No fue una sorpresa que Alejandro no quisiera recibirla. Luciana ya lo había previsto antes de venir: no sería fácil verlo. «¿Qué sigue?», se preguntó, contemplando la posibilidad de marcharse sin más.Tras un breve instante de reflexión, señaló el área de espera en el vestíbulo:—¿Me permiten sentarme ahí a esperarlo?—Claro —asintió la recepcionista—. Esa zona está para eso, señora; si gusta, adelante.—Gracias —respondió Luciana, tomando asiento en un sofá y dejando su mochila a un lado.Poco después, la misma recepcionista se acercó con un vaso de agua caliente:—Señora, por favor, si necesita algo, solo dígame.—Muchas gracias —contestó Luciana, intentando sonreír. «Esperaré», pensó, porque no tenía otro plan. Quizá al mediodía, Alejandro saliera a comer.Alrededor del mediodía, la recepcionista, notando que Luciana seguía ahí sin moverse, llamó en silencio a la oficina de la secretaría del CEO para hablar con Sergio:—Señor Sergio, la señora Guzmán todavía está aquí, y ya casi es
«Debió irse tras esperar tanto», pensó, algo desilusionado.Justo en ese instante, Luciana salía del baño y los vio a lo lejos, atravesando la puerta principal. Inmediatamente alzó la voz:—¡Alejandro!Él se detuvo en seco, sintiendo un ligero estremecimiento. Se volvió y descubrió a Luciana acercándose con paso apresurado, casi corriendo, algo que le pareció imprudente dada su condición. Se frunció el ceño: «Con ese vientre tan grande, ¿por qué se apresura así?», pensó. Pero enseguida desechó esa preocupación: «¿Qué me importa?», se dijo.—¡Alejandro, espera! —exclamó ella, respirando con dificultad al llegar a su lado—. ¿Podrías… darme unos minutos de tu tiempo?Alzó la mirada, con ojos de cervatillo y una expresión de sincera súplica que a Alejandro lo hizo tensar la mandíbula un segundo. Sin embargo, él respondió con una risa seca.—Vaya. Es raro verte buscándome tan insistentemente.—Yo…Pero antes de que pudiera decir más, él la interrumpió de forma tajante.—No tengo ningún minu
Aquella pregunta la dejó helada, como si la hubieran arrojado a un pozo de hielo. Fue tal el impacto que sintió su rostro arder, como si la hubieran abofeteado sin tocarla.—¿De veras no entiendes o te haces la que no comprende? —insistió Alejandro, con una sonrisa irónica que crispaba sus facciones—. ¿Pensaste que alguna vez financié el proyecto de Delio por bondad o porque me sobraba el dinero y no sabía en qué gastarlo?Sus ojos destellaron un brillo helado:—Ninguna de esas razones. Lo hice por ti. Te consentía y me parecía justo invertir en algo que te hacía feliz. Pero, ¿ahora? Dime, ¿qué sentido tiene que yo siga haciendo de idiota? ¿Crees que aún vale la pena gastar un centavo en ti? Con el dinero que invertía, podría alimentar a las palomas, y me saldría mucho más a cuenta.Luciana quedó estupefacta, sin poder articular una sola palabra. Era como si el suelo se abriera bajo sus pies. Alejandro, al percibirla tan aturdida, alzó la mano con un gesto cansado.—Vete. No vuelvas a
—¡Genial! —exclamó la joven, acercándose con cuidado—. Prometo ser suave.Y, en efecto, la punta de sus dedos rozó la barriga con total delicadeza.—¡Wow! ¡Es asombroso! Tener un bebé debe ser algo increíble. ¡Eres toda una heroína, de verdad!Luciana se rió en voz baja y cambió de tema:—Bueno, cuéntame, ¿buscas a alguien o tenías algún pendiente en el hospital?—¿Yo? —repitió la chica, dejando el bolso que llevaba al hombro en el suelo—. Vine a buscar a Mario Rivera. Él me dijo que viniera aquí.—¿Mario Rivera? —repitió Luciana con curiosidad—. Él está en cirugía.—¿De veras? —la chica se quedó perpleja por un segundo, y después soltó una carcajada, aplaudiendo—. ¡Genial!Entonces tomó de nuevo su mochila y se la echó al hombro, con prisa:—Doctora, por favor, cuando Mario regrese, avísele que vine… pero como no lo encontré, me voy de una vez.Sin darle tiempo a contestar, la desconocida salió corriendo a toda velocidad, como si escapara de un lugar peligroso.—Eh… está bien —respond
