—¿Te llevo directo a la cama?—Ajá —admitió Luciana. Ya le dolían los pies, y total, ¿qué más daba?La depositó en el colchón y ella se desperezó, frotándose la zona lumbar.—Lo ves, todo tu culpa…—Sí, toda mía —contestó él con una risita socarrona, encogiéndose de hombros.—Entonces, si no vas a echarte, ayúdame un poco. Me duele la espalda.Si tenía que cargar con la fama de “marido a las órdenes de su mujer”, pues lo haría bien. Sin protestar, Alejandro se sentó a su lado y empezó a masajearle la zona lumbar con movimientos firmes:—Tal vez no sea tan bueno como tú en esto, pero puedo al menos ayudar un poco.—Mmm… sí, justo así… —susurró Luciana, cerrando los ojos con alivio, como un pequeño gato amodorrado.Sin darse cuenta, se quedó dormida. Cuando volvió a abrir los ojos, casi era mediodía. Se levantó de un salto, con el corazón en la garganta.—¿Por qué no me despertaste? —le reclamó a Alejandro, quien la observaba con toda tranquilidad.—Ya sabes cómo es esto: si te despierto
Mientras tanto, Luciana y Alejandro fueron los últimos en llegar, lo cual dio pie a las típicas bromas.—¿No se habrán desvelado mucho anoche, cierto, Alex? —bromeó uno.—¡Pobre de ti, Luciana, menudo trajín!—¿Ustedes no piensan casarse nunca o quieren quedarse de solterones? —replicó Alejandro, fingiendo enojo.Sergio, Salvador y los demás, que ya rebasaban la edad para juegos infantiles, se comportaban, sin embargo, como si fuesen un grupo de adolescentes, dándose picones y burlas constantes. Luciana, por su parte, prefirió centrarse en Pedro. El chico estaba sentado junto a Miguel, jugando una partida de ajedrez en un silencio casi solemne.Martina se le acercó y le habló en voz baja:—Ya llevan rato en eso. Al principio, don Miguel le explicaba las jugadas, pero luego se quedaron en silencio.¿Se habría vuelto todo muy serio? Luciana observó el semblante de Miguel, que mostraba cierta tensión. El anciano parecía casi atormentado por la partida. A Miguel siempre le había fascinado
—Acuérdense de disfrutar, que para eso están jóvenes —bromeó, despidiéndose.Debido al embarazo de Luciana, no habría luna de miel fuera de la isla. El plan era quedarse unos días en Isla Minia, relajándose. Por la tarde, Jacobo propuso ir a la playa, y la mayoría coincidió en que sería buena idea.—¿Y Pedro querrá ir? —preguntó Luciana, preocupada—. ¿Te apetece, cariño?Pedro, con sus ojos brillantes, asintió con energía:—Sí, hermana, quiero ir.Ella seguía dudosa, consciente de que su propia movilidad era más limitada por el embarazo, temiendo no poder vigilarlo bien. Pero Pedro, que no era nada tonto, de inmediato dirigió su mirada a Alejandro, con el mismo aire inocente que Luciana sabía poner cuando buscaba conmover a alguien. ¿Cómo iba a resistirse Alejandro?—Claro que iremos —dijo él, poniéndose de parte del chico—. No te preocupes, estaré al pendiente. Y ya que Pedro quería aprender a nadar, puedo empezar a enseñarle.—¿De verdad? —preguntó el muchacho, con los ojos iluminado
—¿Eh? —Se giró y descubrió a Salvador. Por un segundo, sus ojos se iluminaron, mas enseguida parpadearon con desconfianza. Ni siquiera era alguien que conociera a fondo; a lo sumo, lo había “ubicado” desde la boda.Salvador, al ver su reacción, se preguntó qué pasaría por su mente. Sin mediar palabra, notó la situación: cocos abiertos, necesidad de pago y cero celular para escanear.—¿Se te olvidó el teléfono, verdad? —dijo él, con un atisbo de diversión en su voz.—… —Martina lo miró, pensativa, y acabó asintiendo con cierto aire de vergüenza. Luego, juntando valor, preguntó:—¿Podrías…? ¿Te importaría prestarme para pagar los cocos? En cuanto regrese por mi celular, te transfiero o te devuelvo el dinero.Salvador hizo como que lo pensaba muy seriamente. No era un gran gasto y, si quisiera, podría comprarle no solo el coco sino toda la playa. Pero esa “bolita de arroz” (así la apodó en su mente), con su carita redondeada, le resultaba curiosa y quería molestarla un poco.—Mmm… Podría
