Capítulo 338
Alejandro abandonó el hospital y se dirigió de prisa a Isla Minia. Durante todo el trayecto, no pronunció una sola palabra. Simón, a su lado, sentía en el ambiente la tristeza que emanaba de él.

Con los ojos cerrados, Alejandro repasaba las escenas más dolorosas de su infancia: el recuerdo de su padre marchándose en el auto mientras él, todavía un niño, corría tras él gritando “¡Papá, no te vayas!” sin recibir respuesta. Su madre también falleció poco tiempo después… Más tarde, viajó a Canadá en busca de aquel padre, pero solo encontró puertas cerradas y la frialdad de un hombre que lo ignoró a través de sus empleados.

Aquella indiferencia de sangre y carne lo había congelado desde dentro, como si cada gota de su sangre se volviera hielo, crujiendo al menor intento de moverse. Ahora, después de tantos años, ese mismo frío volvía a envolverse en su pecho.

Era un frío que calaba hasta los huesos.

Y necesitaba con urgencia a alguien que le devolviera el calor.

***

Luciana despertó con el
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