El llanto de Clara se oía al otro lado de la línea.—Su secretario me acaba de avisar que se desmayó en la oficina. Ya lo llevaron de urgencia al hospital, voy en camino. Tú estás más cerca, por favor ve primero.—¡Está bien! —exclamó Mónica, con la expresión desencajada por la preocupación.Al colgar, sus ojos estaban llenos de angustia.—Alex… mi papá se desmayó de nuevo —explicó, con la voz entrecortada y el rostro pálido.Al enterarse de la situación, Alejandro se levantó de inmediato.—Tranquila, yo te acompaño. Vámonos ya.—De acuerdo. —Tan solo sentir la presencia de Alejandro la reconfortó un poco.***Mientras tanto, Clara llegó más tarde al hospital, donde Ricardo ya había sido trasladado de urgencias a una habitación. Esa vez parecía más grave que antes: permanecía inconsciente y los doctores no sabían cuándo despertaría.—¡Ay, Dios mío! —sollozaba Clara, sentada junto a la cama—. Cada vez empeora más… y seguimos sin un donante para el trasplante de hígado.De pronto, levant
Sin embargo, era lo bastante lista para no intervenir de más, así que prefirió guardar silencio.Y tal como ella imaginaba, Luciana clavó la mirada en Clara y continuó:—Es que mi mamá… —dijo con una mueca burlona—. Tiene más de diez años de muerta. ¿Ahora resulta que revive de la tumba?Enseguida, Rosa captó la intención:—¡Ah! Entiendo… voy a ver si contacto a alguien ahora mismo.—¡Por favor, no tardes! —repuso Luciana en el mismo tono socarrón.Al ver aquello, a Clara se le torció la boca de la rabia.—¡Luciana, qué descortés eres!—Claro, ¿qué esperabas? —respondió Luciana con un gesto frío—. Mi madre murió demasiado pronto, y mi “padre” está ausente como si no existiera. ¿Quién me iba a enseñar modales? —Alzó el brazo y señaló la salida—. No me importa por qué viniste, pero ahora mismo vas a salir de mi oficina. Y si vuelves a llamarte “mi mamá”, te juro que te hincharé la boca de un bofetón.Con los ojos entrecerrados y pronunciando cada palabra con firmeza, Luciana advirtió:—T
Frunció el entrecejo, observándola con profundidad, y de pronto soltó:—Sobre el tema del trasplante de hígado… ¿Alguna vez le preguntaste a Pedro su opinión?—¿Qué? —Luciana no esperaba esa pregunta. Enmudeció un par de segundos, luego sonrió con frialdad—. Soy su tutora. Me encargo de sus asuntos.—Tengo entendido que Pedro ya cumplió 14 años. A partir de esa edad, la ley le concede voz propia en ciertas decisiones. Además —insistió Alejandro, con ese tono mesurado—, su salud y su condición física son más que aptas para donarle parte del hígado a tu padre, desde el punto de vista fisiológico y psicológico.Cada palabra resultaba perfectamente lógica… y cada palabra apuntaba a Mónica, a complacerla. Luciana notó la mirada esquiva de Mónica y no pudo evitar soltar una risa amarga. «Alejandro, por la mujer que ama, es capaz de decir cualquier cosa», pensó.—¿De verdad equiparas los 14 años de Pedro, con el de un adolescente promedio? —contestó Luciana, con un deje de ironía—. Él no enti
—¡Señor Guzmán! —exclamó Rosa, poniéndose frente a Alejandro como si quisiera encararlo—. ¡No puede irse así!—¿Cómo dices? —replicó él, alzando una ceja con una mueca de incredulidad.—Luciana… —Rosa señaló hacia atrás, en dirección a donde estaba Luciana—. ¡Ella es su esposa! ¿Le parece correcto marcharse, así como así, con la… la “otra”?Al referirse a Mónica como “la otra”, el semblante de Alejandro se volvió sombrío en un instante, y la ligera sonrisa que tenía se esfumó.—¿Quién te dio el valor para hablar así de ella? —espetó, con un brillo amenazante en la mirada.Rosa se intimidó un poco, pero se enfureció aún más:—¿Qué, acaso dije una mentira? Mónica es la tercera en discordia. ¿Dónde queda Luciana?Alejandro soltó una risa burlona, preguntándose para sus adentros: «¿Y dónde me dejó Luciana a mí?». Pero no creía necesario explicárselo a una “extraña”.—¡Hazte a un lado! —ordenó con frialdad.—¡No lo haré! —se plantó ella.Alejandro frunció el ceño, visiblemente harto:—No va