—Salvador, quédate al pendiente de Pedro.—Descuida —aceptó Salvador, con un pulgar arriba. Sabía que Pedro era el adoradísimo hermanito de Luciana; no podía descuidarlo.Alejandro pensó que, con tanto barullo, lo mejor era llevar a Luciana a su habitación para que durmiera bien, sin molestas voces ni calor excesivo. Volteó a buscar la mirada de Martina:—Martina, ¿me ayudas?—¡Claro! —dijo ella enseguida.Rápidamente, cubrió el rostro de Luciana con la prenda protectora que traía consigo.—Listo. Así el sol no le pegará directamente.—Gracias —contestó Alejandro, en un tono sincero.Martina, observando la escena, no pudo evitar sentir un súbito respeto por Alejandro. Había oído muchas historias de noviazgos y matrimonios en su círculo de amigos, pero muy pocos hombres se mostraban tan detallistas como él. «Con razón Luciana aceptó casarse… ojalá que él no lo arruine metiéndose con Mónica,» pensó.Mientras lo miraba alejarse con Luciana en brazos, Marta rogaba, en silencio, por la feli
Apenas hubo tiempo de reaccionar. De pronto, un brazo se interpuso velozmente para desviar a Pedro y la brasera se volcó, soltando trozos de carbón al rojo vivo. Algunos fueron a parar directamente al brazo que protegía al chico.—¡Ah…! —De Alejandro escapó un breve quejido de dolor.Por un par de segundos, la mente de Luciana se quedó en blanco.—¡Alex! —exclamó, tomada por el pánico. Rápidamente tomó su brazo para revisarlo—. Déjame ver.Tan solo un vistazo bastó para darse cuenta de la gravedad. La piel presentaba señales de quemadura por el contacto con el carbón hirviente.—¡Vengan rápido! —ordenó, pero sin esperar a nadie. A jalones, se llevó a Alejandro hacia la habitación.Una vez allí, abrió la llave de agua fría y colocó el brazo de Alejandro bajo el chorro.—Espera un segundo —dijo, corriendo al baño para buscar un recipiente. Luego fue a la nevera y sacó cubos de hielo, llenando la palangana.—¡Mete el brazo aquí!Alejandro la miró, pero se quedó quieto un instante.—¿Qué t
Cuando terminó, le preguntó:—¿Lo entendiste, Pedro?—Sí, hermana. No volverá a pasar. No te enojes, por favor.Al ver la cara asustada de Pedro, a Luciana se le ablandó el alma. Le revolvió el cabello con ternura:—No estoy enojada contigo, solo me preocupo, eso es todo.Justo entonces, el estómago de Pedro rugió fuertemente.—¡Ay, por fin! —exclamó Martina, aprovechando la oportunidad para desviar la atención—. Se nota que Pedro tiene hambre. Ven, Pedrito, vamos a buscar algo de comer.Sin dudarlo, lo tomó del brazo y se lo llevó a paso rápido, murmurando algo de “pobrecito de nuestro Pedrito, muerto de hambre…”.En la habitación, volvieron a quedarse a solas Luciana y Alejandro. Ella echó un vistazo a su esposo, tomó el botiquín de primeros auxilios y descubrió que venía bastante completo, incluso con pomada para quemaduras.—Ya pasó un buen rato con el hielo, quitémoselo —dijo Luciana, sosteniendo con cuidado el brazo herido de Alejandro—. Seca con cuidado y untaremos la pomada.Ex
—Luci, ya terminé —anunció Alejandro desde el baño.Sobresaltada, Luciana salió de ese estupor, respondió con un simple “ah” y dejó el celular de inmediato sobre la mesita. Antes de soltarlo, con un impulso irracional, tecleó la fecha de Mónica… pero la pantalla marcó “contraseña incorrecta”. Exhaló un suspiro de alivio, acomodó el teléfono y se esforzó en fingir normalidad.Alejandro apareció, limpiándose con una toalla y ofreciéndole la mano:—Vámonos, tengo hambre.—Sí, yo también —murmuró Luciana, aceptando su mano y levantándose. Mientras salían, le echó un vistazo de soslayo, preguntándose qué sentía un hombre para poner de fondo de pantalla la foto dormida de su esposa.***Al día siguiente, tras almorzar, se dispusieron a volver a la ciudad. Luciana verificó el estado de Miguel para asegurarse de que no tuviera complicaciones y, más tarde, atendió de nuevo la quemadura de Alejandro. Como predijo, se habían formado pequeñas ampollas en la zona afectada.Con una aguja previamente