—Luci, ya terminé —anunció Alejandro desde el baño.Sobresaltada, Luciana salió de ese estupor, respondió con un simple “ah” y dejó el celular de inmediato sobre la mesita. Antes de soltarlo, con un impulso irracional, tecleó la fecha de Mónica… pero la pantalla marcó “contraseña incorrecta”. Exhaló un suspiro de alivio, acomodó el teléfono y se esforzó en fingir normalidad.Alejandro apareció, limpiándose con una toalla y ofreciéndole la mano:—Vámonos, tengo hambre.—Sí, yo también —murmuró Luciana, aceptando su mano y levantándose. Mientras salían, le echó un vistazo de soslayo, preguntándose qué sentía un hombre para poner de fondo de pantalla la foto dormida de su esposa.***Al día siguiente, tras almorzar, se dispusieron a volver a la ciudad. Luciana verificó el estado de Miguel para asegurarse de que no tuviera complicaciones y, más tarde, atendió de nuevo la quemadura de Alejandro. Como predijo, se habían formado pequeñas ampollas en la zona afectada.Con una aguja previamente
El abuelo, complacido al ver la compenetración entre la pareja, se sintió seguro de que su obstinación había valido la pena.—Bien, muchachos —dijo Miguel, cuando ya lo habían acomodado—. Ahora sí déjenme descansar. Estoy agotado.—Perfecto —respondió Alejandro—. Descanse, abuelo. Mañana vendremos a verlo.—Muy bien —asintió el anciano, satisfecho, al verlos partir.De regreso en Rinconada, Luciana por fin pudo relajarse, pero Alejandro aún tenía que pasar por la oficina para revisar los asuntos urgentes de esos días. Antes de marcharse, la miró con cariño:—Hoy no estudies ni te esfuerces más. Descansa, ¿sí? Volveré temprano para cenar contigo.—Está bien, lo prometo —contestó ella.En cuanto se fue, Luciana hizo caso y se cambió de ropa para echarse a dormir una siesta, agradecida de no tener más presiones por el momento. ***Al despertar, Luciana notó que ya eran casi las cinco de la tarde. Fuera, el sol comenzaba a bajar y un suave atardecer tiñendo el cielo de colores anaranjados
Cuando él lo admitió sin rodeos, Luciana se quedó boquiabierta. Alejandro no era de esos hombres que van proclamando sus sentimientos por ahí, así que, para que reconociera algo así de manera tan directa, esa chica debía de ser muy especial.Impulsada por la curiosidad, le lanzó otra pregunta:—¿Quién es? ¿La conozco? ¿Crees que haya podido verla alguna vez?Lo cierto era que, en todo este tiempo desde que se casaron, Luciana no le había visto compartir demasiado con más mujeres aparte de Mónica.—Luci… —murmuró Alejandro, abrazándola con una mezcla de ternura y resignación—. No preguntes más.—¿Cómo que “no pregunte”? —ella frunció el ceño y le pinchó el pecho con un dedo—. No seas así, cuéntame.—Tranquila —pidió él con una sonrisa apenada, sujetándole la mano inquieta—. Esa persona es distinta. Luciana, no te conviene saberlo… Te vas a enojar.—¿Ah, sí? —ironizó ella—. Entonces, ¿es tu gran amor?—Podría decirse que sí —asintió de nuevo, sin rastro de vacilación.El pecho de Luciana
Se preparó, combinando desayuno y almuerzo en una sola comida, y luego tomó su bolso para salir.Al abrir la puerta, se encontró con Simón, que la recibió con una amplia sonrisa:—Luciana, buenos días. Alejandro me pidió acompañarte siempre que salgas.Simón alzó los hombros con gesto divertido:—Tú no te preocupes; piensa en mí como en un chofer. Salvo que necesites algo, me mantendré apartado.Como Luciana ya lo sabía por Alejandro, le sonrió:—Gracias. Será un gran favor.—De nada. Sube al auto —invitó Simón.—Está bien.Al llegar al hospital, Luciana se dirigió al área de consulta externa para cubrir el turno de Delio. Durante dos horas no paró ni un segundo, ni siquiera para beber agua. Terminó de atender a un paciente, imprimió la receta y se la entregó:—Vuelva en la fecha indicada para su control.—Gracias, doctora.—Siguiente…La puerta se abrió y entró un grupo de personas de golpe.—¿Qué sucede? —protestó Luciana, desconcertada—. Pase solamente el paciente con un acompañante
