del baño y los vio a lo lejos, atravesando la puerta principal. Inmediatamente alzó la voz:—¡Alejandro!Él se detuvo en seco, sintiendo un ligero estremecimiento. Se volvió y descubrió a Luciana acercándose con paso apresurado, casi corriendo, algo que le pareció imprudente dada su condición. Se frunció el ceño: «Con ese vientre tan grande, ¿por qué se apresura así?», pensó. Pero enseguida desechó esa preocupación: «¿Qué me importa?», se dijo.—¡Alejandro, espera! —exclamó ella, respirando con dificultad al llegar a su lado—. ¿Podrías… darme unos minutos de tu tiempo?Alzó la mirada, con ojos de cervatillo y una expresión de sincera súplica que a Alejandro lo hizo tensar la mandíbula un segundo. Sin embargo, él respondió con una risa seca.—Vaya. Es raro verte buscándome tan insistentemente.—Yo…Pero antes de que pudiera decir más, él la interrumpió de forma tajante.—No tengo ningún minu