—Ni una sola palabra —advirtió el desconocido.—De acuerdo —susurró Luciana, intentando mantener la calma.—¿Tú eres la esposa de Alejandro Guzmán?—Sí.Luciana lo admitió en voz baja, preguntándose en silencio si esto estaba sucediendo por culpa de los enemigos de Alejandro… Recordó que él tenía adversarios peligrosos, del tipo que no se anda con juegos.—Tu vientre… ¿de cuántos meses estás?El ceño de Luciana se frunció aún más. Aquel tipo conocía bastantes detalles, incluida su gravidez.—Cuatro meses —respondió, pensando que justamente ese día cumplía las dieciséis semanas.—Perfecto —murmuró el agresor con un deje de satisfacción.Detrás de ella, Luciana notó un cambio de postura. Alzó la mano y le mostró un trapo o toalla impregnada de algo. Su instinto de doctora la alertó al instante: ¡era un fuerte olor a éter! En el segundo en que el paño rozó su rostro, Luciana contuvo el aliento, cerró los ojos y se dejó caer al suelo.La persona la sujetó con rapidez, y con habilidad le cu
El lugar entero se llenó de gritos y murmullos, creando un gran alboroto. El falso empleado de limpieza que había raptado a Luciana quedó perplejo. «¿No la había drogado con éter? ¿Cómo se despertó tan rápido?», pensó, sorprendido de que la sustancia no surtiera efecto.—¡Alguien avise a seguridad! —gritó una voz.Varias personas corrieron hacia Luciana para ayudarla.—¿Estás bien? ¿Dónde está la persona que te hizo esto?Alejandro corría en dirección a la zona donde había escuchado el alboroto. A la distancia, notó la aglomeración de gente y, en el centro de todo, vislumbró a Luciana tirada en el suelo.Los guardias de seguridad del hotel también llegaron enseguida.—¡Señor Guzmán! —lo llamaron, nerviosos.Él les dirigió una mirada helada.—¿Qué hacen parados? ¡Atrapen a ese desgraciado! ¡Quiero ver a mi esposa sana y salva, ahora mismo!El individuo que fingía ser personal de limpieza, al verse descubierto, salió corriendo. Pero no tenía ayuda y, a plena luz, no podía competir con el
Cuando Alejandro llegó a la habitación de hospital, descubrió que su abuelo Miguel aún seguía despierto.—¿A esta hora por aquí? Se supone que deberías estar en Isla Minia, acompañando a Luciana.—Ella está descansando —respondió Alejandro, y al mencionar a Luciana, sus facciones se suavizaron de inmediato—. Dentro de un rato volveré con ella.—Entonces, ¿qué te trae por aquí? —inquirió el abuelo.—Abuelo, alguien intentó secuestrar a Luciana —soltó Alejandro sin rodeos—. Si no fuera porque actuó con astucia, se la habrían llevado.—¿Qué? ¡No puede ser! —La expresión de Miguel se tensó, y sus ojos brillaron con furia—. ¡Tienen agallas! Salen con artimañas repugnantes una tras otra.Al oír esas palabras, a Alejandro le quedó casi claro que lo que pasó con Mónica tiempo atrás no fue obra de su abuelo.—Abuelo, ¿por qué te responsabilizaste de aquello con Mónica? ¿Acaso sabías quién estaba detrás?Miguel titubeó, con gesto incómodo. ¿Cómo explicarle? Su único nieto había sufrido demasiado
Alejandro abandonó el hospital y se dirigió de prisa a Isla Minia. Durante todo el trayecto, no pronunció una sola palabra. Simón, a su lado, sentía en el ambiente la tristeza que emanaba de él.Con los ojos cerrados, Alejandro repasaba las escenas más dolorosas de su infancia: el recuerdo de su padre marchándose en el auto mientras él, todavía un niño, corría tras él gritando “¡Papá, no te vayas!” sin recibir respuesta. Su madre también falleció poco tiempo después… Más tarde, viajó a Canadá en busca de aquel padre, pero solo encontró puertas cerradas y la frialdad de un hombre que lo ignoró a través de sus empleados.Aquella indiferencia de sangre y carne lo había congelado desde dentro, como si cada gota de su sangre se volviera hielo, crujiendo al menor intento de moverse. Ahora, después de tantos años, ese mismo frío volvía a envolverse en su pecho.Era un frío que calaba hasta los huesos.Y necesitaba con urgencia a alguien que le devolviera el calor.***Luciana despertó con el
