—¿De qué se trata? —preguntó Sergio, tomando el archivo. Al revisarlo, vio que era de la sección de Delio en el hospital universitario.Tiempo atrás, debido a Luciana, Alejandro había prometido una ayuda económica para ellos. De hecho, el proyecto del equipo de Delio había salido adelante gracias al patrocinio de Grupo Guzmán. El financiamiento no se entregaba todo de una vez, y tampoco se descartaba ampliar más presupuesto en el futuro. Ya había pasado un trimestre, así que tocaba autorizar la segunda parte de la suma acordada.Pero las cosas habían cambiado.—Lo intentaré —suspiró Sergio, consciente de lo complicado que resultaba.Entró a la oficina y puso la carpeta sobre el escritorio de Alejandro.—¿Qué es? —inquirió él, hojeando de reojo—. Explícamelo rápido.Alejandro tenía demasiados asuntos pendientes y no revisaba cada uno de forma personal; para eso estaba Sergio, que evaluaba primero y luego le pasaba lo esencial. Así funcionaban normalmente.—Es… sobre Luciana y la promesa
Al salir de la oficina, Luciana traía el ceño fruncido. «¿Y ahora qué?» pensó, casi obligada a pedirle un favor a Alejandro que, claramente, no la quería ni ver.—Luciana —dijo Rosa, que seguía esperando—. Cuidado con tu barriga, me parece que ha crecido más.—Gracias —contestó Luciana con una mueca de cansancio.—No hay de qué —agregó Rosa con amabilidad. Estaba cumpliendo su promesa de vigilar que Luciana no tuviera sobresaltos, tal como se lo pidió el señor Guzmán. Aun así, captó la preocupación en su rostro—. Oye, Luciana, ¿de verdad es cierto que tú y el señor Guzmán… discutieron?Luciana se quedó un instante en silencio, antes de responder de manera ambigua:—No exactamente.Porque, más que una pelea, lo suyo había sido una ruptura total.—No me lo ocultes —insistió Rosa, con el ceño fruncido—. ¿Es por Mónica? Al final, ella no deja de dar lata, sabiendo que él es un hombre casado…—No es por ella —terció Luciana, cortando la perorata de Rosa—. Créeme, los problemas entre él y yo
—Sí, claro, aunque no deberías irte tan tarde…—No te preocupes, Amy. Prefiero no quedarme —insistió Luciana.Amy, que no la veía muy convencida, dispuso que el chofer de la casa la llevara para que llegara a salvo a la Calle del Nopal. Luciana aceptó el gesto, aunque, al estar de vuelta en su departamento, le costó conciliar el sueño.No lo vio esa noche, y según Amy, él tampoco había dormido recientemente en la Casa Guzmán. «¿Dónde podría encontrarlo?», se preguntó Luciana. «Tal vez si voy a su oficina…» Al fin y al cabo, por muy ocupado que estuviera en la noche, durante el día tenía que asistir a la empresa.Tomó una decisión: al día siguiente, en lugar de descansar, se presentaría en Grupo Guzmán con la esperanza de hablar con él en persona.Con ese plan en mente, llegó alrededor de las once de la mañana, suponiendo que Alejandro habría terminado la reunión matutina.En recepción, la reconocieron de inmediato.—¡Señora Guzmán! —exclamó la recepcionista con cortesía—. ¡Qué bueno ve
No fue una sorpresa que Alejandro no quisiera recibirla. Luciana ya lo había previsto antes de venir: no sería fácil verlo. «¿Qué sigue?», se preguntó, contemplando la posibilidad de marcharse sin más.Tras un breve instante de reflexión, señaló el área de espera en el vestíbulo:—¿Me permiten sentarme ahí a esperarlo?—Claro —asintió la recepcionista—. Esa zona está para eso, señora; si gusta, adelante.—Gracias —respondió Luciana, tomando asiento en un sofá y dejando su mochila a un lado.Poco después, la misma recepcionista se acercó con un vaso de agua caliente:—Señora, por favor, si necesita algo, solo dígame.—Muchas gracias —contestó Luciana, intentando sonreír. «Esperaré», pensó, porque no tenía otro plan. Quizá al mediodía, Alejandro saliera a comer.Alrededor del mediodía, la recepcionista, notando que Luciana seguía ahí sin moverse, llamó en silencio a la oficina de la secretaría del CEO para hablar con Sergio:—Señor Sergio, la señora Guzmán todavía está aquí, y ya casi es