Cerca de las seis de la tarde, Luciana terminó de atender a los pacientes asignados. El doctor Delio solo consultaba a cierto número por día, así que no quedaba nadie en la sala de espera. Después de lavarse las manos y cambiarse de ropa, apareció Simón.—Disculpa la espera, Simón. Podemos irnos ahora mismo —comentó ella, recogiendo sus cosas.—En realidad, Luciana, no hay prisa —contestó él—. Alejandro llamó y dijo que vendría a recogerte en un momento.—¿Ah, sí? —repitió ella, con un tono que no pudo ocultar cierta alegría contenida. Se sentó y, en un susurro suave, añadió—: Entonces lo espero sin problema.Unos veinte minutos después, Alejandro llegó.—Alejandro —lo saludó Luciana, dejando el libro que hojeaba.Él asintió y, sin más, se acercó para arrodillarse a su lado:—¿Dónde te lastimaste?Llevó la mano a su pierna y preguntó de nuevo:—¿Fue en la derecha o en la izquierda?Mientras hablaba, estuvo a punto de alzarle la falda para ver la herida. Luciana lo detuvo:—¡Eh, oye!—T
—¿En serio? —replicó Alejandro, sorprendido y complacido.—Claro, ¿por qué habría de mentirte? Eres mi esposo; ¿acaso está mal que te quiera?La lógica era aplastante, pero Alejandro todavía no terminaba de asimilarlo, así que indagó:—¿Y… qué hay de Fernando?Recordaba aquel episodio, cuando Luciana había afirmado que no volvería a amar a nadie de la forma en que lo hizo con Fernando. ¿Seguiría pensando igual?Luciana se quedó en silencio. No sabía cómo responder; sus sentimientos hacia ambos hombres no podían compararse. Y, justo entonces, el mesero tocó la puerta:—Señor Guzmán, señora Guzmán… ¿podemos servir la cena?Luciana dejó escapar un leve suspiro de alivio, como si la hubieran salvado:—Sí, por favor, ya moría de hambre.—Enseguida, señora.Alejandro se percató de que ella había evadido la pregunta, pero prefirió no presionarla más. Pensó que, con el paso del tiempo, el recuerdo de Fernando se iría desvaneciendo hasta quedar sepultado para siempre.Por la noche, al volver a
—¡Mónica, por favor, entiende! —insistió Eileen—. Esto es lo que el director Mendoza está sugiriendo. Ahora mismo tú sigues en su proyecto, y en el futuro dependerás de su apoyo...Hablaba sin importar que Alejandro estuviera escuchándolo todo al otro lado de la línea.—Señor Guzmán, usted mismo acompañó a Mónica a la película de Mendoza en su momento. Ya sabe cómo es este medio: la gente busca quién está en la cima y se aleja de quien pierde respaldo.Eileen hizo una pausa leve y prosiguió, con un tono ansioso:—Ahora se rumorea que usted se ha casado, así que muchos creen que Mónica ya no cuenta con su protección. Hoy es el estreno de la película de Mendoza y él quiere contar con su presencia, para “ver” si de veras ya no la apoya. Si no va…—¡Basta! —exclamó Mónica, queriendo arrebatarle el teléfono a Eileen—. ¿Por qué insistes en molestar a Alex? ¡Te pedí que no lo hicieras!Eileen ignoró sus protestas y siguió hablando:—Señor Guzmán, Mónica no quiere incomodarlo. Pero… ¿ni siquie
—Ah, ya veo —dijo la doctora, asintiendo con un poco de alivio—. Entonces te prescribiré tres aplicaciones y vemos cómo evoluciona.—Gracias.Mientras escribía la orden, Benítez no se privó de seguir rezongando:—La próxima vez, dile al señor Guzmán que venga. No vaya a pensar que un bebé no percibe nada; cuando los padres se llevan bien, el pequeño crece mejor.—Sí… Le haré caso —accedió Luciana con una sonrisa.En su fuero interno, pensaba contárselo a Alejandro esa misma noche, y esperaba que pudiera acompañarla en futuras revisiones.Terminado el control, todavía no era tarde, así que Luciana se volvió hacia Martina con una propuesta:—¿Te animas a comer fuera? Tengo antojo de un buen sancocho.—¡Sí, perfecto! —aceptó Martina con entusiasmo—. De paso podríamos ver una peli.—Hecho.Salieron rumbo a la zona céntrica, y en cuanto se sentaron en el restaurante, Martina empezó a escanear el lugar con curiosidad. Luciana se rió:—¿Qué tanto miras?—A tu guardaespaldas —respondió Martina