A la mañana siguiente, Luciana se levantó tarde. El sol ya iluminaba con intensidad y, al mirar el reloj, comprobó que eran las diez.—Vaya... —murmuró, extrañada de haber dormido tanto. Ayer había descansado bastante, así que no entendía por qué le costaba tanto trabajo abrir los ojos.Con prisas, se arregló y salió de la habitación. Al llegar a la sala de estar, se encontró a Alejandro hablando con Sergio. Al verla, Alejandro señaló la mesa y, con toda naturalidad, le indicó:—Ve a desayunar algo. Espérame un momento, ya casi termino.—Ah… está bien —respondió ella, un tanto apenada. Si alguien había llegado tarde era ella, y aun así, él le pedía que lo esperara.Ya con el apetito satisfecho, Luciana estaba terminando de comer cuando Alejandro se acercó. Al revisar la mesa, alzó una ceja con una leve sonrisa:—Amy dice que últimamente te ha mejorado el apetito. Parece que tiene razón.—Creo que sí —dijo Luciana, llevándose a la boca el último taco—. ¿Volvemos a la ciudad de inmediato
—¿Tienes sed? —preguntó de inmediato, ofreciéndole un termo—. Es té de pera; bébelo despacio.—Gracias —respondió Luciana, tomando el recipiente y sorbiendo con cuidado.—Ya casi llegamos a la ciudad. ¿Adónde quieres que te lleve?—A la clínica universitaria de la UCM —contestó.—¿Hoy también trabajas? —inquirió él, frunciendo el ceño.—No, solo debo entregar unos documentos. En cuanto los deje archivados, habré terminado.Al oírlo, la expresión de Alejandro se relajó un poco y ordenó al chofer que fueran a la UCM. Llegaron hasta la entrada del edificio de Cirugía.—Te espero aquí —comentó él.—De acuerdo —respondió Luciana, mientras salía.Subió a la planta correspondiente, dejó el material en orden y terminó rápidamente. Al bajar en el ascensor, nada más abrirse las puertas, se encontró con Alejandro esperándola en el pasillo.La gente que esperaba el ascensor formó un corro silencioso, con los ojos fijos en Alejandro. Era imposible no mirarlo: su porte elegante y su atractivo result
Alejandro condujo a Luciana y a Martina hasta la boutique de alta costura, pero no podía quedarse. Tenía muchos pendientes, ya que la boda estaba próxima y debía dejar todo en orden.La encargada guio a Martina para tomarle medidas de inmediato. Mientras tanto, Alejandro se dirigió a Luciana, metiendo una mano en el bolsillo de su pantalón:—Respecto a Pedro… ¿prefieres acompañarlo tú, o crees que sea más fácil enviar a alguien para que lo traiga?Luciana se quedó callada un instante. ¿Alejandro aún insistía en que Pedro acudiera a la boda? Al ver su expresión, él continuó:—Ese día voy a encargarme de que haya alguien pendiente de él en todo momento. Pedro es muy tranquilo; dudo que surja algún problema. Al fin y al cabo, eres su única hermana. ¿Cómo no estaría presente el día de tu boda? Además, Martina estará como dama de honor, y también vendrá Vicente. Entre los dos, seguro lo cuidarán bien.Llegados a ese punto, Luciana se sintió incapaz de rechazar la propuesta sin parecer obsti
Supuestamente, tenía un equipo médico que la ayudaría en la rehabilitación, así que…Dirigió su enojo hacia Eileen:—¿Cómo manejan las cosas? ¿No ves que su cuerpo aún no se recupera del todo?—Señor Guzmán… yo… —tartamudeó ella.—No la culpes —intervino Mónica con un hilo de voz, conteniendo las lágrimas—. Yo insistí en salir. Solo necesitaba distraerme un poco para no seguir pensando en lo que pasó.Al escucharlo, Alejandro sintió un nudo en la garganta. Se culpaba a sí mismo de lo que le había ocurrido.Asintió con una leve inclinación de cabeza.—Salir a despejarte puede estar bien, pero no te esfuerces demasiado.—Sí, lo sé —respondió Mónica, esbozando una sonrisa tenue.—¿Te vas ahora?—Sí —asintió ella—. Justo estaba por irme.Como iban en la misma dirección, decidieron caminar juntos.***Frente a la tienda de vestidos, una de las chicas alzó la voz con furor:—¿Acaso no sabe toda la ciudad lo mucho que Alejandro adoraba a Mónica? ¡Casarte con él así es una vergüenza para nosot