«Debió irse tras esperar tanto», pensó, algo desilusionado.Justo en ese instante, Luciana salía del baño y los vio a lo lejos, atravesando la puerta principal. Inmediatamente alzó la voz:—¡Alejandro!Él se detuvo en seco, sintiendo un ligero estremecimiento. Se volvió y descubrió a Luciana acercándose con paso apresurado, casi corriendo, algo que le pareció imprudente dada su condición. Se frunció el ceño: «Con ese vientre tan grande, ¿por qué se apresura así?», pensó. Pero enseguida desechó esa preocupación: «¿Qué me importa?», se dijo.—¡Alejandro, espera! —exclamó ella, respirando con dificultad al llegar a su lado—. ¿Podrías… darme unos minutos de tu tiempo?Alzó la mirada, con ojos de cervatillo y una expresión de sincera súplica que a Alejandro lo hizo tensar la mandíbula un segundo. Sin embargo, él respondió con una risa seca.—Vaya. Es raro verte buscándome tan insistentemente.—Yo…Pero antes de que pudiera decir más, él la interrumpió de forma tajante.—No tengo ningún minu
Aquella pregunta la dejó helada, como si la hubieran arrojado a un pozo de hielo. Fue tal el impacto que sintió su rostro arder, como si la hubieran abofeteado sin tocarla.—¿De veras no entiendes o te haces la que no comprende? —insistió Alejandro, con una sonrisa irónica que crispaba sus facciones—. ¿Pensaste que alguna vez financié el proyecto de Delio por bondad o porque me sobraba el dinero y no sabía en qué gastarlo?Sus ojos destellaron un brillo helado:—Ninguna de esas razones. Lo hice por ti. Te consentía y me parecía justo invertir en algo que te hacía feliz. Pero, ¿ahora? Dime, ¿qué sentido tiene que yo siga haciendo de idiota? ¿Crees que aún vale la pena gastar un centavo en ti? Con el dinero que invertía, podría alimentar a las palomas, y me saldría mucho más a cuenta.Luciana quedó estupefacta, sin poder articular una sola palabra. Era como si el suelo se abriera bajo sus pies. Alejandro, al percibirla tan aturdida, alzó la mano con un gesto cansado.—Vete. No vuelvas a
—¡Genial! —exclamó la joven, acercándose con cuidado—. Prometo ser suave.Y, en efecto, la punta de sus dedos rozó la barriga con total delicadeza.—¡Wow! ¡Es asombroso! Tener un bebé debe ser algo increíble. ¡Eres toda una heroína, de verdad!Luciana se rió en voz baja y cambió de tema:—Bueno, cuéntame, ¿buscas a alguien o tenías algún pendiente en el hospital?—¿Yo? —repitió la chica, dejando el bolso que llevaba al hombro en el suelo—. Vine a buscar a Mario Rivera. Él me dijo que viniera aquí.—¿Mario Rivera? —repitió Luciana con curiosidad—. Él está en cirugía.—¿De veras? —la chica se quedó perpleja por un segundo, y después soltó una carcajada, aplaudiendo—. ¡Genial!Entonces tomó de nuevo su mochila y se la echó al hombro, con prisa:—Doctora, por favor, cuando Mario regrese, avísele que vine… pero como no lo encontré, me voy de una vez.Sin darle tiempo a contestar, la desconocida salió corriendo a toda velocidad, como si escapara de un lugar peligroso.—Eh… está bien —respond
El llanto de Clara se oía al otro lado de la línea.—Su secretario me acaba de avisar que se desmayó en la oficina. Ya lo llevaron de urgencia al hospital, voy en camino. Tú estás más cerca, por favor ve primero.—¡Está bien! —exclamó Mónica, con la expresión desencajada por la preocupación.Al colgar, sus ojos estaban llenos de angustia.—Alex… mi papá se desmayó de nuevo —explicó, con la voz entrecortada y el rostro pálido.Al enterarse de la situación, Alejandro se levantó de inmediato.—Tranquila, yo te acompaño. Vámonos ya.—De acuerdo. —Tan solo sentir la presencia de Alejandro la reconfortó un poco.***Mientras tanto, Clara llegó más tarde al hospital, donde Ricardo ya había sido trasladado de urgencias a una habitación. Esa vez parecía más grave que antes: permanecía inconsciente y los doctores no sabían cuándo despertaría.—¡Ay, Dios mío! —sollozaba Clara, sentada junto a la cama—. Cada vez empeora más… y seguimos sin un donante para el trasplante de hígado.De pronto, levant