Aquella frase encendió una chispa en Mónica. «Claro, no era momento de rendirse. Aún poseía ciertos ases bajo la manga.» Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, la determinación reflejada en sus ojos.—Está tarde, hija. Descansemos —propuso Clara.—Sí, mamá…Ambas se giraron para subir, tomadas del brazo, pero en la escalera topaban con el desastre de artículos para bebé tirados por el suelo.—Tch… —soltó Clara con desprecio, dándoles una patada que los esparció aún más—. Tu padre se volvió loco con eso de la cirrosis, ¿o qué? ¿Cree que arrepentirse a última hora sirve de algo?—Mamá… —susurró Mónica, con un deje de sospecha—. Desde que se enfermó, papá ha cambiado, no lo subestimes.—¿Ah? —Clara todavía enfadada, se giró—. ¿Crees que le quedan fuerzas para traer a otra mujer? Con ese cuerpo…—No es eso —negó Mónica—. Me preocupa Luciana y Pedro.—¿Luciana y Pedro? —Clara abrió los ojos con un destello de suspicacia.Un escalofrío recorrió su espalda mientras comprendía lo que
Se separó de él y se despidió con la mano:—Espéranos afuera. Regresaremos pronto.—Bien —musitó Alejandro, sin despegarle los ojos mientras ella entraba al quirófano.La puerta se cerró. Desde el exterior, solo quedaba esperar. Alejandro nunca había sentido tan agobiante la lentitud del tiempo. Miró el reloj varias veces, inmerso en el correr de los minutos.Cerca del mediodía, llegó Sergio:—Alejandro, aún no sabemos cuánto más durará la cirugía. ¿Por qué no comes algo?Pero él negó con la cabeza:—No puedo… no tengo apetito.La angustia se reflejaba en su entrecejo fruncido. Volvió a mirar su reloj con el ceño cada vez más apretado.—¿Cómo es posible que tarden tanto? —exhaló en un murmullo. Luciana le había explicado que para Delio esta operación no sería muy compleja y que, si todo iba bien, a mediodía Miguel estaría fuera. Pero ya se acercaba la hora y no había noticias. Su inquietud creció hasta volverse insoportable. Se sentó y se levantó varias veces, sin hallarle acomodo al c
En el centro de la pequeña habitación se veía un banco largo de madera, donde Luciana estaba recostada, completamente vestida, pero inconsciente. Ni la enfermera ni Alejandro lo podían creer.—¿Doctora Herrera, qué le pasó? —exclamó la enfermera, sobresaltada.—¡Luciana! —repitió Alejandro, llegando en un par de pasos. Se arrodilló a su lado y la levantó con cuidado, sosteniéndola en sus brazos—. ¡Enfermera, avise a un médico, mi esposa está embarazada!—¡Claro! —asintió ella, dispuesta a correr en busca de ayuda.Sin embargo, antes de dar el primer paso, Luciana frunció el ceño y dejó escapar un leve quejido:—Mmm…Alejandro se quedó perplejo un segundo.—¿Luciana…?Ella abrió los ojos con lentitud, una mirada confusa recorriendo el lugar hasta posarse en él:—¿Qué…? ¿Alejandro? —susurró, intentando ubicarse—. Esto… es la sala de guardia… ¿cómo entraste?Señor Guzmán parecía capaz de entrar a donde fuera sin permiso.—¿Te despertaste? —él preguntó, sin responder a lo de “cómo entré,”
—Entre, por favor.—Sí. —La mujer asintió, empujando la puerta.Dentro, un hombre delgado y otro robusto la esperaban. Al verla llegar, se pusieron en pie. El más delgado habló primero:—¿Trajiste el dinero?En C. Piedras Negras, la “zona negra” de Muonio, se realizaban transacciones clandestinas. El acuerdo era en efectivo, sin excepciones.—Sí —respondió ella con frialdad, sosteniendo un bolso de viaje que puso sobre la mesa.El hombre grueso y el hombre delgado se miraron, abrieron el bolso y contaron el contenido. Verificaron que la cantidad fuera correcta, y el delgado miró a la mujer:—De acuerdo, comprendemos lo que debemos hacer.—Perfecto. —Ella inclinó la cabeza—. Cuando terminen, vuelvan aquí y les daré el resto.—Trato hecho.La mujer se dispuso a marcharse; en un lugar así, no quería prolongar la visita. Sin embargo, al darse vuelta, su sombrero se le cayó. Se apresuró a recogerlo, pero el hombre delgado fue más rápido y se lo tendió con una sonrisa ambigua:—Tenga.Ella t
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em